jueves, 18 de agosto de 2022


55.- EL INCENDIO DEL HOTEL CORONA DE ARAGÓN

(Así se produjo)


 

Era el día 12 de julio del año 1979. Acababa de mirar el reloj: las diez y cuarto, hora de ordenar abrir el horno de vacío nº2, cuando el ayudante que debía trasmitir mi orden me comunicó que, en un hotel de Zaragoza, se había provocando un pavoroso incendio, y se temía que estuvieran produciéndose  gran cantidad de víctimas.

Llamé de inmediato a secretaría. Sabía que Ignacio, el Director Comercial de la Compañía, se hallaba en aquella ciudad para visitar a varios talleres importantes de la localidad. Quería asegurarme de que no era su hotel el incendiado y, en todo caso, que se encontraba bien, sano y a salvo.

-Sí, Ignacio está alojado en el hotel Corona de Aragón, el que se ha incendiado –contestaron a mis preguntas-, pero no tenemos ninguna noticia de él. Estamos tratando de conectar con nuestro agente allí, sin éxito, porque ya ha salido de la delegación.

Con toda seguridad, hoy parecerá extraña la dificultad que debíamos soportar, en aquellos lejanos tiempos, para poder localizar a alguien en viaje. Era lo normal. No existían los teléfonos móviles actuales, ni tampoco líneas directas entre provincias. Era necesario solicitar conferencia telefónica y el tiempo de espera dependía de lo recargadas que estuvieran las líneas.

Cuando se producía algún acontecimiento importante, el tiempo para conseguir conexión podía alargarse durante horas.

A mediodía, me comunicaron que Ignacio se encontraba bien, que había tenido que modificar su plan de trabajo y que regresaría a San Sebastián, donde residía, esa misma noche.

Al día siguiente, tan pronto pude desembarazarme de los primeros y urgentes trabajos de la fábrica, subí al despacho de Ignacio. Allí encontré al Director General, al jefe de ventas y a tres colegas más, realizando una autentica rueda de prensa con Ignacio de protagonista.

El telediario había transmitido escenas espeluznantes del suceso y una cifra importante de fallecidos, heridos y desaparecidos. Estábamos ansiosos de conocer los detalles del suceso y de cómo se había “salvado de la quema”

Él nos ofreció, de buen grado, un extenso relato  del suceso:

“Me había levantado temprano –comenzó así su azarosa historia-. Mi mujer, muy devota de la Virgen del Pilar, me había encargado efectuar una visita a la basílica y había decidido realizarla antes de iniciar la rueda de entrevistas concertadas con los clientes, alguno de ellos solo potenciales compradores.

 Dado el poco tiempo disponible, decidí tomar un fugaz desayuno en la cafetería de la planta baja. Me acomodé en la barra y pedí mi habitual comanda, cuando el tiempo aprieta: un vaso de leche con cacao y un cruasán.

En eso estaba, cuando, de pronto, comenzó un agitado ir y venir de los camareros hacia la cocina. Hubo un par de minutos de suspense en los que, los dos o tres clientes que estábamos en la barra nos miramos intrigados, preguntándonos, sin palabras, el motivo de tan extraña conducta. Por fin, apareció uno de ellos, más calmado, que a nuestras preguntas contestó:

-No se preocupen. Ha sido la freidora de los churros que se ha prendido fuego, pero ya tienen controlado el incidente.

La información del camarero vino a calmar nuestra relativa inquietud. La verdad era que habíamos sentido, al menos yo, más curiosidad que preocupación. 

La calma duró poco tiempo. Sería poco más de las ocho, cuando de la puerta de comunicación con la cocina, comenzó a surgir una ligera nubecilla de humo, que fue engrosando con rapidez. Muy poco tiempo después, aquella leve nubecilla se convirtió en un denso nubarrón y un fuerte olor a quemado inundó la sala.

-¡Eh, salgamos fuera a toda leche, que esto se está poniendo muy feo! –exclamé.

Todos los presentes salimos precipitadamente a la calle. Algunos como yo, en mangas de camisa. Pronto el hotel se convertiría en el escenario de un trágico episodio de dantescas imágines y proporciones inimaginables.

Cuesta describir el horror que me vi forzado a presenciar. El fuego ganó terreno con rapidez. Un empleado del hotel salió corriendo por la puerta principal gritando con desesperación:

-¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué desgracia más grande! ¡El fuego ha alcanzado los conductos de ventilación y se extiende con rapidez por todo el edificio!

Las primeras llamas se dejaron ver en la cafetería, pero en pocos minutos toda la planta baja ardía en llamas. Las lunas explotaban, lanzando al exterior una lluvia de cristales semejando metralla. Los pocos huéspedes que habíamos logrado escapar, antes de que el incendio tomara cuerpo, contemplábamos los acontecimientos desde la acera opuesta al hotel, junto a unos cuantos transeúntes curiosos, que se iban agregando, ganados por la espectacularidad del siniestro Por poco tiempo. Pronto nos vimos obligados a desalojarla con rapidez, ya que los pedazos de cristal que lanzaban las lunas al explotar volaban hasta nuestros pies.

Cinco minutos más tarde, las llamas alcanzaban la sesta planta y el humo ocultaba toda la fachada. Comenzaron a llegar guardias, bomberos y ambulancias. Era tarde ya, El fuego se había adueñado del edificio y ardía como una tea. Aquello se había convertido en un auténtico infierno, donde la mayoría de los huéspedes se hallaban apresados en una inevitable trampa mortal. Una situación terrible y desesperada.

Siguió un desbarajuste total. Ya era imposible frenar el incendio. Los hidrantes apenas tenían presión, el agua impulsada por las bombas no llegaba ni al quinto piso y las escalas no pasaban del sexto. En esas condiciones, los huéspedes que ocupaban las habitaciones de la parte delantera y no consiguieron salir en los primeros minutos estaban irremisiblemente condenados. No se podía salir, pero tampoco entrar para auxiliarles.  

Por la parte que daba a la calle Ramón y Cajal, menos afectada por el humo y las llamas, se organizaron los únicos salvamentos posibles. Los bomberos fueron evacuando, mediante escalas colgantes que iban de planta a planta, a los pocos clientes que tuvieron la afortunada oportunidad de acercarse a esas ventanas y balcones. Pero con una lentitud desesperante,  

De pronto, en medio de aquel tremendo desbarajuste, dos personas comenzaron a escalar la fachada, por la parte más cercana a la esquina del hotel. Cada uno de ellos, portaba una abultada mochila a sus espaldas. Subían con la admirable rapidez y habilidad de profesionales circenses.

Mientras contemplábamos, con admiración e intriga, el arriesgado ejercicio de aquellos valientes, un empleado del hotel nos informó de su identidad. Se trataba de dos componentes de la escolta de la viuda de Franco que, acompañada por su yerno y dos nietos, había llegado a Zaragoza para asistir a la Jura de Bandera de otro de sus nietos, Ceremonia que debería celebrarse ese mismo día, en la Academia General Militar.

De hecho, los huéspedes del hotel eran, en su mayoría, familiares de los cadetes y, también, militares de variada graduación. En cuanto a la acción de los escoltas, pudimos saber que habían logrado salvar indemnes a la familia de Franco, con solo algunas leves heridas sin importancia.

Pero, no todos pudieron contar con la decidida acción de aquellos atléticos y valientes escoltas. Muchos quedaron atrapados en sus habitaciones sin ninguna posibilidad de escapar del violento y abrasador fuego y de la asfixiante humareda que produjo.

Aquel día, el hotel, único de cinco estrellas en la capital aragonesa, tenía 210 clientes, alrededor del 70 por ciento de ocupación. De todos ellos, solo consiguieron salvarse, sin daños, 27. Resultaron muertos 83 y heridos, de diversa gravedad alrededor de 100. Un terrible y escalofriante balance.

Mi habitación quedó calcinada y el equipaje convertido en cenizas. Puedo decir con total convicción que, en mi caso, fue la Virgen del Pilar quien me salvó la vida. Si no hubiera sido por el encargo de mi mujer de visitarla, o si lo hubiera pospuesto, no me hubierais vuelto a ver.

En cuanto a mi equipaje, tomaron mis datos y una declaración del contenido para el seguro, pero nunca más tuve noticias de ellos. Me vi obligado a comprar una americana y una corbata en una tienda cercana y, tras conseguir conectar con nuestro representante y recomponer el plan de visitas, dedicamos el resto de la jornada en cumplirlo lo mejor que pudimos.

Lo cierto es que no resultó demasiado provechoso aquel día. Las conversaciones giraron, inevitablemente, sobre la terrible desgracia que acababa de producirse y que había conmovido a la ciudad en su totalidad. Los temas técnicos y comerciales quedaron relegados a un leve comentario sin consecuencias”.

Hasta aquí el relato de Ignacio.

Durante los siguientes días, un alud de rumores, comentarios y artículos inundó la prensa nacional. La tragedia había conmovido al país entero y las más diversas teorías, sobre la posible causa y autoría del suceso, se extendieron sobre él.

Pronto, muchos analistas, y también gran parte de la opinión pública, calificaron de acción terrorista la tremenda tragedia y adjudicaron la autoría a la banda terrorista ETA o al GRAPO, que por aquellas fechas mantenían una notable y siniestra actividad,

Era perfectamente creíble. El objetivo no podía ser más atractivo para ambas organizaciones terroristas: Gran parte de la odiada familia del dictador y muchos mandos militares a eliminar de una sola tacada.

Las autoridades se vieron obligados a iniciar, con una serie de urgentes investigaciones, las necesarias acciones encaminadas a determinar los hechos y circunstancias que provocaron tamaña tragedia y la consiguiente asignación de las responsabilidades que hubiere lugar.

Dada la magnitud del desastre, hubo informes de los bomberos, de la policía científica, la inteligencia militar, los servicios secretos y alguno más. A causa de la cuantía y diversidad de los agentes que intervinieron en sus redacciones, se produjo la lógica aparición de teorías científicas para todos los gustos. Desde la hipótesis del accidente, al de hecho provocado y al evidente acto terrorista. Todos justificaban sus afirmaciones con abundante material probatorio, creando más sombras e incertidumbre que luz sobre la tragedia.

El Gobierno no se decantó por ninguna de las conclusiones reseñadas en los informes, dejando el asunto flotar sobre una brumosa indeterminación. Tampoco hubo aceptación ni rechazo por parte de las bandas terroristas y aunque más tarde se recibió una llamada telefónica de alguien en nombre ETA, reivindicando la autoría, nunca fue confirmada por la banda terrorista. 

En realidad, esta indefinición convenía a todas las partes implicadas. En primer lugar a las autoridades locales que demostraron una notable ineficacia, junto a la evidente carencia de los medios necesarios para atajar un siniestro de semejante envergadura.

Los terroristas obtenían un doble beneficio al mantener la duda sobre su posible autoría. Para unos, sus seguidores más acérrimos, supondría la capacidad de la organización para golpear con dureza e impunidad al Estado opresor. Para los independentistas moderados representaría la eterna hipocresía del Gobierno español de adjudicar, sin pruebas, todos sus males a ETA.

A los gobiernos central y autonómico tampoco les venía mal la polémica levantada por los informes de los expertos, de si aquel incendio había sido un accidente o un acto provocado. (Al parecer, los defensores de esta tesis habían encontrado restos de un compuesto químico, acelerador del fuego) De esta forma quedaban al margen de cualquier responsabilidad.

Mucho más conveniente era dicha indefinición para la compañía de seguros y la misma empresa hotelera. Así, lograron evitar la enorme carga de unas indemnizaciones millonarias.

Por tanto, como a todas las partes implicadas en el suceso les venía bien, el asunto jamás llegó a obtener una determinación jurídica. Todo quedó en “agua de borrajas”

Unos treinta años más tarde, cuando el asunto gozaba ya de un largo letargo policial y dormitaba en los archivos de las redacciones, el gobierno de turno calificó los pasados hechos de acto terrorista y concedió indemnizaciones a los parientes de las víctimas que las solicitaron. Por su parte, el ejército otorgó diversas condecoraciones a varios de los militares que sucumbieron en el incendio.

Pero Ignacio lo tenía bien claro:

-Yo fui testigo presencial de que aquel terrible y voraz incendio fue un accidente, provocado por la total inexistencia de medidas preventivas que lo hubieran podido evitar, la inexperiencia del personal afectado y la mala disposición de los extractores de ventilación. Es la verdadera y única explicación. Solo estas causas fueron suficientes para que el simple incendio de una freidora fuera capaz de producir un incendio de tal magnitud. Lo demás son fabulaciones y silencios interesados. Sin ningún género de duda por mi parte.

Y si se contempla el asunto con la suficiente objetividad y coherencia, habrá que conceder el máximo crédito a mi colega.     

 


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