55.-
EL INCENDIO DEL HOTEL CORONA DE ARAGÓN
(Así
se produjo)
Era el día 12 de julio del año 1979.
Acababa de mirar el reloj: las diez y cuarto, hora de ordenar abrir el horno de
vacío nº2, cuando el ayudante que debía trasmitir mi orden me comunicó que, en
un hotel de Zaragoza, se había provocando un pavoroso incendio, y se temía que
estuvieran produciéndose gran cantidad
de víctimas.
Llamé de inmediato a secretaría. Sabía
que Ignacio, el Director Comercial de la Compañía, se hallaba en aquella ciudad
para visitar a varios talleres importantes de la localidad. Quería asegurarme
de que no era su hotel el incendiado y, en todo caso, que se encontraba bien,
sano y a salvo.
-Sí, Ignacio está alojado en el hotel
Corona de Aragón, el que se ha incendiado –contestaron a mis preguntas-, pero
no tenemos ninguna noticia de él. Estamos tratando de conectar con nuestro
agente allí, sin éxito, porque ya ha salido de la delegación.
Con toda seguridad, hoy parecerá extraña
la dificultad que debíamos soportar, en aquellos lejanos tiempos, para poder
localizar a alguien en viaje. Era lo normal. No existían los teléfonos móviles
actuales, ni tampoco líneas directas entre provincias. Era necesario solicitar
conferencia telefónica y el tiempo de espera dependía de lo recargadas que
estuvieran las líneas.
Cuando se producía algún acontecimiento
importante, el tiempo para conseguir conexión podía alargarse durante horas.
A mediodía, me comunicaron que Ignacio
se encontraba bien, que había tenido que modificar su plan de trabajo y que
regresaría a San Sebastián, donde residía, esa misma noche.
Al día siguiente, tan pronto pude
desembarazarme de los primeros y urgentes trabajos de la fábrica, subí al
despacho de Ignacio. Allí encontré al Director General, al jefe de ventas y a
tres colegas más, realizando una autentica rueda de prensa con Ignacio de
protagonista.
El telediario había transmitido escenas
espeluznantes del suceso y una cifra importante de fallecidos, heridos y
desaparecidos. Estábamos ansiosos de conocer los detalles del suceso y de cómo
se había “salvado de la quema”
Él nos ofreció, de buen grado, un
extenso relato del suceso:
“Me había levantado temprano –comenzó
así su azarosa historia-. Mi mujer, muy devota de la Virgen del Pilar, me había
encargado efectuar una visita a la basílica y había decidido realizarla antes
de iniciar la rueda de entrevistas concertadas con los clientes, alguno de
ellos solo potenciales compradores.
Dado
el poco tiempo disponible, decidí tomar un fugaz desayuno en la cafetería de la
planta baja. Me acomodé en la barra y pedí mi habitual comanda, cuando el
tiempo aprieta: un vaso de leche con cacao y un cruasán.
En eso estaba, cuando, de pronto,
comenzó un agitado ir y venir de los camareros hacia la cocina. Hubo un par de
minutos de suspense en los que, los dos o tres clientes que estábamos en la
barra nos miramos intrigados, preguntándonos, sin palabras, el motivo de tan
extraña conducta. Por fin, apareció uno de ellos, más calmado, que a nuestras
preguntas contestó:
-No se preocupen. Ha sido la freidora de
los churros que se ha prendido fuego, pero ya tienen controlado el incidente.
La información del camarero vino a
calmar nuestra relativa inquietud. La verdad era que habíamos sentido, al menos
yo, más curiosidad que preocupación.
La calma duró poco tiempo. Sería poco
más de las ocho, cuando de la puerta de comunicación con la cocina, comenzó a
surgir una ligera nubecilla de humo, que fue engrosando con rapidez. Muy poco
tiempo después, aquella leve nubecilla se convirtió en un denso nubarrón y un
fuerte olor a quemado inundó la sala.
-¡Eh, salgamos fuera a toda leche, que
esto se está poniendo muy feo! –exclamé.
Todos los presentes salimos
precipitadamente a la calle. Algunos como yo, en mangas de camisa. Pronto el
hotel se convertiría en el escenario de un trágico episodio de dantescas
imágines y proporciones inimaginables.
Cuesta describir el horror que me vi
forzado a presenciar. El fuego ganó terreno con rapidez. Un empleado del hotel
salió corriendo por la puerta principal gritando con desesperación:
-¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué desgracia más
grande! ¡El fuego ha alcanzado los conductos de ventilación y se extiende con
rapidez por todo el edificio!
Las primeras llamas se dejaron ver en la
cafetería, pero en pocos minutos toda la planta baja ardía en llamas. Las lunas
explotaban, lanzando al exterior una lluvia de cristales semejando metralla.
Los pocos huéspedes que habíamos logrado escapar, antes de que el incendio
tomara cuerpo, contemplábamos los acontecimientos desde la acera opuesta al
hotel, junto a unos cuantos transeúntes curiosos, que se iban agregando,
ganados por la espectacularidad del siniestro Por poco tiempo. Pronto nos vimos
obligados a desalojarla con rapidez, ya que los pedazos de cristal que lanzaban
las lunas al explotar volaban hasta nuestros pies.
Cinco minutos más tarde, las llamas
alcanzaban la sesta planta y el humo ocultaba toda la fachada. Comenzaron a
llegar guardias, bomberos y ambulancias. Era tarde ya, El fuego se había
adueñado del edificio y ardía como una tea. Aquello se había convertido en un
auténtico infierno, donde la mayoría de los huéspedes se hallaban apresados en
una inevitable trampa mortal. Una situación terrible y desesperada.
Siguió un desbarajuste total. Ya era
imposible frenar el incendio. Los hidrantes apenas tenían presión, el agua
impulsada por las bombas no llegaba ni al quinto piso y las escalas no pasaban
del sexto. En esas condiciones, los huéspedes que ocupaban las habitaciones de
la parte delantera y no consiguieron salir en los primeros minutos estaban
irremisiblemente condenados. No se podía salir, pero tampoco entrar para
auxiliarles.
Por la parte que daba a la calle Ramón y
Cajal, menos afectada por el humo y las llamas, se organizaron los únicos
salvamentos posibles. Los bomberos fueron evacuando, mediante escalas colgantes
que iban de planta a planta, a los pocos clientes que tuvieron la afortunada
oportunidad de acercarse a esas ventanas y balcones. Pero con una lentitud
desesperante,
De pronto, en medio de aquel tremendo
desbarajuste, dos personas comenzaron a escalar la fachada, por la parte más
cercana a la esquina del hotel. Cada uno de ellos, portaba una abultada mochila
a sus espaldas. Subían con la admirable rapidez y habilidad de profesionales
circenses.
Mientras contemplábamos, con admiración
e intriga, el arriesgado ejercicio de aquellos valientes, un empleado del hotel
nos informó de su identidad. Se trataba de dos componentes de la escolta de la
viuda de Franco que, acompañada por su yerno y dos nietos, había llegado a
Zaragoza para asistir a la Jura de Bandera de otro de sus nietos, Ceremonia que
debería celebrarse ese mismo día, en la Academia General Militar.
De hecho, los huéspedes del hotel eran,
en su mayoría, familiares de los cadetes y, también, militares de variada
graduación. En cuanto a la acción de los escoltas, pudimos saber que habían
logrado salvar indemnes a la familia de Franco, con solo algunas leves heridas
sin importancia.
Pero, no todos pudieron contar con la
decidida acción de aquellos atléticos y valientes escoltas. Muchos quedaron
atrapados en sus habitaciones sin ninguna posibilidad de escapar del violento y
abrasador fuego y de la asfixiante humareda que produjo.
Aquel día, el hotel, único de cinco estrellas
en la capital aragonesa, tenía 210 clientes, alrededor del 70 por ciento de
ocupación. De todos ellos, solo consiguieron salvarse, sin daños, 27.
Resultaron muertos 83 y heridos, de diversa gravedad alrededor de 100. Un
terrible y escalofriante balance.
Mi habitación quedó calcinada y el
equipaje convertido en cenizas. Puedo decir con total convicción que, en mi
caso, fue la Virgen del Pilar quien me salvó la vida. Si no hubiera sido por el
encargo de mi mujer de visitarla, o si lo hubiera pospuesto, no me hubierais
vuelto a ver.
En cuanto a mi equipaje, tomaron mis
datos y una declaración del contenido para el seguro, pero nunca más tuve
noticias de ellos. Me vi obligado a comprar una americana y una corbata en una
tienda cercana y, tras conseguir conectar con nuestro representante y
recomponer el plan de visitas, dedicamos el resto de la jornada en cumplirlo lo
mejor que pudimos.
Lo cierto es que no resultó demasiado
provechoso aquel día. Las conversaciones giraron, inevitablemente, sobre la
terrible desgracia que acababa de producirse y que había conmovido a la ciudad
en su totalidad. Los temas técnicos y comerciales quedaron relegados a un leve
comentario sin consecuencias”.
Hasta aquí el relato de Ignacio.
Durante los siguientes días, un alud de
rumores, comentarios y artículos inundó la prensa nacional. La tragedia había
conmovido al país entero y las más diversas teorías, sobre la posible causa y
autoría del suceso, se extendieron sobre él.
Pronto, muchos analistas, y también gran
parte de la opinión pública, calificaron de acción terrorista la tremenda
tragedia y adjudicaron la autoría a la banda terrorista ETA o al GRAPO, que por
aquellas fechas mantenían una notable y siniestra actividad,
Era perfectamente creíble. El objetivo
no podía ser más atractivo para ambas organizaciones terroristas: Gran parte de
la odiada familia del dictador y muchos mandos militares a eliminar de una sola
tacada.
Las autoridades se vieron obligados a
iniciar, con una serie de urgentes investigaciones, las necesarias acciones
encaminadas a determinar los hechos y circunstancias que provocaron tamaña
tragedia y la consiguiente asignación de las responsabilidades que hubiere
lugar.
Dada la magnitud del desastre, hubo
informes de los bomberos, de la policía científica, la inteligencia militar,
los servicios secretos y alguno más. A causa de la cuantía y diversidad de los
agentes que intervinieron en sus redacciones, se produjo la lógica aparición de
teorías científicas para todos los gustos. Desde la hipótesis del accidente, al
de hecho provocado y al evidente acto terrorista. Todos justificaban sus
afirmaciones con abundante material probatorio, creando más sombras e
incertidumbre que luz sobre la tragedia.
El Gobierno no se decantó por ninguna de
las conclusiones reseñadas en los informes, dejando el asunto flotar sobre una
brumosa indeterminación. Tampoco hubo aceptación ni rechazo por parte de las
bandas terroristas y aunque más tarde se recibió una llamada telefónica de
alguien en nombre ETA, reivindicando la autoría, nunca fue confirmada por la
banda terrorista.
En realidad, esta indefinición convenía
a todas las partes implicadas. En primer lugar a las autoridades locales que
demostraron una notable ineficacia, junto a la evidente carencia de los medios
necesarios para atajar un siniestro de semejante envergadura.
Los terroristas obtenían un doble
beneficio al mantener la duda sobre su posible autoría. Para unos, sus
seguidores más acérrimos, supondría la capacidad de la organización para
golpear con dureza e impunidad al Estado opresor. Para los independentistas
moderados representaría la eterna hipocresía del Gobierno español de adjudicar,
sin pruebas, todos sus males a ETA.
A los gobiernos central y autonómico
tampoco les venía mal la polémica levantada por los informes de los expertos,
de si aquel incendio había sido un accidente o un acto provocado. (Al parecer,
los defensores de esta tesis habían encontrado restos de un compuesto químico,
acelerador del fuego) De esta forma quedaban al margen de cualquier
responsabilidad.
Mucho más conveniente era dicha
indefinición para la compañía de seguros y la misma empresa hotelera. Así,
lograron evitar la enorme carga de unas indemnizaciones millonarias.
Por tanto, como a todas las partes
implicadas en el suceso les venía bien, el asunto jamás llegó a obtener una
determinación jurídica. Todo quedó en “agua de borrajas”
Unos treinta años más tarde, cuando el
asunto gozaba ya de un largo letargo policial y dormitaba en los archivos de
las redacciones, el gobierno de turno calificó los pasados hechos de acto
terrorista y concedió indemnizaciones a los parientes de las víctimas que las
solicitaron. Por su parte, el ejército otorgó diversas condecoraciones a varios
de los militares que sucumbieron en el incendio.
Pero Ignacio lo tenía bien claro:
-Yo fui testigo presencial de que aquel
terrible y voraz incendio fue un accidente, provocado por la total inexistencia
de medidas preventivas que lo hubieran podido evitar, la inexperiencia del
personal afectado y la mala disposición de los extractores de ventilación. Es
la verdadera y única explicación. Solo estas causas fueron suficientes para que
el simple incendio de una freidora fuera capaz de producir un incendio de tal
magnitud. Lo demás son fabulaciones y silencios interesados. Sin ningún género
de duda por mi parte.
Y si se contempla el asunto con la
suficiente objetividad y coherencia, habrá que conceder el máximo crédito a mi
colega.
¡Esto da más miedo que lo del Red Lion!
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