jueves, 28 de diciembre de 2017

23.- Relatos, Fábulas y Leyendas

23.- SU  MAJESTAD  LA  BICI



Cuando contemplo a esas inermes y ajadas bicis, sobradas de herrumbre y escasas de pintura y brillo, amarradas a cada árbol, farola o banco de la florida y elegante avenida por la que suelo pasear cada día, no puedo evitar quedar atrapado por dos sentimientos vivamente encontrados.
 Por un lado, me deprime el repulsivo espectáculo de esa encadenada chatarrería -las bicis nuevas y costosas no se suelen dejar en la calle por temor a los cacos-, afeando uno de los principales, bellos y más distinguidos bulevares de la ciudad.
Sin embargo, al mismo tiempo, esas mismas imágenes me llevan a recordar los felices años de mi infancia y juventud -años cincuenta del pasado siglo-, en los que una excursión en bici representaba la más gozosa y excitante aventura.
Porque, aunque eran tiempos difíciles, se podía ser feliz con muy poco. Tan poco, que nunca pude tener bici propia, a pesar de que era el vehículo de los pobres por excelencia, en un tiempo en el casi todo el mundo era pobre.
Fue montado sobre bici de alquiler, por tanto, como recorrí las cercanías norteñas de la ciudad de Huesca, donde residía, lo que me permitió disfrutar, acompañado por los buenos amigos de siempre, tantas apasionadas experiencias que ahora mismo abarrotan mis recuerdos.
Loarre, Arguis, Montearagón, San Cosme, las grutas de Belsué, Monflorite, junto a los pequeños pueblos del Somontano de la Sierra de Guara -incluido Arbaniés, el pueblo de mi abuela-, eran los territorios donde realizaban sus andanzas aquellos entusiastas aprendices de la exploración y el descubrimiento.
Pero, ante todos estos recuerdos y por encima de ellos, se alzan predominantes los vividos en Vadiello.
Era este un lugar de excitante encantación. Se accedía a él por una revirada carretera de tierra que conducía hasta el refugio de Peña Guara, una sociedad excursionista de Huesca. Un profundo y estrecho valle se abría a sus pies. En lo más hondo, corría el sinuoso curso del río Guatizalema, que surgía en su extremo norte, como por arte de encantamiento, a través de un angosto cañón, con menos de dos metros de anchura.
Por encima de aquel verdeante paisaje de laderas cubiertas por aliagas, bojes y espliegos, se alzaban majestuosos los "mallos", poderosas columnas de piedra con una altura de varios cientos de metros, que hacían las delicias de los escaladores de media España. Recuerdo tres nombres: el gran mallo San Jorge, el desafiante Puro y el más espectacular de todos que, debido a su forma triangular, recibía el nombre de La Mitra. 
El sábado por la tarde de un día de verano, salíamos de Huesca, bien pertrechados de víveres que nuestras respectivas madres habían preparado con su habitual solicitud y cariño. Y aunque parezca extraño hoy, sin el menor atisbo de preocupación o intranquilidad por su parte. Al menos, yo nunca supe captarlo.
Ya en la carretera, pedaleábamos durante casi 24 kilómetros de sucesivas cuestas, siempre ascendentes, hasta llegar al refugio de Vadiello, cuando la tarde comenzaba a perder luz.
Allí se hallaban ya instalados varios montañeros que habían escalado durante ese el día o se preparaban para atacar alguna cumbre durante el domingo. Raro era que faltara a la cita Ángel Lorés, un montañero de Peña Guara muy popular y de gran experiencia, vecino mío, al frente de un grupo de jóvenes escaladores oscenses. ¡Qué gente más sana aquella!.
Pronto reinaba en aquel pintoresco y heterogéneo grupo el ambiente más amigable, distendido y festivo que imaginarse pueda. Se sucedían los chistes y chascarrillos, a cual más ocurrente y divertido, junto a las anécdotas más insólitas, aventureras y arriesgadas.
A continuación se cenaba lo que había y el consenso determinaba el momento en el que todo el mundo se acostaba en el lecho comunitario: una dura tabla servía de somier y colchón para los que, como nosotros, un saco de dormir era tan inalcanzable como el más utópico de los lujos orientales.
Antes del amanecer, los más madrugadores despertaban al resto, preparaban sus equipos, y cada grupo partía en distintas direcciones, hacia la conquista de la cumbre elegida.
Nosotros, los amateurs o aspirantes a aprendices de montañero, atacábamos una sucesión de clavijas colocadas en una estrecha garganta, que nos permitía ascender hasta una hermosa pradera situada en lo alto y a espaldas de los "mallos". Desde ese lugar, era muy sencillo alcanzar alguna de sus cumbres sin más ayudas. Era así cómo solíamos coronar el mallo San Jorge y cómo nos sentíamos los reyes del mundo al asomarnos al borde del profundo despeñadero y contemplar, desde él, el inmenso panorama que se ofrecía a nuestros pies. La Sierra Guara y los entornos de San Cosme parecían estar al alcance de nuestra mano.
Concluida la "hazaña", obteníamos el merecido premio de un refrescante baño en la "gorga" que formaba el río, tras surgir del estrecho desfiladero por donde corría encajonado un buen trecho de su curso.
Después de agotar los últimos víveres en una frugal comida, montábamos en nuestras máquinas de hierro, pedales y caucho y nos lanzábamos cuestas abajo hacia Huesca, con la intención de llegar a la última misa y al habitual e indispensable "paseo del domingo".
Al llegar a este punto, he de advertir que poco queda de lo descrito. Aquel hermoso valle quedó inundado, al construirse una presa que lo transformó en embalse, en el año 1971.
Pero, como ya he dicho, aquellos eran tiempos muy distintos a los actuales. Había muy pocos coches circulando por la ciudad, y aún menos por las carreteras. En cada uno de nuestro viajes, encontrábamos muy pocos o ninguno. Se puede decir que éramos auténticos reyes de la carretera y se circulaba por ellas con total seguridad.
Sin embargo, en los años 60, y sobre todo en los 70, el automóvil dejó de ser el vehículo de los ricos, se democratizó y cualquier ciudadano pudo acceder a él, con el simple rito de firmar unas cuantas letras de cambio. Y entonces, los coches inundaron ciudades y carreteras.
Hubo que organizar el tráfico en las ciudades y construir autopistas, autovías, al tiempo que se mejoraban las viejas, estrechas y bacheadas carreteras provinciales.
La bici dejó de ser el vehículo de trasporte de los pobres para convertirse en juguete de chicos y máquina para uso deportivo. Durante años, su práctica decayó de tal manera que casi llegó a desaparecer. La mayoría de la gente quedó prendada en el uso del automóvil, aquel soñado bien que le confería comodidad rapidez, seguridad y estatus social. Se utilizaba el coche hasta para buscar el periódico en el kiosco de la esquina.
De pronto, cercano el cambio de siglo, alguien tuvo la brillante idea de considerar la bici como el vehículo más progresista, saludable, ecológico y "sostenible".
Dicho y hecho. Las autoridades competentes, ya fuesen locales, provinciales, autonómicas o estatales, se lanzaron a una vertiginosa carrera de promoción, ayuda y defensa del uso de la bici para el transporte viario.
Trataban, con estas medidas, de resolver, o paliar, los problemas que ocasionan la densificación del tráfico, el aumento de la contaminación, el incremento del calentamiento global y, por ende, intervenir en la mejora o salvación de nuestro castigado planeta Tierra. Sin olvidar, además, de los efectos positivos que el hábito de tan saludable ejercicio han de producir en la mayor parte de la población que lo practique.
Al hilo de tan fascinante mensaje, se ha producido un espectacular aumento en la práctica de este modo de trasporte, tanto en ciudad como en carretera, bien sea para deporte, trabajo o simple diversión como, de igual modo, para uso de niños, mayores o ancianos. ¡Es lo in!
Los usuarios se lo han creído y andan subidos a su prodigiosa montura, crecidos, mirando por encima del hombro a los simples peatones, al tiempo que dispensan altaneras miradas de enojo, reprobación o desprecio a los ruidosos y contaminantes vehículos automóviles que encuentran a su paso. Como si ellos nunca lo usaran.
Lo que ocurre, es que las cosas son como son, no cómo las ideologías, las tendencias, la moda o, en definitiva, la subjetiva voluntariedad desearía que fueran. Y hay algo sobre las bicis que nadie es capaz de confesar, pero que tampoco nadie puede ocultar: este es un vehículo potencialmente peligroso en sí mismo. No solo para quien lo monta, sino también para todos los agentes viarios que concurren en su misma práctica.
Pongo un ejemplo y traten de imaginar la situación.
Vd. conduce su vehículo por una carretera de calzada única y dos sentidos de circulación, con una limitación de velocidad de 90 km/hora. Al salir de una doble curva, se topa de repente con un pelotón de ciclistas que circulan en su mismo sentido, ocupando la casi totalidad de la parte derecha de la carretera. De frente, es decir por la parte izquierda, se acerca un camión, pero delante de él, casi a la altura de los ciclistas, transitan varios peregrinos que hacen el Camino de Santiago por un estrecho arcén y en fila india.
El lado derecho de la carretera está ocupado por una ladera casi vertical, el otro por un profundo talud.
En estas condiciones, los cuatro protagonistas de esta historia van a coincidir en un mismo punto y si Vd. o el camión no frenan a tiempo la tragedia está asegurada.
Ahora, deseo formular esta pregunta: ¿Quién será declarado responsable del daño que se produzca?
Vaya Vd. a saber, aunque estoy seguro de que no serán acusados los peatones, los ciclistas ni, por supuesto, los responsables de permitir esa peligrosa circulación de ciclistas en pelotón por carretera.
Puede alguien llegar a pensar que éste es un ejemplo demasiado rebuscado. Nada más lejos. Se trata de un hecho real, sucedido en la carretera 240, entre Puente la Reina y Jaca. No hubo tragedia de las grandes, gracias a los súper frenos de mi coche y a que, por suerte, todavía conservo unos excelentes reflejos. Aunque estoy seguro de que el impacto recibido en aquel peligroso lance me quitó varios años de vida.
El camión no pudo frenar y pasó a centímetros de ciclistas y peregrinos, sin que el rebufo se llevara a alguno de ellos, gracias a una enorme exhibición de habilidad y nervios bien templados por parte del conductor.
Durante aquel viaje por el norte de la provincia de Huesca, fui testigo de nuevas ocasiones de peligro inminente para ciclistas que circulaban por estrechos y descarnados arcenes con más hierba y grava que asfalto. El riesgo de fatal accidente se acentuaba al encontrarse inmersos en un intenso tráfico vacacional de coches, autobuses y camiones en ambas direcciones.
Aquella gente se estaba jugando, literalmente, la vida, mientras que yo no dejaba de pensar que era un verdadero milagro el hecho de que no se produjera una tragedia en cualquier instante y lugar.
En ese momento, recordé que en una de esas carreteras perdió la vida un amigo, joven, excelente, capaz y prometedor investigador. Circulaba por el arcén, cuando tropezó con el compañero que pedaleaba delante, perdió el equilibrio y cayó a la carretera en el momento que pasaba un coche. Fue atropellado y resultó muerto al instante.
He escuchado a varios responsables de conocidas asociaciones de ciclismo reclamar respeto a las normas, por parte de los conductores de automóviles. Tratan así de "concienciarlos", para evitar los trágicos accidentes que, de vez en cuando, ensombrecen las carreteras, con el triste resultado de algún ciclista muerto.
Pero el quid del asunto no está en el respeto. La realidad, la única verdad, es que la bici y el automóvil no pueden convivir, sin asumir el riesgo cierto de accidente.
La enorme diferencia de velocidad, tanto en vías rápidas como en lentas, el irregular trazado de las carreteras de segundo orden, la inestabilidad de la bici, junto a su fragilidad y la incapacidad de frenado instantáneo de los automóviles, hacen imposible una convivencia segura entre ambos vehículos. Y esto es tan válido para la carretera como para la ciudad.
Me parece que si hubiera un poco de sentido común entre nuestros gobernantes, la circulación de bicis estaría prohibida en vías urbanas e interurbanas.
¿Les parece una medida demasiado drástica? Mucho más restrictivas y en mayor número se aplican a la conducción de automóviles, siendo muchas de ellas arbitrarias, ineficaces o desproporcionadas.
Pero aunque no lo admitan, ellos conocen esa peligrosidad y, en consecuencia, se han empeñado en una frenética construcción de carriles bici, bidegorris o carrils bici. Todo sea por apoyar a este dichoso artefacto
Y me parece bien que haya una vía exclusiva dedicada al tránsito de bicis. Se evitarán las situaciones de extremo peligro que supone la convivencia con el resto del tráfico rodado. Sin embargo, tengo alguna objeción en su contra.
Con frecuencia, estos carriles bici se construyen mermando la capacidad de tránsito de peatones y/o automóviles y, por tanto, los derechos de comodidad y seguridad de los mismos. Por otra parte, los cruces de estos carriles con las vías peatonales o con las de circulación de automóviles no están bien diseñados, definidos o señalizados, siendo constante causa de conflictos entre los tres grupos de usuarios.
Por último, no entiendo la razón por la que debo contribuir a la financiación de los carriles bici. Las autoridades competentes me dirán que son un bien de uso público y hay que pagarlas con el "escote" de los impuestos. Pero no es cierto. De uso público son las carreteras, vías de tren, puertos y aeropuertos, por las que pueden viajar toda clase de personas, niños, ancianos, enfermos o discapacitados. El carril bici es una vía de uso exclusivo para ciclistas y no todo el mundo puede, o está capacitado, para subirse a una bici. ¿Es, por tanto, demasiado despropósito afirmar que estas vías deberían ser sufragadas, en consecuencia, por sus usuarios?
Bien, he planteado los problemas que genera la convivencia de bicis y coches en vías urbanas e interurbanas. Pero ¿Qué me dicen de los riesgos que deben soportar los peatones ante la circulación de bicis?
Porque, a pesar de los carriles bici, muchos ciclistas prefieren circular por las aceras. Sobre todo cuando son amplias: el carril bici es aburrido, estrecho y, en ocasiones, incómodo. No te conduce al lugar que quieres, sino a donde su trazado te lleva.
Lo justifico, en cierto modo. Todo antes que arriesgar el pellejo, sumergidos en el apresurado e intenso tráfico de las ciudades. El problema es que la mayoría lo hace como si participaran en una competición combinada de habilidad y rapidez. Esos ciclistas gozan sorteando a los caminantes con mil y una piruetas y a toda pastilla, sembrando el terror en la tropa de a pie.
Pero no se le ocurra llamar la atención a ninguno de estos artistas, porque tendrá que oír lo que no desea.
Así es. Para el ciclista urbano todo vale. Fiel a su pretendido papel de salvador del planeta -qué digo planeta...¡del universo entero!-, no contempla límite alguno. Para él, los semáforos, los pasos de peatones, las direcciones obligatorias o el resto de las indicaciones y señalizaciones de tráfico no le afecta. Está muy por encima de todas esas minucias, que contraviene con absoluta impunidad: la autoridad competente, aunque ha dictado alguna norma para la circulación de las bicis, no las vigila ni reprime su incumplimiento. Claro, cómo van a entorpecer una actividad tan ecológica y progresista.
Pero, ¿es progresista el uso de la bici? ¡Cómo puede ser progresista ese artefacto de hierros ensamblados en un artilugio más simplón que el mecanismo de un paraguas! ¡Cómo llamar progresista a un útil inventado hace más de dos siglos! ¡Cómo con ese nombre tan cutre: bici-cleta!
 Además es un invento tonto. Si será tonto, que es el único vehículo de transporte que usa energía humana, en contra de la tendencia y aspiración del hombre desde que bajó de la rama de árbol en que vivía.
¿Y ecológico? No sé, pero quién lo diría, al contemplar toda esa chatarra -viejas bicis, alguna sin ruedas, sillín o manillar- encadenada a farolas, árboles y bancos de cualquier avenida de cualquier ciudad. Basta esa visión para asegurar que polucionan, sin necesidad de analizar ninguno de sus componentes.
Bueno, quizás, pero al menos sí es saludable, me dirán. No soy médico por lo que poco puedo aportar a favor o en contra de esa afirmación, aunque algo he oído sobre las advertencias que concurren en esta práctica.
Dicen que es bueno para el corazón, para activar la circulación sanguínea y también, -añado tras escuchar algunos comentarios por parte de gente practicante de mi entorno-, si se desea tener próstatas como melones, hemorroides como morcillas de Burgos, lumbares como teclas de piano o ciertas articulaciones de chicle.  
En cualquier caso, me gustaría encontrar a algún médico valiente que se atreviera a valorar, en voz alta, las restricciones a tener en cuenta en esta práctica.
Lo que pasa, es que este artilugio es peligroso en sí mismo, en su concepto y diseño. No hay duda. Dos puntos de apoyo producen un equilibrio inestable. Se mire por donde se mire, el equilibrio inestable promueve la caída. No hay vuelta de hoja. Al final te caes. Y según cómo, cuándo y dónde, te puede costar la vida.
En mi juventud sufrí cinco caídas y dos atropellos, uno de carro y otro de bici, a pesar de que, como he dicho, las condiciones de tráfico eran mucho más favorables. Por fortuna, sufrí pocos daños, pues es sabido que los huesos de los jóvenes son de goma.
No ocurre lo mismo en personas de más edad, a las que cualquier caída les puede llevar a Urgencias.
Hace poco vi a dos viejecitas llegar en bici y desmontar delante de mí. Iban uniformadas de arriba a abajo, con todos los extras y aditamentos propios de esa práctica. Se las veía eufóricas y plenas de orgullo, como quien ha culminado una hazaña digna de ser aplaudida y de haber ganado vítores y alabanzas por ello.
La escena me provocó un escalofrío, al pensar que aquellas ancianitas estaban a un paso de cambiar sus dos ruedas por las cuatro de la silla de invalidez, víctimas de una propaganda promocionista insensible, desaforada e irresponsable.
En fin, monte en bici quien quiera, pero, por favor, no molesten ni arriesguen el físico o la misma vida. Usen el sentido común en la práctica de este deporte y desoigan los cantos de sirena de quienes recomiendan, incitan o promueven su utilización como vehículo de transporte, sin responsabilizarse de lo que les pueda suceder.
 


miércoles, 2 de agosto de 2017

22.- Relatos, Fábulas y Leyendas


22.- UNA SELECCIÓN DE MIS VIEJOS POEMAS

1º  Nostalgias de amor




Navegando con suave viento de popa se hizo la noche, y de igual modo que en su anterior singladura, un tripulante comenzó a entonar una melodiosa canción.
-¿Qué habrá –se preguntaba Raymundo- en este enigmático océano, que hace cantar a los marinos y temblar a la gente de tierra adentro como yo?
Pronto, toda su atención quedó presa en aquella oscura profundidad sin horizontes de un mar casi adormecido, acunándose ante él. La Luna, redonda y pálida, proporcionaba un tamiz de tenue claridad a este asombroso panorama y ponía infinitos brillos, saltarines y fugaces, sobre sus olas. 
Mientras, la voz bien templada del tripulante, un vigía mallorquín, se alzaba con suavidad por todo el barco, llenándolo de ensoñación y añoranzas.

Decía así su canto:

Emporta´t, vent, ab tu la meva veu
e digues-li a la amada meva
que yo t´envio
per acaronar lo seu cos
e t´embolicar en lo cabell seu.

Lluna que ara l´estàs veient
escolta la meva cançó e conta-li
que malgrat la mar ens separi
mai oblidar-la no puc.

E a tu obscur mar et prego
que deixis que aviat torni
per ço que amar-la yo pugui.

Oh Cel, quant desitjo,
retornar dabans que mori
per ço que amar-la yo pugui!

Que venía a querer decir:

Lleva, viento, mi voz contigo
y di a mi amada que yo te envío,
para acariciar su cuerpo
y enredarte en sus cabellos.

Luna que ahora la estarás viendo
escucha mi canción y cuéntale,
que aunque la mar nos separe
jamás olvidarle puedo.

Y a ti oscuro mar te ruego,
que dejes que pronto vuelva
para que amarle yo pueda.

¡Oh  Cielos, cuánto deseo,
regresar antes que muera
para que amarle yo pueda!

De mi novela "Almogávares. Lobos hambrientos en Oriente" (Nov. 2010)



2º Las estrellas.

 

 

Era noche cerrada. Me hallaba en uno de esos trances, frecuentes por desgracia, en el que miras al teclado del ordenador y tu dedo queda suspendido sobre él, sin saber cómo terminar la frase empezada. Intentaba encontrar respuestas a esas enigmáticas preguntas que alguna vez han rondado nuestras mentes y que, en ese momento, trataba de incorporar a mi libro 6 horas para pensar.
¿Quién soy? ¿Por qué y cómo he sido creado? ¿Qué he hecho de mi vida? ¿Habrá algo después de ella? ¿Habrá un Dios instalado en ese algo?
Vano empeño. Quise refrescar mi ideas y salí a la terraza. Miré al cielo, contemplé la maravilla de aquella noche estrellada y me dije que tras ellas estaba la escondida clave, capaz de dar respuesta a mis preguntas. Así nació el siguiente soneto.

         
Cada noche las miro y me parecen
ingrávidas candelas aun más bellas.
De reproches las cubro y de querellas
que por mudas y esquivas se merecen.

Débiles y trémulas se estremecen
calladas e inmóviles las estrellas.
¿Qué secreto misterio guardan ellas
que por no desvelarlo me adormecen?

¿Hay saberes, tras vuestra espalda oscura,
con qué guiar mi alma, que ahora anda
entre dudas, temor y desventura?

Oíd, celestes astros, mi demanda
y apartad de mi ser tanta amargura
¡Decidme quién os hizo y quién os manda!

Y la espera se agranda.
En calma velo, mas nunca responden,
y allá, lejanas, su secreto esconden.

De mi relato: "6 Horas para Pensar" (Julio 2006)




3º Una jota en el primer sitio de Zaragoza.



Era el 18 de junio de 1808. Tres días antes se había producido la batalla de las Heras, en las afueras de Zaragoza, durante la cual, los defensores aragoneses habían resistido el primer asalto de las tropas francesas, frenando su propósito de realizar una conquista rápida de la ciudad. Se iniciaban así los dos terribles sitios que habrían de sufrir sus heroicos defensores. En este día, una tensa calma reinaba en la ciudad del Pilar y el Ebro.  

Durante el duro combate, el azar había reunido a dos buenos amigos y camaradas, el teniente Valero y el sargento Pina. Ambos habían servido en el arsenal del castillo de la Aljafería, antes de que estallara la guerra con los franceses. Complacidos por el encuentro, decidieron acudir a una tasca del centro para celebrarlo ante unas generosas jarras de vino de Cariñena. 

Cuando Valero y el sargento Emiliano Pina dejaron el bodegón ya era tarde. Se acercaba la noche y ambos se despidieron con afecto, antes de acudir a sus respectivas posiciones de combate.

Al cruzar por una de aquellas estrechas callejuelas, Valero escuchó cómo una voz, lejana pero recia y bravía, se alzaba en la noche para cantar esta jota:



Cañones de artillería,

bayonetas y fusiles.

Cañones de artillería,

y balas que nos arrojan
la gabacha infantería.
La gabacha infantería,
bayonetas y fusiles.

Y una voz de mujer, todavía más vibrante, le dio réplica.

La Virgen nos acompaña,
de poco les han de valer.
La Virgen nos acompaña,
nuestra Virgen del Pilar:
Virgen de Aragón y España.
Virgen de Aragón y España.
de poco les han de valer.

De mi novela Con Fuego en las entrañas. (Julio de 2012)




4º A mi amor








Me lo preguntó la noche, en sus largas horas de oscura vela.



Me lo anunció el Sol, tan pronto amaneció enrojecido y luminoso.


Me lo cantaron los primeros trinos de las madrugadoras aves.

Me lo susurró insistente el viento, deslizándose entre los árboles
y conversando con ellos.

Me lo insinuaron las flores que, abriendo a un tiempo sus pétalos,
me miraron risueñas.

Me lo indicaron los rutilantes destellos, en las tranquilas olas
de un mar en calma.

Pero también lo vi en el brillo de su mirada y en la dulzura
de su sonrisa fácil.

Lo escuché en la cálida voz
de su palabra amiga.

Lo recibí en el sabor tierno
de sus fugaces labios.

Lo pude oler cuando aspiré el aroma suave
de un profundo suspiro.

Lo sentí entrar en mi corazón
pausadamente.

Y así fue como yo supe, que ella me amaría
eternamente.

De mi novela "En un Mundo Lejano"  (Marzo 2004)
 
 
 
5º Romance de la boda de Juan y Anderquina



Era el 26 de abril del año 1064 cuando Juan murió tras una lenta y dolorosa agonía. Él y su hijo Bertholomeu habían acudido a la fallida conquista de Graus, encuadrados en las huestes del rey Ramiro I de Aragón.
El intento acabó en un fracaso total, donde el mismo rey perdió la vida, al recibir un golpe de venablo que le entró por un ojo y le atravesó el cráneo.
Juan y su hijo regresaron a sus respectivos hogares, Bertholomeu a Troncedo y Juan a la pequeña aldea de Bestué, distante de Troncedo unas ocho leguas. Tuvo la desgracia de que una gran tormenta se desatara durante el camino. La fuerte lluvia, helada por los vientos del norte con los montes aun abundados de nieve, empapó la ropa hasta llegar a los mismos huesos, ocasionándole un maligno enfriamiento.
Nada más de llegar a su casa, tuvo que guardar cama, dolorido, enfebrecido y ganado por temblores, tos y una respiración agitada y ronca.
A pesar de los cuidados de Anderquina, su esposa, no pudo superar la enfermedad y murió a la edad de 66 años, bastantes para aquellos tiempos.
Mientras le velaba, Anderquina recordó toda su vida junto a él. Cómo y dónde le conoció. También el feliz día de su boda. Vino a su mente la trova cantada por un modesto juglar de feria para festejar la boda. Decía así:  

      De mi novela: Infanzones del Sobrarbe  (Agosto de 2007)



                               6º Caminando hacia delante



                                                                     




Escribí este modesto poemilla, tras una larga discusión con un buen amigo nacionalista. Opinaba que el conjunto de historia, tradiciones y costumbres de su pueblo conformaban una cultura específica, que le conferían la cualidad de nación diferenciada. Esa cultura sería la base donde se sustentaría el progreso de su pueblo como nación.

Es ciudadano del Mundo
  quien viaja con poco peso,
          pues no se puede andar mucho
  si vas cargado en exceso.

Para ver tiempos mejores
son demasiado equipaje
raíces y tradiciones.

Lo que pasó ya se ha ido
y el molino no se mueve
con agua que ya ha molido.

Quiero mirar adelante,
saber lo desconocido
que no es cosa valorable
saber lo que está sabido.

 Escrito y dedicado para un amigo nacionalista. (G.B.G. Enero 2005)





7º Un amoroso y tierno poema infantil




 Margaret se reencuentra con un poema que su hijo Joe le dedicó a la edad de nueve años. Lo descubre al revisar sus objetos personales, tras ser asesinado, ya mayor, en New York.
To Mum On Her Birthday

On your happiest day,
The day of your Birth,
A poem to you will be
My best possible gif:

I woke up early today
To meet a shiny light.
It was the rising sun
That came to greet you, mum.

Me too I want to express
How much I love you, mum,
Because you gave me life
And everything I possess.

I promise I´ll always love you, mummy!
This is true as the sky is starry!   Joe Foster.

El pequeño había querido expresar algo parecido a esto:

A mami, en el día de su cumpleaños

En este tu feliz día - día de tu cumpleaños,
quiero escribirte un poema - como mi mejor regalo.
Hoy me levanté temprano - y encontré una luz radiante:  
era el sol que amanecía - y venía a saludarte.
Yo también quiero decirte - ¡Oh mami, cuánto te quiero!

 Porque me diste la vida - y todo lo que yo tengo.
Mami, mami, te prometo - quererte tanto y tan cierto
como estrellado es el cielo.

De mi novela: "El Fantasma de Nadie" (Mayo 2015)




8º Una coplilla mañanera suena en Arbaniés.


Era temprano. Los hombres hacía tiempo que habían abandonado las casas para dedicarse a las rudas tareas del campo, y ya solo voces de mujer se podían escuchar, allí donde yo devoraba mi suculento desayuno diario, a base de huevo frito y un buen vaso de leche de cabra con torta migada en él.
No era extraño escuchar sus canciones al tiempo de hacer las camas, barrer y fregar con esmero las estancias de sus preciadas casas, o “arreglar” a los animales, y echar de comer al gulín y a gallinas, conejos, patos y pichones.
De entre todas ellas, sobresalía la cantarina voz de la hija casadera de la seña Leonor que entonaba con gracia, tres casas más abajo, alguna coplilla como esta o parecida:

Buscar me´n manda  madre
agua ta fuente,
bajo a galope, mozo
que´n quiero verte.

Y en cuantico que´n llegas,
escuchar de tus labios
palabricas tiernas.

Mi madre no me´n deja
ir en ta´o río,
pero yo solo en´quiero
irme contigo.

Pa estar a solas,
con tantas cosicas tuyas
que m´enamoran.

Que m´enamoran, mozo,
que m´enamoran.


De mi libro: "Recuerdos infantiles de un pueblo del Somontano". (Mayo 2005)