martes, 27 de febrero de 2018

26.- Relatos, Fábulas y Leyendas

26.- Misterio en el TEE París-Copenhague.



Cierto día de otoño de 1972, debía viajar a Essen, en Alemania, desde Donostia por un asunto profesional.
Tomé un wagon-lits en Hendaya entrada la noche y llegué a París-Austerliz de madrugada, sin apenas dormir. La cama era confortable pero el ruido y traqueteo del tren me lo impidieron.
En la estación debía reunirme con un colega francés, con el que debía intercambiar información sobre algunos asuntos relativos a nuestra común actividad. Pero no se presentó.
Decidí ir directamente a la Gare du Nord para tomar el TEE a Copenhague que me dejaría en Colonia. Otro tren me llevaría hasta Essen.
Desde un banco del amplio hall de la estación, dediqué las 3 horas de espera a curiosear todo lo que había o se movía por allí. Pronto llamó mi atención el paso de una elegante mujer. Era alta, muy morena, de armoniosa figura y aspecto muy especial
Noté que trataba de evitar a un mal encarado tipo que la seguía. Al fin, se sentó a mi lado sin mediar palabra. El tipo, tras dudar un momento,  se esfumó. Después ella se presentó y hablamos. Era canadiense pero se expresaba en un correcto español. Poco a poco fuimos entrando en una animada conversación. Sobre todo, al tararearle: Ô Canada! Terre de nos aïeux...Himno francés de Canadá, que yo había aprendido muy joven en el colegio.  
Nuestra amena charla se interrumpió al recibir el aviso de embarque y ocupar nuestros respectivos departamentos.
Pasado Namur, era ya hora del almuerzo y quise compartirlo con la bella dama, pero al entrar en su departamento un escalofrío recorrió mi espalda. Allí estaba el tipo de París tendido y muerto, con un puñal clavado en el corazón. De la mujer, ni rastro.
En Lieja el tren se llenó de policía. Muchas preguntas y pocas respuestas. Con ánimo encogido dejé el tren en Colonia y esperé al que me llevaría a Essen, paseando por el andén. Pero cuando el TEE reinició su marcha, rumbo a Copenhague, y pasaba ante mí, una explosiva rubia me sonrió tras los cristales de su ventanilla. ¡Era ella! Lo supe al instante. ¿Qué intrigante misterio arrastraba aquella mujer? Jamás lo sabré.       

   

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