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3.- DIÁLOGO EN LA SELVA
De pronto, sin pretenderlo ni poderlo evitar,
se dio de bruces con su poderoso vecino Don Leoncio que, acompañado por su
esposa y uno de sus hijos, esperaba el paso de algún ser despistado y
comestible, emboscado tras la linde de un claro de la densa selva.
No era este uno de los encuentros más gratos
para ella. Le fastidiaba la prepotencia con qué se conducía aquella familia y,
más que nada, su continua agresividad y
mal humor. Pero ya no había remedio. Le habían visto y tenía que apechugar con
el mal trago.
-¡Hola familia! Hacía mucho que no
coincidíamos ¿Qué tal les va? -dijo Doña Leoparda, muy cortés, tratando de caer
simpática a sus hoscos vecinos.
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-¡Ugg...! -contesto don Leoncio, con un
profundo rugido-. Muy bien, como de costumbre ¡Faltaba más!
-¡Ah, me alegro mucho! -continuó Doña
Leoparda hablándoles con el mismo amigable tono, pues conocía bien el peligro
que suponía contrariar al orgulloso felino- Por cierto, he sabido que han
conseguido colocar a su hijo mayor en el zoo de Múnich.
-Así es, y la familia está muy contenta y
orgullosa de haber logrado su incorporación a una institución tan importante y
renombrada como esa.
-¡Muy bien! -asintió Doña Leoparda- Y
díganme: ¿Se ha adaptado pronto al nuevo estilo de vida?
-¡Ya lo creo! A lo bueno se acostumbra uno
pronto. Mire Vd., dispone de un espacioso cubil propio, atención médica
gratuita y cada día tiene garantizada una alimentación sana y abundante. Goza
de un trato exquisito y de un amplio lugar acondicionado para su solaz y
esparcimiento, donde puede relacionarse con otros colegas ¿Se puede pedir más?
Esto es, en fin, un gran chollo, es un auténtico "estado del bienestar".
-¡Estupendo! -volvió a ponderar Doña
Leoparda- ¿Y qué tal está el trabajo allí?
-Bueno, eso es lo mejor. Allí nadie empuja.
El trabajo está muy bien organizado y es fácil y sosegado. Hay un horario en el
que es necesario atender a los visitantes y, aunque es cierto que entre la
gente que llega los hay impertinentes, el trabajo se realiza sin presión,
exento de estrés ni de los peligros de la selva.
-Claro...en aquel lugar no se podrá hacer lo
que uno quiera -apuntó Doña Leoparda, dejándolo caer como quien no da
importancia a la cosa.
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-¡Por supuesto! ¡Qué sería de aquella
privilegiada comunidad, si cada cual hiciera lo que le viniera en gana! No, no,
todo está perfectamente reglamentado y se hace lo que la dirección y el comité
consultivo dispone que, a fin de cuentas, son los que conocen lo que más
conviene, tanto al conjunto, como a cada uno de los residentes.
Doña Leoparda consideró que había llegado el
momento de hacer "mutis por el foro", antes de que al peligroso y
pendenciero vecino se le agotara su escasa paciencia y le entraran deseos de
echarla de su territorio a cajas destempladas y con los habituales malos modos
de siempre.
Así, con la mayor discreción, Doña Leoparda
se retiró despacio y gruñendo bajito, para no ofender ni soliviantar a sus
vecinos, al tiempo que iba rumiando todo cuanto había escuchado.
¡Qué barbaridad lo de esta gente! -pensó-
¡Mira que alabar esa vida tediosa, estéril, supeditada y desprovista de la
menor posibilidad para tomar la más simple iniciativa! ¡Pero es que no se puede
comparar con la vida que llevamos en nuestra querida selva!
Doña Leoparda, confusa, revivió en su mente
lo que, para ella, eran las irrenunciables excelencias de una existencia en
libertad como la suya:
Yo me muevo por esta hermosa jungla por dónde
me place y cuándo me parece, lo que me permite gozar con su belleza y disfrutar
de tanta abundancia como rezuma. Además, cuento con el respeto de la mayoría de
sus habitantes. Cada día que pasa es distinto, por lo que jamás me aburro. Como
lo que yo cazo y lo
que
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me
apetece, sin esperar que ninguna autoridad decida por mí qué debo hacer. Claro,
nada de esto es gratis y requiere un
esfuerzo, pero el trabajo para conseguirlo reaviva mis cualidades. Me hace más
hábil, creativa, fuerte, tenaz y poderosa, al tiempo que refuerza mi
personalidad y autoestima. De verdad, tan cierto como la noche sigue al día,
puedo asegurar que me resultaría imposible soportar una vida como la del hijo
de Don Leoncio...
En ese momento, el hambre volvió a dejarse
sentir en su vacío vientre con nuevas y agudas punzadas, acabando con sus mentales reflexiones,
para traerle a la cruda realidad del momento. Y así se introdujo en el fangal
de la duda que hizo flaquear sus, hasta entonces, sólidas convicciones.
¿Y si, al final, tuvieran razón esos amigos
del: "aquí me lo den todo hecho"? ¿No acabará por resultar que el verdadero acierto en la vida está en aquellos que
buscan una posición vitalicia que les asegure una existencia sin riesgos ni complicaciones, al
precio que sea? ¿No será, en fin, un signo de listeza la de esa gente que no se recata en manifestar: "dame pan y llámame tonto" con
absoluto descaro?
-¡Greeeg! -rugió Doña Leoparda con fuerza, al
tiempo que sacudía su cabeza, como tratando de arrojar de ella esos malos
pensamientos.
Tras el potente rugido, echó de su mente las últimas cavilaciones y, sin más conjeturas ni
dilaciones, se dispuso a buscar con verdadero ahínco algo que llevarse a la boca,
que buena falta le hacía.