CAPÏTULO
VI
En
las monumentales necrópolis egipcias.
Aquella
noche, Helen y Rodríguez se acostaron pronto y durmieron a pierna suelta, como
pocas veces lo habían hecho antes. Lo necesitaban después de tantas emociones
como habían experimentado, durante los seis días de navegación por el Nilo.
Especialmente
afectado estaba Rodríguez, poco acostumbrado a tanto ajetreo y carente de las
facultades físicas de Helen. Opinaba que el ejercicio físico debía realizarse a
cambio de algo sustancial. Hacer ejercicio gratis era, según él, desgastarse en
vano o cosa de esclavos.
Y
así le iba, pues mientras Helen andaba bajo un sol abrasador -40 grados a la
sombra-, con bastante soltura, Rodríguez le seguía a duras penas, resoplando y
mascullando al tiempo, mil y un rezongos.
-Hoy
está programada la visita a las pirámides -informó-. Hay materia para varios
días más, pero debemos ceñirnos a sus posibilidades de tiempo. De cualquier
modo, hemos preparado un recorrido que les ha de proporcionar una información
de gran interés y bastante completa.
-¿Cómo
han previsto los desplazamientos? -preguntó Helen.
-De
la misma forma que el primer día, en coche de la compañía con el mismo
conductor y el mismo guía, salvo que tengan algún inconveniente o deseen otra
alternativa -contestó Hasaní. Y siguió detallando las siguientes fases del
plan-. Esta noche dormirán en un complejo turístico cercano a la ciudad de
Bawiti, a unos 280 kilómetros de El Cairo. Allí acabará el recorrido turístico
y comenzará su aventura por el desierto.
-¡Muy
bien! -exclamó Helen-. Estoy deseando que llegue ese momento.
-A
ver, explíquenos de qué aventura nos está hablando -quiso saber Rodríguez, que
no las tenía todas consigo.
-La
señora nos advirtió que no deseaba un tour convencional y eso es lo que hemos
diseñado. Es lo que nos distingue de otras compañías turísticas: no disponemos
solo de un programa estándar, sino que tratamos de ajustarnos a los deseos y
necesidades de nuestros clientes.
-Sí,
sí, eso es lo que acordamos -concedió Rodríguez-. Pero prosiga con los detalles,
por favor.
-Bien,
allí les aguarda un potente Toyota 4/4, preparado para transitar sobre la arena
del desierto. No habrá conductor, por lo que deberán manejarlo Vds. mismos.
Llevarán agua y víveres para cinco días, además de carburante de reserva y un
par de tiendas de campaña. Les acompañará un beduino como intérprete. Está
familiarizado con el modo de vida en el desierto y les será de mucha utilidad
para superar cualquier dificultad que se les presente. Desde ese momento, todo
el desierto egipcio será suyo.
-¡Pero,
oiga! ¡Díganos qué demonios vamos a hacer allí, además de pasar calor y tragar
polvo!
-Luis,
cariño. ¿No recuerdas que el Sr. Hasaní ya nos presentó un avance de nuestra
visita al desierto? Deberemos encontrar alguna caravana de beduinos y convivir
con ellos tanto como nos lo permitan.
-En
efecto, de eso se trata -confirmó Hasaní-. Deberán rastrear las rutas de los
mercaderes. Hay tres rutas principales para explorar: la ruta de Darfur, que
trae mercancías del Sudán, el Chad y la República Centroafricana. La que viene
de Agadez de Niger. Y, por fin, la que procede de Oasin en Libia. Deberán
elegir una de ellas, aunque no les recomiendo la de Libia. Hay demasiadas
bandas armadas allí y algunas cruzan nuestra frontera, a pesar de los esfuerzos
del ejército por evitarlo.
-Nos
darán mapas detalladas de esas rutas ¿eh? -requirió Rodríguez.
-Por
supuesto -afirmó Hasaní-. Dispondrán de mapas, brújulas, GPS y dos potentes
transmisores. Estos están provistos de un botón de emergencia. En caso de
peligro o de que deseen renunciar al tour, bastará con pulsarlo para que un
helicóptero salga de inmediato en su auxilio. En cuanto a encontrar una
caravana, debo advertidles que el éxito no está garantizado. El desierto es muy
extenso y las indicaciones de los mapas son difíciles de identificar en el
terreno y, con frecuencia, imposibles de seguir en una orografía como esta, sin
referencias y en constante cambio.
Estaban
a punto de partir, cuando recibieron un aviso de la conserjería: La señora
Troudeau deseaba mantener una conversación con ellos, siempre que no tuvieran inconveniente
en concedérsela.
-¡Ostras,
es una mujer de bandera! -no pudo reprimir la exclamación Rodríguez, al verla
llegar hasta el hall, donde se hallaban, arriesgándose a recibir los consabidos
reproches de Helen.
No
era extraño ni exagerado el comentario de Rodríguez: la viuda del libanés podía
cortar la respiración de cualquiera, con solo contemplar su exuberante figura.
Su aspecto era de modelo para arriba. Le acompañada un hermano y un amigo de este.
Tenían la intención de hacerse cargo del cadáver del muerto y trasladarlo a
Inglaterra. Le habían dicho que ellos habían sido las últimas personas en
tratarle, y deseaba conocer si habían detectado algún indicio que pudiera
arrojar luz a ese inesperado suicidio.
Tanto
Helen como Rodríguez negaron cualquier indicio o sospecha.
-¡Que
poco me gusta esta mujer! -dijo Helen, terminada la entrevista.
-Mujer,
tanto como no gustar...-habló Rodríguez, socarrón-, pero sí, algo lleva en la
trastienda la viuda. Y oye, ¿no te has fijado en el Rolex de oro que portaba el
amigo del hermano? Podría ser casualidad, pero ahora mismo hay que hablar con
el teniente Amed para que lo investigue.
Por
fin lograron evitar más dilaciones y emprendieron la marcha hacia las
pirámides. Deberían visitar los cuatro campos sucesivos de pirámides: Guiza,
Abusir, Sappara y, por último Dashsur. En ellas podrían recorrer la fascinante
evolución de la historia de Egipto, sus gobernantes y sus costumbres.
Como era ya habitual, a la fascinación sentida por Helen, se oponían los
irreverentes y, con frecuencia chocantes, comentarios de Rodríguez.
-¡Caramba
con los faraones! ¡Pero qué manía de apilar piedras! ¿no? ¡Vaya una moda!
El
guía esbozó una sonrisa indulgente, ante el comentario de Rodríguez, y trató de
dar una explicación capaz de ser entendida por aquel cerril turista.
-Se
podría definir así el proceso de construcción de nuestras pirámides, pero
advierta que no se diferencia mucho de la evolución acontecida en la
edificación de sus catedrales. Vds. las construyeron en honor de su Dios, pero
en ellas se reflejaba también el poder político y económico de sus estados y
gobernantes que, por cierto, solían servir, además, para mayor magnificencia de
sus tumbas. Comenzaron por erigir pequeñas iglesias, pero los posteriores reyes
o gobernantes sintieron la necesidad de superar las obras de sus antecesores y
las de los estados vecinos. Algo así sucedió en Egipto. No olviden que los
faraones tenían una condición divina y debían ser enterrados en edificios que
apuntaran hacia el cielo. Allí habitaban los demás dioses y el lugar donde
reposaran sus restos requería que fuese lo más alto, sólido y seguro, para
acercarse a ellos. Por otra parte, superar el pasado es parte de la condición
humana.
-Sin
duda consiguieron bien su propósito -comentó Helen.
-El
proceso comenzó con la construcción de las mastabas, cada vez más altas y
grandes -continuó el guía-. Más tarde, conforme el poder y riqueza de los faraones
aumentaba, crecían, en tamaño y perfección, las construcciones funerarias. Así
se edificaron las pirámides escalonadas, después las acodadas y, por fin, las
grandes pirámides clásicas de Guiza.
Comenzaron
la tournée con la visita a esta última necrópolis, al ser la más cercana y
famosa. En ella se encuentra la gran y bella Esfinge y las monumentales
pirámides de la IV dinastía, de Kleops, Kefren y Mikerinos.
Continuaron
por las demás necrópolis, admirando la infinidad de templos, esculturas,
grabados y bajo relieves, que guardan. Destacaban en belleza, finura y pericia
los realizados en el reinado de Amenhotep III, época en la que se produjo una
auténtica explosión de Arte.
Pero fue en la de Sappara donde les esperaba la
mayor y más interesante experiencia.
-Hoy
van a tener la gran suerte de visitar el mausoleo de un gran rey, al que solo
unos pocos privilegiados tienen acceso -informó el guía, sin ocultar la
satisfacción que sentía al estar en condiciones de ofrecer a sus clientes una
exclusiva de auténtica élite-. Se trata de la pirámide escalonada del rey
Zoser. Es la primera de su especie que se construyó y cuenta con un dédalo de
pasadizos de más de 45 km en su interior.
-¿Y
está abierta al público? -preguntó Helen, extrañada, ya que todas las que hasta
entonces habían visitado estaban cerradas a los turistas.
-Hace
muy poco que los expertos han terminado de acondicionar el interior de la
pirámide, y está en condiciones de ser visitado con seguridad y orden, pero el
gobierno concede los permisos con cuenta gotas. Nuestra compañía dispone de
solo dos al mes. Vds. van a tener el privilegio de disfrutar de una de las dos
visitas guiadas de este mes.
-¡Qué
maravilla! -exclamó Helen entusiasmada.
El
entusiasmo de Helen crecía conforme se adentraban en el interior del
laberíntico conjunto de pasadizos, túneles, recovecos, salas y antesalas de la
pirámide escalonada de Zoser. Sorbía con apasionado interés las explicaciones
del guía sobre los abundantes grabados, pinturas y jeroglíficos que aparecían en
los lugares más insospechados.
Mientras,
Rodríguez trataba de memorizar los cambios de sentido y dirección de los
pasillos que recorrían durante el irregular trazado de su trayecto. ¡Madre mía! -pensaba, agobiado, tras un buen rato de haber perdido la
cuenta- Como a este tío le dé un telele,
nos vamos a quedar aquí enterrados el resto de nuestras vidas.
No
recorrieron los 45 kilómetros de galerías de la pirámide, pero casi. De manera
que, cuando por fin salieron, ya había caído la noche. Era tarde cuando
llegaron a Bawiti, situada a unos 300 Km al norte. Antes de acostarse, cenaron
unos sándwich en el complejo residencial Off Road Travel, filial de TourspreS,
situado a unos 5 km. al oeste de la ciudad.
Al
día siguiente les costó levantarse. El apretado programa de la jornada anterior
les había producido la suficiente fatiga, como para que se les pegaran las
sábanas. Solo una larga ducha y un generoso desayuno lograron reponer, en
parte, sus mermadas fuerzas y ánimos, que tan necesarios eran para afrontar el
duro paso por el desierto. Sobre todo al bueno de Rodríguez, que seguía dudando
de la sensatez de aquel plan.
Tras
unas pocas explicaciones y algunas pruebas de conducción sobre la arena del
desierto, partieron hacia lo desconocido Helen, Rodríguez y el beduino
intérprete.
Eligieron
rastrear el paso de alguna caravana en la ruta procedente de Niger. Fue
decisión de Helen. Había que suponer que sería la más frecuentada. La mayoría
de las mercancías legales del Sudán elegirían Suez o el Nilo, como mejor y más
rápida vía de transporte, y las de Koufra, en el sur de Libia, tratarían de
unirse a la ruta de Niger, para alejarse de las numerosas bandas armadas libias.
Antes
de iniciar el tour, se desviaron, por consejo del intérprete, para contemplar
el curioso espectáculo de los desiertos Blanco y Negro.
En
el primer turno de marcha, Rodríguez se situó al volante del potente Toyota. A
su lado, viajaba Helen a cargo de la navegación, manejando mapas, brújula y
GPS. La pareja confiaba en la experiencia del beduino para sortear las dificultades
que pudieran presentarse en aquel territorio tan duro, asolado y hostil.
Superaron
la primera etapa sin demasiados inconvenientes, salvo el tremendo y asfixiante
calor, que hacía situar la medición del termómetro entre los 40 y 50 grados.
Sin embargo, al caer el sol, refrescó bastante y pudieron instalar las tiendas
y dormir en ellas de manera placentera.
Se levantaron
pronto el segundo día. Debían aprovechar el frescor mañanero y, tras un somero
desayuno, reanudaron la marcha.
Apenas
habían recorrido 20 Km. a buen ritmo, cuando alcanzaron a escuchar el
inconfundible sonido de un helicóptero, acercándose.
-¡Vaya
-exclamó Rodríguez, no habrás pulsado el botón de socorro!
-¡Qué
va! -contestó Helen-. ¡El transmisor sigue colgado allí, míralo!