Nº
64.- DIOS
Hace ya algún tiempo, entrada nº 20 de
este blog, escribí sobre el Cielo, en respuesta a una pregunta de mi nieto
Andrés. Mucho antes, entrada nº5, lo hice sobre la existencia de Dios, ante el
requerimiento de otro de mis nietos, Javi. De nuevo, en la entrada nº 10, debí
responder a una interesante pregunta de mi nieta Leyre sobre la Creación.
Pues bien, hoy, a petición de un buen
amigo, me dispongo a pensar sobre la naturaleza de Dios, tras declarar, tal
como ya hice en la entrada nº 5, mi absoluta creencia en su existencia. Solo
haré hincapié en dos de los argumentos, o razones, expresados en aquel artículo.
En una de ellas vengo a decir, que creo, porque con ello, y solo con ello,
puedo explicarme lo inexplicable. Y, sobre todo, porque nadie, hasta hoy, ha
logrado probar su inexistencia.
Disponer de un conocimiento, aun
aproximado, de la naturaleza de Dios, será imprescindible para tratar de
entender su colosal creación y, algo muy importante, nuestra probable, o
posible, relación con Él.
Dicho lo anterior, trataré de expresar cómo
siento yo la inimaginable naturaleza de
este grandioso Ser, próximo y lejano a la vez, poderoso y tierno, grande y asequible,
sabio y simple, razonable e inexplicable.
De inmediato, me tropiezo con la primera
dificultad. ¿Cómo puede ser posible, para una mente humana, imaginar a un Ser
tan inmenso en todos sus aspectos o cualidades? La respuesta es inmediata: no
es posible.
Porque nos resulta imposible imaginar ni
siquiera la naturaleza de su Ser. ¿De qué está hecho Dios? ¿Algún teólogo es
capaz de contestarme?
Y como es imposible conocer esa
realidad, las diversas religiones han inventado distintas formas de
representación. En la religión judía, y también en la cristiana, han humanizado
a Dios. Aseguran que Dios creó al hombre “a
su imagen y semejanza”, Error. Dios
no tiene imagen y, por otro lado, establecer una semejanza entre ambos, además
de imposible, resulta ridícula
–apliquen, si no, el teorema de Tales y lo comprobarán- ¿Es posible establecer
una semejanza entre un grano de arena y el monte Everest? Pues mucha mayor
distancia proporcional hay entre la dimensión del hombre y Dios. Por otra
parte, ¡cuántos hombres hay, imposibles de asemejarlos a Dios!
Lo más cierto es, que ha sido el hombre
quien ha creado el concepto de Dios a su imagen y semejanza. Nos presentan a un
“Señor” con reacciones, comportamientos y cualidades humanas, aunque elevados,
eso sí, a su máxima dimensión. Así aparece a lo largo de toda la Biblia.
Hay una “Corte Celestial”. Un Reino
Divino con su corte de ángeles, arcángeles, querubines, serafines y otros de
distinta graduación y empleo. Hasta existe un enemigo del Reino: el demonio. No
podía faltar un enemigo de la Corona, un
conspirador, en todo Reino que se precie. Es una copia de la antigua organización
del poder de épocas pasadas.
Pero hombre, piensen, aunque solo sea un
poco. ¿Cómo es posible que alguien pueda rebelarse contra un ser infinito y
todopoderoso? ¿Pero qué demonios pinta esa caterva de gentes, ante un Dios
inmaterial. ¿Qué hace Dios sentado en su
regio trono con Jesús a su diestra? Parece como si los más grandes teólogos de
la Iglesia ignoraran que Dios es un Ser inmenso, que no cabe en asiento alguno,
que no necesita cortesanos fieles o rebeldes a su alrededor, y que no tiene
derecha ni izquierda.
Me parece que es hora de abandonar tanta
invención humana, forjada en tiempos de desconocimiento e imposición forzada de
las ideas. Hombre, no es que hoy sepamos mucho sobre los misterios que rodean
nuestra existencia y sustancia, pero algo más que en la época en que se
escribieron los textos sagrados, sí.
Porque solo puede ser materia de fe lo
que se desconoce. Aquello que se conoce no se puede ignorar, en función de
cualquier autoridad o texto, por mucha excelencia que posean ambos. Tan absurdo
es creer en lo que no es, como no creer en lo que es. Por tanto, es obligado y
conveniente, abandonar todas esas historias que contradicen a la realidad del
conocimiento, con independencia de quienes las propongan,
Estas buenas gentes no tienen en cuenta
que, al proponer aquellos supuestos bíblicos, no hacen otra cosa que reducir la
inmensidad y grandeza de Dios.
Si queremos acercarnos al conocimiento
de la naturaleza de nuestro Creador, será necesario iniciar su búsqueda,
acudiendo a principios fundamentales. No hay otro modo. Así llegaremos a
formular el primero de ellos: DIOS DEBERÁ SER INMATERIAL
¿Por qué? Porque la materia está sujeta
a dos variables limitativas y caducas: el tiempo y el espacio. No es posible
pensar en un Dios que pueda dejar de existir o estar limitado de dimensión.
Estaríamos hablando de alguno de los dioses clásicos del Olimpo, no del Dios
creador de todo.
Establecido el primer principio
fundamental, se desprende, de inmediato, que Dios debe ser un ESPÍRITU
INTEMPORAL E ILIMITADO,
En este momento, nos adentramos en un
estado de entendimiento poco, o nada, comprensible para el ser humano.
¿Qué es un espíritu? Nadie lo sabe. Ni
siquiera puede imaginar su naturaleza y esencia ningún ser humano ¡Si apenas
conocemos las de la materia de que estamos hechos, nosotros y el Universo
entero!
Pero esto no es un asunto baladí ¡Cómo
vamos a conocer a Dios, si no tenemos la más remota idea de cómo es en
realidad! Llegados a este punto, deberemos guiarnos por las cualidades de un
ser inmaterial.
1.- LA INTEMPORIDAD. Este es un
concepto que se interpreta erróneamente y es la causa de los mayores y más
frecuentes errores que se aplican a su ser y forma de actuar.
Ser intemporal no significa poder vivir
eternamente, contemplando el paso del tiempo de los demás seres finitos. No. Para
el ser intemporal no existe el tiempo en sí. No tiene pasado, presente ni
futuro. Por expresarlo de alguna manera, diré que, para él, su tiempo siempre
es presente. ¿Hay alguien capaz de entender este concepto? No lo creo.
Pero sí podemos conocer y entender sus
consecuencias. Él nos dirá que toda acción temporal atribuida a Dios es
invención humana.
De este modo, nos daremos cuenta que
Dios no creó el Universo y, por ende, la Tierra y al hombre, como nos relata
la Biblia. Asunto desmontado por la
Ciencia, hace ya tiempo. La acción divina debería estar de acuerdo con su
naturaleza: intemporal. Todo lo que ha sido, es y será se habría hecho en menos
de un instante. ¿El Big Bang famoso? Parece que esa teoría es la más congruente
con la naturaleza de nuestro Creador. Así, tras la instantánea explosión de una
energía desconocida e inmensa creó una maravillosa substancia: la materia. Y,
junto a ella, el tiempo y el espacio. Durante millones de años, aquel magma substancial, que contenía todos los ingredientes esenciales, se desarrolló libremente hasta hoy y seguirá haciéndolo hasta el fin de su existencia.
El Universo, la Tierra y todos los seres
vivos, incluido el hombre, habrían seguido ese libre proceso, hasta ser lo que es y somos
y lo que será y seremos en el futuro.
De paso, tras considerar que el universo
no fue creado como se indica en el Génesis, se desprende que no hubo Paraíso Terrenal
y que Adán y Eva fueron una nueva invención humana. Tampoco hubo prueba divina
ni pecado original. Resulta evidente que Dios no iba a proponer una prueba
sabiendo, al ser intemporal, que no la iban a superar. Esto lo haría un sádico,
no Dios.
En la misma situación de invención
humana se halla el Apocalipsis. “…los
astros caerán sobre la Tierra…(error, bastaría con uno solo para hacer
trizas a la Tierra. Se debe a que entonces se creía que las estrellas del cielo
eran pequeños astros incandescentes) …y
la Tierra se enrollará como se enrolla un libro …etc.” (esta afirmación se
debe a que en aquel tiempo todavía se creía que la Tierra era plana y los
libros eran rollos, no como son ahora) he puesto unos pocos ejemplos, Pero la
Biblia está sembrada de invenciones humanas que contradicen aquella cualidad.
Es el momento de advertir, que las
Ciencias, incluidas la Física, la Química, la Medicina, la Matemática o la
Tecnología no inventan nada, solo van descubriendo, poco a poco y paso a paso,
lo que Dios creó en aquel instante y que se halla latente e inmerso en su Creación,
desde aquella instantánea acción.
2.- LA ILIMITEIDAD: Es el segundo de los
principios o cualidades de Dios, que nos indica su carencia de límites físicos.
¿Quiere decir que su naturaleza es infinita? No me lo parece. El término
infinito, es un concepto humano de carácter indeterminado y no corresponde a la
naturaleza concreta de la existencia de Dios.
Si pensáramos que Dios es infinito,
deberíamos convenir que lo llenaría todo y, por tanto, que todo lo que existe,
incluido el hombre, formarían parte de Dios, dando la razón a los panteístas,
creyentes de esta opción. Es evidente que no es así. No hay que perder tiempo
en refutarlo.
De nuevo nos hemos encontrado con un
concepto inventado por el hombre. Hemos deducido que, si carece de límites,
debe tratarse de un ser infinito. Pero al desconocer la esencia del espíritu, la
naturaleza de su ser, nos resulta imposible conocer el alcance de esa carencia
de límites. Estamos ante una indefinición dentro de una dimensión desconocida,
por completo, para nosotros. Algo semejante a los límites del Universo, en
nuestra realidad material.
¿El Universo es infinito? Nos lo parece
por su grandeza, pero, al ser materia, debe tener límites, aunque estos estén
fuera de nuestro alcance y sean indefinidos e indefinibles.
Del mismo modo que en la cualidad 1ª, la
intemporalidad, deberemos tratar de conocer a Dios por las consecuencias que
esta 2ª cualidad producen en nuestra relación con Él. Significa que Dios no
tiene una imagen concreta. Porque si la tuviera, tendría una dimensión y sus
correspondientes límites. En consecuencia, todas las apariciones, voces o
presencias, es decir, todas esas manifestaciones materiales, deberán ser producto
de una acción sugestiva, imaginativa o mística de la condición humana,
consecuencia del hecho, arriba expresado, de haber creado una imagen humanizada
de Dios.
Al llegar a este punto, nos adentramos
en un estado de misteriosa
intranquilidad, desconcierto y zozobra. Porque si hay que admitir que
Dios es intemporal e ilimitado, es decir espiritual ¿Qué clase de relación
puede haber con nosotros, seres temporales y finitos, materiales al fin?
No la hay. Al menos de la forma en que
nuestra mentalidad material y humana la ha creado. Entonces, ¿Dios nos ha
“echado” al mundo, para que allí nos las compongamos como buenamente podamos,
sin ocuparse lo más mínimo de nosotros?
Pudiera ser que sí. Sabemos, porque lo
sentimos en lo más hondo de nuestro ser, que Dios nos ha creado libres. Libres
sin ninguna limitación. Podemos hacer el bien o el mal, podemos atender a
nuestras obligaciones o descuidarlas. Incluso podemos ignorarle a Él, insultarle
o no creer en su existencia. Nada nos lo va a impedir.
Sin embargo, al mismo tiempo, junto a
ese sentimiento de libertad, llevamos grabado en lo más profundo de nuestro
pensamiento la distinción entre el mal y el bien. Moisés, que no Dios, esculpió
en piedra lo que todo ser humano ya llevaba grabado, en su interior, desde su
creación. Es decir, desde el principio de los tiempos. Otra cosa es que nuestra
imperfecta condición nos permita buscar, y encontrar, excusas para justificar
la maldad.
No solo eso. Dios puso en su Creación
los elementos necesarios para resolver gran parte, o quizás todos, nuestros
problemas vitales. Como ya he dicho, el hombre no inventa nada, solo descubre y
conoce, poco a poco y paso a paso, las ayudas latentes o inmersas en lo que
llamamos Naturaleza, a fin de mejorar su vida y la de otros seres vivos. Y como
toda obra humana, esos conocimientos pueden aplicarse para el bien o para el
mal.
¿Pero hay una explicación contundente y
cierta para sostener estas afirmaciones?
La hay. Basta con recordar que Dios es
intemporal. El tiempo, cualidad de la materia, no corre para su naturaleza
espiritual. Lo que para nosotros son miles de millones de añps, la edad del
Universo, para Dios es menos que un parpadeo, que un instante.
1ª Consecuencia: Todo lo que fuimos,
somos y seremos se hallaba inmerso y latente en el instante que se produjo la
Creación de la materia y, con ella, el espacio y el tiempo. Todos nuestros
conocimientos, habilidades, capacidades y potencias, han ido conformándose a
través del tiempo, en un largo y minucioso devenir del proyecto divino.
2ª Consecuencia. Dios hizo todo lo que tenía que hacer en aquel supremo instante
de su Creación. Por tanto, solicitarle esto o aquello, no tiene ningún sentido.
Él ya hizo, en su momento, todo cuanto convenía a su proyecto creativo.
Según esto, ¿debe entenderse que la
oración no tiene sentido?
No, en absoluto. Pero debe cuidarse
tanto su forma como su contenido. Toda oración debe ser un canto de alabanza a
su grandeza, de agradecimiento por los dones que nos concedió y de mucho amor
para corresponder a tanto como Él nos ha ofrecido. Y hay que evitar ser
pedigüeño, pues, repito una vez más, ya nos dio todo lo que tenía que dar en su
momento.
Porque, con frecuencia, confundimos a
Dios con un ayuda de cámara o algo parecido: haz esto, dame aquello, concédeme
esa gracia, ayuda a fulano, cuando, en la mayoría de esas peticiones, somos
nosotros los responsables de resolverlas. Y las que no, corresponden al albur y
a las limitaciones de nuestra propia y libre naturaleza humana, siendo nuestro
deber afrontarlas y sobrellevarlas con la entereza debida.
En realidad la oración, la introspección
y la meditación enriquecen el espíritu de quien ora. y transciende en él, no a
quien va dirigida.
Entonces, ¿Dios no obra milagros?
Creo que el milagro existe. No me cabe
duda, porque yo he sido testigo de, al menos, dos milagros claros e
indiscutibles. Me referiré a uno, que puede hacer más comprensible la
generación de este misterio.
Una mujer, allegada mía, sufría de
grandes hemorragias vaginales, Los médicos le diagnosticaron cáncer y
advirtieron la necesidad de operarla con urgencia.
Sin embargo, ella, temerosa de que la
operación pudiera provocar un fatal desenlace, buscó otra opción, a su juicio,
menos peligrosa. Supo que, en un pueblo de Málaga, había un curandero que
operaba con las manos, sin necesidad de anestesia y sin provocar corte de
tejido alguno.
Allá se fueron ella y su marido. Este
presenció la operación y me hizo una descripción de ella. El curandero realizó
una serie de manipulaciones sobre la zona inferior del vientre. En un momento
dado, apareció, en una de sus manos, una porción informe de tejido
sanguinolento, que arrojó a una vasija cercana. Limpió de sangre la zona
afectada, le aplicó un masaje en esa parte y dio fin a la operación.
Le pregunté si le había quedado alguna
señal en aquella zona y me contestó que apenas se podía apreciar una leve
marca, que no llegaba ni siquiera a arañazo.
Es evidente que se trataba de una
superchería, De hecho, este hombre fue acusado y condenado por fraude, años más
tarde. Pero, hete aquí el milagro: la mujer sanó y las hemorragias cesaron. Y
esto es un hecho muy importante: la fe de la mujer, que no el mago, le había
curado.
Esta anécdota nos indica, con claridad
extrema, que la capacidad de obrar milagros –cierta clase de milagros, al menos-,
está impresa en la naturaleza humana por Dios. Y esa cualidad, la fe, latente
en el mismo instante de la Creación, es quien capacita su generación.
3ª Consecuencia: Si Dios es inmaterial,
el Cielo también lo es. La consecuencia inmediata es que en ese lugar no cabe
ningún ente material. Significa que “la resurrección de los muertos” sigue siendo
otra invención humana. La presunción de otra vida después de la muerte es
materia de fe, pues no existe evidencia alguna que lo pueda demostrar.
Pero si la hay, deberá ser en forma
espiritual, que no material
Entonces, ¿Jesucristo, ni tampoco la Virgen
María, subieron al Cielo en carne mortal? Si Jesús era Dios, o parte de Él,
podría ser, pero eso, vuelve a ser materia de fe. Pues solo ellos y Dios lo
saben.
Por otro lado, los testimonios que
aparecen en los Evangelios dan lugar a dudas razonables, aunque sus errores o
fabulaciones tampoco puedan considerarse pruebas de lo contrario.
Lucas y Mateo hablan de ello: “… Y
el Señor, después de hablarles (a los apóstoles) fue recibido arriba y se sentó
a la diestra de Dios Padre” Saltan a la vista los errores de los dos evangelistas.
El Cielo no está arriba ni abajo. En el Cielo no hay asientos. Y, por último,
Dios no tiene derecha ni izquierda, al ser ilimitado.
En los Hechos de los Apóstoles, se
describe cómo subió Jesús a los Cielos. “…Se
presentó vivo (ante los apóstoles) con
muchas pruebas indubitables, durante 40 días y hablándoles del Reino de Dios…y
habiéndoles dicho estas cosas, fue alzado y le recibió una nube que les ocultó
de sus ojos”
De nuevo se hace patente la invención
del escritor del texto. Si Jesucristo fue a los Cielos, es evidente que no lo
fue como lo describen. No se puede llegar al Cielo, atravesando todo el
Universo a cuerpo limpio. No llegaría ni en millones de años. La creencia de
aquel tiempo era que el Cielo estaba muy cerca, un poco más allá de las nubes.
Insisto, estas invenciones, tampoco
prueban que Jesús no subiera en persona a los cielos, Estamos ante un asunto de fe. No es materia probable, en
definitiva. Mi impresión personal es que no necesitaba ir al cielo en carne
mortal. ¿Para qué, si ha de estar en espíritu como está Dios? No tiene mucho
sentido.
Por tanto, si en el Génesis, el Apocalipsis,
y en varios otros pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento aparecen errores, supuestos
o invenciones ¿debemos rechazar o, simplemente, ignorar estos escritos?
Desde luego que no. Constituyen el
compendio religioso de épocas remotas. Componen la historia de nuestros
primeros pensamientos transcendentes. Y, a pesar de sus inexactitudes y
narraciones imaginativas, su propósito conduce al bien y su lectura no deja de
ser provechosa. Lo que no se debe hacer, es tomar su contenido al pie de la letra,
considerándolo como revelación divina. Son obra humana, no divina. La obra de
personas inteligentes y piadosas, que desconocían mucho de lo que hoy sabemos.
De allí sus errores.
Bien. Con todo lo dicho antes, sabemos lo que
no es Dios. ¿Pero sabemos lo qué es? ¿Cuál es su esencia, su sustento, su
hechura: su ser, en definitiva?
No lo sé. Ni yo, ni nadie. Ni ahora, ni
nunca, Es el secreto, y también, el gran misterio, junto a su existencia, mejor
guardado por Él. Y creo que eso es bueno y conveniente. No es necesario
razonarlo, por evidente.
Por tanto, es imprudente, o vano e
ilusorio al menos, proponer y afirmar los proyectos, pensamientos y acciones
atribuidos a Dios, si desconocemos su ser, su esencia. Esa dudosa práctica, vuelve
a ser debida a la humanización de Dios, al crear una idea de su ser, a imagen y
semejanza del hombre. Así, pensará, actuará y tendrá sentimientos semejantes a
los nuestros. Y esto no se puede afirmar. aunque sean evocados como los más
sublimes capaces de ser emitidos.
Significa, que las religiones, en
concreto la occidental, la cristiana, la nuestra, deben realizar un valiente y
definitivo ejercicio de puesta al día de su doctrina, si no quiere languidecer,
convertirse en en una actividad para niños y ancianas –como apuntó Noah Hill- o
desaparecer.
El Vaticano II propuso un aggiornamento de la doctrina católica,
pero su pretendida puesta al día quedó
en acciones sobre los ritos, actitudes y costumbres, sin ir al fondo de su
doctrina: las creencias y los dogmas.
Las religiones han defendido, a
ultranza, estos dos aspectos fundamentales de sus doctrinas, considerándolos
intocables y castigando, algunas en su tiempo y otras también en la actualidad,
con las máximas penas posibles. Temen que, despojando de la cobertura que
ofrece la creencia obligada y el dogma a cuestiones dudosas o falsas, los
creyentes pueden sentirse defraudados,
provocando el abandono del total de las materias de fe y, con ello, el
hundimiento de su religión, emulando el derrumbe de un castillo de naipes.
No lo creo. Con el abandono de las
creencias contrarias a lo conocido o a lo razonable, Las Iglesias, y la
Católica en particular, se revitalizarían al actualizar su contenido a la
realidad actual, puesto que podrían ser mucho mejor comprendidas.
Porque mantener dogmas de fe contrarias
al conocimiento o a lo razonable, práctica de tiempos lejanos en los que se
ignoraba mucho de lo que hoy se sabe o en los que usar la razón era un
privilegio reservado a unos pocos, y aun a estos con muchas limitaciones, no
hace otra cosa que alejar a la mayoría de los creyentes medianamente
inteligentes o instruidos. Solo pueden quedar en el “redil” aquellos que
mantienen su fe a ultranza, sin dudar ni plantearse el más mínimo pensamiento
que cuestione alguna de sus creencias. Y no hay que engañarse, hoy día, estos
han de ser, muy pocos, salvo aquellos que se ven amenazados con duros castigos
si incumplen las reglas o abandonan su religión.
No se puede ignorar el conocimiento,
como no se puede teorizar religiosamente sobre lo desconocido. Y, por supuesto,
la fe y la razón no son contrarias ni enemigas: son complementarias.
Mediante la ejecución de una “poda”
doctrinal adecuada, se obtendría una Iglesia más auténtica, más fiable, más
asequible, más centrada en el mensaje divino y más cercana a la realidad de
nuestro Creador, para mejor conocerle, amarle, alabarle, y cumplir sus
mandatos.
El cómo, cuándo y el qué no me corresponde señalarlo. Esa es una tarea reservada a las Iglesias. Dios quiera que esta labor, sea acometida cuanto antes. El mundo lo necesita.
UNA ÚLTIMA CONSIDERACIÓN: Dios nos ha
otorgado una gracia inmensa. La vida. Y nos la ha concedido para que seamos
útiles, provechosos, buenas gentes y FELICES. Pero como también nos ha hecho
libres, sin ninguna limitación, está en nuestra mano, y no en la de Él, serlo.
Habrá que lograrlo en toda circunstancia
que la vida nos depare. En la alegría y en la adversidad. Cuando vengan bien
dadas y cuando vienen malas. Dios ya puso, en nosotros, las cualidades
personales y ayudas externas para poder cumplir esas condiciones, aun en las circunstancias más adversas. Porque Él no nos envía mal, dolor, ni sufrimiento
alguno. Somos sus “creaturas”, sus hijos, y nos ama. Lo contrario sería la
actitud de un sádico, no la de un Dios Padre.
No hay que engañarse. La vida requiere
esfuerzo, desde el momento de nacer. Es como escalar una escarpada montaña.
Dios nos ha provisto de clavijas, mosquetones, estribos, cuerdas, piolet y
crampones. Pero corresponde a nuestra
responsabilidad, usarlos o no. Y emplearlos debidamente.
En nuestra juventud, atacamos esas
rocosas paredes con ímpetu y animoso brío, aunque pronto aparecerá la fatiga,
el desánimo, los momentos de angustia que se alternarán con otros de gozo, al
ir sorteando los duros obstáculos que la vida, esa tremenda escalada, nos
depara. Y en todos ellos, deberemos encontrar motivos para agradecer a Dios habérnosla concedido y ser FELICES por
ello.
Destierra, en tus conversaciones con
Dios, la palabra Señor, o cualquier otro apelativo rimbombante. Llámale Padre y
entenderás todo.
Todo esto, deberemos recordarlo en el anochecer de nuestra vida, cuando la escalada se hace más dura y fatigosa. En ese momento, cuando la cumbre ya está cercana y a la vista, es cuando tenemos que colmar de alegría hasta el último resquicio de nuestro interior.
PORQUE ALLÍ, AL GANAR LA CUMBRE, TE
ENCONTRARÁS CON ÉL. TU PADRE. DIOS.
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