viernes, 17 de marzo de 2017

21.-Relatos, Fábulas y Leyendas

21.- LOS REFUGIADOS.





El doloroso tema de los refugiados se encuentra en las primeras planas de la actualidad. Cada día hay una nueva -o repetida- noticia, a cual más triste, sobre las gentes que huyen de la desolación que procura la guerra, una cruenta guerra que asola a varias naciones musulmanas, en especial Siria, Irak y Afganistán.
Son las consecuencias desastrosas de las guerras, que ya tiñeron de sombra y horror los pinceles y plumas de nuestro genial pintor Goya.
No es que en otros lugares no haya guerra. En el centro de África se han producido, y se producen, conflictos bélicos tan -o aún más- crueles y sangrientos, que los acontecidos en aquellos países musulmanes. Pero ninguno ha tenido el impacto mediático que estos.
Alguien sabrá, supongo, por qué las desdichas de la población africana ocasiona menos lástima y ocupan menos espacio en las noticias, que las sufridas por gentes con piel más decolorada. ¡Anda, que no han habido guerras, muertes y desplazados en África!
¿Será que aquello está muy lejos o que todavía nos quede inadvertida alguna que otra pincelada de aquel primerizo racismo colonial europeo? Pudiera ser.
Pero me ceñiré a las calamidades que se producen en un área tan cercana a Europa, como es el Oriente Próximo, según la definición de la RAE, u Oriente Medio, según la denominación empleada por la mayoría de los organismos internacionales.
Desde el primer momento en el que apareció el tremendo problema ocasionado por la gran riada de aspirantes a refugiados, me he sentido asombrado. No solo por el hecho en sí -en aquella región ha habido guerra desde antes de los años cuarenta del pasado siglo, sin que se hubiera producido este fenómeno-, sino también por la elevada magnitud del desastre. La cifra de desplazados suma hoy 7 millones,  contando solo los 5 provenientes de Siria y los otros 2 de Irak.
Mayor sorpresa me ocasionó la reacción que se produjo en la mayoría de las alcaldías españolas. En un país, donde la mala uva es uno de los productos más abundantes y característicos, comenzó entre ellas una curiosa puja benefactora al alza, para conseguir más refugiados que sus vecinos. Hubo quien se ofreció a recibir a cuantos llegaran. Sin límite alguno. No era cosa de regatear ni de andarse en pequeñeces, tales como asegurarse de disponer los medios precisos para ello.
Hace poco escuche una frase en boca del Papa, en defensa de los refugiados que buscan su acogida en Europa, ante los recelos que se dejaban sentir en algunos Estados, Alemania entre ellos: "Todo el mundo tiene derecho a buscar un futuro mejor".
Preciosas palabras. Pero yo me pregunto qué pasaría en Alemania si todos los millones de personas del mundo, que tienen ese derecho a buscar un futuro mejor, se presentaran allí. ¿Se imaginan el cuadro?
Es que el bien "hay que hacerlo bien", porque en caso contrario se corre el peligro, no solo de perder la ocasión de alcanzarlo, sino incluso, obtener un mal en su lugar, consecuencia de ese buenismo destalentado y muchas veces hipócrita, tan en boga.
¿Qué se ha hecho para resolver este sangrante problema? Muy poco. Se reunieron los mandamases europeos y decidieron formar cupos de admisión de acuerdo con las posibilidades de cada Estado. Lo más sencillo que se les ocurrió a las "lumbreras" que nos gobiernan. Pero las "posibilidades" de la mayoría de ellos quedaron pronto enflaquecidas por la tibia voluntad de echar a andar un plan, que adivinaban impracticable y repleto de líos e inconvenientes.
Más tarde, unos pocos países decidieron parchear el problema por su cuenta: La opinión pública apretaba.
Así, ahora, aceptan refugiados con cuenta gotas, confiando en que el asunto pierda actualidad con el paso del tiempo y el problema se vaya resolviendo por sí solo.
Una pena, porque el problema es de tal magnitud y el sufrimiento tan enorme que solo una acción pronta, poderosa, decidida y generalizada podría lograr paliarlo.   
Porque colocar, de repente, 7 millones de personas no es fácil, como se está demostrando. No solo por la enorme cantidad de recursos necesarios, sino además, porque el interés de la mayoría de refugiados se centra solo en dos o tres países europeos, lo que tiene que producir, por fuerza, innumerables tensiones en esos Estados.
Si yo fuera el Papa, la Merkel o el Trump -quiero decir: si yo tuviera la influencia y el poder de estos líderes- haría lo siguiente:
Promovería una reunión internacional seria de líderes de los Estados, tanto europeos como del resto de las potencias desarrolladas, junto a los mandatarios de los países limítrofes al conflicto. No me levantaría de la mesa hasta conseguir alcanzar un compromiso de ayuda pronta, real y efectiva a estas pobres gentes.
Obtenido este, haría que se formara, de inmediato, una comisión de expertos que estudiara a fondo el mejor sistema de ayuda a los refugiados y el método a seguir para su segura distribución, que contemplara algo mucho más efectivo que el simple reparto de asilados entre los estados comprometidos.   
¿Por qué? Porque empeñarse en dar asilo a siete millones de personas es imposible del todo. Hace poco, el gobierno español ha enviado un comunicado a la Comisión Europea, anunciando que está preparado para reasentar a 875 refugiados, con lo que sería el tercer Estado europeo en disponibilidad.
¿No es esto un ridículo total, incomprensible e hiriente? No me digan que no.
Por otra parte ¿qué capacidad de acogida tiene un Estado con cerca de cuatro millones de parados? Poca.
Pero si fuera posible asilar a esos 7 millones en los 27 Estados de la Unión Europea -los británicos ya se han ido en previsión de tener que hacerlo. No olviden que el argumento más efectivo para que los ingleses se pronunciaran por el Brexit fue "que les iban a llenar Gran Bretaña de refugiados incontrolados"-, lejos de resolver el problema lo agrandaría hasta límites imprevisibles, para hacerlo irremediable y crónico, por tanto.
Imaginen, sí no, a este ingente colectivo -unos 300 mil refugiados de media por Estado- llegando a cualquier País europeo. Unos pocos lograrían integrarse en él gracias a poseer la capacidad adecuada para conseguir un empleo. La mayoría quedaría desempleada e iría a engrosar los guetos, ya existentes, y sobrevivir gracias a la caridad pública y privada, casi siempre escasa.
Aun y todo, hay que suponer que esta situación todavía les resultará ventajosa, dadas las calamidades que han tenido que soportar. Pocos serán los que decidan regresar a sus respectivos países de origen. Para qué, si los encontrarán arrasados, exánimes y faltos de lo más vital e imprescindible, debido a los terribles bombardeos sufridos y a la dura guerra callejera entre las distintos grupos religiosos y políticos.
Así que, si añadimos a la cifra de desplazados, la de muertos civiles y militares, represaliados y fugitivos del bando perdedor ¿quién quedará para acometer la reconstrucción de sus países al finalizar la guerra?
Muy pocos. Por esto, advertía antes del riesgo de que el problema pueda hacerse crónico, tanto para los refugiados en los países de acogida, como para superar la ruina de los Estados en conflicto, terminado este.
No, hay que resolver el problema de los refugiados actuando de manera más racional y conveniente.
¿Cómo?
La primera medida debería ser atacar la raíz del problema: la guerra. Habría que emplear todos los medios de presión al alcance de las potencias firmantes para pararla. Y si esto resultara inviable, habría que intervenir en ella. No como se está haciendo ahora, sino de una forma decidida, contundente y rápida, para que el sufrimiento que conlleva dure lo menos posible.
No es admisible el modo de cómo hoy se está interviniendo militarmente en estos países. Esos terribles y cobardes bombardeos indiscriminados -se trata de evitar bajas propias-, no distinguen entre el enemigo y la población civil y provocan la destrucción, el sufrimiento y la muerte, tanto en las viviendas de ciudadanos inocentes, como en los centros de producción, tiendas y mercados, hospitales, escuelas y centros religiosos.
Ya es hora de que los organismos internacionales prohíban estas prácticas inhumanas.
Así se explica que haya tantos conflictos armados, en Oriente Medio y África, que se enquistan, duran décadas y acaban siendo crónicos. "No podemos enviar tropas -dirán los prebostes occidentales-, y tener bajas en nuestras filas". Claro: que pongan otros los muertos.
Pero si no quieren asumir las consecuencias que toda intervención armada provoca en sus tropas, hagan el favor de no injerirse y dejen que cada país resuelva sus propios problemas. Y si se ven obligados a actuar por "humanidad", como dicen, limítense a bombardear objetivos militares fuera de las poblaciones.
Mientras tanto, un enorme gentío trata de huir de la cruel guerra que está asolando sus países. Hombres, mujeres y niños desesperados inician un doloroso éxodo lleno de miseria, sufrimiento y peligro ¿Cómo remediar tanta desgracia de una forma racional, eficaz y definitiva, evitando su dispersión, de manera que no pierdan lo que para ellos representa sus mayores bienes: sus raíces, su cultura, costumbres y lazos familiares o vecinales?
No tengo duda alguna. Solo se podría lograr, promoviendo un plan similar al Plan Marshall, que tan eficaz resultó al finalizar la 2ª Guerra Mundial. Con la diferencia de que, en este caso, debería ocuparse, no solo de la reconstrucción de los países al finalizar la guerra, sino también de proporcionar acogida y acomodo digno a los desplazados durante ella.
Llegado a este punto, no se puede olvidar que el éxito del Plan Marshall se debió, en su mayor parte, a la eficaz administración de los medios asignados a los países beneficiarios, que realizó de manera impecable la AEC, organismo internacional creado para tal fin.
Una entidad similar debería crearse para promover, organizar, administrar y fiscalizar la ayuda pactada a los desplazados. Este ente supranacional -incluido o no en el actual ACNUR-, podría realizar, también, una eficaz tarea de coordinación en el trabajo de las distintas ONG que ya hoy se esfuerzan en colaborar, tratando de  paliar los sufrimientos de aquellas gentes, aunque la magnitud del problema les obligue a realizarlo de una forma precaria, puntual, descoordinada y según su único y propio poder, saber y entender.
¿Pero cómo debería materializarse esa ayuda?
Evitando las inhóspitas tiendas de tela, el barro, la inmundicia o la contaminación. Los países industriales deberían acometer un plan urgente de producción de módulos prefabricados habitables y reutilizables, en número suficiente para dar vivienda digna a todos los desplazados. Sé que Ikea está trabajando en esta idea.
Los módulos deberían estar dotados de todos los elementos necesarios para un uso inmediato y digno, tales como instalaciones sanitarias, de corriente eléctrica y agua potable, además de los oportunos desagües.
Para la ubicación de los módulos debería elegirse lugares comunicados y seguros en los países limítrofes a los que están en conflicto, que permitan el suministro,  de víveres y de aquellos otros elementos vitales antes indicados, así como la adecuada evacuación de aguas residuales. Es decir, dotados de cierta pre urbanización.
Debería evitarse la formación de esos horribles macro campamentos, como el de Dadaab, en Kenia, que alberga a cerca de 465.000 refugiados. Por contra, los núcleos de población no deberían alojar a más de 10.000 refugiados. Cada núcleo dispondría de módulo escolar, hospitalario, administrativo y de culto.
Una atención especialmente cuidadosa debería tenerse en la colocación de los módulos y el alojamiento de sus habitantes. Estos deberían reunirse por familias, calles, barrios, aldeas y distritos en el caso de grandes ciudades, tratando así de reproducir, en lo posible, la localización anterior en sus lugares de origen.
De este modo, la población desplazada, una vez resueltas sus necesidades vitales, viviría de acuerdo con su natural forma de vida, su cultura y sus costumbres.
Una vez logrado esto, la administración de los medios, la distribución de las ayudas y la actuación de las ONG podrían realizarse de forma fluida, ordenada, segura y eficaz.
Los módulos habitables, propiedad de la UE, podrían reutilizarse, una vez superado este conflicto bélico, en otros escenarios sujetos a nuevas carencias humanitarias, tales como terremotos, inundaciones, huracanes u otras contiendas armadas.
No resulta difícil adivinar las ventajas de este sistema, en relación con el que se está intentando establecer en la actualidad. En realidad, todos los actores que intervienen en el programa obtendrían una solución mejorada a su problema.
Más que nadie los propios desplazados, que encontrarían sus necesidades cubiertas sin necesidad de arriesgar la vida en esos terribles y largos recorridos, muchas veces en condiciones infrahumanas, en busca de una vida mejor que muy pocos encontrarán.
Sobre todo, podrían convivir con su gente más próxima, sin necesidad de enfrentarse a otras culturas y formas de vida ajenas a las suyas y, con frecuencia, en un medio excluyente, y aun de franco rechazo.
También sus países obtendrían un claro beneficio por esta disposición de los asentamientos. Llegado el tiempo de la reconstrucción, terminada la guerra, los refugiados estarían en condiciones de participar en ella activamente, una condición indispensable para el buen resultado de la misma. Esto quedó demostrado, de forma evidente, durante la aplicación del Plan Marshall en los países asolados por la 2ª Guerra Mundial.
Los estados limítrofes al conflicto, que acogieran los asentamientos descritos, obtendrían las ventajas de poder suministrar muchos de los productos necesarios para la supervivencia de los refugiados, que serían financiados por la agencia encargada de la correcta administración de la ayuda.
Los estados donantes quedarían así, mediante  dicha agencia, libres de todos los líos organizativos en la aplicación de las ayudas. Pero, sobre todo, evitaría las complicaciones sociopolíticas inherentes al asunto.
Deberían de preocuparse solo de dotar a este plan, similar al Marshall como he dicho, del dinero necesario para su ejecución. Los estados "ricos" no podrían negarlo y a los menos ricos les resultaría imposible racanearlo -como en el caso de la cifra de acogimiento-. Quién más o quién menos, la mayor parte recibe ayudas o subvenciones de la Comunidad Europea. Bastaría con descontarles la cuota asignada.
Algo parecido han pretendido hacer con Turquía, subvencionando a este país como receptor temporal de los refugiados sirios. Sin embargo esta acción no ha representado más que un tímido intento de paliar el problema por parte de la UE. Han cometido un error fundamental al dejar en manos de las autoridades turcas la gestión de los recursos de ayuda y la selección de los aspirantes a obtener el acogimiento europeo.
Hoy se sabe que los refugiados han tenido que sufrir carencias alimentarias y de todo tipo en este país.
Además, las autoridades turcas, sin el menor asomo de sonrojo, han realizado una bochornosa selección auténticamente discriminatoria.
Han enviado a occidente a la mayoría de personas enfermas y ancianas, mientras que ellos acogían a todos los refugiados que eran capaces de demostrar una buena preparación en cualquier actividad económica o profesional de interés. En especial ingenieros o médicos. Las personas sin oficio ni estudios son deportadas y puestas en la frontera de Siria de inmediato.
Tampoco los campamentos que han montado son modelo de humanitarismo y confort. Muy al contrario, la gente ha de sufrir, en sencillas tiendas de campaña, el frío, lluvia o el calor extremo, además del hambre al que están condenados por la escasa, y en ocasiones nula, distribución gubernamental de enseres, víveres y demás suministros.
Sorprende la poca visión de futuro de los gobiernos europeos, sobre todo la de aquellos que ostentan un mayor poder e influencia. 
Aun sin tener en cuenta los aspectos humanitarios ni las repercusiones políticas en juego, hay que hacer notar las connotaciones económicas en la resolución del conflicto y el bajo costo necesario para obtenerlas. En efecto, buena parte de las ayudas prestadas en la ubicación de los desplazados, y aun en mucha mayor medida en la reconstrucción de sus países, tendrían un efecto de retorno al efectuase el suministro de los módulos habitables y demás productos industriales.
Bien, todo esto sucedería si yo fuese el Papa, la Merkel o el Trump. Pero como no lo soy ni lo seré ¿no es una solemne tontería perder el tiempo en discurrir sobre algo que no tiene, ni puede tener, la más mínima proyección ni consecuencia y, seguramente, ni siquiera un ínfimo interés por parte de mis pocos lectores? Cuanto más lo pienso mayor sandez me parece.

Pero, qué le vamos a hacer. Me lo pedía el cuerpo.  

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