viernes, 18 de diciembre de 2015

Relatos, Fábulas y Leyendas.-5

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5.- LAS LIOSAS PREGUNTAS DE MI NIETO JAVI
 
Javi en boxes, escuchando las últimas instrucciones de su mecánico
 
 
 
Javi, mi nieto, es un chico de 13 años, despierto, avispado y simpático, que se hace notar allá donde va. Un majo chaval, vamos.

Su pasión son las carreras de coches y sus aficiones se reparten entre la escritura, la música -toca el fagot-, y el Real Madrid, aunque esta se encuentra en un sensible y progresivo decaimiento.

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De vez en cuando me sorprende con alguna enrevesada pregunta como esta:

-Oye yayo ¿Tú sabes si Dios existe? -preguntó, con esa sonrisa suya entre pícara y cómplice, ojos abiertos con mirada expectante de querer saber y cierta vacilación en el tono de su voz.

-¡Caray, Javi! ¡Vaya preguntita! -respondí- ¿Ya le has preguntado esto a tu papi?

-No. Es que, si mi padre sabe más que yo por ser mi padre, digo yo que tú, que eres su padre, sabrás más que él.

-Bueno, no necesariamente. Pero, en fin, ya que me has preguntado y me has otorgado esa confianza, intentaré contestarte. Pero dime: ¿por qué me haces esa pregunta?

-Es que en el cole hay gente que dice que sí existe y otra que no.

-Pues mira, eso no lo sé yo ni nadie. Es el secreto  mayor y mejor guardado de Dios. Se puede creer o no en su existencia, pero saberlo a ciencia cierta no. No hay ninguna evidencia que asegure, sin género de duda, que Él existe.

-¿Entonces? -insistió Javi frunciendo el ceño.

-Entonces tendrás que espabilar y esforzarte en hallar motivos para creer o no en su existencia.

-¡Pero cómo! -exclamó, impacientándose.

-Verás, la creencia es un sentimiento que está por encima de lo entendible, aunque no de lo razonable. Quiero decir, que aunque se trata de un sentir sustentado en la fe, debe ser compatible con la razón.

-No me entero de nada, yayo. ¿Tú por qué crees?

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-¡Ah, a eso si te puedo responder sin ningún problema! Pero, aparte de lo que te puedan decir en tu clase de Religión o el cura de tu parroquia, te daré mi impresión personal sobre este asunto. Verás, yo creo en la existencia de Dios porque me conviene creer en ella.

-¿Y cómo es eso?

-En primer lugar, la creencia en la existencia de Dios, un ser omnipotente, infinito e intemporal, extiende el horizonte de mi pensamiento más allá de cualquier límite. Lo contrario me empequeñecería hasta hacerme sentir un nano-elemento del Mundo y su Naturaleza  y, no digamos, del mismo Universo entero.

-Segundo: la existencia de Dios permite que pueda explicarme lo inexplicable, al menos mientras los científicos o pensadores encuentran las respuestas apropiadas para resolver mis dudas existenciales.

-Tercero: la figura de Dios y sus consecuencias, (otra vida después de esta, por ejemplo) me proporciona una proyección eterna que me agrada y conviene. Si la rechazo, vuelvo a limitarme hasta convertirme en un soplo de vida entre los siete millones y pico de años de la existencia del hombre sobre la Tierra. Me sentiría como una "mierdilla" y a mí, por el mismo precio, me gusta considerarme como alguien importante.

-Cuarto: Creo en la existencia de Dios, y otro de sus efectos, como es ser el creador de todo lo que existe, porque no encuentro disparidad o incongruencia entre esta afirmación y el contenido de lo que la ciencia sabe sobre la creación del hombre y del Universo.

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-Quinto: La creencia en la existencia de Dios me ayuda a ser más y mejor persona.

-Sexto: Me parece que si Dios existiera, las cosas de este Mundo y las del Universo donde se encuentra serían más o menos como son ahora.

-Séptimo y último: Acepto de buena gana la existencia de Dios, porque es la única opción que no me va a defraudar. En efecto, si muero y no hay nada después, no quedaré decepcionado por la sencilla razón de que no me enteraré. Por contra, si no crees en Dios, ni en otra vida, vives ajeno a él y te saltas sus preceptos ¿te imaginas si, al morir, te encuentras que sí lo hay? ¡La habrás cagado, chaval!

He terminado mi discurso y veo a Javi pensativo y meditabundo. Tengo la impresión de que no ha digerido del todo una argumentación tan subjetiva como la mía.

-Bueno, ¿qué me dices? ¿Estás de acuerdo o no en lo que te he dicho? -le pregunto.

-Más o menos...No estoy seguro -contesta con marcado tono de duda, aunque en seguida se le ilumina la mirada y añade- pero... voy a creerte porque me conviene.

Era digno de ver la pícara sonrisa de pillo con que pronunció esta última frase, al tiempo que esquivaba la cariñosa colleja que le lancé en represalia a la avispada guasa que encerraba su respuesta.

  

 

 

 

  

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