15.-
¿JUVENTUD OBLIGATORIA?
No
sé si a Vds., gente mayor como yo, les ocurre, o les ha ocurrido, lo
que a mí. Durante todos mis años vividos de larga y trabajada vida,
he ido adquiriendo experiencia y conocimientos como para llenar de
valiosa información unos cuantos baúles de buen tamaño.
Uno
acaba sintiéndose medio sabio, o sabio entero en ciertos casos. Pero
desde ese preciso momento, nadie le hará el menor caso. Ni el más
lerdo o ignorante. Nadie. Salvo que salgas mucho en los papeles o en
TV.
Eres
un viejo y tus ideas son viejas y obsoletas, impropias de una época
que pide y necesita innovación, agilidad, audacia, agresividad y
dinamismo: juventud, en suma.
¿El
consejo del anciano? ¡Chorradas! ¿Quién lo necesita? ¿Quién
necesita calma, reflexión, prudencia y sentido común? Nadie. Las
cosas deben hacerse más rápidas que deprisa, en frenética
galopada, hasta hacer de la vida una vorágine sin rumbo, para
vivirla al día y lo mejor posible, o hasta imposible si fuera el
caso.
Y
los mayores harán bien en aceptar su jubilación y entretenerse en
viajar con el IMSERSO, dedicar cierto tiempo al día a caminar, echar
una partida al dominó, leer el diario local –no se olviden de las
esquelas- asistir a algún evento cultural, ver la tele o quizás
practicar deportes adecuados a la edad. No sirven para otra cosa.
Puede
que se les permita realizar alguna actividad de carácter benéfico,
con tal de que traten asuntos marginales, no productivos, en
organizaciones benéficas sin ánimo de lucro, como oenegés
humanitarias –no en todas, pues en la mayoría solo aceptan gente
joven-, Cáritas, asistencia a desplazados, hospitales y cárceles, o
cosas así. Nunca en la política ni en tareas ejecutivas.
Lo
cierto es que la mayoría de nosotros, la gente mayor, aceptamos de
buena –o forzada- gana el rol que la sociedad nos asigna. Y
decididos a huir de ese infamante desdoro que supone ser viejo
–término este que ha desaparecido del uso común del lenguaje, al
ser sustituido por mil y un eufemismos-, trataremos, con auténtica
dedicación y hasta desesperadamente, no parecerlo. Para ello,
vestiremos ropa informal y juvenil de moda –mejor si el pantalón
es corto-. Usaremos calzado deportivo –por supuesto-. Practicaremos
algún deporte y hasta quizás baile “salsa” –o presumamos de
hacerlo-, aunque a más de uno le cueste la vida zambullirse en tales
excesos.
No
hace mucho tiempo, me topé en la calle con un amigo –conocido, más
bien, como diría Piqué-, tras varios años sin verle, ni tener
noticias. Venía de “andar”.
-¡Caray,
Guillermo, te encuentro fenomenal! ¡Hay que ver. El tiempo no pasa
por ti! –exclamó, con admiración. Aunque en vez de caray pongan
cualquier cosa que empiece por J.
-Sí,
sí, por desgracia sí que pasa –contesté, a la vez que agradecía
el cumplido-, aunque no me puedo quejar. Me conservo bien y todavía
me siento joven…hasta que me miro en el espejo y me pregunto ¿quién
demonios es ese?
-No,
no, te encuentro muy bien. En serio ¿Haces mucho deporte?
-Ah,
no. Desde que hice la mili no he vuelto a practicar deporte alguno.
-Pero
andarás ¿no?
-Lo
menos que puedo. Solo cuando el bus no me es útil o no me apetece
sacar el coche.
Mi
amigo, -conocido- que ya había empezado a mosquearse tras mi primera
respuesta, estaba llegando a sospechar que le estaba tomando el pelo.
Cualquiera, con solo contemplar su figura, sabría que andaba sobrado
de razón para ello.
El
hombre vestía una ajustada camiseta con algún símbolo deportivo y
un ancho pantalón semi corto –o semi largo- lleno de bolsillos, de
uso más propio en una expedición por las fuentes del Nilo, que para
una caminata urbana, cuyo destino final no sería otro que una ronda
chiquitera en los bares del barrio con rioja peleón o tal vez, según
el día, con fresco txacolí del país
Calzaba
enormes y policromadas deportivas, con seguridad de las más caras
por la pinta, que, junto a una voluminosa barriga cervecera y
txuletona, y las anchas perneras de su corto pantalón, hacían
parecer a sus retorcidas y arqueadas piernecillas aún más
raquíticas de lo que quizás fueran.
Pueden
pensar que exagero. De ningún modo. Enfundada su cabeza bajo una
gorra visera de un afamado equipo ciclista, representaba, mejor que
nadie, la ridícula y hasta patética estampa de un septuagenario
tratando de imitar la esbelta y ágil figura de un teenager.
Lo
más sorprendente del caso es que en absoluto extrañaba a la
mayoría del resto de los viandantes que en esos momentos circulaban
a nuestro derredor.
Era
yo, quizás, quien más llamaba la atención, al ir ataviado con
prendas convencionales. Es decir: de las de siempre, de las de salir a
la calle con un cierto decoro.
No
quiero decir con esto que no pueda uno vestir como le apetezca, pero
creo un deber de todo buen ciudadano evitar el injusto sufrimiento
del resto de los transeúntes al provocar espectáculos de tan
lamentable escasez estética como aquél. Aunque ya no sorprendan por
lo frecuente.
Ajeno
a mis aviesos pensamientos, él continuó:
-Hombre,
realizar algún entrenamiento deportivo es bueno para mantener un
aceptable estado físico y, sobre todo para el buen funcionamiento
del corazón.
-Sí,
tienes mucha razón, pero depende de la expectativa deportiva que
tengas. Mi amigo Miguel, con 77 años, corre maratón y necesita
mucho entreno, pero mi expectativa es mucho más modesta: caminar una
hora seguida y correr los 10 metros lisos, como máximo.
-¡No
me digas! -exclamó, con una sonrisa, seguro ya de que le estaba
tomando el pelo.
-Eso
creo, pues tampoco he vuelto a correr desde que hice la mili. Espero
que todavía pueda aguantar durante esos 10 metros seguidos, porque
no voy a correr más por nada del mundo. Y si aparece un toro
desmandado me apartaré lo más que pueda y él verá lo que hace
¡Ah! -proseguí con mi malvada cháchara- Y del corazón, olvídate.
A nuestra edad, hay que cuidarse de todo...menos del corazón. Es el
único que te puede proporcionar una muerte rápida y limpia. Y hasta
con un poco de suerte te la puede traer durmiendo. De este modo
quizás consigas esquivar al probable cáncer, o alzheimer, que dicen
nos acechará tras cumplir los 80. Al menos, eso aseguraba un famoso
premio Nobel de Medicina. Además, ahorrarás así gastos a la
Seguridad Social y molestias a la familia.
Tras
esta última declaración, mi sufrido contertulio consideró que no
merecía la pena seguir conversando. Tenía claro que yo no tenía
remedio y que ya estaba bien la broma. Se despidió apresuradamente y
marchó ligero, llevando en su mirada, legible sin necesidad de ser
vidente, este -o muy parecido- pensamiento:
-¡Jo,
con el tío este! Siempre fue un tipo raro, pero es que ahora está
imposible.
En
fin. No me sorprendió. No dejaba de ser uno de los inconvenientes de
ir a contra corriente de las opiniones generalizadas del personal.
Pero
volvamos al tema que nos ocupa: la necesaria y obligatoria “eterna
juventud” para todas las personas que configuran la sociedad de
nuestros días.
Queridos
coetáneos: No se dejen engañar, pues por más que quieran
convencerles, no es obligatorio ser joven. Y aún mucho menos someterse al duro quehacer de parecerlo. Vivan su añosa vida como
más y mejor les pete, pero háganme el favor de no perder esa
hermosa dignidad, que obtuvieron tras tantos años de buena labor, en
favor de su propia familia y de la misma comunidad.
Tengan
los jóvenes la viveza, frescura y empuje que les corresponde y los
“mayores”, gastados ya, y hasta ajados quizás por tanto fruto
como entregaron, el respeto que bien merecen.
Una
cosa pueden tener por cierta: Jamás, oigan bien, jamás expondré
mis piernas a su pública exhibición en la calle. Y eso que
comparadas con las de mi amigo -conocido- podrían pasar por las del
perfecto Apolo o las del bello Adonis.
Y
aunque sea harto improbable que lea estas lineas, deseo pedir mis más
sinceras disculpas a este anónimo amigo, por hacerle involuntario protagonista
de mi tesis.
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