jueves, 22 de agosto de 2019

36.- Relatos, Fábulas y Leyendas


36.- EXTRATERRESTRES




Era un día festivo y me hallaba rodeado de nietos, ante una mesa bien surtida de Coca Cola, pistachos y patatas fritas. No sé a santo de qué, pero de pronto se me ocurrió lanzarles esta pregunta:
-A ver, chicos ¿Creéis posible la existencia de seres inteligentes en otros mundos del Universo?
Ante mi sorpresa, los dos pequeños respondieron de inmediato:
-Seguro que los hay -contestaron a coro ambos.
-¿Ah sí? ¿Y por qué estáis tan seguros?
-Hombre yayo, el Universo es tan grande y hay tantos millones de planetas que, por fuerza, debe haber alguno habitado.
Debo decir que me sorprendió la rotundidad y consistencia de la respuesta en niños tan pequeños, aunque me hizo recordar que los chavales de hoy son mucho más espabilados que los de mi generación a su misma edad.
-¿Y vosotros? -pregunté a los dos mayores.
Mi nieta, segunda en el escalafón y estudiante de Derecho, vino a decir que la idea de la existencia de vida exterior es tan aceptada, que ya se está estudiando la posibilidad del proyecto y promulgación de un Código de Justicia Cósmico, o algo parecido.
El mayor de mis nietos, a punto de acabar Medicina contestó:
-¿Seres inteligentes en otros mundos? ¡Pero si no los hay en este!
La ocurrencia nos hizo reír a todos durante un buen rato. Sin embargo, pasado el momento de jolgorio, su ingeniosa respuesta me obligó a pensar y reconocer que no andaba demasiado lejos de la triste realidad. Al menos si hemos de considerar el comportamiento del conjunto de la humanidad y los terribles hechos que, con demasiada frecuencia, protagonizaron y protagonizan los habitantes de este precioso planeta.
-Otra cosa -insistí- ¿Creéis en esas noticias que aparecen de vez en cuando sobre visitas, encuentros o abducciones por parte de extraterrestres?
-¡Pero yayo! ¡Qué esos son cuentos chinos! -se apresuraron a contestar, casi al unísono.
Eso mismo creo yo, pero hay quien relata sus experiencias extraterrestres con tanto aplomo y realismo que parece imposible mentir de manera tan descarada.
Porque, si estamos convencidos de la existencia de vida inteligente en otros planetas ¿no es coherente creer que algunos de sus habitantes puedan pasearse por nuestro entorno sideral, amparados en una tecnología muy superior a la nuestra?
Veamos. En primer lugar ¿disponemos de datos o argumentos  suficientes para sostener la afirmación de la existencia de seres inteligentes fuera de nuestro sistema solar?
Desde el punto de vista científico parece no haber duda. Hoy se sabe que existen millones de planetas, circulando alrededor de millones de soles, dentro de millones de galaxias, como apuntaban mis nietos. Hay un catálogo inmenso de soles y planetas con similares composiciones, tamaños y disposiciones que nuestra Tierra. Y estos deben ser la infinitésima parte de los que existen, cuyo conocimiento nos es vedado, a causa de la limitación de nuestros medios de observación. No es posible que en uno de ellos, o en varios, o quizás en muchos, no se den las mismas condiciones que dieron lugar a la vida en nuestro planeta. No, no es posible. La vida en otros mundos es la opción más probable.  
Por el lado teológico, se llega a idéntica conclusión. No parece razonable que Dios se decidiera a organizar un Universo tan inmenso, complejo y variado, para que unos microscópicos seres nacieran en un minúsculo rincón perdido entre aquella enorme inmensidad. Sería un derroche energético sin sentido, pues bastaría con muchísimo menos para conseguir el mismo efecto. Por tanto, si se considera a Dios un ser razonable, no cabe otra idea que admitir la existencia de otros mundos.
Hechas estas consideraciones habría que considerar la ocasional visita de algún habitante de esos otros planetas a nuestra tierra. Sin embargo, por suerte o desgracia, esto es mucho menos probable.
Varias circunstancias de espacio y tiempo impiden la posibilidad de un encuentro extraterrestre, al menos durante muchos siglos más.
La primera dificultad está representada por las enormes distancias siderales de nuestro Universo. Hay que tener en cuenta que el planeta más parecido al nuestro y más cercano, el Kepler 452b, se encuentra a la friolera de 1400 años luz -el año luz tiene 9,46 por 10 elevado a la 12 km. No, no es necesario que hagáis la cuenta: son tanto como 9 460 730 472 580,8 km-. Disponer de la tecnología necesaria para viajar hasta allí, o desde allí, puede que sobrepase los años que restan de permanencia de la especie humana en la Tierra.
Si las distancias espaciales son enormes ¿qué decir de los tiempos siderales?
Según las últimas estimaciones de los científicos más eminentes, el Universo tiene una edad de 13.800 millones de años -millón arriba o abajo-. La Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años -más o menos- y la vida aparecería sobre ella unos 1.500 millones más tarde en forma de bacteria, su expresión más simple. Los científicos han conseguido hallar vestigios de los primeros homínidos de hace 3 millones de años y restos del homo sapiens con una edad de 300.000 años. La Tierra, en tanto, ha sufrido tremendos cataclismos y transformaciones hasta llegar a conformarse como la conocemos hoy: un precioso planeta lleno de vida.
Son suficientes estos pocos datos, para darnos cuenta de la improbabilidad de producirse encuentros entre los habitantes de distintos planetas, aunque existiera vida en ellos.
Es tan corto el tiempo transcurrido, desde que el ser humano es capaz de razonar, hasta hoy, comparado con los miles de millones de años que ha necesitado la Tierra -y cualquier otro planeta- para poder ser habitable, que sería una casualidad prodigiosa que pudieran coincidir dos civilizaciones paralelas en dos o más sistemas planetarios.
Lo más probable es que, en este momento, la vida en los planetas capaces de albergarla no se haya iniciado aún, se encuentre en fase embrionaria, tenga seres con un cierto grado de inteligencia pero sin capacidad de comunicarse por falta de la tecnología necesaria para salvar las enormes distancias del Universo o, tal vez, se haya agotado la vida en ellos desde hace ya mucho tiempo, como sucede en los planetas de nuestro entorno.
No podemos aventurar qué sucederá en el futuro, pero sí sabemos que la Tierra colapsará en unos pocos millones de años. Mucho antes, nuestro planeta dejará de ser habitable. Nuestro Sol habrá consumido todo el hidrógeno que usa como combustible y se habrá convertido en una estrella gigante roja. En esa situación, habrá crecido hasta  alcanzar la órbita de los planetas más cercanos, incluido el nuestro, destruyéndolos.
Mientras, nuestro planeta estará inmerso en un proceso de calentamiento continuado que ocasionará el correspondiente y persistente cambio climático.
En realidad, esa situación no es nueva. Nuestro planeta viene calentándose desde la última glaciación. Y seguirá haciéndolo aunque los humanos nos vistamos con el uniforme de Tarzán y practiquemos su estilo de vida. Son incontables los heleros desaparecidos desde entonces, aunque la única industria que había era la confección de tapa vergüenzas a base de hojas de parra. Hoy nos hemos incorporado a la moda ecológica de lo "sostenible", por la cual los humanos están obligados a vivir sin molestar en nada a la Naturaleza y evitar cualquier daño al planeta.
Es un punto de vista equivocado. No es extraño: los ecologistas piensan con el corazón en vez de usar la cabeza. El bien de la humanidad debe estar por encima del bien de la Naturaleza -un ente, por cierto, inclemente que mata a cientos de miles de personas al año, con sus huracanes, sequías, inundaciones, terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas-, aunque deba evitarse su mal, en tanto sea posible.
Pongo un ejemplo de actualidad. El hombre debe evitar la emisión de gases contaminantes. De acuerdo, pero no para frenar el cambio climático, como se postula desde todo tipo de organismos, sino porque pueden ser perjudiciales para la salud de las personas.
Conociendo la irremediable caducidad de nuestro planeta, se tratará, por tanto, de empeñarse en construir las condiciones necesarias para obtener la mejora constante de una vida sana, confortable y digna de todos sus habitantes, en tanto dure aquel. Y no hay que darle vueltas, esto no se consigue dando marcha atrás en los avances científicos y tecnológicos de nuestra época. Solo la tecnología y su buena y acertada práctica es posible ofrecer a la humanidad un venturoso final, en este o en otro planeta donde hayamos conseguido emigrar.


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