A mis lectores no les puedo negar nada.
Son pocos, aunque tan fieles e indulgentes, que estoy obligado a corresponder,
atendiendo cualquier deseo suyo. He dudado en hacerlo, pero…
Viene a cuento esta introducción, porque
me han pedido que relate el sueño que oculté en la anterior entrada. Declaran
curiosidad por conocer la causa de tanta supuesta gracia como había en él,
hasta el punto de despertar riendo a carcajada limpia. Aunque sospecho que, más
bien, existe el taimado deseo de conocer la razón por la que no la publiqué.
Con el fin de evitar decepciones, advierto
que la intensidad de la gracia es distinta para el actor y para el espectador.
No es lo mismo quien la cuenta ni como se cuenta. Tampoco sentirla como
expresarla. Dicho esto allá va mi sueño. Y que la culpa que hubiera sea
compartida.
El sueño comienza así: me encuentro
echado en una cama, que no en la mía, la de mi casa, en la que estoy durmiendo
en este momento, sino en la cama del hospital, en el que me trataron de
urgencia, de aquella mala gripe que sufrí. Una oscuridad completa me rodea.
De repente, una extraña figura apareció
frente a mí, a unos cuatro o cinco metros de mi cama. Es una visión
verdaderamente espantable, que me resulta difícil describir. Podría parecerse a
una medusa gigante, un diabólico pulpo deformado por una insólita y amenazadora
rareza o, quizás, una estrella de mar con múltiples brazos e inquietante
cuerpo. Mueve con lentitud todo su ser, recorrido por rápidas y múltiples
fosforescencias.
Sus indefinibles ojos y boca resultaban
tan turbadores como todo él. Sentí mi corazón galopar, haciendo palpitar con
fuerza mis sienes. Por un momento, quedé paralizado por el espanto. En seguida
pensé: ¡Aquel siniestro bicho tenía el aspecto de un alíen, tal como aparecen
en el cine!
Y entonces me dije: Guillermo, aquí
acaban tus días. Allí no había nada con qué defenderme ni tampoco tenía a mano
el recurso de salir huyendo.
El bicho avanzaba con lentitud hacia mí,
emitiendo un extraño parloteo. Era un repetitivo sonido metálico: bip – bip –
bip – bip …. Aterrado, agarré con fuerza al embozo y lo alcé apretándolo contra
el cuello. Se trataba de una ingenua reacción instintiva de defensa que no
servía de nada, en realidad.
Avanzaba hacia mí despacio, pero sin
dejar de mover sus extraños y amenazadores tentáculos. Así, se acercó hasta los
pies de la cama. Paralizado y aterrado, apenas me quedaban arrestos para pensar
en mi salvación. Pero, en ese momento, mi pasmada mente reaccionó y se agarró a
un hilo de esperanza. Quizás solo quiera comunicarse, pensé.
Traté de imitar el monótono sonido de su
parloteo y le espeté:
-¿Se – pu – e – de – sa - ber – que –
qui – e – res – bi – cho – del – de – mo – ni – o?
El monstruo redujo el ritmo del bip – bip,
lo que me hizo pensar que, quizás, había entendido algo de lo que le había
dicho. Después, comenzó a palparme los pies. No paró allí. El tío continuó con
su toqueteo piernas adelante y aunque yo traté de evitarlo encogiéndolas, él no
desistió hasta encontrarlas de nuevo.
¡Oy, oy, oy, este bicharraco me ha
tomado mal la matricula! Advertí sorprendido, sin que el miedo dejara de atenazarme
el cuerpo.
¡Lo qué me faltaba! ¡Será posible que
este bicho sea marica! Pues si me ha tomado por maricón, está listo.
Mientras, el alíen iba a lo suyo. Seguía
palpándome las piernas y trataba de continuar cuerpo arriba, intención que yo
intentaba evitar pataleando con todas mis fuerzas. Al mismo tiempo, su bip –
bip se hacía más sugerente y meloso.
Entonces, grité con todas mis fuerzas: ¡Basta,
bicho asqueroso. Deja de tocarme los cataplines y vete a tu planeta de mierda!
Justo en ese momento, empecé a escuchar
risas que, poco a poco, fueron convirtiéndose en carcajadas, al tiempo que se
encendían luces alrededor de un oscuro telón, situado al frente de mi cama.
¡Todo era una simulación, producto del
rodaje de una película! Y allí estaban partiéndose de risa tramoyistas, cámaras
y demás personal de rodaje, incluido el “alíen” que, en realidad, era un tipo
disfrazado sin demasiada fortuna, que la falta de luz y su extraña
fosforescencia le hacían parecer un temible ser de otro mundo.
El objetivo de la película quedó algo
difuso. Al parecer se trataba de algún experimento seudocientífico, no muy bien
explicado, sobre las reacciones de enfermos ante circunstancias imprevistas.
Fue el momento en que desperté. El
extraordinario realismo de mi sueño, su estrambótica rareza y el insólito final
produjeron en mí tal impacto, que acabé reaccionando con una incontenible
catarata de nerviosas carcajadas.
Lo advertí al principio: la gracia de una
historia es asunto subjetivo y existe gran diferencia entre ser protagonista o
lector de la misma.
Tampoco pidan coherencia ni racionalidad
a esta historia. Pues sabido es que “los sueños… sueños son”.