Parte
II
El 24 de febrero del año 2022, las
tropas rusas invadieron Ucrania, nación independiente, por orden de Vladimir
Putin, siniestro personaje que ostenta el poder absoluto en la Federación Rusa,
sin que la ONU, organismo garante de la inviolabilidad de las naciones, haya
movido un dedo para evitarlo.
Excusa: Proteger a los ciudadanos rusos
y ruso parlantes, residentes en Ucrania, instalados allí durante el período de
pertenencia a la Unión Soviética, de los desmanes que las autoridades fascistas
de Ucrania están cometiendo con ellos, en varias zonas del país.
Propósito real: Evitar que Ucrania caiga
en la zona de influencia de la Unión
Europea y, en su caso, la OTAN. Para ello, Putin ha diseñado un plan de
ofensiva militar, consistente en eliminar al legítimo gobierno ucraniano, que
mira hacia Occidente y sustituirlo por otro de carácter afín a la Federación,
además de tomar el control directo de la zona del Donbás y todo el estratégico
sur de Ucrania, bañado por el Mar Negro y el mar de Azov. Esta acción
permitiría unir el importante enclave de Crimea, donde se encuentra su gran
puerto militar de Sebastopol, con Rusia por vía terrestre. Putin ordenó la
anexión de la península de Crimea en 2014, sin que tampoco ningún organismo
internacional opusiera traba alguna de carácter práctico, salvo el no
reconocimiento a dicha anexión. Por supuesto, a Putin esto le da igual.
Trasfondo: Más allá de las razones de
fondo de este desatinado conflicto, se hallan latentes otros difusos y
enmascarados motivos, no declarados, pero que resultan, en definitiva, ser las
causas más ciertas del origen de esta incalificable agresión.
En efecto. Este conflicto no se puede
entender sin considerar dos factores fundamentales: la personalidad del líder
ruso Putin y el desencanto producido en una gran parte de la población rusa,
tras el gran batacazo de la descomposición y derrumbe de la antigua
todopoderosa Unión Soviética.
La enigmática personalidad de Vladimir
Putin viene condicionada por los 16 años que sirvió en el siniestro KGB, Comité
para la Seguridad del Estado, organismo que podría definirse como una CIA y un
FBI juntos.
Nacido en 1952, entró en el KGB con 23
años. Allí aprendió las técnicas de represión, desinformación, creación de
conflictos en el exterior, operaciones especiales, espionaje y contraespionaje,
en las que este organismo era maestro y de las que Putin fue alumno aventajado,
pues a la caída de la Unión Soviética, 16 años más tarde, había alcanzado el
grado de Teniente Coronel. Algo así, marca carácter para siempre y no se puede
entender su personalidad, lo que está haciendo ni lo que hará en el futuro, sin
conocer ni tener en cuenta ese siniestro y extenso capítulo de su vida.
Tras la debacle de la URSS, se dedicó a
la política, donde creció a la sombra de Yeltsin, debido al enorme caudal de
conocimiento de los entresijos políticos y económicos del Régimen. Gracias a
ello, fue nombrado Primer Ministro en 1999. En el final de diciembre de ese
mismo año, Yeltsin renunció a la Presidencia por “motivos de salud” y Putin se
hizo con el cargo de manera interina.
Desde entonces, de una manera u otra,
mediante elecciones con acusaciones de amaño e idénticas sospechas en la
celebración de una serie de propicios referéndums, ha conseguido, no solo
mantenerse en el poder, sino además reunir todos los poderes del Estado en sus
manos, y prolongar su mandato, por el momento, hasta el año 2036, según la
Constitución vigente.
Esta somera biografía es suficiente para
entender la personalidad de Putin. Es un hombre anclado en el siglo pasado, que
ha mamado la guerra fría y la confrontación de bloques antagónicos. Ha escalado
la montaña del poder, viniendo de muy abajo, hasta convertirse en uno de los
hombres más poderosos de la tierra. Desde la cúspide de ese inmenso país,
excepcionalmente rico en toda clase de recursos naturales, no puede olvidar
aquellos años en los que la URRS era una potencia temida por todos. Está
convencido de que la Historia le tiene reservado el sagrado destino de devolver
a Rusia la grandeza perdida y recuperar los territorios desgajados injustamente
de la “Gran Patria Rusa” Es el nuevo y poderoso Zar empeñado en hacer realidad
esa gloriosa tarea anhelada por muchos ciudadanos rusos.
En la actualidad, existen 14 repúblicas
independientes desde 1991, fecha de la descomposición de la Unión Soviética. La
táctica empleada por Putin, para alcanzar sus fines de incorporarlas al redil
patrio, es sencilla y muy efectiva. Se trata de crear y sostener gobiernos títeres
en aquellos países favorables a ello, como Bielorrusia y Chechenia, esta última
anexionada ya, mediante una fuerte intervención del ejército ruso. En los más rebeldes y propicios a aliarse con
Occidente, fomenta la rebelión armada en zonas de mayoría pro rusa, tal como
Transnitria en Moldavia, el Dombas en Ucrania y Osetia del sur en Georgia, con
la intención de que sirvan de pretexto para justificar una posterior
intervención armada en estos países. Armenia puede ser la siguiente.
Las repúblicas bálticas Estonia, Letonia
y Lituania, a pesar de que existe en ellas una importante colonia rusa, cuentan
con la protección de la OTAN. Atacarlas supondría entrar en guerra con
Occidente. ¿Será capaz de provocar semejante catástrofe? Hoy, creo que ni él lo
sabe, pero es razonable suponer que no. Es imposible que ignore que entrar en
guerra abierta con Occidente sería, no solo un desastre incalculable para los
países intervinientes, sino también para el Mundo entero.
En cuanto a las seis repúblicas
túrquicas, que se declararon independientes de la URRS en 1991, Azerbaiyán,
Kazaquistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirgistán y Tayikistán, no están más
libres de la amenaza de Putin que las anteriores.
La mayoría de estos países tienen
características políticas y económicas muy parecidas. Disponen de un sistema de
gobierno presidencialista semidemocrático, con enormes reservas de gas y
petróleo. En los últimos años, se han producido frecuentes disturbios, algunos
especialmente violentos, solicitando una mayor apertura democrática, unos, y
mayor participación del pueblo llano en la gran riqueza generada por la
extracción del gas y del crudo, otros.
La situación se muestra intolerable para
Putin, al producirse un cierto acercamiento a la UE y USA de estos países, en
especial, Uzbekistán, Turkmenistán y Kirgistán, donde hubo una importante base
americana durante la guerra de Afganistán. Por si fuera poco, la UE ha
presentado un gran proyecto para la construcción de un oleoducto y de un
gaseoducto, a fin de proveerse de ambos productos energéticos y evitar la
dependencia actual con Rusia.
Esto no lo puede tolerar Putin. Ya ha
manifestado que no permitirá que
infiltrados nazis provoquen inestabilidad y desorden en estos países. Entre
paréntesis: Putin califica de nazi a todo aquel que mire hacia Occidente. La
amenaza no es retórica ni baladí. En Tayikistán mantiene una poderosa base
militar, que está siendo reforzada con armamento pesado, blindados, aviones de
combate y unos 20.000 efectivos.
¿Quién podrá frenar la ambiciosa tarea,
que se ha impuesto este nuevo Zar, de recrear la Gran Patria Rusa, con la
anexión de todos estos países independientes?
No los ejércitos de estas repúblicas. No
la OTAN, que es una organización defensiva y no puede intervenir si no es
atacado algún país miembro. Menos aun la ONU, que debería ser garante de la
inviolabilidad de cualquier estado de derecho inscrito en su organización, pero
está desactivada por el posible veto de los países componentes del Consejo de
Seguridad, en el que Rusia es miembro permanente. ¿La UE, quizás? Imposible. No
dispone de la capacidad ofensiva necesaria para oponerse al potencial militar
ruso. Y en los países de la UE se mantiene todavía vigente aquella frase
acuñada tras la II Guerra Mundial: “Nunca más”.
Putin lo sabe y actúa con la impunidad
que le otorga ese conocimiento. En Occidente se especula con la lentitud con
que el ejército ruso está logrando sus objetivos militares. Confían en que el
desgaste producido por la resistencia ucraniana y las sanciones económicas dictadas
por ellos, serán suficientes para obligar a Putin a terminar con la invasión de
Ucrania.
Se equivocan. Las sanciones occidentales
puede que resulten más dañinas a la UE que a Rusia. Putin está aplicando el
menor esfuerzo posible para obtener los objetivos ya señalados. No quiere hacer
héroes ni mártires. No va a conquistar a ningún país por completo. Le bastará
con tomar los territorios estratégicos que ayuden a asfixiar sus economías y a
promover disturbios en el resto de sus territorios, para lograr que regresen al
redil de la Madre Patria.
Esa función desestabilizadora, destinada
a socavar los cimientos de los países de gobiernos con mayor o menor tendencia
nacionalista o pro occidental, está
reservada al ejército en la sombra de Putin, conocido con el apelativo de
Wagner.
Esta siniestra organización, encargada
de realizar los trabajos sucios del Kremlin, es una unidad de carácter cívico
militar. Dispone de sus propias fuentes de información y espionaje, tanto en el
interior de Rusia, como en el exterior. Eliminan o hacen desaparecer a las
personas influyentes que se oponen a Putin: políticos, empresarios o
periodistas, aunque su función principal consiste en promover disturbios en
aquellos países que no se plieguen a los deseos del nuevo Zar de todas las
Rusias.
Sus efectivos están formados por
combatientes de élite, elegidos entre los mejores en sus especialidades y los
más capacitados miembros de la policía y el ejército. Se conoce su activa
participación en el norte y centro de África y en Oriente Medio. Pero su
intervención más decisiva ha sido en Transnitria, el Dombas, Osetia, Chechenia,
la preparación de la invasión a Ucrania y en los disturbios acontecidos en
varias de las repúblicas túrquicas.
A fin de no relacionar, clara y
directamente, estas acciones con el Kremlin, Wagner se financia con dinero de
los multimillonarios rusos amigos de Putin, puestos por él al frente de los más
importantes grupos de empresas de recursos mineros, energéticos y tecnológicos.
¿Y el pueblo ruso qué dice? ¿Se volverá
la opinión rusa contra Putin cuando comiencen a notar los inconvenientes que
toda guerra provoca, obligándole a detener la guerra?
No. La maquinaria propagandista estatal
y el férreo control de los medios de comunicación han logrado que la mayoría del
pueblo ruso esté a favor de la invasión a Ucrania, considerándola una acción
patriótica para la liberación de sus compatriotas, acosados por un régimen
nazi. El mismo Kirill, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, envía a sus clérigos a bendecir las tropas que marchan a combatir a Ucrania. Para él, se trata de una auténtica "guerra santa", provocando el escándalo y el desconcierto entre el clero ortodoxo ucraniano, que conoce, de primera mano, el sufrimiento de sus feligreses, ocasionado por esta incalificable agresión.
Es una acción armada pacificadora,
dicen. Putin cuenta, además, con el apoyo de los que añoran el poderío de la
época soviética y con la pobre gente que se ha visto desplazadas por este
extraño y salvaje capitalismo, donde la mayor parte de los recursos económicos
están en manos de antiguos miembros de la nomenclatura soviética.
“Antes –durante la época comunista-
teníamos un trabajo y un salario pequeño pero seguro y ahora no tenemos ni qué
comer”, escuché decir a una encorvada viejuca. Su única esperanza es que Putin
consiga revivir a la Gran Patria Rusa y, de este modo, mejorar su precaria situación
económica.
Esa es la intención de Putin. Para ello
tiene previsto -y lo ha dicho- intervenir en las demás repúblicas desgajadas de
la antigua Unión Soviética, hasta lograr que todas ellas, de un modo u otro, se
mantengan en la órbita Rusa de manera estable.
La guerra, por tanto, va para largo y no
remitirá a lo largo y ancho de los países limítrofes con Rusia. Los conflictos
saltarán de uno a otro, siguiendo la siniestra hoja de ruta planeada por Putin.
Hay rumores que aseguran que Putin sufre de un cáncer y que pronto deberá
operarse. Un mínimo resquicio para la esperanza.
Ante la larga previsión de conflictos,
cabe preguntarse cómo acabará esto. Ahora, nadie lo sabe. Se conoce cuando
empiezan las guerras, pero nunca cuándo, ni cómo, terminan.
Hay expertos que dicen hallarnos ante
las puertas de un conflicto bélico mundial
Hace unos 30 años se diría que, en
efecto, estamos ante un peligro, muy cierto, del estallido de la III Guerra
Mundial. Hoy nos parece que no puede haber nadie tan loco, como para propiciar
esa catástrofe. Pero las circunstancias políticas, sociales y económicas son
tan claramente semejantes, con las que provocaron la II, que nada queda
garantizado.
En el pasado, las terribles
consecuencias de una guerra nuclear evitaron la guerra generalizada,
descargando las tensiones entre bloques antagónicos en pequeñas o limitadas
guerras locales. Pero hoy existen armas nucleares tácticas, de limitados
efectos destructivos, que algún insensato puede estar tentado en utilizar. De
allí, a una escalada nuclear, hay un paso.
Los ciudadanos de a pié solo podemos
mantener la esperanza de que algo habrá mejorado la humanidad y sus dirigentes,
tras 77 años trascurridos desde el fin de la última guerra mundial, que sirva
para evitar esa terrible tragedia.
Aunque, la Historia siempre acaba
repitiéndose. Y en todo caso, repetiremos el dicho: “Qué Dios nos coja
confesados.”
Dedicado a mi nieta Isabel
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