lunes, 26 de septiembre de 2016

15.- Relatos, Fábulas y Leyendas



15.- ¿JUVENTUD OBLIGATORIA?



Septuagenarios andarines.

No sé si a Vds., gente mayor como yo, les ocurre, o les ha ocurrido, lo que a mí. Durante todos mis años vividos de larga y trabajada vida, he ido adquiriendo experiencia y conocimientos como para llenar de valiosa información unos cuantos baúles de buen tamaño.
Uno acaba sintiéndose medio sabio, o sabio entero en ciertos casos. Pero desde ese preciso momento, nadie le hará el menor caso. Ni el más lerdo o ignorante. Nadie. Salvo que salgas mucho en los papeles o en TV.
Eres un viejo y tus ideas son viejas y obsoletas, impropias de una época que pide y necesita innovación, agilidad, audacia, agresividad y dinamismo: juventud, en suma.
¿El consejo del anciano? ¡Chorradas! ¿Quién lo necesita? ¿Quién necesita calma, reflexión, prudencia y sentido común? Nadie. Las cosas deben hacerse más rápidas que deprisa, en frenética galopada, hasta hacer de la vida una vorágine sin rumbo, para vivirla al día y lo mejor posible, o hasta imposible si fuera el caso.
Y los mayores harán bien en aceptar su jubilación y entretenerse en viajar con el IMSERSO, dedicar cierto tiempo al día a caminar, echar una partida al dominó, leer el diario local –no se olviden de las esquelas- asistir a algún evento cultural, ver la tele o quizás practicar deportes adecuados a la edad. No sirven para otra cosa.
Puede que se les permita realizar alguna actividad de carácter benéfico, con tal de que traten asuntos marginales, no productivos, en organizaciones benéficas sin ánimo de lucro, como oenegés humanitarias –no en todas, pues en la mayoría solo aceptan gente joven-, Cáritas, asistencia a desplazados, hospitales y cárceles, o cosas así. Nunca en la política ni en tareas ejecutivas.
Lo cierto es que la mayoría de nosotros, la gente mayor, aceptamos de buena –o forzada- gana el rol que la sociedad nos asigna. Y decididos a huir de ese infamante desdoro que supone ser viejo –término este que ha desaparecido del uso común del lenguaje, al ser sustituido por mil y un eufemismos-, trataremos, con auténtica dedicación y hasta desesperadamente, no parecerlo. Para ello, vestiremos ropa informal y juvenil de moda –mejor si el pantalón es corto-. Usaremos calzado deportivo –por supuesto-. Practicaremos algún deporte y hasta quizás baile “salsa” –o presumamos de hacerlo-, aunque a más de uno le cueste la vida zambullirse en tales excesos.
No hace mucho tiempo, me topé en la calle con un amigo –conocido, más bien, como diría Piqué-, tras varios años sin verle, ni tener noticias. Venía de “andar”.
-¡Caray, Guillermo, te encuentro fenomenal! ¡Hay que ver. El tiempo no pasa por ti! –exclamó, con admiración. Aunque en vez de caray pongan cualquier cosa que empiece por J.
-Sí, sí, por desgracia sí que pasa –contesté, a la vez que agradecía el cumplido-, aunque no me puedo quejar. Me conservo bien y todavía me siento joven…hasta que me miro en el espejo y me pregunto ¿quién demonios es ese?
-No, no, te encuentro muy bien. En serio ¿Haces mucho deporte?
-Ah, no. Desde que hice la mili no he vuelto a practicar deporte alguno.
-Pero andarás ¿no?
-Lo menos que puedo. Solo cuando el bus no me es útil o no me apetece sacar el coche.
Mi amigo, -conocido- que ya había empezado a mosquearse tras mi primera respuesta, estaba llegando a sospechar que le estaba tomando el pelo. Cualquiera, con solo contemplar su figura, sabría que andaba sobrado de razón para ello.
El hombre vestía una ajustada camiseta con algún símbolo deportivo y un ancho pantalón semi corto –o semi largo- lleno de bolsillos, de uso más propio en una expedición por las fuentes del Nilo, que para una caminata urbana, cuyo destino final no sería otro que una ronda chiquitera en los bares del barrio con rioja peleón o tal vez, según el día, con fresco txacolí del país
Calzaba enormes y policromadas deportivas, con seguridad de las más caras por la pinta, que, junto a una voluminosa barriga cervecera y txuletona, y las anchas perneras de su corto pantalón, hacían parecer a sus retorcidas y arqueadas piernecillas aún más raquíticas de lo que quizás fueran.
Pueden pensar que exagero. De ningún modo. Enfundada su cabeza bajo una gorra visera de un afamado equipo ciclista, representaba, mejor que nadie, la ridícula y hasta patética estampa de un septuagenario tratando de imitar la esbelta y ágil figura de un teenager.
Lo más sorprendente del caso es que en absoluto extrañaba a la mayoría del resto de los viandantes que en esos momentos circulaban a nuestro derredor.
Era yo, quizás, quien más llamaba la atención, al ir ataviado con prendas convencionales. Es decir: de las de siempre, de las de salir a la calle con un cierto decoro.
No quiero decir con esto que no pueda uno vestir como le apetezca, pero creo un deber de todo buen ciudadano evitar el injusto sufrimiento del resto de los transeúntes al provocar espectáculos de tan lamentable escasez estética como aquél. Aunque ya no sorprendan por lo frecuente.
Ajeno a mis aviesos pensamientos, él continuó:
-Hombre, realizar algún entrenamiento deportivo es bueno para mantener un aceptable estado físico y, sobre todo para el buen funcionamiento del corazón.
-Sí, tienes mucha razón, pero depende de la expectativa deportiva que tengas. Mi amigo Miguel, con 77 años, corre maratón y necesita mucho entreno, pero mi expectativa es mucho más modesta: caminar una hora seguida y correr los 10 metros lisos, como máximo.
-¡No me digas! -exclamó, con una sonrisa, seguro ya de que le estaba tomando el pelo.
-Eso creo, pues tampoco he vuelto a correr desde que hice la mili. Espero que todavía pueda aguantar durante esos 10 metros seguidos, porque no voy a correr más por nada del mundo. Y si aparece un toro desmandado me apartaré lo más que pueda y él verá lo que hace ¡Ah! -proseguí con mi malvada cháchara- Y del corazón, olvídate. A nuestra edad, hay que cuidarse de todo...menos del corazón. Es el único que te puede proporcionar una muerte rápida y limpia. Y hasta con un poco de suerte te la puede traer durmiendo. De este modo quizás consigas esquivar al probable cáncer, o alzheimer, que dicen nos acechará tras cumplir los 80. Al menos, eso aseguraba un famoso premio Nobel de Medicina. Además, ahorrarás así gastos a la Seguridad Social y molestias a la familia.
Tras esta última declaración, mi sufrido contertulio consideró que no merecía la pena seguir conversando. Tenía claro que yo no tenía remedio y que ya estaba bien la broma. Se despidió apresuradamente y marchó ligero, llevando en su mirada, legible sin necesidad de ser vidente, este -o muy parecido- pensamiento:
-¡Jo, con el tío este! Siempre fue un tipo raro, pero es que ahora está imposible.
En fin. No me sorprendió. No dejaba de ser uno de los inconvenientes de ir a contra corriente de las opiniones generalizadas del personal.
Pero volvamos al tema que nos ocupa: la necesaria y obligatoria “eterna juventud” para todas las personas que configuran la sociedad de nuestros días.
Queridos coetáneos: No se dejen engañar, pues por más que quieran convencerles, no es obligatorio ser joven. Y aún mucho menos someterse al duro quehacer de parecerlo. Vivan su añosa vida como más y mejor les pete, pero háganme el favor de no perder esa hermosa dignidad, que obtuvieron tras tantos años de buena labor, en favor de su propia familia y de la misma comunidad.
Tengan los jóvenes la viveza, frescura y empuje que les corresponde y los “mayores”, gastados ya, y hasta ajados quizás por tanto fruto como entregaron, el respeto que bien merecen.
Una cosa pueden tener por cierta: Jamás, oigan bien, jamás expondré mis piernas a su pública exhibición en la calle. Y eso que comparadas con las de mi amigo -conocido- podrían pasar por las del perfecto Apolo o las del bello Adonis.
Y aunque sea harto improbable que lea estas lineas, deseo pedir mis más sinceras disculpas a este anónimo amigo, por hacerle involuntario protagonista de mi tesis.





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