martes, 25 de mayo de 2021

46.- El Inevitable Ocaso

46.- EL INEVITABLE OCASO.

 



        Hoy me apetece escribir sobre la muerte, ese ineludible ocaso. Es un tema tabú, lo sé, pero esa misma naturaleza suya me estimula a tratar sobre ella.

Hay quien lo considerará de mal gusto. Alguien opinará que nombrarla puede acarrear un mal fario. Más de uno creerá que debatir sobre ella ha de rozar la irreverencia. Otro aconsejará olvidar que existe.

No me parece que haya razón alguna para justificar ninguna de esas posturas. La muerte es un suceso tan natural y consustancial con todo ser vivo, como el propio hecho de su nacimiento. Tan natural, que la muerte es lo único seguro que hay en nuestra vida.

Alguien mucho más docto que yo dijo que la muerte es un hecho muy inoportuno para los ricos y bastante llevadero para los pobres.

Sin duda, acertaba en gran medida. Por mi parte, desearía añadir que es ignorada, despreciada y con frecuencia desafiada, por los jóvenes, pero recibida como una liberación por muchos ancianos.

Pero es bien cierto, que su evocación suscita un abanico de sensaciones y sentimientos de lo más variado.

Recuerdo con absoluta nitidez, cómo iba pensando en la muerte, en mi más tierna infancia, mientras subía los pocos escalones que daban entrada a la Escuela Normal de Huesca, junto al Parque, donde recibía enseñanza de primaria, supongo, con no más de seis años.

Me decía -recuerdo palabra por palabra-: "Sí, es cierto que todas las personas se mueren, pero yo...¿Yo? No, no es posible. Yo soy diferente. Yo no moriré."

Lamento no saber describir la sensación de singularidad que yo sentía en ese momento. Me veía, no solo único y diferente al resto de del mundo, sino, sobre todo, demasiado importante como para morir. Quizás, alguno de mis lectores haya tenido, en su juventud, ideas similares a las mías y pueda expresarlas mejor.

Crecí y, más pronto que tarde, supe que aquellos optimistas sentimientos no eran más que una de tantas ilusas fantasías que rondaban mi cabeza infantil.

Otro recuerdo, este en la época de estudios superiores: Un amigo y colega de clase me confesó que lo que más sentía de la muerte, era que le llegara antes de haberse acostado con una mujer. ¿Podéis creerlo?

Tengo otro amigo que asegura tener una obsesiva curiosidad por conocer qué sentirá unos minutos antes de ocurrir su muerte. Es decir, le interesa protagonizar y sentir, de manera consciente, la experiencia irrepetible del paso de la vida a la muerte.

Me temo que no lo logrará. Nadie conoce el momento exacto de su muerte. Ni siquiera durante esos momentos de extrema agonía, en el que uno puede sentir cómo se acerca su aliento. Nadie puede saber si esa agonía durará segundos, minutos u horas.

Esta oscura señora -falso. no tiene color ni género- se presenta sin avisar. Es un instante ¡Zas! Y antes de que puedas darte cuenta, ya te has ido. Por algo la pintan con una guadaña en las manos.

No hace mucho, asistía a un enfermo de cáncer, que estaba siendo tratado con pocas esperanzas de éxito, dado lo avanzado de la enfermedad. Era creyente y muy devoto. Me dijo que había puesto su destino en manos de Dios, "pero, no creas, que no por eso dejo de sentir miedo", me confesó.

-¡Pero hombre! - le contesté, empleando el tono de mayor tranquilidad que supe hallar, como quien habla de futbol-, ¿De qué tienes miedo? Aquí pueden ocurrir dos cosas: que los médicos te curen o que no puedan. Si lo hacen, bien; y si no, mejor. En este caso, te irás a gozar de un lugar muchísimo más atractivo. Se acabaron los problemas, las dolencias y tantas limitaciones humanas.

Creo que mis palabras lograron un efecto positivo. Supe que su familia notó una serena mejoría tras mi visita. Y  es que, como dije antes, la muerte es un hecho natural y se la debe despojar de dramatismo y rareza.

Conozco a personas de mi edad -soy octogenario- que se aferra a la vida como una lapa marina. Viven obsesionados por alargarla tanto como puedan y son capaces de soportar toda clase de privaciones y molestias con tal de "cuidarse" y, así, prolongarla.

He sido testigo de la terrible lucha protagonizada por algunas personas de mi entorno y edad, en el intento de sobrevivir a una grave enfermedad. Y he presenciado el cruel padecimiento que debían soportar ante los agresivos tratamientos a que fueron expuestos.

¿Merece la pena soportar tales sufrimientos, a cambio de alargar la vida tres o cuatro años más?

Yo me hice esta pregunta y me respondí de inmediato: ¡Ni hablar!

En el extremo opuesto se encuentra otro amigo. Este buen y querido amigo cuenta con 85 tacos y está gordo como un "trullo" -para aquel que ignore el significado de esta palabra, Trullo es un depósito redondo, en el que cae el mosto después de pisarlo-. Sin exagerar, es casi tan ancho como alto. Sufre de fuertes dolores de espalda y le cuesta caminar.

Cierto día que hablábamos sobre sus problemas en la columna vertebral, se me ocurrió recomendarle que tratara de adelgazar un poco. Él, rotundo, me contestó.

-Mira, con mi edad soy consciente que me quedan tres o cuatro primaveras, como mucho. Me gusta comer. Y me gusta comer bien -por mi parte, certifico que es un excelente cocinero-. Este es el único vicio que me queda y no voy renunciar a él por nada del mundo. Y mucho menos para alargar mi vida...¿cuánto?

No me quedó otra que asentir y darle la razón.

En fin, es posible que haya tantas formas de afrontar ese drástico final llamado muerte, como personas existen en el mundo. Corresponde a cada cual elegir, llegado el caso, su actitud ante él.

Sin embargo, no puedo resistir la tentación -o deseo, más bien- de vestirme con la bata a rallas de abuelete cebolleta, calar gafas y pantuflas, y enunciar unas sencillas reflexiones, sugerencias, consejos, o como quiera que se desee calificar lo que sigue:

Destaqué, al principio, la diferencia de actitud ante la muerte de ricos y pobres, así como de jóvenes y viejos -aprovecho para advertir que me gusta llamar las cosas por su nombre. Lo de "mayores", en vez de viejos o ancianos, me parece un eufemismo tonto. Se es lo que se es y punto-. Pero se debería considerar unos cuantos grupos más. Intentaré mostrarlos y definirlos mientras discurro algunas de mis reflexiones al respecto.

Los jóvenes, en efecto, ven a la muerte muy lejana. Tanto más, cuanto menor es su edad. Delante de ellos, en la fila que camina hacia ella, hay otros muchos candidatos, piensan. Consecuencia: tienden a ignorarla y, con frecuencia, a desafiarla, arriesgando su vida.

No os fiéis. Esta oscura señora, la tétrica y mitológica "Parca" -me tomo esta licencia literaria solo por una vez-, tiene muy mal humor y no admite bromas.

Es cierto que, en esta vida, es necesario arriesgar en muchas ocasiones, pero nunca, nunca, apostéis sobre el tapete de la vida, todo vuestro resto. La vida es un regalo tan maravilloso que despreciarlo, al ponerla en grave riesgo, además de una gran sandez, es una enorme ofensa al orbe, o a Dios si eres creyente.

Porque si han recibido la suerte, o el don, de existir, es grave ofensa a la humanidad comprometerlo en el efímero gozo de una aventura de riesgo insensato, sin provecho para nada ni nadie.

Y es que la vida, ese maravilloso don, solo se justifica, se hace fértil y otorga placentera satisfacción, cuando se emplea en procurar utilidad a algo o alguien.

Pero si la pierdes tontamente, antes de poder realizar todo aquello para lo que naciste, tu corta estancia en este mundo pasará sin dejar huella en él. Habrás sido poco más que una cosa, en vez del valioso ser  humano a que estabas destinado.

Hazme caso, joven. Diviértete, estás en edad de hacerlo, pero usa el sentido común y no arriesgues más de lo debido. Porque deberás tener muy en cuenta que la vida no solo es diversión. Vivirla con plenitud, de manera que al final de ella quedes satisfecho de ti mismo, requiere mucho esfuerzo y dedicación para que sea provechosa, no solo para quienes te rodean, sino, de alguna manera, a la sociedad en su conjunto.

¿Y qué decir de la eutanasia? Pues que toda persona es responsable de su propia vida y allá cada cual con la suya, pero considero que nadie, médico o persona alguna, por muy próxima que sea, puede disponer de la vida ajena. 

En relación con este asunto quiero exponer el caso sucedido a un pariente cercano,  que me fue relatado por él mismo. Sucedió que tuvo un ataque de apendicitis que, al no ser tratado con la celeridad necesaria, derivó en peritonitis. Por la causa que fuera, tras la operación quedó en coma. Los médicos le dieron unos pocos días de vida. Su padre, muy religioso, mandó traer al cura para que le diera la extremaunción. Llegó un viernes y los médicos, antes de irse el fin de semana, dieron orden a las enfermeras de que retiraran todos los cuidados porque no llegaría al lunes. Pero el paciente, en coma profundo, ¡oía todo!

Imagínate, me decía,  la desesperación y angustia que sentía, al pensar que aquella gente era capaz de enterrarme vivo. Yo creo que si, en aquellos terribles momentos, me ponen una pistola en la mano, me lío a tiros y no dejo a nadie con vida, incluido a mi padre. 

Con todo, llegó el lunes y el hombre no había muerto. Entonces sucedió que, estando su padre rezando al lado de la cama del enfermo,  escuchó como un murmullo procedente de éste. Sobresaltado, aplicó su oído a la cara de su hijo. 

-¡Qué quieres, hijo! -exclamó.

-Bo-ti-jo -dijo el enfermo, con vos quebrada y apenas audible. El hombre se estaba muriendo de sed.

El padre salió corriendo buscando las asistencias. A partir de ese momento, llegaron médicos y enfermeras a toda prisa y comenzaron a cuidarlo hasta que se repuso, aunque no se libró de que unas cuantas molestas secuelas le acompañaran a lo largo de toda su vida

Que cada cual extraiga las consecuencias que desee de esta historia tan real, como terrible.    

En fin, está claro que pensar, y hablar, de la muerte es cosa de viejos. Es lo natural. Si eres de mi quinta, debes asumir que estás viviendo en la segunda parte del descuento o, por decirlo de otro modo, con el depósito de la vida en zona avanzada de la reserva. Y si, a pesar de ser viejo, aun te sientes joven, no te ilusiones: antes de lo que esperas te darás de frente con esa realidad.

En estos casos, conviene que te prepares y cuando veas llegar lo inevitable no te amilanes. Mira a la muerte de frente y no sientas temor. No hay motivo. Al contrario, hazlo sereno y, a poco que puedas, con alegría.

Sí, sí, no te sorprendas. Si has llegado al final de tu vida, en la casual circunstancia de hacerlo de manera consciente, claro, y has tenido una vida en la que te has conducido de una forma medianamente recta y honrada, procurando hacer las cosas más bien que mal, ¿no crees que has de sentirte orgulloso de ti mismo, al llegar al final, tras el digno papel realizado en ella? Seguro. Y eso a pesar de esos "peros" que, en mayor o menor número e intensidad, arrastramos todos.

Y te digo más, a nada que te sea posible, intenta hacerlo con una sonrisa. Será el último regalo que hagas a tus próximos, a la gente que quieres y que te quiere. Sentirán el consuelo de saber que te has ido en paz, satisfecho y sereno.

Quienes no han sabido, o no han podido, igualar la recta conducta anterior y cargan en su mochila más hechos malos que buenos, habrá que decirles que espabilen. No es momento para dudas o dilaciones.

Les queda poco tiempo para aligerar su conciencia y reparar en lo que se pueda el daño hecho. Y si ya no es posible, al menos arrepentirse y ser capaz de solicitar las oportunas disculpas a quien proceda. Se trata de lograr el mismo objetivo: morir en paz.

Si además eres creyente ¿Qué puede haber en la muerte que te espante? Nada, por supuesto. Todo lo dicho en los 3 y 4 párrafos más arriba, es aplicable a este grupo de gentes, aunque corregido y aumentado.

Pero si eres creyente y has sido "malo", lo menos que puedo decir de ti es que eres tonto, pero tonto, tonto. Tonto a macha martillo, porque estás arriesgando, a sabiendas, el inmenso feliz futuro que te ofrece tu fe. Así que corre, no pierdas tiempo y limpia tu alma más rápido que veloz, porque ese tren no da aviso de salida.

Existe la posibilidad de que hayas sido "malo, malísimo" durante tu vida. Mira, en ese caso, lo siento. Me parece que no tienes remedio, por lo que voy a evitar darte ningún consejo.

Corrijo: no es que no tengas remedio, es que estoy convencido de que no lo vas a buscar. Los "malos, malísimos" formáis un grupo de gentes muy especial. Sois así porque no sois capaces de distinguir el bien del mal. Mejor dicho, tenéis una visión deformada de ambos conceptos y jamás reconoceréis vuestras fechorías.

Hábiles en justificar vuestros actos, siempre halláis razones para ello: La sociedad me lo debe. Tengo derecho para esto, aquello y a lo de más allá. Me he limitado a defenderme. Si no me lo llevo yo, se lo llevará otro cualquiera. Era un ....-escríbase lo que lo que se desee- y se merecía esto y mucho más. Al enemigo ni agua, solo palo y tentetieso. Qué pasa, no he matado a nadie. Soy mal enemigo, quien me busca me encuentra.

Estas son algunas de las muchas razones para justificar sus vilezas. Y como, al tiempo, suelen intercalar algunas acciones benéficas o filantrópicas, sirven estas últimas para anestesiar, aun más y mejor, a su laxa conciencia. Pero no te arriendo la ganancia.

Me temo que dichas excusas no serán suficientes para afrontar el último escalón de su vida con la misma paz y dignidad que en los casos anteriores. Ni tampoco, desde luego, la misma huella que dejarán en su paso por este mundo.

Bien, creo que se ha quedado en el tintero mucho más de lo dicho sobre este tema, pero hasta el "abuelo cebolleta" debe saber contenerse. Por ejemplo, he soslayado, a propósito, plantear la eterna duda de qué habrá después de la muerte. Me parece ocioso hacerlo. Lo que sea ya se verá...o quizás no.    

Lo dejo aquí. Hasta pronto amigos, os deseo lo mejor en este último trance. Pero tranquilos, es algo que hay que hacer y punto.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario