58.- UN SUEÑO
CELESTIAL
He
tenido un sueño muy especial. Sucedió en la primera noche, o una de las
primeras noches sin calentura, tras una semana de mala y febril gripe.
En
realidad, fueron tres sueños en la misma noche. Todos ellos gozaban de un
realismo y una nitidez tan admirables, como nunca antes había experimentado,
enmarcados en un fluido y, en apariencia, verosímil argumento.
Del
primero, apenas recuerdo nada. El resto de la noche acabó por difuminarlo y
solo quedó en mí la vaga impresión de haber protagonizado un hermoso sueño, con
varias historias encadenadas, que acabaron en felices desenlaces.
Recuerdo
con todo detalle el segundo, en cambio. Resultó una historia la mar de
graciosa. Tanto, que me desperté riendo a carcajadas y no resistí la tentación
de interrumpir el sueño de Ángeles, mi mujer, para narrarle la historieta –a
duras y entrecortadas penas, pues las carcajadas seguían, incontenibles, tras
cada palabra que pronunciaba-, y
troncharnos de risa juntos.
Lamento
no poder reproducir este sueño aquí, pero en él se dan situaciones, diálogos y
expresiones que la gente maliciosa podría denunciar por considerarlas homófobas
e incurrir en ese terrible y extraño delito de odio y, en consecuencia, ser
“crujido” con una cuantiosa multa.
Y
es que, en estos tiempos, se puede alabar la más extraña conducta personal,
siempre que sea aceptada por la llamada “opinión pública” y la mayoría
gobernante. Están en su derecho ¡Faltaba más! Pero está rigurosamente
prohibido, y el infractor se arriesga a recibir la correspondiente
penalización, no solo denostarla, sino ni siquiera mostrar cualquier señal de
rechazo o desagrado.
Se
trata de que: yo quiero esto, y como yo lo quiero, tengo derecho a tenerlo. Y
quien se opone va contra las libertades fundamentales.de las personas y, sobre
todo, de las minorías. Ciertas minorías, claro.
Y
así, los cuantiosos “istas” que nos rodean, no contentos con vivir según sus
ideas, obligan a los disidentes a aceptarlas y a vivir según ellas,
mediante leyes ad hoc. Cierto, eso ha
ocurrido antes, en otras muchas etapas de la historia de la humanidad, pero no
parece que hayamos progresado mucho en esto.
Durante
algunos años creí que, al haber alcanzado, por consenso de todas las fuerzas
políticas, un sistema democrático de gobierno en nuestro país, esas poco
deseables prácticas totalitarias quedarían muertas y enterradas para siempre
Error.
Simplemente, han cambiado de signo. Quienes se quejaban de falta de libertades
en otros gobiernos o sistemas de gobierno, blindan sus ideas con leyes
represivas, apoyándose en el dominio sobre los medios de comunicación, los
poderes judiciales y legislativos, además de la tolerancia o indiferencia de
una importante masa de ciudadanos previamente aleccionada, adormecida y
despojada de todo referente ético.
De
este modo, poco a poco, mediante una dinámica constante, legislando a favor de
las ideas propias y penalizando las de los contrarios o disidentes, se va
llegando a la más repugnante de las dictaduras: la dictadura democrática. Ya
hay muchos ejemplos de esta triste realidad en el mundo. ¿Será también este
nuestro destino?
Por
otro lado, viene a mi memoria un reportaje que vi, no hace mucho en TV. Una
madre era entrevistada, porque su hijo de ¡cuatro años! quería ser chica. La
madre –¡cómo iba a truncar la ilusión de la criatura!- lo vestía de niña y lo
enviaba así al colegio. ¿En el colegio ponían alguna pega a esta curiosa
situación? “Que va, ninguna –contestaba la madre-, les parece muy bien, porque
me han dicho que allí no se discrimina a nadie”. Y añadía, orgullosa: “ya me
pregunta que cuándo le van a cortar la colita”.
¿Creen
que hubo alguien que se atreviera a decir: Señora, Vd. no tiene talento. Esa no
es forma de educar a un hijo? Nadie que se sepa.
Este
caso, con independencia de las cuestiones morales, sociales o políticas,
representa el más claro ejemplo de una grave falta de sentido común, en buena
parte del tejido social. Y cuando en una sociedad falta el sentido común y
campea la mala y errónea forma de razonar –basta con escuchar a cualquier
político, informador o tertuliano para comprobar las “coces” que propinan a la
lógica en sus discursos-, ocurre que, dicha sociedad, carece de remedio y de
futuro.
En
fin, que me he explayado a conciencia. Tenía enormes dedeos de soltarme la
melena en estos temas y quedarme a gusto.
Hecho
lo cual, ya va siendo hora de pasar al tercer sueño.
Advierto
que, lo que sucede en él, no tiene mucho que ver con mis convicciones
religiosas y las ideas que poseo sobre la naturaleza de Dios, su entorno y su
relación con nosotros. Pero los sueños son así: discurren por donde ellos
quieren y no por la senda que desearíamos. Otra advertencia: no voy a poner o
quitar una sílaba de lo que yo escuché en aquel sueño, pues mi papel se limitó,
en todo momento, a ser solo un espectador mudo e inmóvil, hasta el momento que
cesó la imaginada ficción y desperté.
¿Y
por qué lo publico aquí? Porque me impactó su factura, realismo y originalidad.
Pero, sobre todo, porque espero que algo haya en él, que sirva para meditar
sobre nuestro comportamiento y destino.
En
la primera imagen de mi sueño, aparece un resplandeciente Cielo, acotado en un
espacio no mayor que una habitación normal. En él se encuentra la Santísima
Trinidad, tal como suele representarse en los lienzos religiosos: el Padre, a
su derecha Jesús, el Hijo, y en medio, algo alzado, el Espíritu Santo, en forma
de una paloma difuminada por la brillante luz que emite, de igual manera que
sus dos celestiales acompañantes.
Los
Tres hablan entre ellos y comentan un suceso que tuvo lugar en la ciudad india
de Hayderabad, allá por la Edad Media.
En
el abarrotado mercado de la ciudad, un muslim mató a un hindú, porque este le
había mentado a su Dios y a su profeta de mala manera. El asesino estaba en
trance de escapar, mezclado entre la multitud de gentes que allí había.
De
inmediato, el Espíritu Santo había expresado su disgusto, ante tal acción:
-Matar
ya es, de por sí, el pecado más reprobable, pero matar en nombre de Dios no
tiene perdón. Este hombre se merece un castigo ejemplar.
El
Padre estuvo de acuerdo y, aunque el Hijo trató de abogar por el reo, por si
hubiera en él alguna señal de arrepentimiento, envió un haz de luz sobre el
muslim, de manera que quedó inmovilizado en el lugar donde se hallaba oculto
entre la gente.
De
pronto, el asesino se sintió alzado por el haz luminoso, hasta alcanzar la
altura unos setenta metros y quedar a la vista de la muchedumbre que abarrotaba
el mercado, y también de la ciudad entera, sin cesar de gritar y patalear.
Durante
unos minutos, el muslim quedó suspendido en el aire, hasta que el haz de luz desapareció
de repente, y aquel cayó, estrellándose contra el suelo. Al mismo tiempo, una
grave y potente voz se escuchó en toda la ciudad:
“Dios dice: no matarás. Blasfema
y le ofende más quien lo hace en Su Nombre. Sirva este hecho para recuerdo de
este precepto, por los siglos de los siglos”
Han transcurrido muchos siglos y, como ya he
comentado, Los tres divinos habitantes del Cielo comentan este hecho. La Tierra
ya no existe. Colapsó hace tiempo, sin que me alcance el conocimiento de si
hubo Juicio Final o no. En mi sueño aparece como una esfera fantasmal,
compuesta por algo parecido a una bruma casi traslúcida y alejada de la escena descrita.
-Poco
éxito alcanzamos con nuestro aviso –es el Espírito Santo quien inicia el
diálogo-. Los hombres no dejaron de matarse hasta el fin de sus días.
-Bueno,
eso ya lo sabíamos desde el momento de crearlos –contesta el Padre-. Los
hicimos libres de hacer el bien o el mal. Era su responsabilidad. Nosotros les
proveímos de los elementos necesarios para alcanzar el conocimiento, la
sabiduría y la felicidad. Por desgracia para ellos, los usaron para hundirse en
la degradación de las guerras, la ambición y la injusticia, con el uso de
indeseables prácticas y comportamientos, como ese repulsivo odio y malquerencia
entre hermanos.
-Pero
debemos valorar que muchos se condujeron por la senda del bien obrar –ha
intervenido el Hijo.
-Así
es –concluye el Padre- y así lo hemos considerado.
Pero
el Espíritu Santo insiste. Él ha iniciado el tema y parece dispuesto a tener la
última palabra.
-Sí,
todo eso es cierto, pero también dijimos que aquel prodigio sirviera de ejemplo
por los siglos de los siglos y no fue así. Fijaos bien en esto.
En
un instante, el Espíritu Santo hizo revivir un año de cada siglo, desde el que
se produjo la intervención divina en Hayderebad, hasta el último en el que dejó
de existir la humanidad.
-Ya
veis que éxito. No dejaron de matarse hasta el final de sus días. Y siglo tras
siglo, muchos siguieron matando en nombre de Dios. Pero de nuestro mandato y
aviso, ni rastro.
-Estamos
en lo mismo –replicó el Padre, con gesto serio-. Este mundo desaprovechó los
bienes que les ofrecimos. Es historia pasada y no hay vuelta atrás. Tengamos
confianza en que alguno de los otros mundos que persisten alcance la total
sabiduría y pueda unirse a nosotros de manera completa y en su totalidad.
En
ese momento desperté.
Estaba
maravillado y desconcertado, al mismo tiempo, ante lo insólito del tema de mi
sueño, así como por el extraordinario
realismo y nitidez con que se había producido.
Como
en el sueño anterior, desperté a Ángeles y me apresuré a relatarle todo lo que
había soñado con el mayor detalle que pude. No quería que se me olvidara.
Después,
ya no pude seguir durmiendo. Daba vueltas y más vueltas, recordando los
detalles de aquella extraña ensoñación. Y al hacerlo, varias inquietantes preguntas
acudían, obsesivas, a mi mente.
-¿Será
posible que nuestro mundo y la humanidad entera, acabe, como en el sueño, en
una simple y vulgar operación fallida?
Siempre
he sido optimista en relación con el favorable destino del hombre. La Historia
nos dice que, a pesar de que han existido tiempos oscuros de regresión, siempre
se ha sabido salir con bien de ellos y remontar en justicia, libertad y conocimiento.
Hoy
me asaltan serias dudas. Contemplo a un mundo desorientado como pocas veces en
el pasado. La preocupación por las cosas, lo material, ha inundado a la
sociedad entera, olvidando que el fundamento del progreso como mundo está en el
bien de las personas.
Mientras
se están produciendo sangrientas guerras que destrozan vidas, propiedades,
ciudades, naciones, y condenan a millones de personas a una vida miserable, al
tiempo que más millones de hombres, mujeres y niños mueren por hambre, sed o carencia
sanitaria, la sociedad en su conjunto ignora, o ve con lejanía, estas trágicas
situaciones. Su preocupación está en el clima, la huella del carbono, la
producción de bienes artesanales y sostenibles, el ahorro energético, además de
la emisión de gases y residuos, junto al uso indeseable de carburantes fósiles.
No
quito importancia a estos asuntos materiales, pero ¡por Dios! No la comparen
con aquellas terribles lacras. Estas se han de resolver mediante una total
concienciación y un profundo sentido ético, firmemente instalados en la
humanidad, mientras que aquellos solo necesitan de la ciencia y la tecnología,
para dejar de ser un problema inmediato.. Algo mucho más sencillo.
He
dicho “un problema inmediato”, porque la vocación de nuestro planeta es
colapsar y desaparecer, cuando Dios lo disponga, para los creyentes, o cuando
la natural acción de las fuerzas que rigen el Universo lo provoquen, según los
científicos.
Y
esto no tiene marcha atrás. Con ecologistas o sin ecologistas. Con huella de
carbono o sin ella. Con gases invernadero o bien envueltos de ozono.
Lo
extraño es que no se hable de esto, y que muchos científicos, al menos los que
hablan en los medios de comunicación, estén comprometidos en una cruzada de
restricciones para “salvar al planeta”.
¿Son
ciegos o prefieren cerrar los ojos?
La
Tierra morirá. Que nadie lo dude. Y lo hará pese a todas las medidas que se
tomen para evitarlo o para retrasar su fin. Nadie podrá luchar contra las
fuerzas siderales del Universo. Además, las condiciones de vida serán cada vez
más penosas, en tanto se va produciendo el inevitable óbito. Por tanto, ¿no es
más sensato y conveniente utilizar, de manera cabal, todos los recursos
naturales, al tiempo que toda la capacidad de investigación científica y
tecnológica, en lograr el bien de las personas, en su conjunto,
independientemente de las condiciones ambientales. Al obrar de este modo,
también el planeta saldría beneficiado “temporalmente”.
-Otro
asunto inquietante que se desprende de mi sueño: ¿Somos los únicos humanos o
seres inteligentes en la inmensidad del Universo?
Me
parece que la existencia de otros mundos habitados por seres inteligentes no
repugna al conocimiento científico ni a las creencias religiosas.
En
efecto, desde el punto de vista científico, no parece razonable pensar que, en
un Universo, que suponemos finito, pero que para nuestro tamaño aparece como
infinito, debido a su enorme dimensión, poblado de millones de sistemas solares
y planetas, sea nuestra Tierra el único con las condiciones necesarias para que
surja la vida inteligente.
Por
otro lado, si se contempla el aspecto religioso de la utilidad del Universo,
habría que convenir que resulta muy extraña la creación de esta compleja
inmensidad con el único objeto de que crezca un ser, llamado hombre, en un
infinitesimal rincón del Universo. Además de que, empleara para esta tarea, no
seis días como relata la Biblia, sino miles de millones de años.
Cierto,
habrá que pensar que, si el objetivo divino era la sola creación de los humanos
que habitamos la Tierra, no necesitaba de tanto tiempo ni de tanta extensión
material. Lo cual, nos hace intuir que hay algo más en el propósito divino, que
no nos hs sido revelado.
Hoy,
todavía nos vemos envueltos en innumerables misterios sobre la esencia y
funcionamiento del Universo e, incluso, de la propia materia que nos rodea y
estamos formados, pero ya disfrutamos de algunos conocimientos importantes.
Así
como sabemos que la Creación no fue hecha como relata el Génesis, tampoco el
fin de la Tierra será como se describe en el Apocalipsis.
El
colapso de nuestro planeta, con independencia de si hay Juicio Final o no, será
por muerte natural, de la forma en que mueren todos los planetas: cuando su Sol
desfallece, o antes, por causa de un cataclismo sideral.
Pero
cuando la Tierra desaparezca, este hecho, terrible para nosotros, significará
no más que una minucia para el Universo, una fútil anécdota sin la menor
transcendencia. Él seguirá funcionando durante miles de millones de años más.
¿Hasta
cuando? Nadie lo sabe.
No
es necesario insistir demasiado, para entender que este conocimiento refuerza
la hipótesis de la existencia de otros mundos similares al nuestro, tanto para
los científicos, como para los creyentes de cualquier religión.
Antes
me he mostrado algo pesimista en el futuro de nuestra especie, al analizar el
comportamiento actual de la humanidad y el anárquico rumbo que está tomando.
Pero no deseo terminar este escrito sin mostrar un atisbo de esperanza.
Pudiera
ser que, ante la ruina moral y económica que se intuye cercana, la humanidad
reaccione al verse al borde de un fatal precipicio existencial y modifique su
rumbo, dirigiendo sus pasos hacia la paz, el bien y la sabiduría. De tal
manera, que consiga descifrar los misterios que rigen la materia y el Universo
entero, hasta permitir descubrir y colonizar otros mundos, antes de que en el
nuestro las condiciones de vida sean inviables.
Para
terminar solo una palabra: ¡Ojalá!