CAPÍTULO
V
Navegando
por el Nilo.
-¿Qué se le ofrece de nuevo, teniente? -preguntó Rodríguez, visiblemente molesto-. Porque ya le hemos dicho todo lo que sabíamos.
-No
deseo molestarles -contestó el agente-. Hemos conocido nuevos datos sobre la
investigación y deseaba compartirlos con Vds.
-Pues
Vd. dirá, teniente -dijo Rodríguez, algo mosqueado, todavía.
-Miren,
les confieso que, hasta esta tarde, eran los principales, y únicos, sospechosos
en este embrollo. Solicité información sobre Vds. a Estados Unidos y a España y
acabo de recibirla. En ambos países coinciden en alabarles como hábiles
investigadores, capaces y honrados. Gente de fiar, vamos -se sinceró el
teniente Amed, y continuó-. Desde un principio, consideramos muy extraño el
suicidio de Troudeau, al que seguíamos, desde hace algún tiempo, como
sospechoso de tráfico de armas. Pero no hallamos nada que confirmara nuestras
sospechas. Por otra parte, el hombre asesinado delante de sus narices, era un
maleante con varios antecedentes registrados en nuestros archivos por tenencia,
robo y trapicheo de armas. Dos más dos...nos decían que Vds. estaban en el lio.
Ahora debo preguntarles si su viaje a Egipto responde a motivos profesionales o
a mero viaje turístico.
-¡No,
por Dios! -respondió Helen-. Nuestro viaje responde, solo, al eterno y
vehemente deseo mío de conocer en persona a este gran País.
-Bueno
-añadió Rodríguez-, puesto que ya conoce nuestra condición. debemos confesar
que no hemos sido del todo sinceros con Vd. Pero entiéndanos, no deseábamos
interferir en sus investigaciones ni, tampoco, arruinar nuestras vacaciones en
este extraño asunto, en el que no tenemos arte ni parte.
-Y,
entonces, ¿ahora tienen algo más qué contarme? -preguntó el teniente Amed.
-Sí,
si -se apresuró a contestar Rodríguez-. Verá, teniente, hay motivos para dudar
del suicidio del libanés. Las muñecas del muerto presentaban unas tenues marcas
rojizas que indicaba que le colgaron maniatado. Seguro que el rigor mortis las
borró, lo que hizo imposible que Vds. las vieran. Además, poseía un valioso
reloj de oro que, con toda seguridad, no habrán podido hallar. No quisimos
revelarle nuestras sospechas porque hay policías que no desean complicarse la
vida y, a poco que puedan, dan carpetazo y cierren el caso. Y, en principio,
era un asunto que no nos competía.
-El
caso del otro muerto es distinto -continuó Helen-. Notamos que nos seguía, lo
cazamos y estaba a punto de cantar para quien trabajaba, cuando le cerraron la
boca, metiéndole tres balazos en el cuerpo.
-En
ese caso, la muerte del ahorcado correspondería a un ajuste de cuentas,
realizado por alguien de su organización o, tal vez, por parte de alguna otra
banda rival ¿eh? -sugirió el teniente-. Por eso les seguían a Vds.
-Imposible
-negó, rotundo, Rodríguez-. Las mafias nunca maquillan sus crímenes. Al
contrario, tratan de hacerlos notar, cuanto más mejor, para que sirvan de
escarmiento ejemplar para propios y ajenos. No, la muerte de Troudeau ha sido
provocada por alguien que no desea que se abra una investigación por asesinato.
Por tanto, el asesino es conocido de la víctima e identificable. Estoy
convencido de que estamos ante un crimen cometido por motivos económicos.
Porque, también creo estar seguro de que, en sus registros, no han encontrado
ningún documento que esté relacionado o pueda revelar algo, sobre la enorme
cantidad de dinero negro que este hombre debía atesorar. ¿Estoy en lo cierto?
-Sí,
es cierto -respondió Amed- Solo se encontró una pequeña cantidad de dinero en
su billetera. En apariencia no faltaba nada. Sí que nos llamó la atención el
hecho de que, en sus tres tarjetas de crédito halladas, hubiera, según los
bancos consultados, unos saldos más bien escasos, que no se correspondían con
el tren de vida de este hombre.
-Ahí
lo tiene teniente -afirmó Rodríguez, rotundo-. Debe investigar el entorno del
libanés. Y otra cosa: siga la pista del Rolex de oro y hallará al culpable
material del asesinato. Además, Troudeau no les iba a dar sus claves y demás
datos de sus depósitos sin más ni más. Han debido de torturarle pero, para no
dejar huellas, lo habrán hecho realizando varios simulacros de ahorcamiento. Un
examen concienzudo del cuello, por los forenses, revelarán las huellas
correspondientes a esos intentos. Es más, le vimos manejar dos móviles
distintos. Apuesto una buena cena a que solo han hallado uno. En el que falta
se encuentra almacenada gran parte de la información sustraída.
Al
teniente Amed se le veía cada vez más satisfecho. Las explicaciones de
Rodríguez le habían proporcionado una inesperada luz que barría, por completo,
la oscuridad inicial del caso. Ahora, todas las piezas del mecano se acoplaban
a la perfección.
-Pero
entonces...Vds. se hallan en un gran peligro ante la banda de traficantes a la
pertenecía Troudeau -advirtió Amed-. Por el momento, no han intentado matarles
porque necesitan rescatar la información perdida. Significa que intentan
encontrar la oportunidad para secuestrarles y hacerles hablar. Pero como Vds.
desconocen lo que buscan les torturaran a fondo antes de matarles.
-Vamos,
mejor expresado imposible -concedió Rodríguez-, aunque somos duros de pelar y
no les va a resultar fácil lograr sus propósitos. Lo único que lamentamos es no
disponer de armas para defendernos.
-En
eso no les puedo ayudar, pero vamos a poner en marcha todos los recursos a
nuestra disposición para protegerles y, al mismo tiempo, acabar con esa
organización de traficantes. Sabemos por el agente de TourspreS que tienen
previsto embarcarse mañana, para efectuar un largo recorrido por el Nilo. Ahora
mismo, voy a organizar un operativo para garantizar su protección durante el
mismo. Les veré antes de que embarquen para darles detalles. Mientras tanto, no
salgan del hotel.
La
pareja se levantó muy temprano al día siguiente. No habían concluido de
consumir el desayuno, cuando apareció el teniente Amed.
-Tenemos
todo listo -dijo Amed-. Una pareja de agentes les acompañará durante todo el
viaje, camuflados como turistas. Además, un helicóptero, dos lanchas del
ejército y una de la policía, estarán en posición de alarma, en constante
comunicación con nuestros hombres del barco. Vds. no deben preocuparse por
nada. Solo tienen que disfrutar del viaje que, como comprobarán es único e
irrepetible.
Reconfortados
por las explicaciones del teniente, embarcó la pareja, rebosantes de
expectativas por conocer las maravillas que el histórico río Nilo guarda en sus
orillas.
Una
agradable, suave y fresca brisa movía las velas de la embarcación, haciéndola
deslizar, ligera y plácida, por el tranquilo curso del río. En principio, solo
durante la noche usarían su potente motor.
Dos
tripulantes, un guía, que se turnaba con uno de los tripulantes en atender a
los pasajeros, y un guarda jurado componían el personal de servicio. Ocho eran
los pasajeros: una pareja turca, otra griega,
la tercera inglesa y la cuarta compuesta por Helen y Rodríguez.
-¡Qué
ilusión me hace, cariño, este viaje! -exclamó Helen-. Cuando pienso en que, por
estas mismas aguas, navegaron, hace miles de años, los creadores de una
poderosa y rica civilización única en su mundo, siento una emoción como nunca antes había percibido.
-¡Pues,
anda que yo! -replicó Rodríguez, haciendo gala de su habitual tono socarrón-.
Piensa que las pocas ocasiones en la que me embarqué fueron en el estanque del
Retiro. Ya sabes, soy de tierra adentro, y esto...
Pero
lo cierto era que la navegación transcurría feliz y placentera. Las atenciones
a bordo no podían ser más ni mejores. Solían comer en tierra, al tiempo que
visitaban las aldeas o lugares típicos, situados en las orillas del río o en sus proximidades. La
tripulación preparaba el desayuno e incluso servía una ligera cena, además de
bebidas, refrescos o infusiones que solicitaran. Al llegar la noche, los
tripulantes preparaban cuatro ingeniosos cubículos, provistos de dos literas,
desplegando varios tableros y cortinas, capaces de proporcionar el suficiente
confort e intimidad a los pasajeros. Estos, pronto intimaron y, a pesar de la
diferencia de nacionalidad, la relación entre ellos resultó muy cordial.
Habían
consumido ya los dos primeros días de navegación y sobrepasado la ciudad de
Asyut, donde habían desembarcado para comer mejor que bien y visitar sus
famosas y monumentales tumbas, excavadas en la montaña, reliquias de la época
en que la ciudad fue capital del Alto Egipto.
Tras
una animada tertulia nocturna, gratificados por la tenue brisa, habitual regalo
de cada noche, en contraste con los rigores con qué les castigaba el día, todos
los pasajeros se retiraron a fin de gozar de un merecido y necesario descanso.
Sobre
las dos de la madrugada, la joven mujer de la pareja turca despertó a Helen y
Rodríguez y se identificó como uno de los dos policías de escolta.
-No
se alarmen, pero dentro de muy poco se va a producir aquí un buen baile. En
cuanto comiencen los tiros, péguense al suelo y no se preocupen de más. Hemos
descubierto a un tripulante dando señales luminosas, así que esperamos el
ataque inmediato de los traficantes.
-Si
nos proporcionan armas, podremos ayudarles -dijo Helen, con su habitual
firmeza-. Con cuatro no van a poder.
-No,
tenemos órdenes muy precisas. Vds. no pueden intervenir. Los compañeros están a
punto de llegar y nosotros nos bastamos para defender la nave mientras tanto.
Una
veintena de segundos después, comenzaron a escucharse las primeras detonaciones
provocadas por los disparos de nuestros escoltas. Los atacantes habían
intentado abordar al barco turista, amparados por la oscuridad, suponiéndola
indefensa y sin vigilancia, pero se encontraron con algo que no esperaban.
Los
escoltas habían abierto fuego, tan pronto los atacantes se situaron a tiro de
sus pistolas. De inmediato se escuchó la respuesta de los atacantes, con un
endiablado tableteo de metralletas. Las ráfagas de proyectiles enemigos se
incrustaban en la borda de la nave, provocando un violento y siniestro
repiqueteo. Ante aquella inesperada situación, la gente de abordo comenzó a
gritar despavorida, en medio de una total confusión,
-¡Al
suelo! -gritó a su vez Helen, intentando poner un cierto orden en aquel
desbarajuste-. ¡Todos al suelo!
Segundos
más tarde, se escuchó el inconfundible traqueteo de un helicóptero. Al mismo
tiempo, una poderosa pieza orquestal compuesta por los insistentes toques de la
sirena de una lancha de la policía, los potentes bramidos de las naves
militares, las detonaciones de los contendientes y el estruendo de los acelerados
motores de los barcos, in crescendo, llenó el río.
Rodríguez
no pudo resistir la tentación y asomó la nariz por encima de la borda, a pesar
de que Helen tiraba con fuerza, hacia abajo, de la chaqueta de su pijama.
-¡Madre
de Dios! -exclamó- ¡Vaya ensalada de tiros! ¡Los están asando vivos!
En
efecto. Los barcos militares y el de la policía, habían bloqueado a dos lanchas
rápidas y les sometían a un intenso fuego de ametralladoras. Mientras, el
helicóptero se mantenía apartado y expectante.
De
pronto, una de las lanchas de los presuntos traficantes saltó, literalmente,
por los aires, alcanzada de lleno por una granada disparada desde una de las
naves militares. Aquí acabó la refriega. Los tripulantes de la segunda lancha
se rindieron de inmediato.
Poco
después, conocieron el resultado de la refriega: dos traficantes muertos, otro
desaparecido, dos heridos y tres prisioneros.
-Pueden
estar tranquilos -afirmó uno de los escoltas-. Estos ya no volverán a
molestarles.
-¿Quiere
decir que se puede dar por destruida su organización en Egipto? -preguntó
Helen.
-Sin
duda. Los detenidos cantarán -afirmó, rotundo, uno de los escoltas-. No les
quepa la menor duda. Y con su canto, podremos desmontar la organización que
tienen aquí. Por algún tiempo, al menos.
Despojados
ya de toda amenaza, continuaron su viaje hasta Asuán, maravillándose de tantos
tesoros arqueológicos como se encuentran diseminados en las inmediaciones del
Nilo: Los templos de Karnak, Luxor, los Valles de Reyes y Reinas, y un sin fin
de monumentos, templos, conjuntos esculturales y museos.
En
la tarde del sexto día, tomaron un avión de regreso a El Cairo. Se hallaban exhaustos
pero felices, tras haber gozado de una experiencia, tan irrepetible, como inolvidable
¡Bravo!
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