35.- INCURSIÓN EN LA POLÍTICA
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Adams Smith (1723 - 1790) |
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Karl Marx (1818 - 1883) |
No
genera demasiado entusiasmo en mi ánimo escribir sobre política. Todavía mucho
menos conversar en torno a ella. Me siento por completo infeliz, al quedar
atrapado, sin buscarlo ni poderlo evitar, en una de esas tediosas tertulias
sobre este tema. Lo considero un ejercicio inútil por demás y una pérdida de
tiempo.
No
es por nada que se deba a su naturaleza. Resulta que, con frecuencia, a mi
interlocutor le interesa un pito lo que pueda pensar, decir o aportar. No se
molesta en reflexionar, mucho menos admitir y ni siquiera escuchar -oídos
sordos-, cualquier idea que roce aquellas que tiene aceptadas como propias en
su maltratado entendimiento.
Y
esto ocurre con independencia de la persona que se tenga delante, ya sea un
"perteneciente" a un partido, un fiel votante, un veleta que cambia
de preferencia y voto de acuerdo con la veleidosa "opinión pública",
un anti sistema, o a quien el tema le resbale.
Tampoco
importa demasiado el nivel cultural o social de los contertulios. Con
frecuencia es posible escuchar ideas más sensatas en aquellas personas
sencillas, con poca formación académica, que compensan esa carencia con una
adecuada dosis de sentido común.
Pero,
como en todo, siempre se puede hallar alguna feliz excepción. No es frecuente,
pero de vez en cuando, es posible gozar
de una
agradable e inteligente conversación.
Esto ocurre cada vez que la suerte me lleva a
un encuentro con mi amigo José Luis, "Jose" para los amigos.
Este
buen amigo, ex directivo de varias importantes empresas, además de un profundo
conocimiento de la economía real, debido a su profesión, posee una gran
capacidad de análisis, junto a un vasto conocimiento de las artes plásticas,
literarias e, incluso, políticas, merced a una insaciable inquietud
intelectual, complementada y asistida por su condición de contumaz lector.
Aunque
su mayor virtud, la cualidad que me obliga a sentir una admiración
incondicional hacia él, consiste en su capacidad para respetar las ideas
contrarias, siempre que no sean ofensivas ni violentas, pues opina que, en todo
sistema económico, político o social, siempre se puede hallar algo bueno, algo
malo o algo indiferente. El bien absoluto, la perfección, no existe en este
mundo.
La
semana pasada, mi amigo Jose ha
tenido la deferencia de regalarme una grata visita en su paso por San
Sebastián, camino de Paris. Encuentro que propició una larga y amena
conversación en un agradable rincón de la cafetería del Hotel Londres, donde se
alojaba.
En
aquel idílico lugar, cómodamente arrellanados en sendas confortables butacas,
vimos decaer la tarde en la preciosa bahía de La Concha, hasta la llegada del
anochecer. La ausencia del astro rey mermó en muy poco su encanto, merced a la
profusa, atrayente y bien dispuesta iluminación, que multiplicaba su fascinador
efecto al reverberar sobre la oscuridad de sus tranquilas aguas.
Rodeados
por tan grato y encantador ambiente, charlamos sin tasa, hasta que un
solitario, aburrido y somnoliento waiter nos rogó, entristecido, que le
permitiéramos cerrar el chiringuito, pues era hora de finalizar su trabajo y
alcanzar, por fin, un bien ganado descanso.
-Malos
tiempos nos aguardan, querido amigo -de este modo quise iniciar el temario de
fondo de nuestra conversación, tras los
saludos de rigor y después de evocar felices recuerdos propios y de nuestros
comunes amigos de aventuras estudiantiles.
-Te
equivocas. Estamos ya inmersos en ellos, aunque no se
note,
o no se quiera advertir -contestó sin dudarlo, mi amigo Jose.
-Te
veo pesimista y decaído, tú que acostumbras a ver bonanza donde los demás solo
barruntamos temporal.
-Sí,
pero hoy es difícil, o quizás imposible, hallar signos esperanzadores de una
mejora definitiva de los eternos problemas que nos agobian día a día.
-¿En
qué te fundas?
-Solo
tienes que pasar revista a la conducta de las autoridades cívicas, sociales y
políticas y a las ideas que nos proponen.
-Ya
sé. Esas ideas son antiguas. Muy viejas. Han quedado ancladas en el pasado y no
son capaces de dar respuesta a los problemas de hoy. La vida, mejor dicho, la
actividad humana, en su vertiente científica y tecnológica, avanza a velocidad
de TAV, mientras que las ideas y los progresos sociales lo hacen a cámara
lenta, gracias a la incapacidad de los sistemas políticos para reducir esa
distancia entre ellos. Y de su comportamiento prefiero no hablar.
-Así
es -replicó mi amigo- Es un gran problema de fondo, agravado por el progresivo
descenso de nivel de todo tipo de cualidades en los líderes que nos gobiernan.
Y no solo en España.
-Pero
además -preciso- La sociedad en su conjunto se ha hecho específicamente
confusa, laxa, olvidadiza, desculturizada, sin criterios propios ni referentes
morales válidos. Crecen los derechos y merman las obligaciones. El yo, o el
nosotros, se impone sobre las consideraciones generales. La voluntad propia, o
la propia definición de lo justo, se sitúa por encima de las leyes. Décadas de
impropios sistemas de enseñanza han generado una legión de ciudadanos incapaces
de pensar por sí mismos, que caminan hacia donde sopla el viento de lo vulgar,
el prejuicio o las modas ideológicas, sociales y culturales del momento. Nunca
como ahora es adecuada la frase de Maistre: "Cada
pueblo tiene el gobierno que se merece".
-En
realidad, no me parece que esa situación sea una cuestión de merecimiento. La
calidad de los gobernantes refleja y depende, al mismo
tiempo, de la calidad de sus electores.
-Tienes
razón -asentí sonriendo- Como "casi"
siempre.
-De todas formas -continua mi amigo- se
debe tener en cuenta que toda obra humana es imperfecta, de igual manera que lo
es la naturaleza y condición de sus autores. La perfección total o completa no
existe. Por tanto, es obligado tener presente esta circunstancia a la hora de
considerar cualquier idea política, social o religiosa. El éxito, o al menos la
adecuada comprensión, puede consistir en la conveniente gestión de esa natural
y forzosa imperfección.
-Eso es -replico con entusiasmo-. Por
ese motivo, resulta absurda, o carente de razón, la adhesión incondicional a
cualquier idea política, social o religiosa y el rechazo absoluto al resto.
Sigo enamorado de esa afirmación tuya de que, en todos los sistemas, doctrinas
o propuestas, se puede encontrar algo bueno, algo inconveniente, algo erróneo y
algo intrascendente.
-Claro. Además, estas cosas suelen
complicarse sin ninguna necesidad ni beneficio. El quid del asunto político se
mueve en torno a dos simples principios fundamentales: Cómo crear riqueza con
honestidad y cómo distribuirla de manera justa. El liberalismo se ha ocupado
con éxito del primero y el socialismo del segundo. Es decir, al final todo se
mueve tras los pasos de de sus principales teóricos: Adams Smith y Karl Marx.
-Bueno -puntualizo-, hay otras teorías y
otros agentes metidos en este lío.
-Sí,
hubo otros autores que moldearon de alguna manera sus teorías, pero siempre en
el sentido de aquellos dos principios. Otras ideologías trataron de transitar
por diferentes caminos, pero fíjate que hoy no cuentan con apenas relevancia.
Durante el pasado siglo apareció el fascismo como tercera vía. Fue un desastre.
-¡Y
tanto! Fue tan terrible que jamás sabremos si hubiera podido progresar
positivamente sin aquellos personajes tan siniestros que lo implantaron en sus
países. Aunque...en Argentina funcionó durante un tiempo.
-En
efecto, solo durante algún tiempo. En aquella época, lograron presencia e
influjo los movimientos anarquistas y, en esta, campan los anti sistemas,
desencantados y movimientos populistas, con el objetivo común de acabar con lo
establecido. Sin embargo, una vez alcanzado el estatus de organización
política, descubren que tienen muy poco nuevo que ofrecer. Sus propuestas
acaban siendo regresivas y confusas, apoyadas en doctrinas políticas que han
demostrado su ineficacia en el pasado con absoluta contundencia. Esto les
obliga a colocarse a la izquierda o derecha, según su credo, de las dos
doctrinas fundamentales: el liberalismo o el socialismo, afianzando los
cimientos de las estructuras actuales que querían destruir, o remover.
-Está
claro -replico convencido-, al final, quienes perduran, de una manera u otra,
son las ideas liberales y las socialistas. Los liberales fían su eficacia, a la
hora de crear riqueza, en las leyes de mercado. Leyes que han regido la
economía desde que se produjo el primer trueque entre dos humanos. Los
socialistas consideran que solo una economía planificada puede resolver los
problemas de desigualdad que genera el deficiente reparto de la riqueza
generada.
-Así
es. Y ambos aciertan y se equivocan, al mismo tiempo, como es lógico por otra
parte, al disponer de parciales, distintos y contradictorios objetivos
-puntualiza Jose-. Las leyes de
mercado no son inmutables. El poder y la corrupción las hacen dúctiles.
-Asimismo
-añade-, la economía planificada acaba siendo un asfixiante corsé que impide,
en gran medida, la creatividad individual, motor indispensable para la necesaria
creación de riqueza. Además, tan cierto es que, si se modifica el curso de un
río, tarde o temprano volverá a su antiguo cauce, como que una contingencia
económica natural pueda ser corregida mediante un decreto ministerial. Si un
producto, servicio o actividad escasea, su precio subirá, por mucho que la
autoridad fije un límite. Servirá de poco. De inmediato, la especulación, el
estraperlo y la inevitable corrupción administrativa los sobrepasarán.
-Por
supuesto -intervengo-. Nosotros, que estamos metidos en la octava década de
vida, hemos visto tanto y en tantas ocasiones, que resulta ocioso insistir en
este tema. Está claro que no existe una receta mágica que resuelva el eterno
problema de la justa distribución de la riqueza sin mermar la capacidad de su creación.
Si la hubiera, el partido político poseedor ganaría siempre las elecciones y el
mundo sería un paraíso.
-Qué
va. Ni por esas. Te olvidas del factor humano, capaz de lo mejor y, también, de
hacer añicos la más elaborada, eficaz o conveniente teoría o sistema. Para
construir un buen edificio, hacen falta buenos cimientos y adecuados
materiales, pero si los constructores son chapuceros, ignorantes o
despreocupados, todos los auspicios señalan que la obra acabará siendo una
ruina.
-Lo
admito: vuelves a tener razón. Siempre he sentido indignación y extrañeza por
la poca, o nula, exigencia de los ciudadanos en los conocimientos, moralidad o
aptitud de los líderes que nos gobiernan.
En
este momento, mi amigo alza la mano, y dibuja con ella un claro gesto de
fastidio.
-Querido
amigo, no sé qué hacemos aquí tú y yo, perdiendo el tiempo con este aburrido
tema. Todo cuidado, empeño y lucidez que
pongamos
para descifrar los escondidos secretos del buen gobierno, será perdido. No
merece la pena. Solo una hecatómbica crisis o, en su defecto, algún que otro
siglo de más, pueden dar ocasión a que se produzca el feliz parto de alguna
nueva teoría, capaz de superar los retos actuales. Y, por supuesto, la figura
de un excepcional líder que la difunda.
-Ya,
de acuerdo que nuestra conversación es intrascendente ante la cruda y
preocupante realidad, pero no me negarás que no deja de ser un buen ejercicio
intelectual, ocuparse de ella -insisto, a riesgo de resultar pesado, porque sé
que Jose tiene mucha ciencia oculta
en su cacumen y estoy dispuesto a que aparezca, tirándole de la
lengua tanto como pueda.
-Bueno,
si no tienes algo más interesante que conversar tal vez sí. Pero, repito, con
el "percal" de la gente que llega a las cumbres políticas, es hablar
por hablar. ¡Oh, dioses del Olimpo! ¿Qué maldad tan grande cometimos los
humanos, para merecer el castigo de olvidar las enseñanzas del buen gobierno de
vuestros sabios clásicos? ¿Por qué el gobierno de los mejores, la meritocracia,
es incompatible con el ejercicio de nuestra democracia?
-Sí.
Para cualquier puestecillo oficial es necesario una tremenda oposición, pero
para regir una alcaldía o nación se necesita poco: cultivar amigos en su
partido y usar un aceptable verbo, sembrado de lugares comunes, algunos
eufemismos y unas cuantas palabrejas como: empoderar, visibilizar, sostenible,
miembras y militaras, sorpassos, afecciones, sinergias, conciliar,
globalización, acciones alternativas,
poner en valor, biogeneración, transición energética, transversalidad,... Y sus
objetivos: el bien común, la justicia, la reestructuración de la fiscalidad, la
mejora del nivel de vida de los ciudadanos, potenciar la sanidad y la
enseñanza, acabar con las diferencias sociales, la defensa de la Constitución,
la Democracia, el Estado de Derecho y el Estado del bienestar, la lucha contra
el cambio climático, el apoyo a las minorías y las clases más deprimidas, el
compromiso con la renovación energética y ecológica ...aunque nadie aventura la
forma de llevar a cabo todo eso. Solo aseguran que, si les votan y ganan las
elecciones, gobernarán para defender todo eso ¡Como si alguien pudiera
abanderar lo contrario! ¡Ah, y no se olvide del cambio! Esta es una
palabra fetiche. Todo político que se precie pronunciará en alguna ocasión -o
en muchas-, esta frase: ¡Es absolutamente
necesario realizar un cambio aquí y ahora. Nuestro país lo necesita y nuestro
pueblo lo exige! Se trata de que la cosa suene bien y de aparentar solidez
en sus propuestas, cuando en realidad están sustentadas por el más etéreo de
los vientos.
-¡Vaya
Willy, te has soltado la melena! Puede que exageres pero, por desgracia, hay
una buena dosis de verdad en lo que dices. Al final, todo acaba en un gran
embrollo, que nadie entiende. Y sin embargo, como ya te he dicho, la cuestión
es mucho más simple: todo se reduce a cómo crear riqueza de modo honorable y
cómo repartirla de manera justa.
-Claro
¿Pero cómo se hace esto? -sigo tirando de la lengua a mi amigo.
-En
teoría, tampoco es tan complicado, aunque su puesta en práctica puede ser mucho
más difícil, por supuesto. Mira, en primer lugar, hay que saber que un pueblo
sin referentes culturales, sociales y morales adecuados, ni conocimientos del
buen razonar, carece de la capacidad necesaria para funcionar bien en
democracia. Menos aún, si la clase política, además de tener esas mismas
carencias, es inepta y solo le mueve el ansia de poder o, en el peor de los casos, de figurar.
Mi
amigo hace una pausa, reflexiona, reorganiza sus ideas y continua:
-Dicho
esto, basta con analizar con rigor los dos principales idearios, hasta
identificar las deficiencias que presentan. Adoptando lo contrario se obtendrá
el acierto. Así, el sistema liberal fía su éxito en el libre mercado. Los
ciudadanos se organizan libremente y la riqueza generada fluye de manera
automática hacia los agentes productivos, según los méritos o esfuerzos de cada
cual.
-No
hace falta que digas las pegas. Por desgracia las conozco bien -intervengo yo-.
Las leyes que rigen el mercado no garantizan
su libre ejercicio: es muy fácil mediatizarlas. Por otra parte, no es cierto
que exista un verdadero automatismo en el reparto de la riqueza producida. Al
menos no de manera proporcionada. Los diferentes niveles de poder económico o
social y algunas otras circunstancias, como la coyuntura, la desigualdad de
oportunidades o la ley de la oferta y la demanda, evitan la justa
proporcionalidad y, en la práctica, lo convierten en variable, dispar y, con
demasiada frecuencia, injusto.
-Es
cierto -asegura mi amigo-. Como tampoco se cumple que, en el polo opuesto, en
la economía planificada, se produzca una mejor proporcionalidad en la justa
distribución de la riqueza. En efecto, para asegurar la justa distribución de
la riqueza, se considera que los bienes de producción deben estar controlados
por el Estado. Sus mandatarios, elegidos por el pueblo, serán los encargados de
distribuir los bienes resultantes entre los ciudadanos de manera equitativa y
justa. Para que el sistema funcione, sin que aparezcan o crezcan las
desigualdades, la propiedad privada deberá ser abolida o, al menos, estar
sujeta a un rígido servicio de la sociedad.
-También
conozco de sobra sus carencias.
-Tú
y todo el mundo. Sobran ejemplos. Otra cosa es que se admita. Por tanto, amigo,
no te ufanes, que no tiene mucho mérito conocerlas -replica inclemente Jose.
-No,
no me ufano. Constato una realidad que, en efecto, ha quedado patente, en
ocasiones de manera muy trágica, en aquellos países donde se ha implantado el
socialismo real. Por suerte, en España no existe ese tipo de socialismo y
espero que nunca se produzcan las circunstancias que faciliten su llegada.
-Bien,
pues si todos las conocemos, no será necesario enumerarlas, de manera que ya
deberíamos estar en condiciones de emitir nuestras personales normas del buen
gobierno:
1ª.-
Una excelente -no basta una buena- y continua educación de la ciudadanía. Las matemáticas
son necesarias para hacer bien las cosas, pero recuerdo que la Lógica que
aprendí en 4º de Bachillerato me ha servido mucho más, tanto en mi profesión,
como en el transcurso de toda mi vida.
2º.-
Cualquier gobierno, del color que sea, deberá priorizar la implantación de los
medios necesarios para asegurar la igualdad de oportunidades de todos los
ciudadanos.
3º.-
Nada funciona en un país sin la creación de la necesaria riqueza para su
adecuado desarrollo y el de sus ciudadanos. El gobierno deberá apoyar a todos
los agentes productivos: los empresarios y los trabajadores. Al menos, deberá
evitar entorpecer su acción. Unos, los defensores del libre mercado, tienden a
apoyar al capital y a sus directos gestores, los empresarios. Los otros, los
partidarios de la economía planificada, se manifiestan adalides de los
trabajadores. Las políticas de ambos se quedan cojas. Es imprescindible el
apoyo a ambos agentes productivos, Porque ambos son igual de importantes en la
tarea de creación de riqueza. Las empresas estatales, e incluso las
cooperativas, son incapaces de obtener el rendimiento necesario para su
progreso. Su propia naturaleza ejerce de lastre. Por la misma razón, las
sociedades laborales suelen acabar mal.
4º.- Pero ¿Cómo se fabrica o crece la riqueza? Da
la impresión de que algunos creen que nace en los árboles de una manera
espontánea. Otros piensan que el Estado dispone de una gran bolsa sin fondo, de
donde fluye una fuente inacabable de dinero, de cuyo alcance y disfrute se
tiene un irrenunciable derecho. El mismo que muchos creen tener para quitárselo
a los que lo poseen: los ricos. No, la riqueza surge del esfuerzo, el buen
hacer, la imaginación, el estudio y los deseos de superación de empresarios,
directivos y trabajadores. La acción armónica de estos agentes garantizan el
éxito.
5º.-
Es un grave error dejar en manos de cualquier institución, por alta y
democrática que sea, la labor de repartir la riqueza entre los ciudadanos. No
hay capacidad para resolver la casuística que presenta su distribución de una
manera justa. No existe una moralidad tan exquisita que evite que parte de ella
quede entre las uñas de los distribuidores. Donde hay dinero sin control crece
la corrupción. Sería necesario un rígido sistema autoritario para evitarlo. Y
quizás, ni aun así. Acabo de leer que en España hay 15.000 millones de
subvenciones sin control. Claro, luego pasa lo que pasa.
6º.-
Por lo antedicho, es fundamental y, por tanto, necesario, definir un sistema de
verdadera asignación automática de las plusvalías generadas en la actividad
económica, que evite las carencias señaladas en la distribución de la riqueza,
tanto de la economía de mercado como de la economía planificada. No es
demasiado complicado: bastaría con enunciar un inalienable principio que
expresara el derecho de todo ciudadano a acceder, conservar y disponer de
propiedad. El acceso se obtendría, además de como hasta ahora, por compra,
herencia o cesión, mediante el trabajo. Este es el quid de la cuestión. Los
trabajadores, además de la participación en los beneficios, que algunas
empresas vienen aplicando ya, obtendrían participación del capital de manera
proporcionada a su justo salario. Es decir, de acuerdo con su aportación en la
buena marcha de la empresa. Observa lo revolucionario de la idea. En vez de la
dictadura del proletariado, de tan mal recuerdo, se obtendría lo contrario: la
universalidad del propietariado. Se acabó la lucha de clases para siempre: se trata de la democratización del capital.
-¡Caray,
Jose! En dos patadas has arreglado el
mundo. Me parece demasiado simple tu teoría. Habría que estudiarla bien para
saber si su implantación es factible. Además, hay un grave problema: los
funcionarios quedarían excluidos.
-Hombre,
no querrás que se formule todo un sistema económico y social en una tarde. En
mi opinión, esta es una idea fácil de comprender y de un enorme potencial
económico que, por supuesto, debería ser desarrollada con mucho tiempo y
estudio. En cuanto al funcionariado, es el Estado, su patrón, quien debería
encontrar las fórmulas adecuadas para asimilar su situación a la de los demás
asalariados, como también de atender las necesidades de la gente desamparada.
Ahora bien, te diré una cosa: un Estado realmente avanzado, debe aligerar su
estructura tanto como pueda. La privatización es una bicha que sindicatos y funcionarios no quieren ni nombrar, por
razones obvias, pero hecha de manera inteligente, ordenada y correcta, puede
ser un gran bien para los trabajadores y para el mismo País. Tú y yo no lo
veremos, pero algún día todo esto se hará realidad.
-El
Cielo te oiga. Y ya que estamos metidos en harina, te diré que siempre me ha
escandalizado la facilidad y simpleza con que los gobiernos tratan el tema de
los impuestos. Unos los suben, otros los bajan y eso no puede estar al capricho
de nadie. No se puede disponer de la propiedad de cada cual alegremente. La
recaudación de impuestos debe cubrir las necesidades del Estado, de acuerdo con
las posibilidad de los ciudadanos. Y punto. Forzar este principio, como
defienden algunos progresistas, no es progresismo ni es nada.
-Claro.
Es que este concepto tiene varias caras, al tiempo que distintas definiciones,
según la ideología que lo enuncie. Pero la realidad enseña que ante un
problema, el retrógrado prohíbe y multa. El verdadero progresista lo estudia y
resuelve. Lo demás es cuento.
-¡Bien
dicho! Pero oye. ¿No te parece hora
de dejar ya este tema?
-Me
parece. Hagámoslo. Pero recuerda que tú lo iniciaste. Por tanto, tú eres el
culpable...O presunto culpable. presunto implicado o presunto investigado. Qué
sé yo -dijo Jose con guasa, y a continuación usamos el precioso
tiempo que nos quedaba en viajar por tesis más placenteras.
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