Es curioso que exista en ambos elementos
un ingrediente común: el oxígeno. La investigación presente y futura deberá
tenerlo muy en cuenta a la hora de resolver los grandes problemas que el futuro
nos depara, en relación con estos dos elementos vitales: la atmósfera y el
agua.
Hoy, me apetece dedicar un tiempo a
pensar sobre la controvertida problemática actual del agua. Decisión
adoptada tras escuchar a un ministro del gobierno, pronunciar de forma airada,
la siguiente frase “…hay que decir a los
agricultores que no van a tener agua para regar…”, ante la pregunta del periodista
sobre las medidas que iba a tomar el gobierno, a fin de paliar las graves
consecuencias que la notable sequía actual y, en mayor medida, futura, pudiera
provocar en el campo.
Esta frase me escandalizó –advierto que
siempre he tenido a este hombre como un mayúsculo memo de diccionario-, pues
parecía ignorar que la labor primordial de un gobernante consiste en procurar a
sus gobernados el acceso a esos bienes vitales de producción y consumo.
Se dice que el agua es un bien escaso,
pero esa afirmación es incierta. Hay agua suficiente como para ahogar a todos
los habitantes del planeta. Bien es verdad que, aunque la escasez de agua se
refiera al agua potable o limpia, no hay nada que se oponga a que la tecnología
consiga potabilizar el agua sucia, insalubre o contaminada.
Otra información errónea: cada vez vamos
a tener menos agua disponible, debido al aumento del calentamiento global. No,
el agua del planeta es siempre la misma. Ocurrirá que la lluvia será menos
frecuente pero más intensa y catastrófica, al aumentar el calentamiento del mar.
Además cambiara de lugar y habrá desertización en algunas zonas
Soluciones adoptadas por los gobiernos:
por un lado, frenar el calentamiento del planeta, mediante rígidas medidas
ecológicas en todos los aspectos de la actividad humana. De otro lado, ahorrar
su consumo, limitando su empleo y llegando a racionarla, si se hiciera
necesario.
No son soluciones, solo el pueril
intento de paliar sus efectos.
Sabido es que, cuando un bien de consumo
o producción falta o escasea, su precio sube, de manera que puede llegar a
resultar prohibitivo para quienes disponen de rentas bajas. Hágase lo que se
quiera, pero solo hay una solución para resolver ese problema: producir mayor
cantidad de ese bien escaso. Se podrá limitar el precio o racionarlo, pero, de
inmediato, aparecerá el estraperlo o el contrabando.
Cuando algo falta o escasea, o se
aumenta la producción hasta igualar el nivel de necesidad, o no hay remedio
posible.
La más absurda acción, para paliar la
escasez de cualquier bien, es pedir a la
ciudadanía que trate de ahorrar en su consumo. ¿Se imaginan qué sentirían los
ciudadanos de uno de esos países que sufren hambrunas cíclicas, si su gobierno
les diera por solución la consigna de que comieran menos? Sangrante ¿No?
Recuerdo la anécdota falsamente
atribuida a María Antonieta: ¿Qué no
tienen pan? Pues que coman pasteles”
O la de aquel otro célebre mandatario
ruso que, cuando le comunicaron que en cierta región faltaba trigo para hacer
pan, contestó: “Pues si falta pan, que
coman el caviar a cucharadas”
Algo similar ocurre con las “geniales”
propuestas de los gobiernos.
Porque, la otra medida, la que aportan
las infantiloides propuestas ecológicas, para reducir el calentamiento global
no son menos peregrinas: Abandono de la agricultura, la ganadería, la
avicultura intensivas, así como la limitación de la pesca y la piscicultura a
sistemas meramente artesanales. La utilización de solo energías limpias,
renovables y sostenibles en trasportes, industrias y consumo doméstico. La
eliminación de la mayor parte de las presas para fomentar la biodiversidad de
los ríos. Además de otras muchas de menor calado.
Claro, hay que consumir productos
ecológicos, sostenibles y de proximidad. Ser vegetariano o, para mayor bondad
planetaria, vegano.
Pero, ¿hay alguien, con dos dedos de
frente, que crea que se puede alimentar a más de 7.000 millones de habitantes
que pueblan la tierra, cultivándola como lo hacía mi abuela con su huerto
familiar, O con su gallinero de 32 gallinas y un gallo, además de 6 conejos, 3
corderos, una cabra y un gulín?
La electrificación del transporte. Otra
tremenda idea. No es que sea mala, ocurre que, al parecer, nadie ha pensado en
las consecuencias que han de producirse, ante una medida forzada, como la que
han tomado los países de la Unión Europea. Me basta con citar solo dos o tres
¿Ya se pensado en cómo electrificar el
transporte aéreo y marítimo, que son los mayores contaminantes del transporte?
Y en cuanto a la electrificación de los automóviles,
la parte más sencilla de acometer la transformación energética, ¿se ha pensado
en cómo se reciclarán las 20.000 millones de baterías que se desecharán cada 8
años, duración media de este tipo de artilugios? ¿Y se ha estudiado cómo se
generará la energía no contaminante necesaria para afrontar una electrificación
masiva? ¿De los molinillos, de los huertos fotovoltaicos, del uso de hidrógeno
o biocarburantes? Ridículo.
Hay quien niega el cambio climático. Hay
gente para todo, Pues bien, tan estúpido, desinformado y peligroso es negar el
calentamiento global, como suponer que el hombre es capaz de detenerlo,
contradiciendo lo que dispone el sistema planetario al que pertenecemos.
Porque la Tierra ha sufrido innumerables
y continuos cambios climáticos, desde el mismo momento de su creación. En la
actualidad, nos hallamos inmersos en un proceso de calentamiento que se inició
hace unos 11.700 años, fecha en la que se considera el término de la última glaciación,
la más leve, por cierto, de las habidas hasta entonces.
El punto álgido del enfriamiento
terráqueo se produjo hace otros 17.000 años, cuando los hielos ocuparon, en
Europa, los países escandinavos, Gran Bretaña, Alemania, Países Bajos, Polonia,
Finlandia, la mayor parte de Rusia y las zonas alpinas y pirenaicas.
Cierto que la actividad humana puede
ocasionar una aceleración del calentamiento global, pero muy cierto es también
que, antes o después, el resultado del proceso será el mismo. Y lo que ocurra
entonces lo dispondrán las fuerzas siderales que, lentas e inexorables, son, en
realidad, quienes nos gobiernan. Memez parece pretender modificarlas.
Dicho lo anterior, hablemos del agua. De los problemas que presenta su escasez en el presente y del los que se adivinan en un previsible futuro. Porque tengo que referirme ahora de las grandes sequías que asolaron al mundo, solo en los últimos cinco siglos. Y desde luego, sin la intervención humana.
En el año 1644 se produjo la peor de todas. Duró tres años y la pavorosa hambruna producida provocó grandes revueltas, que hicieron caer a la dinastía Ming.
Durante el período comprendido entre
1756 y 1768, se produjo otra gran sequía que, debido a su larga duración afectó al Asia Central, desde Siberia hasta la India.
De nuevo, desde 1790 a 1796, otra
terrible sequía asoló la India y tuvo repercusión en todo el planeta.
Al parecer, la sequía provocada en 1876,
con una duración de dos años, resultó ser la más sangrienta de todas. Afectó a
Europa, aunque los peores efectos se produjeron en la India y China, Se tiene
la certeza de que murieron unos 30 millones de personas de hambre y de el cólera.
Todas estas calamidades se produjeron
sin, o muy poca, participación del hombre. Parece ser que los ecologistas,
encerrados en su estrecha esfera de ilusas, ignorantes e infantiles ideas,
desconocen todos estos datos. Están muy equivocados. Pueden tomar todas las
medidas que quieran, pero antes o después, de manera temporal o definitiva, se
producirán catástrofes como las señaladas.
Por tanto, lo realmente importante será
que se pongan los medios para que cuando estos funestos acontecimientos
ocurran, la especie humana pueda sobrevivir.
Ahora me voy a referir a los problemas del agua que tenemos en
España, ya que son semejantes a los de otros países europeos, pero muy
diferentes en extensión e intensidad.
Recuerdo cómo, durante los años
cincuenta, todos los embalses estaban llenos a rebosar. Componían un
espectáculo admirable, pues suponían la seguridad de disponer de agua
suficiente para todas las necesidades agrícolas, industriales, domésticas y
energéticas.
Hoy, el panorama es muy distinto. Raro
es el embalse que mantiene un volumen de agua superior al 20 ó 30 %, en el
estío y muy difícil de superar el 50% durante la época de lluvias. Los grandes embalses ya no cumplen su antigua
misión benefactora de manera completa. Es lógico, Estas colosales obras se
construyeron hace 60 ó 70 años y las condiciones meteorológicas han cambiado, y
seguirán cambiando, de manera radical. Ei flujo de lluvia se desplaza,
reduciéndose en algunas partes con peligro de desertización, y aumentando, de
forma torrencial, catastrófica y sin utilidad, en otras.
Ante esta situación tan crítica, de un
elemento tan vital para el país, ¿han tomado los gobiernos alguna medida para
solucionarla, durante el largo periodo de tiempo citado? Sí, los ineficaces y
absurdos anteriormente nombrados.
Solo existe una sola solución simple e
indiscutible, aplicable a todo bien escaso: producir más, hasta disponer de la
cantidad necesaria para cubrir las necesidades básicas.
Si aplicamos este principio básico y
general al agua, encontramos tres posibilidades para obtener el agua
suficiente, capaz de cubrir dicha necesidad: utilizar los acuíferos
subterráneos, potabilizar el agua del mar y aprovechar hasta la última gota de
agua de lluvia caída.
El primer sistema, la extracción del
agua subterránea, es útil y sencillo de aplicar, pero soporta unos límites de
extracción que no se deben sobrepasar, a causa del riesgo de agotar el
acuífero. Tanto su ubicación y la cantidad de agua extraída, así como el tiempo
entre extracciones, deben ser regulados, para permitir que el yacimiento recobre
su natural nivel freático. Estos embolsamientos de agua subterránea, se generan
por la filtración, a través del suelo, del agua de lluvia. Como la previsión de
lluvia regular tiende a disminuir, de igual modo disminuirá la cantidad de
yacimientos y el volumen de agua disponible. Esta es, por tanto, una solución
limitada y provisional.
El segundo procedimiento, la
potabilización del agua marina, ya se está aplicando en numerosas países,
aunque tiene el inconveniente de consumir mucha energía y carecer, en muchos
casos, de la eficacia debida para una completa purificación del líquido
elemento, difícil de aplicar de forma masiva. Como siempre digo, no hay dificultad
que no pueda vencer la ciencia y la tecnología, aunque sea necesario investigar
mucho y bien, Que los logros no llegan solos, aunque una vez obtenidos, esta
solución representaría una posibilidad de obtención ilimitada, en la práctica,
de agua, independiente de las variaciones del clima.
Tercero: la recogida de hasta la última
gota de agua caída del cielo. Para lograr esto, no hay excusas que valgan. Se
puede hacer. Disponemos de los medios y conocimientos necesarios para comenzar
a trabajar desde el primer momento. Ya.
No se puede tolerar que las autoridades
competentes contemplen, impávidos e inoperantes, cómo, año tras año, se
producen esas enormes riadas e inundaciones que se llevan tierras, cultivos,
bienes y, lo que es peor, vidas de personas y animales, mientras toda ese agua
torrencial se pierde en el mar, polucionándolo.
¡Ah! Una vez pasada la tormenta y sus
trágicos efectos, mientras voluntarios y
agentes de diversa clase, admirable gente animosa, se esfuerzan en paliar los
catastróficos daños producidos, aparecen las autoridades para prometer ayudas,
que llegarán tarde y mal por lo general, y hacerse la tradicional foto
propagandista.
Mal, muy mal. Hay que resolver los
problemas antes de que ocurran, Más aún, cuando se sabe que ocurrirán y dónde
ocurrirán, Después, solo cabe pedir duras cuentas a los responsables por su
dejadez y abandono.
Pero la solución hidráulica presenta una
dificultad radical. La aparición en España de los gobiernos autonómicos ha
supuesto la fragmentación de los cauces. Cada autonomía considera al río que
cruza su territorio como suyo, y actúa sobre ellos como tal propietario.
No, el agua, los ríos no tienen dueño.
Es de todos y de nadie en concreto. Los cauces deben tratarse como entes
completos, específicos e independientes. Cada río discurre afectado por sus
afluentes. Estos por los suyos. Y estos últimos por arroyos y tormenteras,
ocupando amplias extensiones de terreno que suelen superar los límites
autonómicos. Es un entramado que podría compararse a una estructura arbórea.
Parece una necedad tratar de explicar lo
evidente y duele tener que hacerlo, pero así están las cosas en este azaroso
país, llamado España.
Se desprende de lo dicho, que el primer
paso, para iniciar una verdadera reestructuración hidráulica, debería comenzar
por revitalizar las llamadas Confederaciones Hidráulicas, dotándolas de los
medios científicos, técnicos, auxiliares y económicos necesarios para cumplir
su importante misión: el estudio integral de las cuencas. Como es de razón, en
ellos deberían colaborar miembros de todas las comunidades afectadas. Y, por
favor, absténgase de colocar en ellas políticos venidos a menos, amigos y enchufados.
Este debe ser un trabajo profesional serio.
Tampoco vendría mal, al ser este un
asunto de importancia vital, la creación de un ministerio del agua, ahora que
se están creando algunos de lo más absurdo y pintoresco.
Estoy seguro, que estas dos medidas provocarían
un impulso decisivo en la vía de lograr la solución a los problemas de consumo
del agua o, al menos, paliar sus catastróficos efectos, ante los importantes
desafíos que nos depara el futuro.
Una vez resuelto el previo paso de la implantación
de una organización potente y capaz, se estaría en condiciones de poner manos a
la obra, para diseñar y construir, a nivel nacional y sobre todas las cuencas
del país, la red de instalaciones necesarias para captar y contener todas las
aguas caídas, tanto las regulares como las tormentosas.
¿Cómo hacerlas? Solo voy a realizar un
relato esquemático del asunto y señalar, al tiempo, que sobra capacidad
constructora, en España, como para acometer semejante empresa. Lo que escasea,
demasiado, es voluntad política, sentido común y previsiones a largo plazo de
nuestros gobernantes. Su obsesión es el día a día. El que venga detrás, que arre, dicen
en mi pueblo. Así, los males perduran y se agravan
La idea no es nueva. Ya se está
aplicando en algunos pueblos y ciudades de Europa, azotados por el tradicional
acoso de las inundaciones. Incluso en grandes ciudades, como París y Londres se
trabaja en esta dirección. En estas dos grandes ciudades, se están construyendo
enormes depósitos subterráneos, en lugares estratégicos, para paliar los
efectos de las inundaciones provocadas por las periódicas crecidas del Sena o
el Támesis.
En España, país necesitado más que
ningún otro, no solo en la defensa del daño que producen las inundaciones, sino,
además, de hacer acopio de toda esa agua desaprovechada, se debería aplicar
dicha idea de una forma generalizada, sistemática y previa a la generación de
las destructivas riadas, allí donde se inician y en todo el territorio del país
¿Cómo? Tras un minucioso y completo
trabajo de acumulación de datos y la correspondiente caracterización de los
eventos, situaciones, causas y efectos, se construirían depósitos, o
embalsamientos, escalonados en lugares adecuados y con las dimensiones
necesarias, de acuerdo con las afluencias previsibles estudiadas, para ir
almacenando el agua caída. Es solo cuestión de números, por tanto, fácil de
determinar.
No se harían presas. La torrentera, el
arroyo, el afluente o el río seguirían su curso tras ir colmando, a su paso y
lateralmente, los distintos depósitos. La tormentosa afluencia se vería frenada
de manera progresiva, para llegar, mansa y domada, hasta el último cauce.
Al mismo tiempo, se debería estudiar la
utilidad de los embalses actuales, regenerando los innecesarios y modificando
lo preciso para que puedan seguir cumpliendo la importante misión a que están
destinados.
Se trata de una obra magna. Lo sé. Como
tampoco ignoro, pues no soy ningún iluso, que este plan jamás verá la luz. Al
menos en un futuro más o menos próximo, Los políticos actuales están ocupados
en su labor diaria de asegurarse el sillón, además de hallarse presos de la
dictadura ecológica de aquellos extraños idealistas, encerrados en la burbuja
de su Arcadia feliz. Sin embargo, mantengo la esperanza de que, algún día,
verán asomar su hocico al lobo y reaccionarán antes de que el desastre se
consuma y contemplen el tétrico espectáculo de ver a nuestra querida España
convertida en un desierto inhabitable.
Hace unos pocos días, supe que las
autoridades europeas están preparando una directiva para la regeneración de las
tierras de grandes explotaciones agrícolas. Bajo mi punto de vista supone un
auténtico suicidio agrícola. La obsesión ecológica, la estulta y sagrada misión
de salvar al planeta, están obligando a los gobiernos a tomar decisiones
irracionales, como la renuncia a la autosuficiencia en energía y alimentos,
La convulsión producida por una guerra
local europea en Ukrania nos lleva a considerar la importancia de ser
autosuficientes en asuntos vitales, como energía, agricultura y comercio.
Algunos gobiernos, como el francés, prometieron a su pueblo trabajar para
conseguirlo.
No es el caso de España y, por lo que se
ve, tampoco de la Comunidad Europea. Lógico. La mayoría de los países europeos
no sufren las condiciones climáticas de los países situados al sur, como España,
Portugal, Italia y Grecia. Aquellos no disponen de explotaciones agrícolas
extensivas. Ni las necesitan, Su alto PIB y la escasa población, con pocas
concentraciones urbanas, le permiten abastecerse de pequeñas granjas familiares
de proximidad, el sueño ecologista, e importar el resto.
Me parece urgente que los países del sur
de Europa desplieguen una intensa actividad diplomática para conseguir una
cierta autonomía climática y económica en general. Lo que en España es un lujo
-17 autonomías en un pañuelo-, en Europa es una necesidad perentoria, dadas las
diferencias de todo tipo que se dan entre sus miembros.
Y si el “ceporro” de ministro nuestro es
capaz de dar por hecho el que los agricultores no vayan a tener agua con qué
regar, imagínense los burócratas europeos. No moverán un dedo para evitar que
España se convierta en un erial.
Pero volvamos al tema del agua. Pudiera
ocurrir que, ni con las medidas señaladas, se pudiera disponer del agua
necesaria, debido a una posible disminución severa de la lluvia. Bien, quedaría
la opción de la potabilización del agua marina, solución definitiva e
independiente de las condiciones climáticas.
Pero para poder aplicar este sistema, de
manera generalizada, sería indispensable disponer de una fuente energética
enorme, asequible, limpia, segura e inacabable en la práctica. Estas
condiciones solo las cumple la energía nuclear. Se quiera o no. Guste o no.
Solo de ella depende la continuidad de la especie humana sobre este planeta.
¿Qué hay que mejorar lo existente en
rendimiento, seguridad y residuos? De acuerdo, pero la ciencia y la tecnología
pueden resolver todos y cada uno de esos problemas. Solo es necesaria una investigación
seria y continuada, en lugar de la desacreditación generalizada ignorante e
irresponsable que hoy sufre..
Llegado a este punto, creo que he dado
con la tecla clave en la resolución de la mayoría de los problemas que el imparable
cambio climático nos depara. La energía nuclear es nuestra tabla de salvación,
Quiero apuntar, entre paréntesis, que las
fuerzas siderales pueden dar al traste con todas las previsiones actuales,
enviándonos de regalo una nueva glaciación.
Pero aun así, con frío o calor, disponer
de esa poderosa fuente de energía supondría construir ciudades protegidas del
calor o frio extremos, potabilizar el agua necesaria para todas las actividades
humanas, purificar la atmósfera e, incluso, permitir el descubrimiento y
colonización de otro planeta habitable.
Porque puestos a pensar, se crea en un
Dios Creador o no, parece poco razonable que Dios, en la primera opción, haya
preparado semejante derroche planetario para hacer crecer a un grupito de
gentes miserables en un escondido rincón de un Universo que se nos antoja
infinito. Sin duda, podría haber hecho lo mismo con mucho menos material. Esta
idea podría generar la sospecha de que los planes de Dios no terminan en
nuestra existencia ni en la de nuestro planeta.
En la segunda opción, la creencia de la
ausencia de un Dios en este negocio planetario, plantea, con similares
argumentos, la evidente posibilidad de que existan otros planetas similares a
la tierra, entre los millones de ellos que andan pululando por el Universo.
Además, hay algo seguro, que refuerza
ambas teorías. Cuando nuestro sistema solar colapse, tras consumir el Sol todo
el carburante que posee, el universo seguirá su curso como si nada hubiera
ocurrido. La desaparición de planetas y la creación de otros nuevos componen un
hecho rutinario habitual.
¿Y qué ocurre con ese acto último,
conocido como Juicio Final? Nadie sabe si ocurrirá o no, ni cuándo. Es una
creencia, no una certeza. Pero lo que sí es seguro, que el fin de la humanidad
no se producirá tal como señala la Biblia en su Apocalipsis.
Hay muchos detalles que revelan la falta
de rigor profético. Me basta con citar dos. Primero: “…los astros se desplomarán sobre la tierra…” Error, sería
suficiente uno de ellos para hacer polvo a nuestro planeta. Se debe a la falta
de conocimientos astronómicos del autor. Creía que los astros eran pequeñas
bolas incandescentes. Segundo: “… la
Tierra se enroIIará, como se enrolla un libro…” En la época que se escribió
el texto, los libros eran diferentes a los actuales. Eran rollos sin páginas.
Esto nos indica que el autor disponía de pocos conocimientos geográficos y
consideraba la Tierra plana, según la creencia de aquel tiempo y la de varios siglos
después.
Sin darme cuenta, ni desearlo, he ido de
lo natural a lo sobrenatural
Es
un extraño viaje, ¿pero, hay alguien que pueda señalar el límite entre uno y
otro? ¿Dónde el límite entre la última e infinitésima partícula de la materia
con la nada? ¿Y el límite del Universo con lo desconocido?
Bien, tras resaltar que la energía es el
bien último y fundamental, indispensable para la obtención del resto de bienes
vitales y clave para la permanencia y continuidad de nuestra especie, lo dejo
aquí. Pensativo. Pensar, de vez en cuando, es una actividad que recomiendo. No
viene mal. Te abrirá los ojos a las muchas “historias” que gentes de todo tipo
tratan, cada día, de que las aceptes sin razón ni argumento. Ánimo.