17.- EL CAPITAL. O SEA, EL DINERO.
Ayer
estuve en el Banco. Caducaba una imposición y el director me había llamado para
decidir que se hacía con ella.
Conozco
a este hombre de antiguo, ya que había sido mi asesor financiero en otra
sucursal del mismo Banco, antes de que abrieran la oficina actual. Ahora era
director de esta última
Es
un hombre amable, culto y poseedor de fácil palabra, lo que, unido a nuestro
dilatado trato, nos proporciona una larga y amena conversación en cada uno de
los encuentros que nos es dado disfrutar.
Lo
hallé preocupado, actitud poco habitual en él.
-La
situación, Guillermo, no es de las mejores que se han vivido y no sé qué
aconsejarte -dijo a modo de entrante, entre preocupado y entristecido.
-Bueno,
ya sabes. Conmigo no necesitas discurrir mucho: Riesgo cero y el resto me da
igual -contesté.
-Sí,
sí, ya lo sé. Pero es que me da vergüenza presentar la miseria que te puedo
ofrecer.
-Pues
tú dirás. Pero no necesitas preocuparte demasiado -añadí- la semana pasada
estuve en la oficina de la competencia, allí enfrente, y ya vengo aleccionado
de miserias y estrecheces.
-Es
que con el Banco Central Europeo marcando el interés del 0%, estamos sin ningún
margen de maniobra. En renta fija, imposible llegar al 0,2%. Porque de renta
variable no quieres oír ni hablar ¿eh?
-No,
no. A mis años, mi horizonte se mide en semanas, no en años, ni siquiera en
meses, así que nada a medio o largo plazo. Y, por otra parte, el poco dinero
que tengo me ha costado demasiados sudores ganarlo, como para arriesgarlo en
esa loca danza sube y baja de valores y fondos de inversión ¡Ni hablar!
-Claro,
lo entiendo y no eres el único que piensa así. El caso es que, en estas
condiciones, resulta difícil sacar el negocio adelante. Te supongo enterado de
que hemos cerrado las otras dos oficinas que teníamos en este barrio. Y no es
que no fueran rentables, ocurre que nos vemos obligados a reducir costos para
mantener los márgenes, que la situación actual del mercado financiero nos
impide obtener con la normal evolución del negocio.
-Pues
tendréis que espabilar, porque así no vamos a ninguna parte. De este modo, os
vais a quedar solos.
-Tengo
la impresión -proseguí- de que habéis vivido demasiados años con muchas más
facilidades que las necesarias para obtener el obligado progreso en cualquier
empresa. Las épocas de vacas gordas relajan la creatividad y el necesario
sentido de evolución entre los responsables de empujar hacia delante. No hace
falta ser un artista en la gestión, las ganancias fluyen sin necesidad de un gran
esfuerzo: todo vale. Y cuando llegan mal dadas se encuentran fofos de mente,
acomodados y sin ideas imaginativas, ni capacidad para encontrar soluciones que
resuelvan los retos de los nuevos y difíciles tiempos.
-Algo
hay de eso, por desgracia. Pero insisto, el mayor problema reside en el bajo
interés ofrecido por el BCE. -interviene mi amigo el bancario- Claro, es una maniobra dirigida a reactivar
la actividad económica, mediante un incremento del consumo. Aunque esto va en
contra del ahorro y no sé si, al final, esta medida será tan beneficiosa como
se espera.
-Bueno,
hay algo más -digo yo- Se trata de aliviar a los Estados miembros de la
Comunidad del tremendo peso de los intereses de sus voluminosas deudas. Supongo
que pretenden crear una moratoria mientras los Estados van reduciendo su
endeudamiento. Pero es evidente que esta situación no puede durar tanto tiempo
como el necesario para esa reducción.
-Y
tanto, porque si dura mucho lo vamos a pasar mal.
-Todos
-añado- Recuerdo que nuestro profesor de Economía, D. José Domínguez Díaz, nos
advertía, con gran énfasis y reiteración, que la inversión debía ser igual al
ahorro. Nunca mayor. En caso contrario se caminaba hacia un seguro desastre.
-De
acuerdo, pero hay que tener en cuenta el recurso del crédito, que complementa
al ahorro y lo alarga, promoviendo un incremento en la actividad económica
-recordó mi interlocutor, acercando el ascua a su sardina, como buen empleado
de banca.
-Sí,
claro. Pero D. José definía al crédito como el adelanto a un ahorro más, aunque
sea aplazado y necesite ser planificado. Y le aplicaba la misma sentencia: si
la planificación no se cumple y el ahorro aplazado no alcanza el valor del
crédito suscrito, habrá el mismo seguro desastre que auguraba antes.
La
conversación caminaba hacia una estéril tertulia de café. No lo fue al final,
porque pronto dejamos este aburrido y triste tema, para entrar en
consideraciones personales y de familia, siempre más entretenidas y amenas.
Después, firmé lo que me propuso y salí de allí, lo confieso, un tanto
compungido.
Y es
que, tras lo hablado durante la anterior reflexión económica, obtenía una
amarga conclusión:
Porque
si el BCE propone unos intereses bajos, a fin de tirar del consumo para
incrementar la actividad económica y ayudar a los Estados con grandes deudas,
resulta que los bancos tiemblan, el ahorro se aminora y la inversión deberá
acudir al crédito, lo que supone un aumento de la deuda, lo opuesto a lo que se
desea.
Si,
por el contrario, los intereses suben, el ahorro aumentará y las inversiones
serán más sanas, pero los Estados verán agravada su enorme deuda al tener que
atender el pago de unos altos intereses.
Tengo
la impresión de que el ciudadano, en general, no aprecia la gravedad que supone
el que un Estado mantenga una de esas deudas tan elevadas como las que se han
generado en los últimos años. Sin embargo, hay una línea de no retorno que,
cuando se alcanza, ningún Estado es capaz de salir del negro pozo en el que
cae. Ni siquiera después de una condonación de la deuda. De esto hay multitud
de ejemplos en todo el Mundo.
¿Por
qué? Porque la raíz del problema es que se llega a esa situación por gastar más
de lo que se gana y, además nadie está dispuesto a apretarse el cinturón y
asumir el más mínimo sacrificio o "recorte". En estos casos, y por lo
general, tampoco suele haber una autoridad moral para pedirlos.
¿Sera que esto no tiene solución? Sí, yo tengo
la mía, aunque no la voy a exponer aquí, a pesar de ser muy simple. Prefiero
que cada lector piense la suya y la aplique en su entorno.
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