lunes, 14 de marzo de 2016

9.- Relatos, Fábulas y Leyendas

9.- EL SENTIDO COMÚN
 
 
Anaxágoras (500 - 428 a. C)

 

Abrumado por la frecuente ausencia de sentido común en las propuestas exhibidas por "personajes", de la más dispar naturaleza, en los distintos medios de comunicación, decidí escribir algo sobre él.

Nunca debí planteármelo. Siempre consideré que el concepto conocido como sentido común era un ente incuestionable y simple, cuya sentencia quedaba libre de cualquier discusión o controversia. Sin embargo nada más lejos de la realidad.

La primera dificultad se me presentó en cuanto intenté proponer una definición más o menos precisa de un término tan invocado como usual y conocido. Ardua tarea.

Decidí recurrir a los más autorizados estudiosos del pensamiento. Uno de ellos venía a decir que "...el sentido común es la facultad para orientarse en la vida práctica..."  Otro escribía que "..se trataba de un don universal capaz de distinguir el bien del mal, la razón y la ignorancia..."

Era, más o menos, la idea que yo tenía sobre este asunto: La facultad que posee la generalidad de las personas para juzgar razonablemente las cosas.

¿Estoy en lo cierto? Y si es tal como lo describo ¿cómo es que se produce una ausencia tan generalizada de esta provechosa aptitud en la mayoría de las propuestas y acciones de las gentes de hoy día?

¿Tendrá razón Horace Greele, director que fue del prestigioso New York Tribune, cuando aseguraba que "el sentido común es el menos común de los sentidos"? Quizás, aunque a este señor le encantaban las frases rimbombantes, más con la intención de impactar al personal -o dar un buen titular- antes que de aleccionarle.

¿Estará esta cualidad ligada, quizás, a la mayor o menor posesión de inteligencia?

Llegado a este punto, me apetece consultar a los clásicos griegos, pioneros y señores del conocimiento de la mente humana y las entrañas de su pensamiento.

Mi más querido y admirado maestro, Anaxágoras, que enunció tantas acertadas teorías sobre el Sol, la Luna, el mecanismo de las moléculas y los átomos -lo infinitamente grande e infinitamente pequeño- sin la ayuda de las avanzadas tecnologías actuales, armado solo con la intuición y el sentido común, aseguró:

"El Nous, o inteligencia, es la más fina y pura de las esencias humanas, capaz de poseer todo el saber sobre todas las cosas y de alcanzar el mayor poder sobre ellas".

Estaba claro para él, la inteligencia era el primer y único elemento capaz de alcanzar el bien y la razón.

¿Es, por tanto, la inteligencia el motor del sentido común?

Sencillamente: no lo creo. No resulta extraño ver cómo, en demasiadas ocasiones, personas inteligentes obran con escaso o nulo sentido común.

Quién, pues, lo genera. ¿Es la intuición o el razonamiento? ¿Es algo espontaneo o, por el contrario se elabora a base de percepciones y experiencias?

Me viene a la mente una anécdota:

Un matrimonio amigo, inmerso en lo que se ha dado en llamar la 3ª edad, me comunica que tiene previsto disfrutar unos días de holganza en Benidorm, para cumplir, sospecho, con las normas del perfecto jubilado. Es febrero, un mes adecuado para huir del rigor septentrional y burlar sus desapacibles modos invernales.

Me cuenta mi amigo que piensan alojarse en una de las habitaciones más elevadas del Hotel Bali, el más alto de Benidorm, y supongo que de Europa, con sus 52 plantas. Es que la altura me llama y emociona, dice.

Para mí, que lo primero que hago en cuanto llego a un hotel es pedir habitación en el piso más bajo posible e investigar la vía de escape prevista para el caso de incendio, me parece una barbaridad.

-Jesús, no me fastidies -advierto- ¿Es que no viste "El Coloso en Llamas".

-Mira, a mi me encandilan las alturas y contemplar el impresionante panorama que se puede admirar desde allá arriba es una gozada, que no deseo perderme por nada del mundo.

-Pero hombre, la mayor parte del tiempo de permanencia en el hotel será durmiendo o departiendo en los salones de la planta baja.

-Me conformo con gozar de esa preciosa vista al levantarme cada mañana -afirma mi amigo Jesús.

Al recordar esta conversación, me pregunto si es de sentido común apechugar con un potencial peligro, aun poco probable si se quiere, por el mero hecho de contemplar, por un instante, un panorama que, por más que se mire, estará lejos de ser el esplendoroso Jardín de las Maravillas.

Ahora bien, de inmediato se me abre otro nuevo interrogante ¿Es de verdadero sentido común renunciar al deseado disfrute de un bien personal, por el prosaico motivo de prevenir la llegada de un posible aunque improbable daño, que quizás nunca en la vida llegue a producirse?

Por otra parte, pero al mismo tiempo, llegan a mi mente las sabias palabras de Don Miguel de Unamuno: Hay gentes tan llenas de sentido común que no les queda el más pequeño rincón para el sentido propio.

Aunque también se podría decir: hay tanto sentido propio en algunos que no se plantean, ni seguramente conocen, el uso del sentido común.

Y mis interrogantes no cesan:

 ¿Será posible que esto que llamamos sentido común no solo tenga poco de común, sino que ni siquiera sea un sentido de valor firme, estable y absoluto, como los demás sentidos en poder del ser humano? ¿Estará, quizás sujeto a discusión y cambio, además de ser dependiente de los entornos culturales del momento y del lugar en qué se aplique?

Me parece una labor apasionante adentrarse en la metafísica del concepto para hurgar en la filosofía de su naturaleza, generación, cometido y empleo, pero mi objetivo es mucho más modesto. Me conformo con atisbar, aun de lejos y a través de una estrecha rendija de lucidez, los motivos para que este benéfico ente universal se encuentre en un grado tan elevado de abandono entre las gentes de hoy...y quizás de las de siempre.

Porque, a pesar de tantos interrogantes como han ido apareciendo en mi exposición, sigo creyendo haber atinado en mi inicial definición del sentido común: Es la facultad que posee la generalidad de las personas para juzgar razonablemente las cosas.

¿Por qué lo usamos, entonces, con tan escasa frecuencia? Veamos.

Conforme pasan los años y se empeñan, los muy malvados, en hacerme creer que envejezco, me reafirmo en la íntima convicción de que el tránsito del mono al hombre tuvo que ser producido a causa de algún lamentable accidente que lo dejó tarado y no mediante un proceso evolutivo, como aseguran los científicos.

Estoy inclinado a pensar que algún simio juguetón debió caerse del árbol donde realizaba sus bulliciosas acrobacias, lastimándose la cabeza al dar con ella en el suelo. Algo malo debió ocurrir en su cerebro, porque de pronto, ese mono que vivía feliz y despreocupado de la mano de sus sentidos, genes e instintos, sintió llenarse la cabeza de ideas, tales como por qué, cómo, cuánto, cuándo y para qué, entre otras.

¡Habría nacido el hombre!

Desde ese momento su sencilla existencia no dejó de complicarse hasta llegar el enredo a su cúspide hoy, tras una alocada progresión más que geométrica.

No encuentro otra explicación para entender por qué los animales, que nunca tropiezan en la misma piedra, no necesitan razonar para saber lo que les conviene, mientras que los humanos se pierden en elaborar las más variadas y peregrinas teorías para tratar de alcanzar su conveniencia, sin lograr, por lo general, ponerse de acuerdo sobre ella.

El guepardo, uno de los mamíferos terrestres más veloces, no ha estudiado matemáticas, física o zoología y sin embargo se maneja en su mundo con una destreza admirable, guiado solo por la información exterior que recibe de sus sentidos y de su instinto.

Selecciona su presa con las características, tamaños, y pesos adecuados para obtener aceptables posibilidades de éxito. Por lo general, captura gacelas, animales casi tan rápidos como él. Se acerca a ellas con sigilo, sin ser visto y en contra del viento para no ser olfateado. Para conseguir su propósito, necesita calcular la distancia entre el inicio de su ataque y la situación de la presa, en función de su propia aceleración inicial y su velocidad posterior durante la carrera, teniendo en cuenta, además, una estimación de estos mismos datos de la gacela que desea apresar.

Una vez lanzado el ataque, correrá tanto como pueda para alcanzar su presa. Pero, si en el transcurso de la persecución, observa que la distancia entre ellos se mantiene o aumenta en vez de disminuir, renunciará al ataque con la intención de reservar las energías necesarias para poder realizar un nuevo intento a otra presa menos veloz o resistente.

Todos esos complicados cálculos, que podrían poner en un brete al estudiante de Ciencias Físicas más pintado, los realiza el guepardo sin necesidad de papel y lápiz, calculadora u ordenador. Le bastan la información recibida por sus sentidos corporales y una aplicación de su cerebro, en cuyo seno se conectan las  influencias genéticas, instintivas y experimentales recibidas. Se diría que esta aplicación cerebral es "la facultad que poseen la mayoría de los animales para juzgar razonablemente una situación" ¡Es su sentido común! ¡Y nunca falla! Cuando lo hace solo se debe a una falta de información de sus sentidos.

¿Y qué pasa con los humanos?: Algo muy distinto

         Como ya he adelantado, estamos en febrero de 2016. Hace poco se han celebrado nuevas Elecciones Generales en España y muy pronto se realizarán los preceptivos debates de investidura que han de aprobar o no al candidato aspirante a ocupar la Presidencia del Gobierno Español.
El resultado de las elecciones produjo una nueva  situación en el panorama político español, debido a la gran dispersión del voto, cuya mayoría se distribuyó entre los cuatro principales partidos, mientras que los seis restantes solo obtuvieron el 7,4% de los escaños.

La consecuencia inmediata de esta circunstancia ha sido que ninguna fuerza política esté en condiciones de formar gobierno en solitario. Tampoco lo podrá lograr la coalición de dos formaciones. Se necesitarán tres o más para conseguirlo, o al menos la abstención de alguno de los partidos más importantes, para obtener la mayoría simple. Si no se consigue el nombramiento en un periodo determinado de tiempo se deberán repetir las elecciones.

Ante este panorama, todos los partidos están de acuerdo en que no es conveniente la repetición de las elecciones y que, por tanto, deberán negociar entre ellos para llegar a un acuerdo que permita la investidura del candidato con más apoyos. Todos también apelan al sentido común y al bien de los ciudadanos para conseguirlo.

Pero si al fin, logran entenderse, asunto harto improbable, no será gracias a esos dos conceptos. Me temo que solo la conveniencia personal de sus líderes haga posible la obtención de un acuerdo entre ellos.

En efecto. Cada uno de esos partidos asegura que su ideario y actividad, su trabajo en fin, está encaminado a lograr el bien de los ciudadanos. El problema reside en que todos ellos disponen de propias, diferentes y exclusivas recetas para lograrlo. Las de los demás no sirven. De este modo se encuentran cautivos de sus ideas, que no pueden abandonar de manera sustancial porque perderían parte de sus clientes, sus electores.

Podrían echar mano del sentido común y esforzarse en hallar puntos de encuentro dentro de sus respectivos idearios. No debería ser difícil encontrarlos, si de verdad se trata de resolver los problemas de los ciudadanos ¡Hay tantos...!

Pero el sentido común de los responsables y sus asesores queda, en este caso, condicionado por la conveniencia electoral de los partidos, el antagonismo entre las distintas ideologías, la rivalidad e incluso malquerencia personal de sus dirigentes, así como la propia ambición por el poder de los candidatos y/o sus adláteres y posibles favorecidos de sus respectivas formaciones políticas, en caso de obtenerlo.

Este parece un buen ejemplo de cómo el sentido común puede ser ensombrecido por la bruma de las ideas políticas, sociales o religiosas, es decir, por los diferentes contextos culturales específicos.

 

CONCLUSIÓN:

Resulta evidente que deberemos ajustarnos a determinadas reglas, si queremos dar un uso adecuado a nuestro sentido común.

Dicho lo anterior y de acuerdo con ello, me parecía obligado presentar esas reglas, mediante una serie de ejemplos ilustrativos que las patentizaran. Así, al menos, lo había planeado.

Sin embargo, he repensado mi plan inicial y me parece más conveniente que mi labor se limite a encender la luz de alarma que advierta el infra uso del sentido común y sean sus usuarios los que saquen las conclusiones que les parezcan más atinadas.

No puedo, de todas formas, eludir los siguientes ejemplos, por actuales, generalizados y dañinos.

No es de sentido común, por más que alguien diga lo contrario:

-Gastar más de lo que se gana. A quien así obra, solo la casualidad o el fraude que escape a la Justicia le librará del desastre.

-Repartir un bien antes de haberlo generado. Las cuentas de la lechera, acaban siempre con el cántaro roto.

-Buscar la felicidad en lo que no tenemos. Solo se puede ser feliz con lo que tenemos, no con lo que desearíamos tener, pues esto nunca se alcanza del todo.   

 

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