martes, 12 de octubre de 2021

Rodríguez en El Cairo

50.- RODRÍGUEZ EN EL CAIRO

CAPÍTULO I



 

      Rodríguez es un experimentado detective privado, propietario, junto a su pareja Helen, de la Agencia ROHEN, dedicada a la investigación de toda clase de encargos relacionados con cualquier tipo de delincuencia.

Rodríguez es madrileño de pura cepa y se le nota, aunque más por su acento y forma de hablar que por su carácter, muy alejado al del clásico chulapón de Madrid. Este es un tipo simpático, extrovertido y parlanchín. De maneras descuidadas, nadie le identificaría a primera vista -ni en segunda- con su profesión de detective. En él hay poca ciencia, pero mucho olfato, que le lleva a descubrir la más escondida pista o el más intricado lio policial. Como suele decir "es que tengo el culo pelao de guerrear con tanto chorizo". Resumiendo, alguien dijo de él: "Ojo, que este tipo no es tan tonto como parece", al intuir sus ocultas habilidades.

Helen MacAdden es, por el contrario, su antítesis. Quizás por ello se enamoraron y se llevaban tan bien. De constitución atlética, alta y rubia, de figura aseada y origen angloamericano, es metódica, decidida y práctica. Domina, en gran manera, los secretos propios de los dispositivos electrónicos e informáticos utilizados en la investigación criminal, así como los procedimientos y rutinas empleados por la policía americana en la persecución de los delitos de cualquier tipo.

Tanto Rodríguez, de nombre Luis, como Helen, pertenecieron a la Policía.

ÉL trabajó en la comisaría del distrito de Chamberí, en Madrid, pero dimitió por desavenencias con los jefazos de la Central, que le birlaron el éxito de un importante caso internacional, por conveniencias políticas.

Ella estaba destinada en la comisaría del West Village, en el Downtown del distrito de Manhattan de Nueva York. Allí conoció a Rodríguez que apareció en su comisaría, en comisión de servicio, en un caso que afectaba a ambas comisarías. Helen fue elegida como enlace, intérprete y acompañante, en las pesquisas del español, debido al conocimiento de su idioma, y porque sus compañeros, más avispados, lograron escurrir el bulto y esquivar el "muerto" que suponía acompañar a aquel tosco español, que venía a complicar sus rutinas diarias.

Nadie, ni ellos mismos, podría explicar cómo, porqué o a Santo de qué, llegaron a enamorarse esta pareja de tan distinto pelaje. Pero el caso fue, que Helen se prendó de aquel español, mitad moro y mitad ibero, vestido con prendas algo antiguas para aquel tiempo y lugar, además de presentar una figura  no demasiado aseada.

Abrieron la Agencia de detectives en Madrid, pero tan pronto adquirieron un cierto nivel de conocimiento del gremio y del mercado, se dieron cuenta de que esa profesión estaba infravalorada en España y decidieron trasladarse a Nueva York. Allí encontraron un mercado mucho más amplio, sugestivo y rentable.

En este preciso momento, acaban de cerrar un caso, mediante una exitosa investigación. que les ha rentado un gran beneficio.

Una compañía del ramo financiero, con muy buena reputación y solvencia, se vio, de pronto y sin ningún motivo aparente, avocada a una tremenda quiebra propia y la de muchos de sus clientes. Contratada la Agencia ROHEN, nuestros dos protagonistas lograron descubrir que un alto directivo, responsable máximo de la administración de la compañía estaba "distrayendo" grandes cantidades de capital, mediante una sofisticada operación informática. Su objetivo era arruinar de manera aparente a su compañía, de manera que otra de la competencia pudiera hacerse con ella, tras pactar con él una gran suma de dinero y la mejora de su estatus, en la compañía rival.

El consejo de administración, agradecido, multiplicó por diez el monto de los honorarios de ambos investigadores.

-No te parece, cariño, que deberíamos darnos un homenaje, tras este éxito. Nos lo hemos ganado -insinuó Helen a Rodríguez, con suavidad, pero a su vez con su habitual tono concluyente.

-Claro, claro ¿Que sugieres?

-Pues mira. Siempre he soñado en conocer Egipto y esta es una buena ocasión para hacerlo -la voz de Helen sonó más a orden que a sugerencia.

-¡Ostras, Helen! ¡Pero, cielo, vaya capricho! ¿Es qué no había un lugar más lejano a dónde ir? -contestó, espantado, Rodríguez- ¿No te daría igual ir a visitar a tu abuelita, que tanto te quiere, en Wisconsin? Lo pasaríamos de maravilla con la cantidad de excursiones bonitas que podríamos hacer. Piensa en la paz y el descanso que hallaríamos, rodeados de la preciosidad y grandeza de tantos lugares con tan  espléndidos  paisajes como allí hay.

-No te escabullas Luis, que te veo venir. ¿O es que prefieres que me vaya yo sola?

-¡Por Dios, cielo! Mira que allá hay mucho moro raro. Mamelucos me parece que se llaman. Además, mucho calor, mucha mosca, mucha arena y demasiados camellos, que huelen a caca desde un kilómetro. Sin contar que hay tíos dedicados a cepillarse a todo turista que se les pone a tiro.

-Si crees que me vas a convencer para que olvide mi gran sueño, vas listo. Y, la verdad, no me explico cómo, alguien nacido en un país como el tuyo, con tantos siglos de historia, carece de la sensibilidad necesaria para desear conocer la historia de una civilización milenaria, todavía más antigua que la tuya.

-Pero Helen, todo eso se puede conocer en un buen libro, cómodamente y sin necesidad de pasar calor, ni pringarse en la güeña de un dromedario.

Sin embargo, de poco le sirvió la porfía a Rodríguez, que no tuvo más remedio que plegarse a los deseos de Helen.

-¡Vale, de acuerdo! Pero con una condición: Yo elijo el hotel, que tú eres capaz de alquilar una tienda tuareg en pleno desierto del Sahara.

Fue la única conquista que pudo lograr Rodríguez, en su lucha por preservar unas de sus más firmes convicciones: las de evitar el barullo y las incomodidades de un viaje innecesario, por tierras inseguras o no demasiado civilizadas. "Donde hay poco asfalto, malo", era su dogma.

De acuerdo con la condición impuesta, Rodríguez reservó, para la última quincena se septiembre, una suite en el hotel Ritz-Carlton de El Cairo, no sin antes haber discutido lo suyo en la agencia de viajes, para obtener una sustancial rebaja en el precio.

-¡Nada, nada. A lo grande! -se dijo, satisfecho- ¡Abajo la miseria!

No podía haber hecho mejor elección, de acuerdo con su comodón y urbanita ideario. Este hotel está situado en una de las zonas más modernas de la ciudad, en la orilla derecha del Nilo, enfrente de la gran isla Zamalek, cercano al Museo Egipcio, el Teatro de la Ópera, el Palacio de Abdin, la Ciudadela, las Mezquitas más importantes y la mayoría de las Embajadas, entre ellas la de España, en la isla y, a un paso del hotel, la de Estados Unidos.

Además, a menos de doce kilómetros del hotel, circulando por dos bien trazadas avenidas, se llega a la meseta de Giza, donde poder extasiarse con las ciclópeas construcciones de la Esfinge y las famosas Pirámides.

Aun así, Rodríguez no las tenía todas consigo. Sospechaba que Helen no se conformaría con su íntimo plan de tranquilo visiteo a lugares ordenados y seguros. Qué necesidad habrá de meter las narices donde no se debe, pensaba él. Y es que intuía que, para Helen, no iba a ser suficiente un conocimiento superficial de aquel antiguo y misterioso País, cuyos orígenes se perdían en lo más ignoto de la Historia Antigua.

Después de unas doce horas de vuelo, con parada en París, llegaron a El Cairo y se acomodaron en el Hotel Ritz-Carlton, con gran contento de Rodríguez. En realidad, lo había elegido por el nombre sin más averiguaciones, seguro de que aquellos míticos nombres no le irían a fallar.

Y, en verdad, que no le fallaron. El hotel reunía todas las facilitys propias de un cinco estrellas: amplias y confortables habitaciones bellamente decoradas, piscina, spa y zona deportiva, muy valoras estas últimas por Helen y prescindibles, en absoluto, para Rodríguez.

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