21.- LOS
REFUGIADOS.
El
doloroso tema de los refugiados se encuentra en las primeras planas de la
actualidad. Cada día hay una nueva -o repetida- noticia, a cual más triste,
sobre las gentes que huyen de la desolación que procura la guerra, una cruenta guerra
que asola a varias naciones musulmanas, en especial Siria, Irak y Afganistán.
Son
las consecuencias desastrosas de las guerras, que ya tiñeron de sombra y horror
los pinceles y plumas de nuestro genial pintor Goya.
No
es que en otros lugares no haya guerra. En el centro de África se han
producido, y se producen, conflictos bélicos tan -o aún más- crueles y
sangrientos, que los acontecidos en aquellos países musulmanes. Pero ninguno ha
tenido el impacto mediático que estos.
Alguien
sabrá, supongo, por qué las desdichas de la población africana ocasiona menos
lástima y ocupan menos espacio en las noticias, que las sufridas por gentes con
piel más decolorada. ¡Anda, que no han habido guerras, muertes y desplazados en
África!
¿Será
que aquello está muy lejos o que todavía nos quede inadvertida alguna que otra
pincelada de aquel primerizo racismo colonial europeo? Pudiera ser.
Pero
me ceñiré a las calamidades que se producen en un área tan cercana a Europa,
como es el Oriente Próximo, según la definición de la RAE, u Oriente Medio,
según la denominación empleada por la mayoría de los organismos
internacionales.
Desde
el primer momento en el que apareció el tremendo problema ocasionado por la
gran riada de aspirantes a refugiados, me he sentido asombrado. No solo por el
hecho en sí -en aquella región ha habido guerra desde antes de los años
cuarenta del pasado siglo, sin que se hubiera producido este fenómeno-, sino
también por la elevada magnitud del desastre. La cifra de desplazados suma hoy
7 millones, contando solo los 5
provenientes de Siria y los otros 2 de Irak.
Mayor
sorpresa me ocasionó la reacción que se produjo en la mayoría de las alcaldías
españolas. En un país, donde la mala uva es uno de los productos más abundantes
y característicos, comenzó entre ellas una curiosa puja benefactora al alza,
para conseguir más refugiados que sus vecinos. Hubo quien se ofreció a recibir
a cuantos llegaran. Sin límite alguno. No era cosa de regatear ni de andarse en
pequeñeces, tales como asegurarse de disponer los medios precisos para ello.
Hace
poco escuche una frase en boca del Papa, en defensa de los refugiados que
buscan su acogida en Europa, ante los recelos que se dejaban sentir en algunos
Estados, Alemania entre ellos: "Todo el mundo tiene derecho a buscar un
futuro mejor".
Preciosas
palabras. Pero yo me pregunto qué pasaría en Alemania si todos los millones de
personas del mundo, que tienen ese derecho a buscar un futuro mejor, se
presentaran allí. ¿Se imaginan el cuadro?
Es
que el bien "hay que hacerlo
bien", porque en caso contrario se corre el peligro, no solo de perder
la ocasión de alcanzarlo, sino incluso, obtener un mal en su lugar,
consecuencia de ese buenismo destalentado y muchas veces hipócrita, tan en
boga.
¿Qué
se ha hecho para resolver este sangrante problema? Muy poco. Se reunieron los
mandamases europeos y decidieron formar cupos de admisión de acuerdo con las
posibilidades de cada Estado. Lo más sencillo que se les ocurrió a las
"lumbreras" que nos gobiernan. Pero las "posibilidades" de
la mayoría de ellos quedaron pronto enflaquecidas por la tibia voluntad de
echar a andar un plan, que adivinaban impracticable y repleto de líos e
inconvenientes.
Más
tarde, unos pocos países decidieron parchear el problema por su cuenta: La
opinión pública apretaba.
Así,
ahora, aceptan refugiados con cuenta gotas, confiando en que el asunto pierda
actualidad con el paso del tiempo y el problema se vaya resolviendo por sí
solo.
Una
pena, porque el problema es de tal magnitud y el sufrimiento tan enorme que
solo una acción pronta, poderosa, decidida y generalizada podría lograr
paliarlo.
Porque
colocar, de repente, 7 millones de personas no es fácil, como se está
demostrando. No solo por la enorme cantidad de recursos necesarios,
sino además, porque el interés de la mayoría de refugiados se centra solo en
dos o tres países europeos, lo que tiene que producir, por fuerza, innumerables
tensiones en esos Estados.
Si
yo fuera el Papa, la Merkel o el Trump -quiero decir: si yo tuviera la
influencia y el poder de estos líderes- haría lo siguiente:
Promovería
una reunión internacional seria de líderes de los Estados, tanto europeos como
del resto de las potencias desarrolladas, junto a los mandatarios de los países
limítrofes al conflicto. No me levantaría de la mesa hasta conseguir alcanzar
un compromiso de ayuda pronta, real y efectiva a estas pobres gentes.
Obtenido
este, haría que se formara, de inmediato, una comisión de expertos que
estudiara a fondo el mejor sistema de ayuda a los refugiados y el método a
seguir para su segura distribución, que contemplara algo mucho más efectivo que
el simple reparto de asilados entre los estados comprometidos.
¿Por
qué? Porque empeñarse en dar asilo a siete millones de personas es imposible
del todo. Hace poco, el gobierno español ha enviado un comunicado a la Comisión
Europea, anunciando que está preparado para reasentar a 875 refugiados, con lo
que sería el tercer Estado europeo en disponibilidad.
¿No
es esto un ridículo total, incomprensible e hiriente? No me digan que no.
Por
otra parte ¿qué capacidad de acogida tiene un Estado con cerca de cuatro
millones de parados? Poca.
Pero
si fuera posible asilar a esos 7 millones en los 27 Estados de la Unión Europea
-los británicos ya se han ido en previsión de tener que hacerlo. No olviden que
el argumento más efectivo para que los ingleses se pronunciaran por el Brexit
fue "que les iban a llenar Gran Bretaña de refugiados
incontrolados"-, lejos de resolver el problema lo agrandaría hasta límites
imprevisibles, para hacerlo irremediable y crónico, por tanto.
Imaginen,
sí no, a este ingente colectivo -unos 300 mil refugiados de media por Estado-
llegando a cualquier País europeo. Unos pocos lograrían integrarse en él
gracias a poseer la capacidad adecuada para conseguir un empleo. La mayoría
quedaría desempleada e iría a engrosar los guetos, ya existentes, y sobrevivir
gracias a la caridad pública y privada, casi siempre escasa.
Aun
y todo, hay que suponer que esta situación todavía les resultará ventajosa,
dadas las calamidades que han tenido que soportar. Pocos serán los que decidan
regresar a sus respectivos países de origen. Para qué, si los encontrarán
arrasados, exánimes y faltos de lo más vital e imprescindible, debido a los
terribles bombardeos sufridos y a la dura guerra callejera entre las distintos
grupos religiosos y políticos.
Así
que, si añadimos a la cifra de desplazados, la de muertos civiles y militares,
represaliados y fugitivos del bando perdedor ¿quién quedará para acometer la
reconstrucción de sus países al finalizar la guerra?
Muy
pocos. Por esto, advertía antes del riesgo de que el problema pueda hacerse
crónico, tanto para los refugiados en los países de acogida, como para superar
la ruina de los Estados en conflicto, terminado este.
No,
hay que resolver el problema de los refugiados actuando de manera más racional
y conveniente.
¿Cómo?
La
primera medida debería ser atacar la raíz del problema: la guerra. Habría que
emplear todos los medios de presión al alcance de las potencias firmantes para
pararla. Y si esto resultara inviable, habría que intervenir en ella. No como
se está haciendo ahora, sino de una forma decidida, contundente y rápida, para
que el sufrimiento que conlleva dure lo menos posible.
No
es admisible el modo de cómo hoy se está interviniendo militarmente en estos
países. Esos terribles y cobardes bombardeos indiscriminados -se trata de
evitar bajas propias-, no distinguen entre el enemigo y la población civil y
provocan la destrucción, el sufrimiento y la muerte, tanto en las viviendas de
ciudadanos inocentes, como en los centros de producción, tiendas y mercados,
hospitales, escuelas y centros religiosos.
Ya
es hora de que los organismos internacionales prohíban estas prácticas
inhumanas.
Así
se explica que haya tantos conflictos armados, en Oriente Medio y África, que
se enquistan, duran décadas y acaban siendo crónicos. "No podemos enviar
tropas -dirán los prebostes occidentales-, y tener bajas en nuestras
filas". Claro: que pongan otros los muertos.
Pero
si no quieren asumir las consecuencias que toda intervención armada provoca en
sus tropas, hagan el favor de no injerirse y dejen que cada país resuelva sus
propios problemas. Y si se ven obligados a actuar por "humanidad",
como dicen, limítense a bombardear objetivos militares fuera de las poblaciones.
Mientras
tanto, un enorme gentío trata de huir de la cruel guerra que está asolando sus
países. Hombres, mujeres y niños desesperados inician un doloroso éxodo lleno
de miseria, sufrimiento y peligro ¿Cómo remediar tanta desgracia de una forma
racional, eficaz y definitiva, evitando su dispersión, de manera que no pierdan
lo que para ellos representa sus mayores bienes: sus raíces, su cultura,
costumbres y lazos familiares o vecinales?
No
tengo duda alguna. Solo se podría lograr, promoviendo un plan similar al Plan
Marshall, que tan eficaz resultó al finalizar la 2ª Guerra Mundial. Con la
diferencia de que, en este caso, debería ocuparse, no solo de la reconstrucción
de los países al finalizar la guerra, sino también de proporcionar acogida y
acomodo digno a los desplazados durante ella.
Llegado
a este punto, no se puede olvidar que el éxito del Plan Marshall se debió, en
su mayor parte, a la eficaz administración de los medios asignados a los países
beneficiarios, que realizó de manera impecable la AEC, organismo internacional
creado para tal fin.
Una
entidad similar debería crearse para promover, organizar, administrar y
fiscalizar la ayuda pactada a los desplazados. Este ente supranacional
-incluido o no en el actual ACNUR-, podría realizar, también, una eficaz tarea
de coordinación en el trabajo de las distintas ONG que ya hoy se esfuerzan en
colaborar, tratando de paliar los
sufrimientos de aquellas gentes, aunque la magnitud del problema les obligue a
realizarlo de una forma precaria, puntual, descoordinada y según su único y
propio poder, saber y entender.
¿Pero
cómo debería materializarse esa ayuda?
Evitando
las inhóspitas tiendas de tela, el barro, la inmundicia o la contaminación. Los
países industriales deberían acometer un plan urgente de producción de módulos
prefabricados habitables y reutilizables, en número suficiente para dar
vivienda digna a todos los desplazados. Sé que Ikea está trabajando en esta
idea.
Los
módulos deberían estar dotados de todos los elementos necesarios para un uso inmediato
y digno, tales como instalaciones sanitarias, de corriente eléctrica y agua
potable, además de los oportunos desagües.
Para
la ubicación de los módulos debería elegirse lugares comunicados y seguros en
los países limítrofes a los que están en conflicto, que permitan el
suministro, de víveres y de aquellos
otros elementos vitales antes indicados, así como la adecuada evacuación de
aguas residuales. Es decir, dotados de cierta pre urbanización.
Debería
evitarse la formación de esos horribles macro campamentos, como el de Dadaab,
en Kenia, que alberga a cerca de 465.000 refugiados. Por contra, los núcleos de
población no deberían alojar a más de 10.000 refugiados. Cada núcleo dispondría
de módulo escolar, hospitalario, administrativo y de culto.
Una
atención especialmente cuidadosa debería tenerse en la colocación de los
módulos y el alojamiento de sus habitantes. Estos deberían reunirse por
familias, calles, barrios, aldeas y distritos en el caso de grandes ciudades,
tratando así de reproducir, en lo posible, la localización anterior en sus
lugares de origen.
De
este modo, la población desplazada, una vez resueltas sus necesidades vitales,
viviría de acuerdo con su natural forma de vida, su cultura y sus costumbres.
Una
vez logrado esto, la administración de los medios, la distribución de las
ayudas y la actuación de las ONG podrían realizarse de forma fluida, ordenada,
segura y eficaz.
Los
módulos habitables, propiedad de la UE, podrían reutilizarse, una vez superado
este conflicto bélico, en otros escenarios sujetos a nuevas carencias
humanitarias, tales como terremotos, inundaciones, huracanes u otras contiendas
armadas.
No
resulta difícil adivinar las ventajas de este sistema, en relación con el que
se está intentando establecer en la actualidad. En realidad, todos los actores
que intervienen en el programa obtendrían una solución mejorada a su problema.
Más
que nadie los propios desplazados, que encontrarían sus necesidades cubiertas
sin necesidad de arriesgar la vida en esos terribles y largos recorridos,
muchas veces en condiciones infrahumanas, en busca de una vida mejor que muy
pocos encontrarán.
Sobre
todo, podrían convivir con su gente más próxima, sin necesidad de enfrentarse a
otras culturas y formas de vida ajenas a las suyas y, con frecuencia, en un
medio excluyente, y aun de franco rechazo.
También
sus países obtendrían un claro beneficio por esta disposición de los
asentamientos. Llegado el tiempo de la reconstrucción, terminada la guerra, los
refugiados estarían en condiciones de participar en ella activamente, una
condición indispensable para el buen resultado de la misma. Esto quedó
demostrado, de forma evidente, durante la aplicación del Plan Marshall en los
países asolados por la 2ª Guerra Mundial.
Los
estados limítrofes al conflicto, que acogieran los asentamientos descritos,
obtendrían las ventajas de poder suministrar muchos de los productos necesarios
para la supervivencia de los refugiados, que serían financiados por la agencia
encargada de la correcta administración de la ayuda.
Los
estados donantes quedarían así, mediante
dicha agencia, libres de todos los líos organizativos en la aplicación
de las ayudas. Pero, sobre todo, evitaría las complicaciones sociopolíticas
inherentes al asunto.
Deberían
de preocuparse solo de dotar a este plan, similar al Marshall como he dicho,
del dinero necesario para su ejecución. Los estados "ricos" no
podrían negarlo y a los menos ricos les resultaría imposible racanearlo -como
en el caso de la cifra de acogimiento-. Quién más o quién menos, la mayor parte
recibe ayudas o subvenciones de la Comunidad
Europea. Bastaría con descontarles la cuota asignada.
Algo
parecido han pretendido hacer con Turquía, subvencionando a este país como
receptor temporal de los refugiados sirios. Sin embargo esta acción no ha
representado más que un tímido intento de paliar el problema por parte de la
UE. Han cometido un error fundamental al dejar en manos de las autoridades
turcas la gestión de los recursos de ayuda y la selección de los aspirantes a
obtener el acogimiento europeo.
Hoy
se sabe que los refugiados han tenido que sufrir carencias alimentarias y de
todo tipo en este país.
Además,
las autoridades turcas, sin el menor asomo de sonrojo, han realizado una
bochornosa selección auténticamente discriminatoria.
Han
enviado a occidente a la mayoría de personas enfermas y ancianas, mientras que
ellos acogían a todos los refugiados que eran capaces de demostrar una buena
preparación en cualquier actividad económica o profesional de interés. En
especial ingenieros o médicos. Las personas sin oficio ni estudios son
deportadas y puestas en la frontera de Siria de inmediato.
Tampoco
los campamentos que han montado son modelo de humanitarismo y confort. Muy al
contrario, la gente ha de sufrir, en sencillas tiendas de campaña, el frío,
lluvia o el calor extremo, además del hambre al que están condenados por la
escasa, y en ocasiones nula, distribución gubernamental de enseres, víveres y
demás suministros.
Sorprende
la poca visión de futuro de los gobiernos europeos, sobre todo la de aquellos
que ostentan un mayor poder e influencia.
Aun
sin tener en cuenta los aspectos humanitarios ni las repercusiones políticas en
juego, hay que hacer notar las connotaciones económicas en la resolución del
conflicto y el bajo costo necesario para obtenerlas. En efecto, buena parte de
las ayudas prestadas en la ubicación de los desplazados, y aun en mucha mayor
medida en la reconstrucción de sus países, tendrían un efecto de retorno al
efectuase el suministro de los módulos habitables y demás productos
industriales.
Bien,
todo esto sucedería si yo fuese el Papa, la Merkel o el Trump. Pero como no lo
soy ni lo seré ¿no es una solemne tontería perder el tiempo en discurrir sobre
algo que no tiene, ni puede tener, la más mínima proyección ni consecuencia y,
seguramente, ni siquiera un ínfimo interés por parte de mis pocos lectores?
Cuanto más lo pienso mayor sandez me parece.
Pero,
qué le vamos a hacer. Me lo pedía el cuerpo.
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