sábado, 21 de mayo de 2022

52.- La Historia siempre acaba repitiéndose. Parte II



52.- La Historia siempre acaba repitiéndose.

Parte II


 


El 24 de febrero del año 2022, las tropas rusas invadieron Ucrania, nación independiente, por orden de Vladimir Putin, siniestro personaje que ostenta el poder absoluto en la Federación Rusa, sin que la ONU, organismo garante de la inviolabilidad de las naciones, haya movido un dedo para evitarlo.

Excusa: Proteger a los ciudadanos rusos y ruso parlantes, residentes en Ucrania, instalados allí durante el período de pertenencia a la Unión Soviética, de los desmanes que las autoridades fascistas de Ucrania están cometiendo con ellos, en varias zonas del país.

Propósito real: Evitar que Ucrania caiga en la zona de influencia de la  Unión Europea y, en su caso, la OTAN. Para ello, Putin ha diseñado un plan de ofensiva militar, consistente en eliminar al legítimo gobierno ucraniano, que mira hacia Occidente y sustituirlo por otro de carácter afín a la Federación, además de tomar el control directo de la zona del Donbás y todo el estratégico sur de Ucrania, bañado por el Mar Negro y el mar de Azov. Esta acción permitiría unir el importante enclave de Crimea, donde se encuentra su gran puerto militar de Sebastopol, con Rusia por vía terrestre. Putin ordenó la anexión de la península de Crimea en 2014, sin que tampoco ningún organismo internacional opusiera traba alguna de carácter práctico, salvo el no reconocimiento a dicha anexión. Por supuesto, a Putin esto le da igual. 

Trasfondo: Más allá de las razones de fondo de este desatinado conflicto, se hallan latentes otros difusos y enmascarados motivos, no declarados, pero que resultan, en definitiva, ser las causas más ciertas del origen de esta incalificable agresión.

En efecto. Este conflicto no se puede entender sin considerar dos factores fundamentales: la personalidad del líder ruso Putin y el desencanto producido en una gran parte de la población rusa, tras el gran batacazo de la descomposición y derrumbe de la antigua todopoderosa Unión Soviética.

La enigmática personalidad de Vladimir Putin viene condicionada por los 16 años que sirvió en el siniestro KGB, Comité para la Seguridad del Estado, organismo que podría definirse como una CIA y un FBI juntos.

Nacido en 1952, entró en el KGB con 23 años. Allí aprendió las técnicas de represión, desinformación, creación de conflictos en el exterior, operaciones especiales, espionaje y contraespionaje, en las que este organismo era maestro y de las que Putin fue alumno aventajado, pues a la caída de la Unión Soviética, 16 años más tarde, había alcanzado el grado de Teniente Coronel. Algo así, marca carácter para siempre y no se puede entender su personalidad, lo que está haciendo ni lo que hará en el futuro, sin conocer ni tener en cuenta ese siniestro y extenso capítulo de su vida.

Tras la debacle de la URSS, se dedicó a la política, donde creció a la sombra de Yeltsin, debido al enorme caudal de conocimiento de los entresijos políticos y económicos del Régimen. Gracias a ello, fue nombrado Primer Ministro en 1999. En el final de diciembre de ese mismo año, Yeltsin renunció a la Presidencia por “motivos de salud” y Putin se hizo con el cargo de manera interina.

Desde entonces, de una manera u otra, mediante elecciones con acusaciones de amaño e idénticas sospechas en la celebración de una serie de propicios referéndums, ha conseguido, no solo mantenerse en el poder, sino además reunir todos los poderes del Estado en sus manos, y prolongar su mandato, por el momento, hasta el año 2036, según la Constitución vigente.

Esta somera biografía es suficiente para entender la personalidad de Putin. Es un hombre anclado en el siglo pasado, que ha mamado la guerra fría y la confrontación de bloques antagónicos. Ha escalado la montaña del poder, viniendo de muy abajo, hasta convertirse en uno de los hombres más poderosos de la tierra. Desde la cúspide de ese inmenso país, excepcionalmente rico en toda clase de recursos naturales, no puede olvidar aquellos años en los que la URRS era una potencia temida por todos. Está convencido de que la Historia le tiene reservado el sagrado destino de devolver a Rusia la grandeza perdida y recuperar los territorios desgajados injustamente de la “Gran Patria Rusa” Es el nuevo y poderoso Zar empeñado en hacer realidad esa gloriosa tarea anhelada por muchos ciudadanos rusos.

En la actualidad, existen 14 repúblicas independientes desde 1991, fecha de la descomposición de la Unión Soviética. La táctica empleada por Putin, para alcanzar sus fines de incorporarlas al redil patrio, es sencilla y muy efectiva. Se trata de crear y sostener gobiernos títeres en aquellos países favorables a ello, como Bielorrusia y Chechenia, esta última anexionada ya, mediante una fuerte intervención del ejército ruso.  En los más rebeldes y propicios a aliarse con Occidente, fomenta la rebelión armada en zonas de mayoría pro rusa, tal como Transnitria en Moldavia, el Dombas en Ucrania y Osetia del sur en Georgia, con la intención de que sirvan de pretexto para justificar una posterior intervención armada en estos países. Armenia puede ser la siguiente.

Las repúblicas bálticas Estonia, Letonia y Lituania, a pesar de que existe en ellas una importante colonia rusa, cuentan con la protección de la OTAN. Atacarlas supondría entrar en guerra con Occidente. ¿Será capaz de provocar semejante catástrofe? Hoy, creo que ni él lo sabe, pero es razonable suponer que no. Es imposible que ignore que entrar en guerra abierta con Occidente sería, no solo un desastre incalculable para los países intervinientes, sino también para el Mundo entero.

En cuanto a las seis repúblicas túrquicas, que se declararon independientes de la URRS en 1991, Azerbaiyán, Kazaquistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirgistán y Tayikistán, no están más libres de la amenaza de Putin que las anteriores.

La mayoría de estos países tienen características políticas y económicas muy parecidas. Disponen de un sistema de gobierno presidencialista semidemocrático, con enormes reservas de gas y petróleo. En los últimos años, se han producido frecuentes disturbios, algunos especialmente violentos, solicitando una mayor apertura democrática, unos, y mayor participación del pueblo llano en la gran riqueza generada por la extracción del gas y del crudo, otros.

La situación se muestra intolerable para Putin, al producirse un cierto acercamiento a la UE y USA de estos países, en especial, Uzbekistán, Turkmenistán y Kirgistán, donde hubo una importante base americana durante la guerra de Afganistán. Por si fuera poco, la UE ha presentado un gran proyecto para la construcción de un oleoducto y de un gaseoducto, a fin de proveerse de ambos productos energéticos y evitar la dependencia actual con Rusia.

Esto no lo puede tolerar Putin. Ya ha manifestado que no permitirá  que infiltrados nazis provoquen inestabilidad y desorden en estos países. Entre paréntesis: Putin califica de nazi a todo aquel que mire hacia Occidente. La amenaza no es retórica ni baladí. En Tayikistán mantiene una poderosa base militar, que está siendo reforzada con armamento pesado, blindados, aviones de combate y unos 20.000 efectivos.

¿Quién podrá frenar la ambiciosa tarea, que se ha impuesto este nuevo Zar, de recrear la Gran Patria Rusa, con la anexión de todos estos países independientes?

No los ejércitos de estas repúblicas. No la OTAN, que es una organización defensiva y no puede intervenir si no es atacado algún país miembro. Menos aun la ONU, que debería ser garante de la inviolabilidad de cualquier estado de derecho inscrito en su organización, pero está desactivada por el posible veto de los países componentes del Consejo de Seguridad, en el que Rusia es miembro permanente. ¿La UE, quizás? Imposible. No dispone de la capacidad ofensiva necesaria para oponerse al potencial militar ruso. Y en los países de la UE se mantiene todavía vigente aquella frase acuñada tras la II Guerra Mundial: “Nunca más”.

Putin lo sabe y actúa con la impunidad que le otorga ese conocimiento. En Occidente se especula con la lentitud con que el ejército ruso está logrando sus objetivos militares. Confían en que el desgaste producido por la resistencia ucraniana y las sanciones económicas dictadas por ellos, serán suficientes para obligar a Putin a terminar con la invasión de Ucrania.

Se equivocan. Las sanciones occidentales puede que resulten más dañinas a la UE que a Rusia. Putin está aplicando el menor esfuerzo posible para obtener los objetivos ya señalados. No quiere hacer héroes ni mártires. No va a conquistar a ningún país por completo. Le bastará con tomar los territorios estratégicos que ayuden a asfixiar sus economías y a promover disturbios en el resto de sus territorios, para lograr que regresen al redil de la Madre Patria.

Esa función desestabilizadora, destinada a socavar los cimientos de los países de gobiernos con mayor o menor tendencia nacionalista o pro occidental,  está reservada al ejército en la sombra de Putin, conocido con el apelativo de Wagner.

Esta siniestra organización, encargada de realizar los trabajos sucios del Kremlin, es una unidad de carácter cívico militar. Dispone de sus propias fuentes de información y espionaje, tanto en el interior de Rusia, como en el exterior. Eliminan o hacen desaparecer a las personas influyentes que se oponen a Putin: políticos, empresarios o periodistas, aunque su función principal consiste en promover disturbios en aquellos países que no se plieguen a los deseos del nuevo Zar de todas las Rusias.

Sus efectivos están formados por combatientes de élite, elegidos entre los mejores en sus especialidades y los más capacitados miembros de la policía y el ejército. Se conoce su activa participación en el norte y centro de África y en Oriente Medio. Pero su intervención más decisiva ha sido en Transnitria, el Dombas, Osetia, Chechenia, la preparación de la invasión a Ucrania y en los disturbios acontecidos en varias de las repúblicas túrquicas.

A fin de no relacionar, clara y directamente, estas acciones con el Kremlin, Wagner se financia con dinero de los multimillonarios rusos amigos de Putin, puestos por él al frente de los más importantes grupos de empresas de recursos mineros, energéticos y tecnológicos.

¿Y el pueblo ruso qué dice? ¿Se volverá la opinión rusa contra Putin cuando comiencen a notar los inconvenientes que toda guerra provoca, obligándole a detener la guerra?

No. La maquinaria propagandista estatal y el férreo control de los medios de comunicación han logrado que la mayoría del pueblo ruso esté a favor de la invasión a Ucrania, considerándola una acción patriótica para la liberación de sus compatriotas, acosados por un régimen nazi. El mismo Kirill, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, envía a sus clérigos a bendecir las tropas que marchan a combatir a Ucrania. Para él, se trata de una auténtica "guerra santa", provocando el escándalo y el desconcierto entre el clero ortodoxo ucraniano, que conoce, de primera mano, el sufrimiento de sus feligreses, ocasionado por esta incalificable agresión. 

Es una acción armada pacificadora, dicen. Putin cuenta, además, con el apoyo de los que añoran el poderío de la época soviética y con la pobre gente que se ha visto desplazadas por este extraño y salvaje capitalismo, donde la mayor parte de los recursos económicos están en manos de antiguos miembros de la nomenclatura soviética.

“Antes –durante la época comunista- teníamos un trabajo y un salario pequeño pero seguro y ahora no tenemos ni qué comer”, escuché decir a una encorvada viejuca. Su única esperanza es que Putin consiga revivir a la Gran Patria Rusa y, de este modo, mejorar su precaria situación económica.

Esa es la intención de Putin. Para ello tiene previsto -y lo ha dicho- intervenir en las demás repúblicas desgajadas de la antigua Unión Soviética, hasta lograr que todas ellas, de un modo u otro, se mantengan en la órbita Rusa de manera estable.

La guerra, por tanto, va para largo y no remitirá a lo largo y ancho de los países limítrofes con Rusia. Los conflictos saltarán de uno a otro, siguiendo la siniestra hoja de ruta planeada por Putin. Hay rumores que aseguran que Putin sufre de un cáncer y que pronto deberá operarse. Un mínimo resquicio para la esperanza.

Ante la larga previsión de conflictos, cabe preguntarse cómo acabará esto. Ahora, nadie lo sabe. Se conoce cuando empiezan las guerras, pero nunca cuándo, ni cómo, terminan.

Hay expertos que dicen hallarnos ante las puertas de un conflicto bélico mundial 

Hace unos 30 años se diría que, en efecto, estamos ante un peligro, muy cierto, del estallido de la III Guerra Mundial. Hoy nos parece que no puede haber nadie tan loco, como para propiciar esa catástrofe. Pero las circunstancias políticas, sociales y económicas son tan claramente semejantes, con las que provocaron la II, que nada queda garantizado.

En el pasado, las terribles consecuencias de una guerra nuclear evitaron la guerra generalizada, descargando las tensiones entre bloques antagónicos en pequeñas o limitadas guerras locales. Pero hoy existen armas nucleares tácticas, de limitados efectos destructivos, que algún insensato puede estar tentado en utilizar. De allí, a una escalada nuclear, hay un paso.

Los ciudadanos de a pié solo podemos mantener la esperanza de que algo habrá mejorado la humanidad y sus dirigentes, tras 77 años trascurridos desde el fin de la última guerra mundial, que sirva para evitar esa terrible tragedia.

Aunque, la Historia siempre acaba repitiéndose. Y en todo caso, repetiremos el dicho: “Qué Dios nos coja confesados.” 

Dedicado a mi nieta Isabel

 

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