viernes, 19 de noviembre de 2021

Rodríguez en El Cairo

CAPÏTULO VI

En las monumentales necrópolis egipcias.



 

Aquella noche, Helen y Rodríguez se acostaron pronto y durmieron a pierna suelta, como pocas veces lo habían hecho antes. Lo necesitaban después de tantas emociones como habían experimentado, durante los seis días de navegación por el Nilo.

Especialmente afectado estaba Rodríguez, poco acostumbrado a tanto ajetreo y carente de las facultades físicas de Helen. Opinaba que el ejercicio físico debía realizarse a cambio de algo sustancial. Hacer ejercicio gratis era, según él, desgastarse en vano o cosa de esclavos.

Y así le iba, pues mientras Helen andaba bajo un sol abrasador -40 grados a la sombra-, con bastante soltura, Rodríguez le seguía a duras penas, resoplando y mascullando al tiempo, mil y un rezongos.

Pero la rueda turística no paraba de girar y allí se hallaba el buen y capaz Hasaní para recordárselo. Apenas habían concluido el apetitoso desayuno, cuando apareció con el plan previsto para los restantes días.

-Hoy está programada la visita a las pirámides -informó-. Hay materia para varios días más, pero debemos ceñirnos a sus posibilidades de tiempo. De cualquier modo, hemos preparado un recorrido que les ha de proporcionar una información de gran interés y bastante completa.

-¿Cómo han previsto los desplazamientos? -preguntó Helen.

-De la misma forma que el primer día, en coche de la compañía con el mismo conductor y el mismo guía, salvo que tengan algún inconveniente o deseen otra alternativa -contestó Hasaní. Y siguió detallando las siguientes fases del plan-. Esta noche dormirán en un complejo turístico cercano a la ciudad de Bawiti, a unos 280 kilómetros de El Cairo. Allí acabará el recorrido turístico y comenzará su aventura por el desierto.

-¡Muy bien! -exclamó Helen-. Estoy deseando que llegue ese momento.

-A ver, explíquenos de qué aventura nos está hablando -quiso saber Rodríguez, que no las tenía todas consigo.

-La señora nos advirtió que no deseaba un tour convencional y eso es lo que hemos diseñado. Es lo que nos distingue de otras compañías turísticas: no disponemos solo de un programa estándar, sino que tratamos de ajustarnos a los deseos y necesidades de nuestros clientes.

-Sí, sí, eso es lo que acordamos -concedió Rodríguez-. Pero prosiga con los detalles, por favor.

-Bien, allí les aguarda un potente Toyota 4/4, preparado para transitar sobre la arena del desierto. No habrá conductor, por lo que deberán manejarlo Vds. mismos. Llevarán agua y víveres para cinco días, además de carburante de reserva y un par de tiendas de campaña. Les acompañará un beduino como intérprete. Está familiarizado con el modo de vida en el desierto y les será de mucha utilidad para superar cualquier dificultad que se les presente. Desde ese momento, todo el desierto egipcio será suyo.

-¡Pero, oiga! ¡Díganos qué demonios vamos a hacer allí, además de pasar calor y tragar polvo!

-Luis, cariño. ¿No recuerdas que el Sr. Hasaní ya nos presentó un avance de nuestra visita al desierto? Deberemos encontrar alguna caravana de beduinos y convivir con ellos tanto como nos lo permitan.

-En efecto, de eso se trata -confirmó Hasaní-. Deberán rastrear las rutas de los mercaderes. Hay tres rutas principales para explorar: la ruta de Darfur, que trae mercancías del Sudán, el Chad y la República Centroafricana. La que viene de Agadez de Niger. Y, por fin, la que procede de Oasin en Libia. Deberán elegir una de ellas, aunque no les recomiendo la de Libia. Hay demasiadas bandas armadas allí y algunas cruzan nuestra frontera, a pesar de los esfuerzos del ejército por evitarlo.

-Nos darán mapas detalladas de esas rutas ¿eh? -requirió Rodríguez.

-Por supuesto -afirmó Hasaní-. Dispondrán de mapas, brújulas, GPS y dos potentes transmisores. Estos están provistos de un botón de emergencia. En caso de peligro o de que deseen renunciar al tour, bastará con pulsarlo para que un helicóptero salga de inmediato en su auxilio. En cuanto a encontrar una caravana, debo advertidles que el éxito no está garantizado. El desierto es muy extenso y las indicaciones de los mapas son difíciles de identificar en el terreno y, con frecuencia, imposibles de seguir en una orografía como esta, sin referencias y en constante cambio.

Estaban a punto de partir, cuando recibieron un aviso de la conserjería: La señora Troudeau deseaba mantener una conversación con ellos, siempre que no tuvieran inconveniente en concedérsela.

-¡Ostras, es una mujer de bandera! -no pudo reprimir la exclamación Rodríguez, al verla llegar hasta el hall, donde se hallaban, arriesgándose a recibir los consabidos reproches de Helen.

No era extraño ni exagerado el comentario de Rodríguez: la viuda del libanés podía cortar la respiración de cualquiera, con solo contemplar su exuberante figura. Su aspecto era de modelo para arriba. Le acompañada un hermano y un amigo de este. Tenían la intención de hacerse cargo del cadáver del muerto y trasladarlo a Inglaterra. Le habían dicho que ellos habían sido las últimas personas en tratarle, y deseaba conocer si habían detectado algún indicio que pudiera arrojar luz a ese inesperado suicidio.

Tanto Helen como Rodríguez negaron cualquier indicio o sospecha.

-¡Que poco me gusta esta mujer! -dijo Helen, terminada la entrevista.

-Mujer, tanto como no gustar...-habló Rodríguez, socarrón-, pero sí, algo lleva en la trastienda la viuda. Y oye, ¿no te has fijado en el Rolex de oro que portaba el amigo del hermano? Podría ser casualidad, pero ahora mismo hay que hablar con el teniente Amed para que lo investigue.

Por fin lograron evitar más dilaciones y emprendieron la marcha hacia las pirámides. Deberían visitar los cuatro campos sucesivos de pirámides: Guiza, Abusir, Sappara y, por último Dashsur. En ellas podrían recorrer la fascinante evolución de la historia de Egipto, sus gobernantes y sus costumbres.

Como era ya habitual, a la fascinación sentida por Helen, se oponían los irreverentes y, con frecuencia chocantes, comentarios de Rodríguez.

-¡Caramba con los faraones! ¡Pero qué manía de apilar piedras! ¿no? ¡Vaya una moda!

El guía esbozó una sonrisa indulgente, ante el comentario de Rodríguez, y trató de dar una explicación capaz de ser entendida por aquel cerril turista.

-Se podría definir así el proceso de construcción de nuestras pirámides, pero advierta que no se diferencia mucho de la evolución acontecida en la edificación de sus catedrales. Vds. las construyeron en honor de su Dios, pero en ellas se reflejaba también el poder político y económico de sus estados y gobernantes que, por cierto, solían servir, además, para mayor magnificencia de sus tumbas. Comenzaron por erigir pequeñas iglesias, pero los posteriores reyes o gobernantes sintieron la necesidad de superar las obras de sus antecesores y las de los estados vecinos. Algo así sucedió en Egipto. No olviden que los faraones tenían una condición divina y debían ser enterrados en edificios que apuntaran hacia el cielo. Allí habitaban los demás dioses y el lugar donde reposaran sus restos requería que fuese lo más alto, sólido y seguro, para acercarse a ellos. Por otra parte, superar el pasado es parte de la condición humana.

-Sin duda consiguieron bien su propósito -comentó Helen.

-El proceso comenzó con la construcción de las mastabas, cada vez más altas y grandes -continuó el guía-. Más tarde, conforme el poder y riqueza de los faraones aumentaba, crecían, en tamaño y perfección, las construcciones funerarias. Así se edificaron las pirámides escalonadas, después las acodadas y, por fin, las grandes pirámides clásicas de Guiza.

Comenzaron la tournée con la visita a esta última necrópolis, al ser la más cercana y famosa. En ella se encuentra la gran y bella Esfinge y las monumentales pirámides de la IV dinastía, de Kleops, Kefren y Mikerinos.

Continuaron por las demás necrópolis, admirando la infinidad de templos, esculturas, grabados y bajo relieves, que guardan. Destacaban en belleza, finura y pericia los realizados en el reinado de Amenhotep III, época en la que se produjo una auténtica explosión de Arte.

Pero  fue en la de Sappara donde les esperaba la mayor y más interesante experiencia.

-Hoy van a tener la gran suerte de visitar el mausoleo de un gran rey, al que solo unos pocos privilegiados tienen acceso -informó el guía, sin ocultar la satisfacción que sentía al estar en condiciones de ofrecer a sus clientes una exclusiva de auténtica élite-. Se trata de la pirámide escalonada del rey Zoser. Es la primera de su especie que se construyó y cuenta con un dédalo de pasadizos de más de 45 km en su interior.

-¿Y está abierta al público? -preguntó Helen, extrañada, ya que todas las que hasta entonces habían visitado estaban cerradas a los turistas.

-Hace muy poco que los expertos han terminado de acondicionar el interior de la pirámide, y está en condiciones de ser visitado con seguridad y orden, pero el gobierno concede los permisos con cuenta gotas. Nuestra compañía dispone de solo dos al mes. Vds. van a tener el privilegio de disfrutar de una de las dos visitas guiadas de este mes.

-¡Qué maravilla! -exclamó Helen entusiasmada.

El entusiasmo de Helen crecía conforme se adentraban en el interior del laberíntico conjunto de pasadizos, túneles, recovecos, salas y antesalas de la pirámide escalonada de Zoser. Sorbía con apasionado interés las explicaciones del guía sobre los abundantes grabados, pinturas y jeroglíficos que aparecían en los lugares más insospechados.

Mientras, Rodríguez trataba de memorizar los cambios de sentido y dirección de los pasillos que recorrían durante el irregular trazado de su trayecto. ¡Madre mía! -pensaba, agobiado, tras un buen rato de haber perdido la cuenta- Como a este tío le dé un telele, nos vamos a quedar aquí enterrados el resto de nuestras vidas.

No recorrieron los 45 kilómetros de galerías de la pirámide, pero casi. De manera que, cuando por fin salieron, ya había caído la noche. Era tarde cuando llegaron a Bawiti, situada a unos 300 Km al norte. Antes de acostarse, cenaron unos sándwich en el complejo residencial Off Road Travel, filial de TourspreS, situado a unos 5 km. al oeste de la ciudad.

Al día siguiente les costó levantarse. El apretado programa de la jornada anterior les había producido la suficiente fatiga, como para que se les pegaran las sábanas. Solo una larga ducha y un generoso desayuno lograron reponer, en parte, sus mermadas fuerzas y ánimos, que tan necesarios eran para afrontar el duro paso por el desierto. Sobre todo al bueno de Rodríguez, que seguía dudando de la sensatez de aquel plan.

Tras unas pocas explicaciones y algunas pruebas de conducción sobre la arena del desierto, partieron hacia lo desconocido Helen, Rodríguez y el beduino intérprete.

Eligieron rastrear el paso de alguna caravana en la ruta procedente de Niger. Fue decisión de Helen. Había que suponer que sería la más frecuentada. La mayoría de las mercancías legales del Sudán elegirían Suez o el Nilo, como mejor y más rápida vía de transporte, y las de Koufra, en el sur de Libia, tratarían de unirse a la ruta de Niger, para alejarse de las numerosas bandas armadas libias.

Antes de iniciar el tour, se desviaron, por consejo del intérprete, para contemplar el curioso espectáculo de los desiertos Blanco y Negro.

En el primer turno de marcha, Rodríguez se situó al volante del potente Toyota. A su lado, viajaba Helen a cargo de la navegación, manejando mapas, brújula y GPS. La pareja confiaba en la experiencia del beduino para sortear las dificultades que pudieran presentarse en aquel territorio tan duro, asolado y hostil.

Superaron la primera etapa sin demasiados inconvenientes, salvo el tremendo y asfixiante calor, que hacía situar la medición del termómetro entre los 40 y 50 grados. Sin embargo, al caer el sol, refrescó bastante y pudieron instalar las tiendas y dormir en ellas de manera placentera.

Se levantaron pronto el segundo día. Debían aprovechar el frescor mañanero y, tras un somero desayuno, reanudaron la marcha.

Apenas habían recorrido 20 Km. a buen ritmo, cuando alcanzaron a escuchar el inconfundible sonido de un helicóptero, acercándose.

-¡Vaya -exclamó Rodríguez, no habrás pulsado el botón de socorro!

-¡Qué va! -contestó Helen-. ¡El transmisor sigue colgado allí, míralo!

En un instante, el helicóptero se situó sobre ellos, levantando una espesa nube de polvo que les cegó. Era evidente que les estaba atacando.   

domingo, 7 de noviembre de 2021

Rodríguez en EL Cairo

CAPÍTULO V

Navegando por el Nilo.





         -¿Qué se le ofrece de nuevo, teniente? -preguntó Rodríguez, visiblemente molesto-. Porque ya le hemos dicho todo lo que sabíamos.

-No deseo molestarles -contestó el agente-. Hemos conocido nuevos datos sobre la investigación y deseaba compartirlos con Vds.

-Pues Vd. dirá, teniente -dijo Rodríguez, algo mosqueado, todavía.

-Miren, les confieso que, hasta esta tarde, eran los principales, y únicos, sospechosos en este embrollo. Solicité información sobre Vds. a Estados Unidos y a España y acabo de recibirla. En ambos países coinciden en alabarles como hábiles investigadores, capaces y honrados. Gente de fiar, vamos -se sinceró el teniente Amed, y continuó-. Desde un principio, consideramos muy extraño el suicidio de Troudeau, al que seguíamos, desde hace algún tiempo, como sospechoso de tráfico de armas. Pero no hallamos nada que confirmara nuestras sospechas. Por otra parte, el hombre asesinado delante de sus narices, era un maleante con varios antecedentes registrados en nuestros archivos por tenencia, robo y trapicheo de armas. Dos más dos...nos decían que Vds. estaban en el lio. Ahora debo preguntarles si su viaje a Egipto responde a motivos profesionales o a mero viaje turístico.

-¡No, por Dios! -respondió Helen-. Nuestro viaje responde, solo, al eterno y vehemente deseo mío de conocer en persona a este gran País.

-Bueno -añadió Rodríguez-, puesto que ya conoce nuestra condición. debemos confesar que no hemos sido del todo sinceros con Vd. Pero entiéndanos, no deseábamos interferir en sus investigaciones ni, tampoco, arruinar nuestras vacaciones en este extraño asunto, en el que no tenemos arte ni parte.

-Y, entonces, ¿ahora tienen algo más qué contarme? -preguntó el teniente Amed.

-Sí, si -se apresuró a contestar Rodríguez-. Verá, teniente, hay motivos para dudar del suicidio del libanés. Las muñecas del muerto presentaban unas tenues marcas rojizas que indicaba que le colgaron maniatado. Seguro que el rigor mortis las borró, lo que hizo imposible que Vds. las vieran. Además, poseía un valioso reloj de oro que, con toda seguridad, no habrán podido hallar. No quisimos revelarle nuestras sospechas porque hay policías que no desean complicarse la vida y, a poco que puedan, dan carpetazo y cierren el caso. Y, en principio, era un asunto que no nos competía.

-El caso del otro muerto es distinto -continuó Helen-. Notamos que nos seguía, lo cazamos y estaba a punto de cantar para quien trabajaba, cuando le cerraron la boca, metiéndole tres balazos en el cuerpo.

-En ese caso, la muerte del ahorcado correspondería a un ajuste de cuentas, realizado por alguien de su organización o, tal vez, por parte de alguna otra banda rival ¿eh? -sugirió el teniente-. Por eso les seguían a Vds.

-Imposible -negó, rotundo, Rodríguez-. Las mafias nunca maquillan sus crímenes. Al contrario, tratan de hacerlos notar, cuanto más mejor, para que sirvan de escarmiento ejemplar para propios y ajenos. No, la muerte de Troudeau ha sido provocada por alguien que no desea que se abra una investigación por asesinato. Por tanto, el asesino es conocido de la víctima e identificable. Estoy convencido de que estamos ante un crimen cometido por motivos económicos. Porque, también creo estar seguro de que, en sus registros, no han encontrado ningún documento que esté relacionado o pueda revelar algo, sobre la enorme cantidad de dinero negro que este hombre debía atesorar. ¿Estoy en lo cierto?

-Sí, es cierto -respondió Amed- Solo se encontró una pequeña cantidad de dinero en su billetera. En apariencia no faltaba nada. Sí que nos llamó la atención el hecho de que, en sus tres tarjetas de crédito halladas, hubiera, según los bancos consultados, unos saldos más bien escasos, que no se correspondían con el tren de vida de este hombre.

-Ahí lo tiene teniente -afirmó Rodríguez, rotundo-. Debe investigar el entorno del libanés. Y otra cosa: siga la pista del Rolex de oro y hallará al culpable material del asesinato. Además, Troudeau no les iba a dar sus claves y demás datos de sus depósitos sin más ni más. Han debido de torturarle pero, para no dejar huellas, lo habrán hecho realizando varios simulacros de ahorcamiento. Un examen concienzudo del cuello, por los forenses, revelarán las huellas correspondientes a esos intentos. Es más, le vimos manejar dos móviles distintos. Apuesto una buena cena a que solo han hallado uno. En el que falta se encuentra almacenada gran parte de la información sustraída.

Al teniente Amed se le veía cada vez más satisfecho. Las explicaciones de Rodríguez le habían proporcionado una inesperada luz que barría, por completo, la oscuridad inicial del caso. Ahora, todas las piezas del mecano se acoplaban a la perfección.

-Pero entonces...Vds. se hallan en un gran peligro ante la banda de traficantes a la pertenecía Troudeau -advirtió Amed-. Por el momento, no han intentado matarles porque necesitan rescatar la información perdida. Significa que intentan encontrar la oportunidad para secuestrarles y hacerles hablar. Pero como Vds. desconocen lo que buscan les torturaran a fondo antes de matarles.

-Vamos, mejor expresado imposible -concedió Rodríguez-, aunque somos duros de pelar y no les va a resultar fácil lograr sus propósitos. Lo único que lamentamos es no disponer de armas para defendernos.

-En eso no les puedo ayudar, pero vamos a poner en marcha todos los recursos a nuestra disposición para protegerles y, al mismo tiempo, acabar con esa organización de traficantes. Sabemos por el agente de TourspreS que tienen previsto embarcarse mañana, para efectuar un largo recorrido por el Nilo. Ahora mismo, voy a organizar un operativo para garantizar su protección durante el mismo. Les veré antes de que embarquen para darles detalles. Mientras tanto, no salgan del hotel.

La pareja se levantó muy temprano al día siguiente. No habían concluido de consumir el desayuno, cuando apareció el teniente Amed.

-Tenemos todo listo -dijo Amed-. Una pareja de agentes les acompañará durante todo el viaje, camuflados como turistas. Además, un helicóptero, dos lanchas del ejército y una de la policía, estarán en posición de alarma, en constante comunicación con nuestros hombres del barco. Vds. no deben preocuparse por nada. Solo tienen que disfrutar del viaje que, como comprobarán es único e irrepetible.

Reconfortados por las explicaciones del teniente, embarcó la pareja, rebosantes de expectativas por conocer las maravillas que el histórico río Nilo guarda en sus orillas.

Una agradable, suave y fresca brisa movía las velas de la embarcación, haciéndola deslizar, ligera y plácida, por el tranquilo curso del río. En principio, solo durante la noche usarían su potente motor.

Dos tripulantes, un guía, que se turnaba con uno de los tripulantes en atender a los pasajeros, y un guarda jurado componían el personal de servicio. Ocho eran los pasajeros: una pareja turca, otra griega,  la tercera inglesa y la cuarta compuesta por Helen y Rodríguez.

-¡Qué ilusión me hace, cariño, este viaje! -exclamó Helen-. Cuando pienso en que, por estas mismas aguas, navegaron, hace miles de años, los creadores de una poderosa y rica civilización única en su mundo, siento  una emoción como nunca antes había percibido.

-¡Pues, anda que yo! -replicó Rodríguez, haciendo gala de su habitual tono socarrón-. Piensa que las pocas ocasiones en la que me embarqué fueron en el estanque del Retiro. Ya sabes, soy de tierra adentro, y esto...

Pero lo cierto era que la navegación transcurría feliz y placentera. Las atenciones a bordo no podían ser más ni mejores. Solían comer en tierra, al tiempo que visitaban las aldeas o lugares típicos, situados en  las orillas del río o en sus proximidades. La tripulación preparaba el desayuno e incluso servía una ligera cena, además de bebidas, refrescos o infusiones que solicitaran. Al llegar la noche, los tripulantes preparaban cuatro ingeniosos cubículos, provistos de dos literas, desplegando varios tableros y cortinas, capaces de proporcionar el suficiente confort e intimidad a los pasajeros. Estos, pronto intimaron y, a pesar de la diferencia de nacionalidad, la relación entre ellos resultó muy cordial.

Habían consumido ya los dos primeros días de navegación y sobrepasado la ciudad de Asyut, donde habían desembarcado para comer mejor que bien y visitar sus famosas y monumentales tumbas, excavadas en la montaña, reliquias de la época en que la ciudad fue capital del Alto Egipto.

Tras una animada tertulia nocturna, gratificados por la tenue brisa, habitual regalo de cada noche, en contraste con los rigores con qué les castigaba el día, todos los pasajeros se retiraron a fin de gozar de un merecido y necesario descanso.

Sobre las dos de la madrugada, la joven mujer de la pareja turca despertó a Helen y Rodríguez y se identificó como uno de los dos policías de escolta.

-No se alarmen, pero dentro de muy poco se va a producir aquí un buen baile. En cuanto comiencen los tiros, péguense al suelo y no se preocupen de más. Hemos descubierto a un tripulante dando señales luminosas, así que esperamos el ataque inmediato de los traficantes.

-Si nos proporcionan armas, podremos ayudarles -dijo Helen, con su habitual firmeza-. Con cuatro no van a poder.

-No, tenemos órdenes muy precisas. Vds. no pueden intervenir. Los compañeros están a punto de llegar y nosotros nos bastamos para defender la nave mientras tanto.

Una veintena de segundos después, comenzaron a escucharse las primeras detonaciones provocadas por los disparos de nuestros escoltas. Los atacantes habían intentado abordar al barco turista, amparados por la oscuridad, suponiéndola indefensa y sin vigilancia, pero se encontraron con algo que no esperaban.

Los escoltas habían abierto fuego, tan pronto los atacantes se situaron a tiro de sus pistolas. De inmediato se escuchó la respuesta de los atacantes, con un endiablado tableteo de metralletas. Las ráfagas de proyectiles enemigos se incrustaban en la borda de la nave, provocando un violento y siniestro repiqueteo. Ante aquella inesperada situación, la gente de abordo comenzó a gritar despavorida, en medio de una total confusión,

-¡Al suelo! -gritó a su vez Helen, intentando poner un cierto orden en aquel desbarajuste-. ¡Todos al suelo!

Segundos más tarde, se escuchó el inconfundible traqueteo de un helicóptero. Al mismo tiempo, una poderosa pieza orquestal compuesta por los insistentes toques de la sirena de una lancha de la policía, los potentes bramidos de las naves militares, las detonaciones de los contendientes y el estruendo de los acelerados motores de los barcos, in crescendo, llenó el río.

Rodríguez no pudo resistir la tentación y asomó la nariz por encima de la borda, a pesar de que Helen tiraba con fuerza, hacia abajo, de la chaqueta de su pijama.

-¡Madre de Dios! -exclamó- ¡Vaya ensalada de tiros! ¡Los están asando vivos!

En efecto. Los barcos militares y el de la policía, habían bloqueado a dos lanchas rápidas y les sometían a un intenso fuego de ametralladoras. Mientras, el helicóptero se mantenía apartado y expectante.  

De pronto, una de las lanchas de los presuntos traficantes saltó, literalmente, por los aires, alcanzada de lleno por una granada disparada desde una de las naves militares. Aquí acabó la refriega. Los tripulantes de la segunda lancha se rindieron de inmediato.

Poco después, conocieron el resultado de la refriega: dos traficantes muertos, otro desaparecido, dos heridos y tres prisioneros.

-Pueden estar tranquilos -afirmó uno de los escoltas-. Estos ya no volverán a molestarles.

-¿Quiere decir que se puede dar por destruida su organización en Egipto? -preguntó Helen.

-Sin duda. Los detenidos cantarán -afirmó, rotundo, uno de los escoltas-. No les quepa la menor duda. Y con su canto, podremos desmontar la organización que tienen aquí. Por algún tiempo, al menos.

Despojados ya de toda amenaza, continuaron su viaje hasta Asuán, maravillándose de tantos tesoros arqueológicos como se encuentran diseminados en las inmediaciones del Nilo: Los templos de Karnak, Luxor, los Valles de Reyes y Reinas, y un sin fin de monumentos, templos, conjuntos esculturales y museos.

       En la tarde del sexto día, tomaron un avión de regreso a El Cairo. Se hallaban exhaustos pero felices, tras haber gozado de una experiencia, tan irrepetible, como inolvidable