jueves, 29 de diciembre de 2016

17.- Relatos, Fábulas y Leyendas

17.- EL CAPITAL. O SEA, EL DINERO.




Ayer estuve en el Banco. Caducaba una imposición y el director me había llamado para decidir que se hacía con ella.
Conozco a este hombre de antiguo, ya que había sido mi asesor financiero en otra sucursal del mismo Banco, antes de que abrieran la oficina actual. Ahora era director de esta última
Es un hombre amable, culto y poseedor de fácil palabra, lo que, unido a nuestro dilatado trato, nos proporciona una larga y amena conversación en cada uno de los encuentros que nos es dado disfrutar.
Lo hallé preocupado, actitud poco habitual en él.
-La situación, Guillermo, no es de las mejores que se han vivido y no sé qué aconsejarte -dijo a modo de entrante, entre preocupado y entristecido.
-Bueno, ya sabes. Conmigo no necesitas discurrir mucho: Riesgo cero y el resto me da igual -contesté.
-Sí, sí, ya lo sé. Pero es que me da vergüenza presentar la miseria que te puedo ofrecer.
-Pues tú dirás. Pero no necesitas preocuparte demasiado -añadí- la semana pasada estuve en la oficina de la competencia, allí enfrente, y ya vengo aleccionado de miserias y estrecheces.
-Es que con el Banco Central Europeo marcando el interés del 0%, estamos sin ningún margen de maniobra. En renta fija, imposible llegar al 0,2%. Porque de renta variable no quieres oír ni hablar ¿eh?
-No, no. A mis años, mi horizonte se mide en semanas, no en años, ni siquiera en meses, así que nada a medio o largo plazo. Y, por otra parte, el poco dinero que tengo me ha costado demasiados sudores ganarlo, como para arriesgarlo en esa loca danza sube y baja de valores y fondos de inversión ¡Ni hablar!
-Claro, lo entiendo y no eres el único que piensa así. El caso es que, en estas condiciones, resulta difícil sacar el negocio adelante. Te supongo enterado de que hemos cerrado las otras dos oficinas que teníamos en este barrio. Y no es que no fueran rentables, ocurre que nos vemos obligados a reducir costos para mantener los márgenes, que la situación actual del mercado financiero nos impide obtener con la normal evolución del negocio.
-Pues tendréis que espabilar, porque así no vamos a ninguna parte. De este modo, os vais a quedar solos.
-Tengo la impresión -proseguí- de que habéis vivido demasiados años con muchas más facilidades que las necesarias para obtener el obligado progreso en cualquier empresa. Las épocas de vacas gordas relajan la creatividad y el necesario sentido de evolución entre los responsables de empujar hacia delante. No hace falta ser un artista en la gestión, las ganancias fluyen sin necesidad de un gran esfuerzo: todo vale. Y cuando llegan mal dadas se encuentran fofos de mente, acomodados y sin ideas imaginativas, ni capacidad para encontrar soluciones que resuelvan los retos de los nuevos y difíciles tiempos.
-Algo hay de eso, por desgracia. Pero insisto, el mayor problema reside en el bajo interés ofrecido por el BCE. -interviene mi amigo el bancario-  Claro, es una maniobra dirigida a reactivar la actividad económica, mediante un incremento del consumo. Aunque esto va en contra del ahorro y no sé si, al final, esta medida será tan beneficiosa como se espera.
-Bueno, hay algo más -digo yo- Se trata de aliviar a los Estados miembros de la Comunidad del tremendo peso de los intereses de sus voluminosas deudas. Supongo que pretenden crear una moratoria mientras los Estados van reduciendo su endeudamiento. Pero es evidente que esta situación no puede durar tanto tiempo como el necesario para esa reducción.
-Y tanto, porque si dura mucho lo vamos a pasar mal.
-Todos -añado- Recuerdo que nuestro profesor de Economía, D. José Domínguez Díaz, nos advertía, con gran énfasis y reiteración, que la inversión debía ser igual al ahorro. Nunca mayor. En caso contrario se caminaba hacia un seguro desastre.
-De acuerdo, pero hay que tener en cuenta el recurso del crédito, que complementa al ahorro y lo alarga, promoviendo un incremento en la actividad económica -recordó mi interlocutor, acercando el ascua a su sardina, como buen empleado de banca.
-Sí, claro. Pero D. José definía al crédito como el adelanto a un ahorro más, aunque sea aplazado y necesite ser planificado. Y le aplicaba la misma sentencia: si la planificación no se cumple y el ahorro aplazado no alcanza el valor del crédito suscrito, habrá el mismo seguro desastre que auguraba antes.
La conversación caminaba hacia una estéril tertulia de café. No lo fue al final, porque pronto dejamos este aburrido y triste tema, para entrar en consideraciones personales y de familia, siempre más entretenidas y amenas. Después, firmé lo que me propuso y salí de allí, lo confieso, un tanto compungido.
Y es que, tras lo hablado durante la anterior reflexión económica, obtenía una amarga conclusión:
Porque si el BCE propone unos intereses bajos, a fin de tirar del consumo para incrementar la actividad económica y ayudar a los Estados con grandes deudas, resulta que los bancos tiemblan, el ahorro se aminora y la inversión deberá acudir al crédito, lo que supone un aumento de la deuda, lo opuesto a lo que se desea.
Si, por el contrario, los intereses suben, el ahorro aumentará y las inversiones serán más sanas, pero los Estados verán agravada su enorme deuda al tener que atender el pago de unos altos intereses.
Tengo la impresión de que el ciudadano, en general, no aprecia la gravedad que supone el que un Estado mantenga una de esas deudas tan elevadas como las que se han generado en los últimos años. Sin embargo, hay una línea de no retorno que, cuando se alcanza, ningún Estado es capaz de salir del negro pozo en el que cae. Ni siquiera después de una condonación de la deuda. De esto hay multitud de ejemplos en todo el Mundo.
¿Por qué? Porque la raíz del problema es que se llega a esa situación por gastar más de lo que se gana y, además nadie está dispuesto a apretarse el cinturón y asumir el más mínimo sacrificio o "recorte". En estos casos, y por lo general, tampoco suele haber una autoridad moral para pedirlos.  

 ¿Sera que esto no tiene solución? Sí, yo tengo la mía, aunque no la voy a exponer aquí, a pesar de ser muy simple. Prefiero que cada lector piense la suya y la aplique en su entorno.

sábado, 10 de diciembre de 2016

16.- Relatos, Fábulas y Leyendas.

16.- LA NOUVELE CUISINE




 Hay algo que me sorprende en la llamada “alta” o “nueva” cocina, cocina de “autor”, o como quiera llamarse aquella que se elabora en esos estrellados lugares de culto gastronómico. No consigo entender la razón por la cual los chefs que la practican son tan populares. Sobre todo, en un tiempo en el que los ricos están tan mal vistos.
Sucede, y me parece una paradoja digna de estudio, que quienes se dedican a procurar, en exclusiva, el deleite a gente pudiente y adinerada -¿han tenido el privilegio de ver la astronómica nota, al final de alguna de sus largas minutas?-, gocen de la popularidad y la admiración de quienes jamás estarán en condición de catar dichos placeres.
No digo que no se lo merezcan. Solo expreso mi extrañeza por este hecho concreto.
Porque es algo que no suele producirse en otras actividades, ni tampoco durante las complejas relaciones sociales y económicas de la mayoría de los ciudadanos.
Argumentaba un buen amigo, engalanado éste con muchos años de experiencia en esa dura labor de pelearse con los fogones, que, en realidad, esos afamados chefs tratan de elevar la restauración a la categoría de arte. Cualquier manifestación artística es cara, aseguraba, y todas ellas han sido destinadas a personas capaces de poseerlas, gracias a su elevado nivel adquisitivo. Siempre ha sido así y así ha sido aceptado por la mayoría de las gentes en todo tiempo.
No había contemplado el fenómeno desde ese punto de vista, pero en seguida encontré una diferencia esencial entre este y cualquier otro testimonio artístico.
En efecto, raro será encontrar obras de arte al alcance del bolsillo del ciudadano medio, pero, en cambio, podrá gozar de ellas y contemplarlas, a bajo o nulo precio, en exposiciones, conciertos, proyecciones, reproducciones o representaciones.
Este arte culinario, en cambio, desaparecerá para siempre, engullido por su afortunado consumidor, y solo él gozará de las delicias creativas de los eminentes, encumbrados y exclusivos chefs que en el mundo son.
Me gustaría conocer la opinión de algún prestigioso sociólogo sobre este fenómeno social, aunque sospecho que puede estar relacionado por la inalcanzable ilusión milagrosa de obtener un acierto quinielístico, que nos lleve a este y otros consumos de creso establecido. O tal vez, nuestra admiración esté incrustada en nuestros genes, por tantas hambrunas ocurridas en el pasado.
Debo confesar que yo mismo sucumbí bajo el embrujo de estos sanctasanctórum del guiso, al visitar un famoso restaurante de tres estrellas. Se trataba de festejar una de esas celebraciones familiares de obligado "tirar la casa por la ventana". No lo pude resistir. Pido excusas.
La verdad es que salí satisfecho de aquel menú degustación, profuso, variado y de una exquisitez sin tacha. Gracias a una ceremoniosa presentación de un estirado cicerone, el comensal pudo conocer, de antemano, aquello que sería ingerido a continuación, obviándole el trabajo de tener que adivinarlo.
Pero si tanto el paladar, como el estómago, salieron agradecidos por aquella grata experiencia, no lo fue así mi bolsillo que, entristecido, se vio obligado a dejar sobre la mesa, amplio ara de las delicias consumidas, todo un sueldo antes de impuestos, y algo más.
Si me preguntaran en qué consistió el convite, me costaría mucho describirlo. En esencia, se trataba de servir una serie de alimentos conocidos, con su forma, color, textura y sabores modificados, hasta hacerlos desconocidos, todo ello adornado por una presentación original, colorista y armónica. Deconstruídos, creo que es el término que se emplea para definir el estado final de estos alimentos.
En efecto, aquello era puro, aunque efímero, arte.
No tardé, sin embargo, en proponerme una serie de preguntas a cual más crítica o insidiosa.
¿De verdad, merecía la pena todo aquel esfuerzo culinario por variar las cualidades iniciales de las viandas presentadas, ante el elevado costo producido?
¿No estaremos ante esa manía humana, tan afín a nuestra propia naturaleza, de complicarnos la existencia, cuanto más mejor y sin ninguna necesidad?
¿Cree alguno de mis pocos lectores que un simple plato de huevos fritos, con patatas y buen chorizo, necesita complicación alguna, para conseguir gozar de él, como un bendito en la Gloria?
¿Acaso tiene sentido "deconstruir" una de esas hermosas y sencillas tortillas de patata, culto y prez de propios y extraños, a todo lo largo y ancho de nuestra piel de toro?
¿O unos callos con morro y manitas de gulín?
¿O un rabo de toro, hecho como Dios manda?
¿O se les ha ocurrido alguna vez la necesidad de modificar en algo un generoso cocido -madrileño o no- con todos sus componentes y sacramentos?
¿Habrá mano sacrílega que se atreva a retocar unas ricas, sabrosas y completas fabes -alubias, pochas, mongetes o babarrunak- con denominación de origen?
¿Han tenido la suerte de gozar la cata de un besugo asado a la parrilla en Orio?
¿O un rodaballo recién pescado en Guetaria?
Y hablando de mar ¿han salido defraudados en alguna ocasión, tras consumir toda clase de manjares marinos propuestos en cualquier puerto de mar español?
O de montaña. ¿Han tenido el privilegio de echarse al coleto unas migas de pastor auténtico?
¿O una caldereta de cordero y caracoles?
¿Sigo? No, no puedo. La saliva brota ya incontenible de mi boca y riega mi camisa hasta cerca de la cintura. Además la lista se haría interminable.
Allá va, pues, la última pregunta: Habiendo tanto y tan rico manjar a precio asequible ¿se puede saber qué necesidad hay de complicar las cosas más de lo que ya son?

Me agradaría obtener alguna respuesta.