jueves, 21 de diciembre de 2023

Nº 64.- Dios


Nº 64.- DIOS


 

Hace ya algún tiempo, entrada nº 20 de este blog, escribí sobre el Cielo, en respuesta a una pregunta de mi nieto Andrés. Mucho antes, entrada nº5, lo hice sobre la existencia de Dios, ante el requerimiento de otro de mis nietos, Javi. De nuevo, en la entrada nº 10, debí responder a una interesante pregunta de mi nieta Leyre sobre la Creación.

Pues bien, hoy, a petición de un buen amigo, me dispongo a pensar sobre la naturaleza de Dios, tras declarar, tal como ya hice en la entrada nº 5, mi absoluta creencia en su existencia. Solo haré hincapié en dos de los argumentos, o razones, expresados en aquel artículo. En una de ellas vengo a decir, que creo, porque con ello, y solo con ello, puedo explicarme lo inexplicable. Y, sobre todo, porque nadie, hasta hoy, ha logrado probar su inexistencia.

Disponer de un conocimiento, aun aproximado, de la naturaleza de Dios, será imprescindible para tratar de entender su colosal creación y, algo muy importante, nuestra probable, o posible, relación con Él.

  Dicho lo anterior, trataré de expresar cómo siento yo la inimaginable naturaleza  de este grandioso Ser, próximo y lejano a la vez, poderoso y tierno, grande y asequible, sabio y simple, razonable e inexplicable.

De inmediato, me tropiezo con la primera dificultad. ¿Cómo puede ser posible, para una mente humana, imaginar a un Ser tan inmenso en todos sus aspectos o cualidades? La respuesta es inmediata: no es posible.

Porque nos resulta imposible imaginar ni siquiera la naturaleza de su Ser. ¿De qué está hecho Dios? ¿Algún teólogo es capaz de contestarme?

Y como es imposible conocer esa realidad, las diversas religiones han inventado distintas formas de representación. En la religión judía, y también en la cristiana, han humanizado a Dios. Aseguran que Dios creó al hombre “a su  imagen y semejanza”, Error. Dios no tiene imagen y, por otro lado, establecer una semejanza entre ambos, además de imposible,  resulta ridícula –apliquen, si no, el teorema de Tales y lo comprobarán- ¿Es posible establecer una semejanza entre un grano de arena y el monte Everest? Pues mucha mayor distancia proporcional hay entre la dimensión del hombre y Dios. Por otra parte, ¡cuántos hombres hay, imposibles de asemejarlos a Dios!  

Lo más cierto es, que ha sido el hombre quien ha creado el concepto de Dios a su imagen y semejanza. Nos presentan a un “Señor” con reacciones, comportamientos y cualidades humanas, aunque elevados, eso sí, a su máxima dimensión. Así aparece a lo largo de toda la Biblia.

Hay una “Corte Celestial”. Un Reino Divino con su corte de ángeles, arcángeles, querubines, serafines y otros de distinta graduación y empleo. Hasta existe un enemigo del Reino: el demonio. No podía faltar  un enemigo de la Corona, un conspirador, en todo Reino que se precie. Es una copia de la antigua organización del poder de épocas pasadas.

Pero hombre, piensen, aunque solo sea un poco. ¿Cómo es posible que alguien pueda rebelarse contra un ser infinito y todopoderoso? ¿Pero qué demonios pinta esa caterva de gentes, ante un Dios inmaterial. ¿Qué hace Dios sentado en su regio trono con Jesús a su diestra? Parece como si los más grandes teólogos de la Iglesia ignoraran que Dios es un Ser inmenso, que no cabe en asiento alguno, que no necesita cortesanos fieles o rebeldes a su alrededor, y que no tiene derecha ni izquierda.

Me parece que es hora de abandonar tanta invención humana, forjada en tiempos de desconocimiento e imposición forzada de las ideas. Hombre, no es que hoy sepamos mucho sobre los misterios que rodean nuestra existencia y sustancia, pero algo más que en la época en que se escribieron los textos sagrados, sí.

Porque solo puede ser materia de fe lo que se desconoce. Aquello que se conoce no se puede ignorar, en función de cualquier autoridad o texto, por mucha excelencia que posean ambos. Tan absurdo es creer en lo que no es, como no creer en lo que es. Por tanto, es obligado y conveniente, abandonar todas esas historias que contradicen a la realidad del conocimiento, con independencia de quienes las propongan,

Estas buenas gentes no tienen en cuenta que, al proponer aquellos supuestos bíblicos, no hacen otra cosa que reducir la inmensidad y grandeza de Dios.

Si queremos acercarnos al conocimiento de la naturaleza de nuestro Creador, será necesario iniciar su búsqueda, acudiendo a principios fundamentales. No hay otro modo. Así llegaremos a formular el primero de ellos: DIOS DEBERÁ SER INMATERIAL

¿Por qué? Porque la materia está sujeta a dos variables limitativas y caducas: el tiempo y el espacio. No es posible pensar en un Dios que pueda dejar de existir o estar limitado de dimensión. Estaríamos hablando de alguno de los dioses clásicos del Olimpo, no del Dios creador de todo.   

Establecido el primer principio fundamental, se desprende, de inmediato, que Dios debe ser un ESPÍRITU INTEMPORAL E ILIMITADO,

En este momento, nos adentramos en un estado de entendimiento poco, o nada, comprensible para el ser humano.

¿Qué es un espíritu? Nadie lo sabe. Ni siquiera puede imaginar su naturaleza y esencia ningún ser humano ¡Si apenas conocemos las de la materia de que estamos hechos, nosotros y el Universo entero!

Pero esto no es un asunto baladí ¡Cómo vamos a conocer a Dios, si no tenemos la más remota idea de cómo es en realidad! Llegados a este punto, deberemos guiarnos por las cualidades de un ser inmaterial.

1.- LA INTEMPORIDAD. Este es un concepto que se interpreta erróneamente y es la causa de los mayores y más frecuentes errores que se aplican a su ser y forma de actuar.

Ser intemporal no significa poder vivir eternamente, contemplando el paso del tiempo de los demás seres finitos. No. Para el ser intemporal no existe el tiempo en sí. No tiene pasado, presente ni futuro. Por expresarlo de alguna manera, diré que, para él, su tiempo siempre es presente. ¿Hay alguien capaz de entender este concepto? No lo creo.

Pero sí podemos conocer y entender sus consecuencias. Él nos dirá que toda acción temporal atribuida a Dios es invención humana.

De este modo, nos daremos cuenta que Dios no creó el Universo y, por ende, la Tierra y al hombre, como nos relata la Biblia. Asunto  desmontado por la Ciencia, hace ya tiempo. La acción divina debería estar de acuerdo con su naturaleza: intemporal. Todo lo que ha sido, es y será se habría hecho en menos de un instante. ¿El Big Bang famoso? Parece que esa teoría es la más congruente con la naturaleza de nuestro Creador. Así, tras la instantánea explosión de una energía desconocida e inmensa creó una maravillosa substancia: la materia. Y, junto a ella, el tiempo y el espacio. Durante millones de años, aquel magma substancial, que contenía todos los ingredientes esenciales, se desarrolló libremente hasta hoy y seguirá haciéndolo hasta el fin de su existencia.  

El Universo, la Tierra y todos los seres vivos, incluido el hombre, habrían seguido ese libre proceso, hasta ser lo que es y somos y lo que será y seremos en el futuro.

De paso, tras considerar que el universo no fue creado como se indica en el Génesis, se desprende que no hubo Paraíso Terrenal y que Adán y Eva fueron una nueva invención humana. Tampoco hubo prueba divina ni pecado original. Resulta evidente que Dios no iba a proponer una prueba sabiendo, al ser intemporal, que no la iban a superar. Esto lo haría un sádico, no Dios.

En la misma situación de invención humana se halla el Apocalipsis. “…los astros caerán sobre la Tierra…(error, bastaría con uno solo para hacer trizas a la Tierra. Se debe a que entonces se creía que las estrellas del cielo eran pequeños astros incandescentes) …y la Tierra se enrollará como se enrolla un libro …etc.” (esta afirmación se debe a que en aquel tiempo todavía se creía que la Tierra era plana y los libros eran rollos, no como son ahora) he puesto unos pocos ejemplos, Pero la Biblia está sembrada de invenciones humanas que contradicen  aquella cualidad.      

Es el momento de advertir, que las Ciencias, incluidas la Física, la Química, la Medicina, la Matemática o la Tecnología no inventan nada, solo van descubriendo, poco a poco y paso a paso, lo que Dios creó en aquel instante y que se halla latente e inmerso en su Creación, desde aquella instantánea acción.

2.- LA ILIMITEIDAD: Es el segundo de los principios o cualidades de Dios, que nos indica su carencia de límites físicos. ¿Quiere decir que su naturaleza es infinita? No me lo parece. El término infinito, es un concepto humano de carácter indeterminado y no corresponde a la naturaleza concreta de la existencia de Dios.

Si pensáramos que Dios es infinito, deberíamos convenir que lo llenaría todo y, por tanto, que todo lo que existe, incluido el hombre, formarían parte de Dios, dando la razón a los panteístas, creyentes de esta opción. Es evidente que no es así. No hay que perder tiempo en refutarlo.

De nuevo nos hemos encontrado con un concepto inventado por el hombre. Hemos deducido que, si carece de límites, debe tratarse de un ser infinito. Pero al desconocer la esencia del espíritu, la naturaleza de su ser, nos resulta imposible conocer el alcance de esa carencia de límites. Estamos ante una indefinición dentro de una dimensión desconocida, por completo, para nosotros. Algo semejante a los límites del Universo, en nuestra realidad material.

¿El Universo es infinito? Nos lo parece por su grandeza, pero, al ser materia, debe tener límites, aunque estos estén fuera de nuestro alcance y sean indefinidos e indefinibles.

Del mismo modo que en la cualidad 1ª, la intemporalidad, deberemos tratar de conocer a Dios por las consecuencias que esta 2ª cualidad producen en nuestra relación con Él. Significa que Dios no tiene una imagen concreta. Porque si la tuviera, tendría una dimensión y sus correspondientes límites. En consecuencia, todas las apariciones, voces o presencias, es decir, todas esas manifestaciones materiales, deberán ser producto de una acción sugestiva, imaginativa o mística de la condición humana, consecuencia del hecho, arriba expresado, de haber creado una imagen humanizada de Dios.

Al llegar a este punto, nos adentramos en un estado de misteriosa  intranquilidad, desconcierto y zozobra. Porque si hay que admitir que Dios es intemporal e ilimitado, es decir espiritual ¿Qué clase de relación puede haber con nosotros, seres temporales y finitos, materiales al fin?

No la hay. Al menos de la forma en que nuestra mentalidad material y humana la ha creado. Entonces, ¿Dios nos ha “echado” al mundo, para que allí nos las compongamos como buenamente podamos, sin ocuparse lo más mínimo de nosotros?

Pudiera ser que sí. Sabemos, porque lo sentimos en lo más hondo de nuestro ser, que Dios nos ha creado libres. Libres sin ninguna limitación. Podemos hacer el bien o el mal, podemos atender a nuestras obligaciones o descuidarlas. Incluso podemos ignorarle a Él, insultarle o no creer en su existencia. Nada nos lo va a impedir.

Sin embargo, al mismo tiempo, junto a ese sentimiento de libertad, llevamos grabado en lo más profundo de nuestro pensamiento la distinción entre el mal y el bien. Moisés, que no Dios, esculpió en piedra lo que todo ser humano ya llevaba grabado, en su interior, desde su creación. Es decir, desde el principio de los tiempos. Otra cosa es que nuestra imperfecta condición nos permita buscar, y encontrar, excusas para justificar la maldad.

No solo eso. Dios puso en su Creación los elementos necesarios para resolver gran parte, o quizás todos, nuestros problemas vitales. Como ya he dicho, el hombre no inventa nada, solo descubre y conoce, poco a poco y paso a paso, las ayudas latentes o inmersas en lo que llamamos Naturaleza, a fin de mejorar su vida y la de otros seres vivos. Y como toda obra humana, esos conocimientos pueden aplicarse para el bien o para el mal.

¿Pero hay una explicación contundente y cierta para sostener estas afirmaciones?

La hay. Basta con recordar que Dios es intemporal. El tiempo, cualidad de la materia, no corre para su naturaleza espiritual. Lo que para nosotros son miles de millones de añps, la edad del Universo, para Dios es menos que un parpadeo, que un  instante.

1ª Consecuencia: Todo lo que fuimos, somos y seremos se hallaba inmerso y latente en el instante que se produjo la Creación de la materia y, con ella, el espacio y el tiempo. Todos nuestros conocimientos, habilidades, capacidades y potencias, han ido conformándose a través del tiempo, en un largo y minucioso devenir del proyecto divino.

 Consecuencia. Dios hizo todo lo que tenía que hacer en aquel supremo instante de su Creación. Por tanto, solicitarle esto o aquello, no tiene ningún sentido. Él ya hizo, en su momento, todo cuanto convenía a su proyecto creativo.

Según esto, ¿debe entenderse que la oración no tiene sentido?

No, en absoluto. Pero debe cuidarse tanto su forma como su contenido. Toda oración debe ser un canto de alabanza a su grandeza, de agradecimiento por los dones que nos concedió y de mucho amor para corresponder a tanto como Él nos ha ofrecido. Y hay que evitar ser pedigüeño, pues, repito una vez más, ya nos dio todo lo que tenía que dar en su momento.

Porque, con frecuencia, confundimos a Dios con un ayuda de cámara o algo parecido: haz esto, dame aquello, concédeme esa gracia, ayuda a fulano, cuando, en la mayoría de esas peticiones, somos nosotros los responsables de resolverlas. Y las que no, corresponden al albur y a las limitaciones de nuestra propia y libre naturaleza humana, siendo nuestro deber afrontarlas y sobrellevarlas con la entereza debida.

En realidad la oración, la introspección y la meditación enriquecen el espíritu de quien ora. y transciende en él, no a quien va dirigida.

Entonces, ¿Dios no obra milagros?

Creo que el milagro existe. No me cabe duda, porque yo he sido testigo de, al menos, dos milagros claros e indiscutibles. Me referiré a uno, que puede hacer más comprensible la generación de este misterio.

Una mujer, allegada mía, sufría de grandes hemorragias vaginales, Los médicos le diagnosticaron cáncer y advirtieron la necesidad de operarla con urgencia.

Sin embargo, ella, temerosa de que la operación pudiera provocar un fatal desenlace, buscó otra opción, a su juicio, menos peligrosa. Supo que, en un pueblo de Málaga, había un curandero que operaba con las manos, sin necesidad de anestesia y sin provocar corte de tejido alguno.

Allá se fueron ella y su marido. Este presenció la operación y me hizo una descripción de ella. El curandero realizó una serie de manipulaciones sobre la zona inferior del vientre. En un momento dado, apareció, en una de sus manos, una porción informe de tejido sanguinolento, que arrojó a una vasija cercana. Limpió de sangre la zona afectada, le aplicó un masaje en esa parte y dio fin a la operación.

Le pregunté si le había quedado alguna señal en aquella zona y me contestó que apenas se podía apreciar una leve marca, que no llegaba ni siquiera a arañazo.

Es evidente que se trataba de una superchería, De hecho, este hombre fue acusado y condenado por fraude, años más tarde. Pero, hete aquí el milagro: la mujer sanó y las hemorragias cesaron. Y esto es un hecho muy importante: la fe de la mujer, que no el mago, le había curado.

Esta anécdota nos indica, con claridad extrema, que la capacidad de obrar milagros –cierta clase de milagros, al menos-, está impresa en la naturaleza humana por Dios. Y esa cualidad, la fe, latente en el mismo instante de la Creación, es quien capacita su generación.

3ª Consecuencia: Si Dios es inmaterial, el Cielo también lo es. La consecuencia inmediata es que en ese lugar no cabe ningún ente material. Significa que “la resurrección de los muertos” sigue siendo otra invención humana. La presunción de otra vida después de la muerte es materia de fe, pues no existe evidencia alguna que lo pueda demostrar.

Pero si la hay, deberá ser en forma espiritual, que no material

Entonces, ¿Jesucristo, ni tampoco la Virgen María, subieron al Cielo en carne mortal? Si Jesús era Dios, o parte de Él, podría ser, pero eso, vuelve a ser materia de fe. Pues solo ellos y Dios lo saben.

Por otro lado, los testimonios que aparecen en los Evangelios dan lugar a dudas razonables, aunque sus errores o fabulaciones tampoco puedan considerarse pruebas de lo contrario.

Lucas y Mateo hablan de ello: Y el Señor, después de hablarles (a los apóstoles) fue recibido arriba y se sentó a la diestra de Dios Padre” Saltan a la vista los errores de los dos evangelistas. El Cielo no está arriba ni abajo. En el Cielo no hay asientos. Y, por último, Dios no tiene derecha ni izquierda, al ser ilimitado.

En los Hechos de los Apóstoles, se describe cómo subió Jesús a los Cielos. “…Se presentó vivo (ante los apóstoles)  con muchas pruebas indubitables, durante 40 días y hablándoles del Reino de Dios…y habiéndoles dicho estas cosas, fue alzado y le recibió una nube que les ocultó de sus ojos”

De nuevo se hace patente la invención del escritor del texto. Si Jesucristo fue a los Cielos, es evidente que no lo fue como lo describen. No se puede llegar al Cielo, atravesando todo el Universo a cuerpo limpio. No llegaría ni en millones de años. La creencia de aquel tiempo era que el Cielo estaba muy cerca, un poco más allá de las nubes.

Insisto, estas invenciones, tampoco prueban que Jesús no subiera en persona a los cielos, Estamos ante un asunto de fe. No es materia probable, en definitiva. Mi impresión personal es que no necesitaba ir al cielo en carne mortal. ¿Para qué, si ha de estar en espíritu como está Dios? No tiene mucho sentido.

Por tanto, si en el Génesis, el Apocalipsis, y en varios otros pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento aparecen errores, supuestos o invenciones ¿debemos rechazar o, simplemente, ignorar estos escritos?

Desde luego que no. Constituyen el compendio religioso de épocas remotas. Componen la historia de nuestros primeros pensamientos transcendentes. Y, a pesar de sus inexactitudes y narraciones imaginativas, su propósito conduce al bien y su lectura no deja de ser provechosa. Lo que no se debe hacer, es tomar su contenido al pie de la letra, considerándolo como revelación divina. Son obra humana, no divina. La obra de personas inteligentes y piadosas, que desconocían mucho de lo que hoy sabemos. De allí sus errores. 

  Bien. Con todo lo dicho antes, sabemos lo que no es Dios. ¿Pero sabemos lo qué es? ¿Cuál es su esencia, su sustento, su hechura: su ser, en definitiva?

No lo sé. Ni yo, ni nadie. Ni ahora, ni nunca, Es el secreto, y también, el gran misterio, junto a su existencia, mejor guardado por Él. Y creo que eso es bueno y conveniente. No es necesario razonarlo, por evidente. 

Por tanto, es imprudente, o vano e ilusorio al menos, proponer y afirmar los proyectos, pensamientos y acciones atribuidos a Dios, si desconocemos su ser, su esencia. Esa dudosa práctica, vuelve a ser debida a la humanización de Dios, al crear una idea de su ser, a imagen y semejanza del hombre. Así, pensará, actuará y tendrá sentimientos semejantes a los nuestros. Y esto no se puede afirmar. aunque sean evocados como los más sublimes capaces de ser emitidos.

Significa, que las religiones, en concreto la occidental, la cristiana, la nuestra, deben realizar un valiente y definitivo ejercicio de puesta al día de su doctrina, si no quiere languidecer, convertirse en en una actividad para niños y ancianas –como apuntó Noah Hill- o desaparecer.

El Vaticano II propuso un aggiornamento de la doctrina católica, pero  su pretendida puesta al día quedó en acciones sobre los ritos, actitudes y costumbres, sin ir al fondo de su doctrina: las creencias y los dogmas.

Las religiones han defendido, a ultranza, estos dos aspectos fundamentales de sus doctrinas, considerándolos intocables y castigando, algunas en su tiempo y otras también en la actualidad, con las máximas penas posibles. Temen que, despojando de la cobertura que ofrece la creencia obligada y el dogma a cuestiones dudosas o falsas, los creyentes  pueden sentirse defraudados, provocando el abandono del total de las materias de fe y, con ello, el hundimiento de su religión, emulando el derrumbe de un castillo de naipes.

No lo creo. Con el abandono de las creencias contrarias a lo conocido o a lo razonable, Las Iglesias, y la Católica en particular, se revitalizarían al actualizar su contenido a la realidad actual, puesto que podrían ser mucho mejor comprendidas.

Porque mantener dogmas de fe contrarias al conocimiento o a lo razonable, práctica de tiempos lejanos en los que se ignoraba mucho de lo que hoy se sabe o en los que usar la razón era un privilegio reservado a unos pocos, y aun a estos con muchas limitaciones, no hace otra cosa que alejar a la mayoría de los creyentes medianamente inteligentes o instruidos. Solo pueden quedar en el “redil”  aquellos que mantienen su fe a ultranza, sin dudar ni plantearse el más mínimo pensamiento que cuestione alguna de sus creencias. Y no hay que engañarse, hoy día, estos han de ser, muy pocos, salvo aquellos que se ven amenazados con duros castigos si incumplen las reglas o abandonan su religión.

No se puede ignorar el conocimiento, como no se puede teorizar religiosamente sobre lo desconocido. Y, por supuesto, la fe y la razón no son contrarias ni enemigas: son complementarias.

Mediante la ejecución de una “poda” doctrinal adecuada, se obtendría una Iglesia más auténtica, más fiable, más asequible, más centrada en el mensaje divino y más cercana a la realidad de nuestro Creador, para mejor conocerle, amarle, alabarle, y cumplir sus mandatos.

El cómo, cuándo y el qué no me corresponde señalarlo. Esa es una tarea reservada a las Iglesias. Dios quiera que esta labor, sea acometida cuanto antes. El mundo lo necesita. 

UNA ÚLTIMA CONSIDERACIÓN: Dios nos ha otorgado una gracia inmensa. La vida. Y nos la ha concedido para que seamos útiles, provechosos, buenas gentes y FELICES. Pero como también nos ha hecho libres, sin ninguna limitación, está en nuestra mano, y no en la de Él, serlo.

Habrá que lograrlo en toda circunstancia que la vida nos depare. En la alegría y en la adversidad. Cuando vengan bien dadas y cuando vienen malas. Dios ya puso, en nosotros, las cualidades personales y ayudas externas para poder cumplir esas condiciones, aun en las circunstancias más adversas. Porque Él no nos envía mal, dolor, ni sufrimiento alguno. Somos sus “creaturas”, sus hijos, y nos ama. Lo contrario sería la actitud de un sádico, no la de un Dios Padre.

No hay que engañarse. La vida requiere esfuerzo, desde el momento de nacer. Es como escalar una escarpada montaña. Dios nos ha provisto de clavijas, mosquetones, estribos, cuerdas, piolet y crampones. Pero corresponde a  nuestra responsabilidad, usarlos o no. Y emplearlos debidamente.

En nuestra juventud, atacamos esas rocosas paredes con ímpetu y animoso brío, aunque pronto aparecerá la fatiga, el desánimo, los momentos de angustia que se alternarán con otros de gozo, al ir sorteando los duros obstáculos que la vida, esa tremenda escalada, nos depara. Y en todos ellos, deberemos encontrar motivos para agradecer  a Dios habérnosla concedido y ser FELICES por ello.

Destierra, en tus conversaciones con Dios, la palabra Señor, o cualquier otro apelativo rimbombante. Llámale Padre y entenderás todo.  

Todo esto, deberemos recordarlo en el anochecer de nuestra vida, cuando la escalada se hace más dura y fatigosa. En ese momento, cuando la cumbre ya está cercana y a la vista, es cuando tenemos que colmar de alegría hasta el último resquicio de nuestro interior.

PORQUE ALLÍ, AL GANAR LA CUMBRE, TE ENCONTRARÁS CON ÉL. TU PADRE. DIOS.

   


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