CAPÍTULO
IV
Más ajetreo
Al
teniente Amed, la mosca se había instalado definitivamente detrás de su oreja
más reticente. Y no se fue, a pesar de las vehementes explicaciones que tanto
Helen como Rodríguez le ofrecieron. Sostenían que eran turistas y que se habían
visto envueltos, muy a su pesar, en aquellos desagradables incidentes.
-En
fin -concluyó Amed-, hay una investigación abierta y Vds. son los únicos
testigos que disponemos sobre ambas muerter. Háganme el favor de estar siempre
localizables y, por supuesto, de momento no pueden abandonar Egipto.
Se
encontraban muy cerca del Palacio Abdin, por lo que decidieron visitarlo, a
pesar del mal cuerpo que les había dejado el desgraciado incidente.
Coincidencia: el Departamento de Policía de Amed se hallaba situado en la misma
plaza del Palacio.
-¿Qué
diablos nos está pasando, Luis? -preguntó Helen, intranquila.
-No
lo sé, Helen, no lo sé -contestó, pensativo, Rodríguez-, pero podemos aventurar
una teoría.
-Si
damos por bueno que Troudeau era un traficante o un contrabandista -continuó
Rodríguez- y no le ha matado gente de su banda, debemos suponer que los suyos
están tras la pista de quienes lo han hecho.
-¡Pero
qué tenemos qué ver nosotros en todo eso! -exclamó Helen.
-Tenemos
que ver, Helen. ¡Claro que tenemos que ver! -aseguró, vehemente, Rodríguez-.
Esta gente anda despistada y les ocurre lo mismo que al teniente, que solo nos
tienen a nosotros en sus pesquisas. Y, lamento decirte, Helen, que nuestra actuación
de esta tarde, reforzará su idea de que algo tenemos que ver.
-¡Maldita
sea la hora en que se me ocurrió venir a este puto país!
-Calma,
cariño, que tampoco nosotros somos unos pipiolos -trató de tranquilizarla
Rodríguez- Vamos a seguir los acontecimientos con mucho cuidado y muy alertas,
pero no vamos a permitir que nos arruinen las vacaciones. Confía en mí.
Sin
embargo, habían agotado las ganas de continuar las siguientes visitas y
regresaron al hotel.
Allí
les esperaba Hasaní, el agente de TourspreS, con el presupuesto de actividades
para los 14 días siguientes.
-Hemos
tratado de ajustarnos cuanto hemos podido a sus deseos y necesidades -aquí, al
hombre se le escapó una sonrisita-. Veamos qué les parece:
Día
1.- Recorrido por la ciudad para conocer las lugares más pintorescos y
representativos del carácter egipcio, incluidos el barrio Copto, el mercado Jan
el Jalil, los zocos y la ciudadela junto a la mezquita de alabastro. Comerán en
un restaurante familiar de comida egipcia. Los desplazamientos se harán en
coche de la compañía con chofer, asistidos, en todo momento, por un intérprete.
Días 2 al 8 incluido.- Navegación por el Nilo. Para esto, hemos pensado algo muy especial, tras las indicaciones de la señora de no desear un turismo convencional. Lo normal es acudir en avión a Luxor, tomar una motonave, un gran barco tipo crucero, visitar todos los monumentos hasta Asuán y regresar de nuevo a El Cairo en avión. Nosotros sugerimos un viaje mucho más pintoresco desde aquí a Asuán: Remontar el Nilo en faluca hasta la misma presa. En realidad, sería una faluca especial, algo más grande, como un intermedio entre faluca y dahabeya, provista de dos velas y un potente motor. Esta nave acoge a ocho viajeros con una cierta comodidad, dos tripulantes, un intérprete y un guarda de seguridad armado. Pueden realizar el viaje solos, naturalmente en un barco más pequeño, o acompañados por otros clientes del hotel. Personalmente les recomiendo esta segunda opción. Será más divertida, pero Vds. tienen la última palabra.
Día 9.- Visita a las
Pirámides en la meseta de Giza. Como siempre, coche de la compañía, chofer y
guía intérprete.
Días 10 a 14 incluido.
Visita al desierto, con posible encuentro con los beduinos. compartiendo con
ellos tienda y comida, uno o dos días. Como es natural, esto último dependerá
de la voluntad y disposición de los propios caravaneros. Por lo general,
acostumbran a recibir, sin ningún reparo o condición, a todo viajero que se les
acerca. Pero, claro, eso nunca se sabe, ni se puede garantizar.
-¿Qué
les parece nuestro planteamiento? -concluyó.
Helen
estaba encantada. Habían interpretado sus deseos al cien por cien y estaba
impaciente por iniciar el tour en el día siguiente. Rodríguez no tanto.
Escuchaba el relato de Hasaní con bastante aprensión, tanto por el ajetreo de
tanta actividad incómoda programada, como por estar obligado a calcular, en
todo momento, los riesgos que deberían neutralizar o evitar en cada una de las
fases de la gira.
La
realidad era que, hasta que no se resolviera el falso suicidio de Troudeau,
ellos se hallaban en peligro y deberían andar con mucho cuidado, para evitar un
mal encuentro con aquella gentuza. Y lo que más le fastidiaba era no poder
disponer de un arma, con qué defenderse de sus más que posibles ataques.
Pero,
¡qué demonios! Helen estaba entusiasmada y no se iban a quedar metidos en el
hotel el resto de los días, por miedo a un atentado.
-¿Y
el precio, qué le ha parecido, señor?
Solo
un gesto ambiguo respondió a la pregunta. Desde luego, era más de lo que le
hubiera gustado a Rodríguez, pero reconocía que Helen se lo había ganado con
creces y no le quedaba más remedio que apechugar con la "dolorosa"
Era
muy temprano. Lo habían fijado así para desayunar y emprender pronto el primer
día de visitas del programa. Como estaba previsto, el coche con chofer y el
guía intérprete los aguardaban. De inmediato, les llamó la atención el guía:
era un auténtico armario con brazos y piernas, de cerca de dos metros de alto.
-¡Estupendo!
-exclamó Rodríguez, al verlo-. Este tío nos viene que ni pintado: es el
prefecto guardaespaldas.
No
acababan de dejar Nile Corniche y cruzar un par de calles de la Ciudad Jardín,
camino de la Ciudadela, cuando notaron que el conductor intercambiaba, alarmado,
unas breves palabras con el guía, en su idioma.
-Al
parecer, hay un coche detrás nuestro que nos sigue -dijo este.
-¡Vaya,
hombre! -se lamentó Rodríguez, indignado, al confirmar, a través de la ventana
trasera, la presencia cercana de un potente BMW negro-. ¡Cómo no tenían que aguarnos
la fiesta esos mierdas!
-¡Y
llevan armas! -añadió Helen-. ¡He visto sus brillos al montarlas!
-No
se preocupen -dijo el guía con una extraña calma-. Este es un coche blindado.
Solo un lanzagranadas podría hacernos daño. Además, nuestro conductor es un
experto y conoce cruces y callejas de la ciudad como la palma de su mano. Los
perderemos en cuanto queramos.
En
efecto. De pronto nuestro coche comenzó una desenfrenada carrera de obstáculos
por entre aquel laberinto de calles del casco antiguo. Parecía imposible
transitar a tanta velocidad sin atropellar a tantos peatones, ciclistas,
borricos, carretas o puestos de quincalla que llenaban las estrechas
callejuelas. Menos aun, evitar estamparse contra un muro o quedarse encajado
entre dos de ellos.
Pero
tal como afirmaron, los perdieron de vista en menos que canta un perico. Así
pudieron completar el programa previsto sin más tropiezo.
Todavía
Rodríguez expresó algún reparo sobre la escasa seguridad en el zoco y los
mercados, repletos de recovecos, tenderetes y un hervidero de abigarradas
gentes, transitando en todas direcciones.
-Olvídese
-dijo el guía-, encontrar aquí a alguien es más difícil que ver volar un mirlo
blanco por el desierto.
Un
nuevo sobresalto les aguardaba en el hotel: era el teniente Amed.
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