36.-
EXTRATERRESTRES
Era
un día festivo y me hallaba rodeado de nietos, ante una mesa bien surtida de
Coca Cola, pistachos y patatas fritas. No sé a santo de qué, pero de pronto se
me ocurrió lanzarles esta pregunta:
-A
ver, chicos ¿Creéis posible la existencia de seres inteligentes en otros mundos
del Universo?
Ante
mi sorpresa, los dos pequeños respondieron de inmediato:
-Seguro
que los hay -contestaron a coro ambos.
-¿Ah
sí? ¿Y por qué estáis tan seguros?
-Hombre
yayo, el Universo es tan grande y hay tantos millones de planetas que, por
fuerza, debe haber alguno habitado.
Debo
decir que me sorprendió la rotundidad y consistencia de la respuesta en niños
tan pequeños, aunque me hizo recordar que los chavales de hoy son mucho más
espabilados que los de mi generación a su misma edad.
-¿Y
vosotros? -pregunté a los dos mayores.
Mi
nieta, segunda en el escalafón y estudiante de Derecho, vino a decir que la
idea de la existencia de vida exterior es tan aceptada, que ya se está
estudiando la posibilidad del proyecto y promulgación de un Código de Justicia
Cósmico, o algo parecido.
El
mayor de mis nietos, a punto de acabar Medicina contestó:
-¿Seres
inteligentes en otros mundos? ¡Pero si no los hay en este!
La
ocurrencia nos hizo reír a todos durante un buen rato. Sin embargo, pasado el
momento de jolgorio, su ingeniosa respuesta me obligó a pensar y reconocer que
no andaba demasiado lejos de la triste realidad. Al menos si hemos de
considerar el comportamiento del conjunto de la humanidad y los terribles
hechos que, con demasiada frecuencia, protagonizaron y protagonizan los
habitantes de este precioso planeta.
-Otra
cosa -insistí- ¿Creéis en esas noticias que aparecen de vez en cuando sobre
visitas, encuentros o abducciones por parte de extraterrestres?
-¡Pero
yayo! ¡Qué esos son cuentos chinos! -se apresuraron a contestar, casi al
unísono.
Eso
mismo creo yo, pero hay quien relata sus experiencias extraterrestres con tanto
aplomo y realismo que parece imposible mentir de manera tan descarada.
Porque,
si estamos convencidos de la existencia de vida inteligente en otros planetas
¿no es coherente creer que algunos de sus habitantes puedan pasearse por
nuestro entorno sideral, amparados en una tecnología muy superior a la nuestra?
Veamos.
En primer lugar ¿disponemos de datos o argumentos suficientes para sostener la afirmación de la
existencia de seres inteligentes fuera de nuestro sistema solar?
Desde
el punto de vista científico parece no haber duda. Hoy se sabe que existen
millones de planetas, circulando alrededor de millones de soles, dentro de
millones de galaxias, como apuntaban mis nietos. Hay un catálogo inmenso de
soles y planetas con similares composiciones, tamaños y disposiciones que
nuestra Tierra. Y estos deben ser la infinitésima parte de los que existen,
cuyo conocimiento nos es vedado, a causa de la limitación de nuestros medios de
observación. No es posible que en uno de ellos, o en varios, o quizás en
muchos, no se den las mismas condiciones que dieron lugar a la vida en nuestro
planeta. No, no es posible. La vida en otros mundos es la opción más
probable.
Por
el lado teológico, se llega a idéntica conclusión. No parece razonable que Dios
se decidiera a organizar un Universo tan inmenso, complejo y variado, para que
unos microscópicos seres nacieran en un minúsculo rincón perdido entre aquella
enorme inmensidad. Sería un derroche energético sin sentido, pues bastaría con
muchísimo menos para conseguir el mismo efecto. Por tanto, si se considera a
Dios un ser razonable, no cabe otra idea que admitir la existencia de otros
mundos.
Hechas
estas consideraciones habría que considerar la ocasional visita de algún
habitante de esos otros planetas a nuestra tierra. Sin embargo, por suerte o
desgracia, esto es mucho menos probable.
Varias
circunstancias de espacio y tiempo impiden la posibilidad de un encuentro
extraterrestre, al menos durante muchos siglos más.
La
primera dificultad está representada por las enormes distancias siderales de
nuestro Universo. Hay que tener en cuenta que el planeta más parecido al
nuestro y más cercano, el Kepler 452b, se encuentra a la friolera de 1400 años
luz -el año luz tiene 9,46 por 10 elevado a la 12 km. No, no es necesario que
hagáis la cuenta: son tanto como 9 460 730 472 580,8 km-. Disponer de la
tecnología necesaria para viajar hasta allí, o desde allí, puede que sobrepase
los años que restan de permanencia de la especie humana en la Tierra.
Si
las distancias espaciales son enormes ¿qué decir de los tiempos siderales?
Según
las últimas estimaciones de los científicos más eminentes, el Universo tiene
una edad de 13.800 millones de años -millón arriba o abajo-. La Tierra se formó
hace unos 4.500 millones de años -más o menos- y la vida aparecería sobre ella
unos 1.500 millones más tarde en forma de bacteria, su expresión más simple.
Los científicos han conseguido hallar vestigios de los primeros homínidos de
hace 3 millones de años y restos del homo sapiens con una edad de 300.000 años.
La Tierra, en tanto, ha sufrido tremendos cataclismos y transformaciones hasta
llegar a conformarse como la conocemos hoy: un precioso planeta lleno de vida.
Son
suficientes estos pocos datos, para darnos cuenta de la improbabilidad de
producirse encuentros entre los habitantes de distintos planetas, aunque
existiera vida en ellos.
Es
tan corto el tiempo transcurrido, desde que el ser humano es capaz de razonar,
hasta hoy, comparado con los miles de millones de años que ha necesitado la
Tierra -y cualquier otro planeta- para poder ser habitable, que sería una
casualidad prodigiosa que pudieran coincidir dos civilizaciones paralelas en
dos o más sistemas planetarios.
Lo
más probable es que, en este momento, la vida en los planetas capaces de
albergarla no se haya iniciado aún, se encuentre en fase embrionaria, tenga
seres con un cierto grado de inteligencia pero sin capacidad de comunicarse por
falta de la tecnología necesaria para salvar las enormes distancias del Universo
o, tal vez, se haya agotado la vida en ellos desde hace ya mucho tiempo, como
sucede en los planetas de nuestro entorno.
No
podemos aventurar qué sucederá en el futuro, pero sí sabemos que la Tierra
colapsará en unos pocos millones de años. Mucho antes, nuestro planeta dejará
de ser habitable. Nuestro Sol habrá consumido todo el hidrógeno que usa como
combustible y se habrá convertido en una estrella gigante roja. En esa
situación, habrá crecido hasta alcanzar
la órbita de los planetas más cercanos, incluido el nuestro, destruyéndolos.
Mientras,
nuestro planeta estará inmerso en un proceso de calentamiento continuado que
ocasionará el correspondiente y persistente cambio climático.
En
realidad, esa situación no es nueva. Nuestro planeta viene calentándose desde
la última glaciación. Y seguirá haciéndolo aunque los humanos nos vistamos con
el uniforme de Tarzán y practiquemos su estilo de vida. Son incontables los
heleros desaparecidos desde entonces, aunque la única industria que había era
la confección de tapa vergüenzas a base de hojas de parra. Hoy nos hemos
incorporado a la moda ecológica de lo "sostenible", por la cual los
humanos están obligados a vivir sin molestar en nada a la Naturaleza y evitar
cualquier daño al planeta.
Es
un punto de vista equivocado. No es extraño: los ecologistas piensan con el
corazón en vez de usar la cabeza. El bien de la humanidad debe estar por encima
del bien de la Naturaleza -un ente, por cierto, inclemente que mata a cientos
de miles de personas al año, con sus huracanes, sequías, inundaciones,
terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas-, aunque deba evitarse su mal, en
tanto sea posible.
Pongo
un ejemplo de actualidad. El hombre debe evitar la emisión de gases
contaminantes. De acuerdo, pero no para frenar el cambio climático, como se
postula desde todo tipo de organismos, sino porque pueden ser perjudiciales
para la salud de las personas.
Conociendo
la irremediable caducidad de nuestro planeta, se tratará, por tanto, de
empeñarse en construir las condiciones necesarias para obtener la mejora
constante de una vida sana, confortable y digna de todos sus habitantes, en
tanto dure aquel. Y no hay que darle vueltas, esto no se consigue dando marcha
atrás en los avances científicos y tecnológicos de nuestra época. Solo la
tecnología y su buena y acertada práctica es posible ofrecer a la humanidad un
venturoso final, en este o en otro planeta donde hayamos conseguido emigrar.
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