sábado, 30 de octubre de 2021

Rodríguez en El Cairo

CAPÍTULO IV

Más ajetreo


        La Ciudadela de Saladino

 

Al teniente Amed, la mosca se había instalado definitivamente detrás de su oreja más reticente. Y no se fue, a pesar de las vehementes explicaciones que tanto Helen como Rodríguez le ofrecieron. Sostenían que eran turistas y que se habían visto envueltos, muy a su pesar, en aquellos desagradables incidentes.

-En fin -concluyó Amed-, hay una investigación abierta y Vds. son los únicos testigos que disponemos sobre ambas muerter. Háganme el favor de estar siempre localizables y, por supuesto, de momento no pueden abandonar Egipto.

Se encontraban muy cerca del Palacio Abdin, por lo que decidieron visitarlo, a pesar del mal cuerpo que les había dejado el desgraciado incidente. Coincidencia: el Departamento de Policía de Amed se hallaba situado en la misma plaza del Palacio.

-¿Qué diablos nos está pasando, Luis? -preguntó Helen, intranquila.

-No lo sé, Helen, no lo sé -contestó, pensativo, Rodríguez-, pero podemos aventurar una teoría.

-Si damos por bueno que Troudeau era un traficante o un contrabandista -continuó Rodríguez- y no le ha matado gente de su banda, debemos suponer que los suyos están tras la pista de quienes lo han hecho.

-¡Pero qué tenemos qué ver nosotros en todo eso! -exclamó Helen.

-Tenemos que ver, Helen. ¡Claro que tenemos que ver! -aseguró, vehemente, Rodríguez-. Esta gente anda despistada y les ocurre lo mismo que al teniente, que solo nos tienen a nosotros en sus pesquisas. Y, lamento decirte, Helen, que nuestra actuación de esta tarde, reforzará su idea de que algo tenemos que ver.

-¡Maldita sea la hora en que se me ocurrió venir a este puto país!

-Calma, cariño, que tampoco nosotros somos unos pipiolos -trató de tranquilizarla Rodríguez- Vamos a seguir los acontecimientos con mucho cuidado y muy alertas, pero no vamos a permitir que nos arruinen las vacaciones. Confía en mí.

Sin embargo, habían agotado las ganas de continuar las siguientes visitas y regresaron al hotel.

Allí les esperaba Hasaní, el agente de TourspreS, con el presupuesto de actividades para los 14 días siguientes.

-Hemos tratado de ajustarnos cuanto hemos podido a sus deseos y necesidades -aquí, al hombre se le escapó una sonrisita-. Veamos qué les parece:

Día 1.- Recorrido por la ciudad para conocer las lugares más pintorescos y representativos del carácter egipcio, incluidos el barrio Copto, el mercado Jan el Jalil, los zocos y la ciudadela junto a la mezquita de alabastro. Comerán en un restaurante familiar de comida egipcia. Los desplazamientos se harán en coche de la compañía con chofer, asistidos, en todo momento, por un intérprete.

Días 2 al 8 incluido.- Navegación por el Nilo. Para esto, hemos pensado algo muy especial, tras las indicaciones de la señora de no desear un turismo convencional. Lo normal es acudir en avión a Luxor, tomar una motonave, un gran barco tipo crucero, visitar todos los monumentos hasta Asuán y regresar de nuevo a El Cairo en avión. Nosotros sugerimos un viaje mucho más pintoresco desde aquí a Asuán: Remontar el Nilo en faluca hasta la misma presa. En realidad, sería una faluca especial, algo más grande, como un intermedio entre faluca y dahabeya, provista de dos velas y un potente motor. Esta nave acoge a ocho viajeros con una cierta comodidad, dos tripulantes, un intérprete y un guarda de seguridad armado. Pueden realizar el viaje solos, naturalmente en un barco más pequeño, o acompañados por otros clientes del hotel. Personalmente les recomiendo esta segunda opción. Será más divertida, pero Vds. tienen la última palabra.

Día 9.- Visita a las Pirámides en la meseta de Giza. Como siempre, coche de la compañía, chofer y guía intérprete.

Días 10 a 14 incluido. Visita al desierto, con posible encuentro con los beduinos. compartiendo con ellos tienda y comida, uno o dos días. Como es natural, esto último dependerá de la voluntad y disposición de los propios caravaneros. Por lo general, acostumbran a recibir, sin ningún reparo o condición, a todo viajero que se les acerca. Pero, claro, eso nunca se sabe, ni se puede garantizar.

-¿Qué les parece nuestro planteamiento? -concluyó.

Helen estaba encantada. Habían interpretado sus deseos al cien por cien y estaba impaciente por iniciar el tour en el día siguiente. Rodríguez no tanto. Escuchaba el relato de Hasaní con bastante aprensión, tanto por el ajetreo de tanta actividad incómoda programada, como por estar obligado a calcular, en todo momento, los riesgos que deberían neutralizar o evitar en cada una de las fases de la gira.

La realidad era que, hasta que no se resolviera el falso suicidio de Troudeau, ellos se hallaban en peligro y deberían andar con mucho cuidado, para evitar un mal encuentro con aquella gentuza. Y lo que más le fastidiaba era no poder disponer de un arma, con qué defenderse de sus más que posibles ataques.

Pero, ¡qué demonios! Helen estaba entusiasmada y no se iban a quedar metidos en el hotel el resto de los días, por miedo a un atentado.

-¿Y el precio, qué le ha parecido, señor?

Solo un gesto ambiguo respondió a la pregunta. Desde luego, era más de lo que le hubiera gustado a Rodríguez, pero reconocía que Helen se lo había ganado con creces y no le quedaba más remedio que apechugar con la "dolorosa"

Era muy temprano. Lo habían fijado así para desayunar y emprender pronto el primer día de visitas del programa. Como estaba previsto, el coche con chofer y el guía intérprete los aguardaban. De inmediato, les llamó la atención el guía: era un auténtico armario con brazos y piernas, de cerca de dos metros de alto.

-¡Estupendo! -exclamó Rodríguez, al verlo-. Este tío nos viene que ni pintado: es el prefecto guardaespaldas.

No acababan de dejar Nile Corniche y cruzar un par de calles de la Ciudad Jardín, camino de la Ciudadela, cuando notaron que el conductor intercambiaba, alarmado, unas breves palabras con el guía, en su idioma.

-Al parecer, hay un coche detrás nuestro que nos sigue -dijo este.

-¡Vaya, hombre! -se lamentó Rodríguez, indignado, al confirmar, a través de la ventana trasera, la presencia cercana de un potente BMW negro-. ¡Cómo no tenían que aguarnos la fiesta esos mierdas!

-¡Y llevan armas! -añadió Helen-. ¡He visto sus brillos al montarlas!

-No se preocupen -dijo el guía con una extraña calma-. Este es un coche blindado. Solo un lanzagranadas podría hacernos daño. Además, nuestro conductor es un experto y conoce cruces y callejas de la ciudad como la palma de su mano. Los perderemos en cuanto queramos.

En efecto. De pronto nuestro coche comenzó una desenfrenada carrera de obstáculos por entre aquel laberinto de calles del casco antiguo. Parecía imposible transitar a tanta velocidad sin atropellar a tantos peatones, ciclistas, borricos, carretas o puestos de quincalla que llenaban las estrechas callejuelas. Menos aun, evitar estamparse contra un muro o quedarse encajado entre dos de ellos.

Pero tal como afirmaron, los perdieron de vista en menos que canta un perico. Así pudieron completar el programa previsto sin más tropiezo.

Todavía Rodríguez expresó algún reparo sobre la escasa seguridad en el zoco y los mercados, repletos de recovecos, tenderetes y un hervidero de abigarradas gentes, transitando en todas direcciones.

-Olvídese -dijo el guía-, encontrar aquí a alguien es más difícil que ver volar un mirlo blanco por el desierto.

Un nuevo sobresalto les aguardaba en el hotel: era el teniente Amed.

         -¡Vaya! -exclamo Rodríguez-. ¡El qué faltaba para rematar el día!

miércoles, 27 de octubre de 2021

Rodríguez en El Cairo

CAPÍTULO III

Ajetreada visita a la ciudad

Museo egipcio de El Cairo

 

Helen y Rodríguez corrieron hacia la habitación de Troudeau y, en efecto, encontraron al libanes en el dormitorio, colgado por el cuello de una gruesa moldura de alabastro. Para ello, había anudado los cordones  de varios cortinajes de la lujosa suite. Una silla derribada a sus pies daba una clara idea de cómo se había ejecutado el suicidio.

-¡Qué barbaridad! -exclamó Rodríguez- ¡Cómo demonios se le ha podido ocurrir una locura así a este hombre!

-¡Es qué no me lo puedo creer! -se lamentaba Helen- ¡Pero si ayer estaba perfectamente! ¿Qué le ha podido ocurrir esta noche para que haya tomado esta decisión?

Mientras llegaban los empleados del hotel, Rodríguez echó un rápido vistazo a los demás piezas de la suite. Era deformación profesional: no lo podía evitar, lo llevaba impreso en su ADN.

En esto, apareció corriendo un conserje, seguido por dos mozos.

-¡Qué desgracia, Dios mío! -gemía, agitado y sudoroso- ¡Un hotel de nuestra reputación y que nos haya caído esta desgracia! ¡Dios nos asista!

 -Bueno, hay que mantener la calma -aconsejó con firmeza Rodríguez- ¿Han llamado a la policía?

Al recibir la confirmación del conserje continuó:

-Bien, pues aquí ya no hay nada que podamos hacer. Lo mejor es esperar fuera a su llegada, para evitar contaminar el escenario del suceso. Procure -dijo dirigiéndose al conserje- que no entre nadie hasta que lleguen los agentes y las asistencias.

La pareja regresó a su habitación, impresionados por el inesperado y trágico incidente.

-Todavía no me lo puedo creer -repetía Helen.

-Y tienes toda la razón del mundo para no creerlo -aseguró Rodríguez- A este hombre lo han mandado al otro barrio, con la mayor limpieza.

-¡Cómo puedes estar tan seguro!

-Mira, la persona que conocíamos ayer no mostraba el menor síntoma de preocupación, apuro ni desequilibrio. Muy al contrario, se le veía seguro de sí, con planes de futuro en su mente. Por otra parte, hoy no llevaba puesto el Rolex y no lo vi por ningún sitio. Además, mostraba unas trazas rojizas, apenas perceptibles, en las dos muñecas, señal evidente de que estuvo maniatado mientras lo colgaban. A pesar de que los asesinos, debían ser dos al menos, han dejado la suite bien ordenada, tratando de evitar dejar rastros de su presencia, uno de ellos no ha podido evitar guardarse el valioso reloj. Ha pensado que el muerto ya no lo iba a necesitar y que nadie lo echaría en falta

-Pero ¿no es posible que lo hubiera guardado en algún cajón o armario -argumentó Helen.

-¡Qué va! ¿Te imaginas a alguien que decide suicidarse y se preocupa en poner a buen recaudo el reloj? Te juego lo que quieras a que el Rolex no aparece por ningún lado.

Poco después aquello se llenó de policías, sanitarios y funcionarios judiciales. Pronto reclamaron la presencia de Rodríguez y Helen.

A las rutinarias preguntas del teniente que les entrevistó, la pareja no tuvo inconveniente alguno en facilitar sus datos personales y toda la escasa información que poseían del muerto.

-No, no le conocíamos -aseguró Helen-. la casualidad nos reunió en el comedor durante la cena. Después, estuvimos charlando en el bar de la terraza durante un tiempo y más tarde, sobre las 11 de la noche, nos despedimos. Nosotros bajamos a nuestra habitación y él quedó en el bar.

-Poco podemos informar sobre este hombre -intervino Rodríguez-. Solo que era agente comercial, que estaba casado y poseía una mansión en las afueras de Londres. Nuestra conversación giró sobre las peculiaridades turísticas de la ciudad y de Egipto en general. Y no, tampoco pudimos notar traza alguna de nerviosismo, ansiedad o depresión.

El agente no insistió más y se limitó a darles una tarjeta suya.

-Soy el teniente Amed. -dijo- Les ruego que se pongan en contacto conmigo, en el caso de que recuerdan algún detalle que consideren de algún interés para la investigación.

Más tarde, Helen comunicó a Rodríguez su extrañeza al ver que no había comunicado sus sospechas al teniente.

-Sabes que a la policía no le gusta que gente extraña meta las narices en sus investigaciones. Tampoco quieren complicaciones. A poco que puedan, cerrarán el caso como suicidio y...a otra cosa mariposa.

-Además -continuó-, este es un asunto que no nos compete. Hemos venido para hacer turismo y tampoco nosotros tenemos necesidad de complicarnos la vida. Así que allá ellos con su muerto y nosotros con lo nuestro.

Dicho y hecho. Desayunaron a gusto en el lujoso y bien dotado bufet y, a continuación, conectaron con el representante de la agencia TourspreS, en la oficina que mantienen en el mismo hotel.

-Bien, si me lo permiten -sugirió el agente que les atendió-, les prepararé un boceto de actividades, presupuesto incluido, para los catorce días que desean permanecer en nuestro país, siguiendo los deseos e indicaciones que me han expresado. Pueden dedicar esta mañana a visitar el Museo Egipcio que se encuentra aquí al lado, continuando por la tarde las visitas a las mezquitas y monumentos cercanos. Ahora les entregaré un mapa, un folleto guía, junto a las entradas y pases necesarios. A su vuelta, ya tendré lista la documentación prometida de sus posibles actividades por Egipto.

-Nos parece perfecto -contestó Rodríguez-, aunque le quiero advertir que procure afilar el lápiz, a la hora de poner los precios, que no somos unos potentados, aunque lo parezcamos.

El hombre sonrió al escuchar la pintoresca expresión de Rodríguez. Seguro que en todo el ejercicio de su profesión, jamás había visto una pareja con menos apariencia de potentados.

-No se preocupen, solemos tener precios especiales para los huéspedes del hotel -respondió el empleado, sin abandonar la sonrisa iniciada-. Lo que sí puedo asegurarles que vamos a tratar, por todos los medios a nuestro alcance, de que su visita a nuestro país alcance un nivel de excelencia tal, que su recuerdo resulte inolvidable para el resto de sus vidas.

Provistos de la documentación facilitada por Hasani, el agente de TourspreS, visitaron el Museo Egipcio, situado muy cerca de hotel. Helen gozó lo indecible con las maravillas del antiguo Egipto que allí se guardan. Por ella, hubieran consumido el día entero, recorriendo las innumerables salas del Museo.

No era del mismo sentir Rodríguez. No había transcurrido una hora cuando comenzó a bostezar. Demasiadas piedras, demasiados botijos rotos y muchos pedazos de cosas que le decían poco o nada.

-Cielo, mira a ver si empezamos a finalizar la visita -acució Rodríguez-, que se nos está echando encima la hora de comer y a mí ya me rugen las tripas.

-¡Por Dios, Luis, no me vengas con prisas! ¡Pero si te has llenado la panza en el bufet!

Por fin, consiguió Rodríguez arrancarla, no sin apuros, de aquel espectacular lugar, para ir a comer. Eligieron el Felfela, un restaurante egipcio sugerido por Troudeau la noche anterior. Se hallaba en el camino de su próxima visita, la cercana mezquita de Masjid El Fath, que dispone del segundo minarete más alto del mundo, además de ser una de las más bellas.

Feliz elección. Pudieron saborear un exquisito "Fattah" con cordero "Mozah". Se cumplían, también así, los deseos de Helen de conocer, cuanto más mejor, todo lo relacionado con la vida actual y antigua de Egipto.

Cumplida la visita a la mezquita citada, dirigieron sus pasos hacia el Palacio de Abdin, distante de ella unos 40 minutos. El paseo en sí, era un espectáculo único e irrepetible. Todo él, la gente, el caótico tráfico de todo tipo de vehículos, incluidos sobrecargados pollinos, el incesante vocerío de la abigarradas gentes, los pintorescos edificios y las laberínticas callejuelas, les hacían sentir la impresión de haber sido trasportados a otro mundo.

Caminaban por la avenida de Mohammed Farid, cuando Helen notó que alguien les seguía.

-Bueno, vamos a ver quién es y qué quiere -dijo Rodríguez, con la calma de quien domina el oficio-. Vamos a meternos en aquella calleja de la izquierda. Te ocultas en el primer lugar que podamos encontrar. En cuanto te sobrepase, apareces, me silbas y le pillamos entre los dos.

El sujeto, al verse acorralado, intentó sacar una pistola, pero Helen le redujo. En lo dura un suspiro, el tipo se vio con un brazo que le rodeaba el cuello y el derecho suyo retorcido en la espalda.

-A ver, pajarito, comienza a cantar -apremió Rodríguez-, y como viera que se resistía a hablar, continuó:

-Mira guapo, no queremos hacerte daño, pero si no nos dices quien te envía, empezaré a romperte dedos, hasta que no te quede uno sano. Luego pensaré por donde sigo -y le dobló el índice, con tal fuerza que hizo arrancar un aullido de dolor al cautivo.

-¡Lo diré, lo diré! ¡Soltadme! -gritó.

En ese momento, sonaron tres disparos seguidos y el tipo aquel cayó muerto, con tres impactos en el pecho. De inmediato, una potente moto arrancó en la bocacalle de la calleja, perdiéndose por el bulevar.

-¡Uf! -resopló Halen-. ¡Nos hemos salvado de milagro!

-No, no ha habido milagro. No nos han matado porque no han querido. Solo buscaban cerrar la boca a este pobre diablo. -dijo Rodríguez-. Rápido, llama al teniente Amed. Pero no nos metamos en líos: le diremos que hemos sido testigos del asesinato y nada más.

En cinco minutos aquello se llenó de gente, policías y gritos.

         -Vaya -exclamó Amed al llegar-. Dos días y dos muertos vinculados a Vds. ¿Y debo creer que no tienen nada interesante que contarme? 

 

martes, 19 de octubre de 2021

Rodríguez en El Cairo

CAPÍTULO II

Muerte en el Nile Ritz-Carlton




 

-Oye, cariño. ¡Esto está muy bien! -Helen no pudo reprimir esta exclamación, nada más entrar en la suntuosa suite-, pero te habrá costado un dineral ¿eh?

-Mucho menos de lo que crees -contestó, ufano, Rodríguez, con una amplia sonrisa-. En la Agencia, todavía deben estar preguntándose cómo demonios conseguí sacarles el precio final que me hicieron.

-¡Y qué vistas! -continuó Helen, entusiasmada-. ¡Fíjate, Luis, qué panorama! Mira la cantidad de edificios notables que se divisan desde esta terraza. ¡Y eso que solo estamos en la tercera planta! ¡Pero mira, mira el Nilo, qué preciosidad de onda traza aquí mismo, delante nuestro!

-Sí, sí, cielo. Sabía que te gustaría. En cuanto a la planta, la elegí a propósito. Ya conoces que no me gustan las alturas. Nunca se sabe lo que puede pasar -precisó Rodríguez y, tras una pausa, comentó con un murmullo, acercando su voz al oído de Helen-. Pero oye ¿Te has fijado en el tipo de la terraza de al lado? Tiene pinta de ricachón.

En ese preciso instante, el hombre volvió su cara hacia ellos. Una leve sonrisa, junto a un ligero movimiento de su mano semi alzada, sirvieron de saludo, correspondido de igual modo por la pareja.

La verdad es que la figura de aquel desconocido no podía tener mejor aspecto. Estaba lleno de razón Rodríguez: era el prototipo de hombre de negocios, recién extraído de una superproducción de la Metro.

Arrellenado en una de las cómodas butaquitas de la terraza y enfundado en su amplia y elegante bata, sostenía con la mano derecha una panzuda copa, de la que extraía pausados sorbos de su dorado contenido, mientras que la izquierda manejaba, con buen estilo, un largo cigarrillo. egipcio, seguramente.  

Al parecer, llevaba un tiempo allí, abstraído en la contemplación del incomparable panorama que se ofrecía a su frente, y embebido, quizás, en sus más íntimos pensamientos, hasta que las exclamaciones de Helen interrumpieron aquel plácido enfrascamiento.

-Hola, ¿visitantes por primera vez en El Cairo, quizás? -preguntó el desconocido, en un perfecto inglés con ligero acento francés.

-Cierto -contestó Rodríguez, que ya chapurreaba con alguna soltura el inglés, aunque con un acento horrible de irreconocible origen-. Venimos a ver si son ciertas las maravillas que cuentan de este país.

-Ah, no quedarán defraudados, puedo garantizárselo. Disfruten tanto como puedan y, desde ahora, les deseo una feliz estancia entre nosotros.

El agradecimiento de la pareja sirvió de despedida de este somero diálogo. Ambos se introdujeron en la habitación, satisfechos de haber mantenido el primer contacto de su viaje con una persona de buen nivel, que rezumaba agradables y elegantes modos y maneras.

Tras deshacer las maletas, ordenar prendas y enseres de su equipaje  y tomar unas reparadoras duchas con las que paliar las fatigas del largo viaje, decidieron acercarse al restaurante y consumir una ligera cena, con el fin de acostarse pronto. Había que tratar de descansar lo más posible: los siguientes días se adivinaban ajetreados y con toda seguridad, sospechaba Rodríguez, agotadores.

Casualidad: el maître les asignó una mesa contigua a la que ocupaba el vecino de habitación. Este, de inmediato y tras un breve saludo, les invitó a compartir mesa, si no tenían mayor inconveniente.

La pareja aceptó encantada, seguros de obtener buenos consejos sobre las costumbres, gastronomía y qué ver de aquel fascinante país.

La cena resultó deliciosa y amena, gracias a los consejos del anfitrión en la elección del menú, y las indicaciones, siempre entretenidas y precisas, de las peculiaridades raciales, costumbristas o culturales de los naturales del país egipcio.

-Mi nombre es Troudeau, Jean Troudeau -se presentó- y conozco muy bien Egipto y sus gentes. Mi profesión me obliga a permanecer largos períodos de tiempo por estas tierras, sobre todo en El Cairo y Alejandría, y siempre que puedo me alojo en este cómodo hotel, que es ya casi como mi hogar.

-Por su acento, se diría que es Vd. francés. ¿Me equivoco? -preguntó Helen.

-Casi. Soy libanés, cristiano y francófono, pero toda mi familia abandonó el Líbano al producirse la terrible guerra civil. Nuestras raíces quedaron enterradas allí, bajo los escombros de un desastre de más de quince años, que ha trasformado en una ruina lo que fue un próspero y pacífico país, como no ha habido ningún otro en el Oriente Medio.

Prosiguió, relatando algunas de las vicisitudes que, tanto él como su familia, tuvieron que sufrir y superar, hasta conseguir la acomodada situación en la que se encontraba en la actualidad.

Comentó que era agente comercial y que se ganaba bien la vida con su profesión. Estaba casado, sin hijos, y su mujer residía en Londres, donde poseía una bonita residencia en las afueras.

-Vaya, se diría que casi somos colegas -dijo Rodríguez, "dándose pisto", e ignorando la fulminante mirada que le lanzaba Helen-. Nosotros somos agentes en Nueva York, donde poseemos una agencia consultora.

-¡Oh, qué interesante! -exclamó Troudeau-. ¿Y a qué tipo de consultas atienden, si no es indiscreción? ¿Financieras, quizás?

-Sí, sí, sobre todo financieras -afirmó Rodríguez, que se había venido arriba, tras comprobar el inusitado interés que había despertado en el libanés la revelación de sus ocupaciones.

-Pues fíjense, que este feliz encuentro puede ser el inicio de una estrecha colaboración. La volatilidad de los actuales mercados hoy es tal, que resulta indispensable disponer de una buena consultoría financiera. Estoy seguro de poder realizar muy buenos negocios juntos en el futuro.

Desde luego, era evidente que el libanés estaba vivamente interesado por las actividades de la pareja, hasta el punto de que, acabada la cena, propuso alargar la velada en el Bar Nox del hotel.

-Sugiero celebrar el encuentro con unas copas en el bar de la terraza.

-¡Ah, muchas gracias! -respondió de inmediato Helen, antes de que Rodríguez pudiera abrir la boca-. Lo agradecemos de verdad, pero necesitamos retirarnos a descansar. El viaje ha sido largo y mañana nos espera un denso día, visitando los lugares más interesantes de la ciudad.

-Precisamente por eso les recomiendo que acepten. Desde la altura del bar, podrán disfrutar de una vista inigualable, lo que me permitirá  orientarles sobre los lugares más emblemáticos de El Cairo. Además, podrán reposar, tranquilamente, la excelente cena que hemos consumido. Y algo más importante: para mí, sería imperdonable que me privaran tan pronto de su grata compañía. De nuevo les ruego, y lo digo desde lo más hondo de mi sentir, que acepten esta humilde invitación.

-Hombre, dicho así, quién se puede negar -se apresuró a responder Rodríguez, ganando por la mano la negativa de Helen que ya había pronunciado la primera sílaba de su renuncia-. Aceptamos complacidos.

Hicieron bien. Allá arriba, pudieron gozar de 360 grados de panorama irrepetible. Recortadas contra la creciente obscuridad de un ocaso, todavía inconcluso, se destacaban las sombras de edificios, minaretes, torres, cúpulas, engalanadas ya por innumerables luces y brillos, que, a su vez. iluminaban los principales bulevares, paseos, lejanos barrios o el mismo Nilo, que se dejaba ver vestido con un traslúcido halo misterioso y hasta fantasmal.

La velada resultó muy agradable. Aquel tipo sabía conversar. Poseía el encanto de quien sabe departir de manera amena sin dejar de ser interesante. Además, el embrujo de la noche cairota y el relajado y confortable ambiente del bar ayudaba lo suyo para lograr aquel agrado.

En cuanto a las posibles visitas turísticas, la pareja recibió multitud de consejos y orientaciones referidas a cuatro acciones fundamentales: 1.- Visitas en la ciudad de los lugares más importantes. 2.- Crucero fluvial por el Nilo. 3.- Acercarse a la meseta de Guiza para contemplar las Pirámides. 4.- Vivir la insólita experiencia de recorrer los desiertos y convivir,  dentro de lo posible y en caso de desearlo, con los nómadas.

-Pero todo esto, lo podrán concretar con TourspreS, la agencia más prestigiosa y segura de Egipto. Es con la que trabaja el hotel y se puede afirmar que los raids que organizan disfrutan de una total garantía.

De regreso a la habitación, Rodríguez tuvo que sufrir los reproches de Helen:

-¡Vamos, estarás contento! ¿eh? Has "largado" a más y mejor. ¿A qué venía fingir lo que no somos? ¿Te sientes mejor dándote una importancia que careces?

-Bueno, mujer. No es motivo para que te enfades. En realidad, si lo miras bien, yo no he mentido. Cierto, he exagerado un poquillo, pero qué quieres: Estamos en un hotel de ricachones, ¿deberíamos ir con la cabeza baja, porque no lo somos? Por Dios, Helen, déjame sacar un poco el pecho, que será lo único gratis que podamos disfrutar en este viaje. Y, además, no hago daño a nadie.

-Lo que tú digas -cortó la discusión Helen, aunque Rodríguez no estaba dispuesto a que ella tuviera la última palabra y continuó:

-O crees que él no nos mintió sobre su verdadera ocupación.

-¿Por qué lo dices? -preguntó, intrigada, Helen.

-Pero, vamos a ver. ¿Es qué no te fijaste en el "peluco" que llevaba? Era un Rolex de oro macizo con una gruesa cadena, también de oro, que debía costar una fortuna. ¿Tú te crees que eso, una casa en Londres y la prolongada estancia en un hotelazo como este, puede salir de una comisión de ventas, por muy importantes que estas sean? Qué no, que este tío es traficante o contrabandista. Te lo aseguro.

Helen tuvo que aceptar como probables las sospechas de su pareja y, de este modo, acabó la discusión.

Al día siguiente se levantaron temprano. Poco después, escucharon voces en el pasillo. Alarmados, acudieron por ver que ocurría y se toparon con dos camareras muy excitadas. Una de ellas salió a todo correr, pidiendo auxilio, mientras que la otra pronunciaba exclamaciones en su idioma, llevadas las manos a la cabeza y con cara de espanto.

Al preguntarle qué ocurría, contestó con un hilo de voz en inglés:

-¡Es el huésped de la 322, que se ha suicidado!

La 322 era la suite contigua a la suya. ¡Era la ocupada por Jean Troudeau!

martes, 12 de octubre de 2021

Rodríguez en El Cairo

50.- RODRÍGUEZ EN EL CAIRO

CAPÍTULO I



 

      Rodríguez es un experimentado detective privado, propietario, junto a su pareja Helen, de la Agencia ROHEN, dedicada a la investigación de toda clase de encargos relacionados con cualquier tipo de delincuencia.

Rodríguez es madrileño de pura cepa y se le nota, aunque más por su acento y forma de hablar que por su carácter, muy alejado al del clásico chulapón de Madrid. Este es un tipo simpático, extrovertido y parlanchín. De maneras descuidadas, nadie le identificaría a primera vista -ni en segunda- con su profesión de detective. En él hay poca ciencia, pero mucho olfato, que le lleva a descubrir la más escondida pista o el más intricado lio policial. Como suele decir "es que tengo el culo pelao de guerrear con tanto chorizo". Resumiendo, alguien dijo de él: "Ojo, que este tipo no es tan tonto como parece", al intuir sus ocultas habilidades.

Helen MacAdden es, por el contrario, su antítesis. Quizás por ello se enamoraron y se llevaban tan bien. De constitución atlética, alta y rubia, de figura aseada y origen angloamericano, es metódica, decidida y práctica. Domina, en gran manera, los secretos propios de los dispositivos electrónicos e informáticos utilizados en la investigación criminal, así como los procedimientos y rutinas empleados por la policía americana en la persecución de los delitos de cualquier tipo.

Tanto Rodríguez, de nombre Luis, como Helen, pertenecieron a la Policía.

ÉL trabajó en la comisaría del distrito de Chamberí, en Madrid, pero dimitió por desavenencias con los jefazos de la Central, que le birlaron el éxito de un importante caso internacional, por conveniencias políticas.

Ella estaba destinada en la comisaría del West Village, en el Downtown del distrito de Manhattan de Nueva York. Allí conoció a Rodríguez que apareció en su comisaría, en comisión de servicio, en un caso que afectaba a ambas comisarías. Helen fue elegida como enlace, intérprete y acompañante, en las pesquisas del español, debido al conocimiento de su idioma, y porque sus compañeros, más avispados, lograron escurrir el bulto y esquivar el "muerto" que suponía acompañar a aquel tosco español, que venía a complicar sus rutinas diarias.

Nadie, ni ellos mismos, podría explicar cómo, porqué o a Santo de qué, llegaron a enamorarse esta pareja de tan distinto pelaje. Pero el caso fue, que Helen se prendó de aquel español, mitad moro y mitad ibero, vestido con prendas algo antiguas para aquel tiempo y lugar, además de presentar una figura  no demasiado aseada.

Abrieron la Agencia de detectives en Madrid, pero tan pronto adquirieron un cierto nivel de conocimiento del gremio y del mercado, se dieron cuenta de que esa profesión estaba infravalorada en España y decidieron trasladarse a Nueva York. Allí encontraron un mercado mucho más amplio, sugestivo y rentable.

En este preciso momento, acaban de cerrar un caso, mediante una exitosa investigación. que les ha rentado un gran beneficio.

Una compañía del ramo financiero, con muy buena reputación y solvencia, se vio, de pronto y sin ningún motivo aparente, avocada a una tremenda quiebra propia y la de muchos de sus clientes. Contratada la Agencia ROHEN, nuestros dos protagonistas lograron descubrir que un alto directivo, responsable máximo de la administración de la compañía estaba "distrayendo" grandes cantidades de capital, mediante una sofisticada operación informática. Su objetivo era arruinar de manera aparente a su compañía, de manera que otra de la competencia pudiera hacerse con ella, tras pactar con él una gran suma de dinero y la mejora de su estatus, en la compañía rival.

El consejo de administración, agradecido, multiplicó por diez el monto de los honorarios de ambos investigadores.

-No te parece, cariño, que deberíamos darnos un homenaje, tras este éxito. Nos lo hemos ganado -insinuó Helen a Rodríguez, con suavidad, pero a su vez con su habitual tono concluyente.

-Claro, claro ¿Que sugieres?

-Pues mira. Siempre he soñado en conocer Egipto y esta es una buena ocasión para hacerlo -la voz de Helen sonó más a orden que a sugerencia.

-¡Ostras, Helen! ¡Pero, cielo, vaya capricho! ¿Es qué no había un lugar más lejano a dónde ir? -contestó, espantado, Rodríguez- ¿No te daría igual ir a visitar a tu abuelita, que tanto te quiere, en Wisconsin? Lo pasaríamos de maravilla con la cantidad de excursiones bonitas que podríamos hacer. Piensa en la paz y el descanso que hallaríamos, rodeados de la preciosidad y grandeza de tantos lugares con tan  espléndidos  paisajes como allí hay.

-No te escabullas Luis, que te veo venir. ¿O es que prefieres que me vaya yo sola?

-¡Por Dios, cielo! Mira que allá hay mucho moro raro. Mamelucos me parece que se llaman. Además, mucho calor, mucha mosca, mucha arena y demasiados camellos, que huelen a caca desde un kilómetro. Sin contar que hay tíos dedicados a cepillarse a todo turista que se les pone a tiro.

-Si crees que me vas a convencer para que olvide mi gran sueño, vas listo. Y, la verdad, no me explico cómo, alguien nacido en un país como el tuyo, con tantos siglos de historia, carece de la sensibilidad necesaria para desear conocer la historia de una civilización milenaria, todavía más antigua que la tuya.

-Pero Helen, todo eso se puede conocer en un buen libro, cómodamente y sin necesidad de pasar calor, ni pringarse en la güeña de un dromedario.

Sin embargo, de poco le sirvió la porfía a Rodríguez, que no tuvo más remedio que plegarse a los deseos de Helen.

-¡Vale, de acuerdo! Pero con una condición: Yo elijo el hotel, que tú eres capaz de alquilar una tienda tuareg en pleno desierto del Sahara.

Fue la única conquista que pudo lograr Rodríguez, en su lucha por preservar unas de sus más firmes convicciones: las de evitar el barullo y las incomodidades de un viaje innecesario, por tierras inseguras o no demasiado civilizadas. "Donde hay poco asfalto, malo", era su dogma.

De acuerdo con la condición impuesta, Rodríguez reservó, para la última quincena se septiembre, una suite en el hotel Ritz-Carlton de El Cairo, no sin antes haber discutido lo suyo en la agencia de viajes, para obtener una sustancial rebaja en el precio.

-¡Nada, nada. A lo grande! -se dijo, satisfecho- ¡Abajo la miseria!

No podía haber hecho mejor elección, de acuerdo con su comodón y urbanita ideario. Este hotel está situado en una de las zonas más modernas de la ciudad, en la orilla derecha del Nilo, enfrente de la gran isla Zamalek, cercano al Museo Egipcio, el Teatro de la Ópera, el Palacio de Abdin, la Ciudadela, las Mezquitas más importantes y la mayoría de las Embajadas, entre ellas la de España, en la isla y, a un paso del hotel, la de Estados Unidos.

Además, a menos de doce kilómetros del hotel, circulando por dos bien trazadas avenidas, se llega a la meseta de Giza, donde poder extasiarse con las ciclópeas construcciones de la Esfinge y las famosas Pirámides.

Aun así, Rodríguez no las tenía todas consigo. Sospechaba que Helen no se conformaría con su íntimo plan de tranquilo visiteo a lugares ordenados y seguros. Qué necesidad habrá de meter las narices donde no se debe, pensaba él. Y es que intuía que, para Helen, no iba a ser suficiente un conocimiento superficial de aquel antiguo y misterioso País, cuyos orígenes se perdían en lo más ignoto de la Historia Antigua.

Después de unas doce horas de vuelo, con parada en París, llegaron a El Cairo y se acomodaron en el Hotel Ritz-Carlton, con gran contento de Rodríguez. En realidad, lo había elegido por el nombre sin más averiguaciones, seguro de que aquellos míticos nombres no le irían a fallar.

Y, en verdad, que no le fallaron. El hotel reunía todas las facilitys propias de un cinco estrellas: amplias y confortables habitaciones bellamente decoradas, piscina, spa y zona deportiva, muy valoras estas últimas por Helen y prescindibles, en absoluto, para Rodríguez.