domingo, 21 de febrero de 2021

42.- Realidad Ecológica

42.- LA REALIDAD ECOLÓGICA.

 



 

Querido lector: estoy más que convencido de que no vas a ser capaz de leer  este tratado completo. No te lo reprocho. Es un tema que empacha ¡Pero si te lo puedes encontrar hasta en la sopa de ajo! ¡Además es larguísimo! Vale, lo entiendo. Pero un consejo: No dejes de leer el final. Quizás encuentre algo que te sirva. 

 

1º.-Ha nacido una nueva religión: El Ecologismo.

 

En realidad, apareció por primera vez, de manera sencilla, sin celebraciones ni alharacas, cuando el siglo XIX finalizaba, en una humilde universidad de la pequeña ciudad prusiana de Lena. Pero es hoy cuando se manifiesta con toda su pujanza.

Año tras año, de manera lenta pero segura, ha ido ganando presencia en todo el mundo, hasta introducirse en la vida de la inmensa mayoría de sus habitantes.

Desde entonces, muy poco a poco al principio, pero de manera geométricamente progresiva más tarde, ha ido ganado adeptos, hasta invadir las mentes y voluntades de la mayoría de las personas y entidades de este planeta.

No es extraño. Posee todo lo que debe tener toda exitosa religión que se precie: Un dios, el Planeta Tierra -que, por cierto, junto al Medio Ambiente y a la Naturaleza, forman una trilogía indisoluble. Es decir, es uno y trino: un solo dios verdadero que se manifiesta en tres personas distintas.

Tuvo y tiene sus apóstoles propagandistas: Earth Action, Amigos de la Tierra, WWF, Árboles sin Fronteras, BirdLife, Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, etc. Pero el más impulsivo, notorio y espectacular, que constituyó la punta de lanza, la verdadera vanguardia del movimiento ecologista, fue y es Greenpeace.

Esta organización, nacida en Vancouver, en 1971, tras un concierto pacifista, organizado por activistas norteamericanos, reunió en sus filas a jóvenes idealistas, con pocas ganas de un trabajo estable y reglado, y muchas más de aventuras, viajes, vida libre y románticas ansias de salvar al planeta, que las infames, egoístas y predadoras industrias estaban asesinando, movidas por la codicia de obtener un cuantioso e injusto beneficio.

Esta religión dispone de un amplio santoral, formado por políticos, artistas e intelectuales, en el que destaca una santita, la niña -ya no tan niña- Greta Thunberg, que es paseada por todo el mundo a fin de enternecer los corazones más duros y alejados de su fe.

No faltan en su ideario dogmas y mandamientos. ¿Cuáles?: Son ya del dominio público universal. Me basta ahora con presentar su primer y principal precepto: Amarás a tu planeta con todas tus fuerzas y a todos sus animales y plantas como a ti mismo.

2º.- ¿Es esto malo?

 

¡Qué va!. Me parece fantástico. Cada cual es dueño de creer en lo que mejor le parezca y vivir de la manera que más bien se le antoje. Sin embargo, noto que estos feligreses no están dispuestos a concederme un trato recíproco. Quieren, a toda costa, que viva como ellos. Y eso me encorajina y me cría muy mala sangre.

¡Caray! ¡Qué yo no me meto con nadie! ¿Por qué no me dejan vivir como a  mí me apetezca?

Que no consuma carne, huevos ni según que pescados, productos de la bárbara explotación de los animales domésticos. Que compre las verduras y frutas a agricultores de "proximidad" con cultivos "sostenibles", "responsables", "cuidadosos con el medio ambiente" y, en fin, ecológicos. Que no vaya a los toros, al circo con animales o a los zoos. Que mande a la chatarra a mi coche diesel y use transporte público, bici, patinete o esos diabólicos instrumentos de una rueda. Que ahorre agua, gas, electricidad, calefacción o aire acondicionado. Que me las apañe para vivir sin producir residuos. Que trate de vivir en armonía con nuestra madre Tierra. Que cambie mi alienado estilo moderno de vida, consumista y derrochador de bienes. Que de ninguna manera use el plástico -vaya, ya apareció la bicha-, sobre todo, esas criminales bolsas y botellas que inundan los mares y perturban la vida marina. Que vista con tejidos naturales, reciclables y, a poder ser, de segundo uso. Que recicle.

Creo que se queda en mi tintero unas cuantas normas más sobre el comportamiento del buen, respetable, progresista y comprometido ciudadano.

Seguro.

He leído que todas las desdichas que asolan nuestro mundo en la actualidad, hambrunas, pandemias, cambio climático o catástrofes naturales, tienen su origen en el incumplimiento de dichas normas.

Leo, además, que los actuales modos de vida atentan contra la biodiversidad del planeta y provocan la desaparición de muchas especies, con la consiguiente pérdida de alimentos, medicinas y herencia genética.

El derroche de agua -dicen en el mismo escrito- dedicada a la agricultura e industria es responsable de la escasez que provoca la muerte de 4.500 niños diarios.

Hace unos días escuché a un científico anunciar, alarmado, que han hallando peces con malformaciones, debidas a las medicinas que, al eliminarlos por la orina, acaban en los ríos y mares. Reclamaba medidas urgentes para evitarlo.

Al oír eso, sentí erizarse los pocos cabellos que me quedan y se ponían tiesos como los pinchos de una cama de faquir. ¡Madre mía, pensé! ¡Qué nos irán a prohibir ahora, tomar medicamentos o mear!

Otro comentó, aun más alarmado, que se estaban hallando micro partículas de plásticos en vísceras de animales y personas. Menos mal, me dije, estos son bastante inertes y no así los fosfatos, cloruros, nitratos, carbonatos, amonio, calcio, flúor, magnesio, arsénico, plomo, zinc y algún que otro germen patógeno que, en mayor o menor medida, tragamos con el agua potable.

Otro científico de alto rango me cuenta en TVE que el crecimiento vertiginoso de población del planeta está amenazando su capacidad para alimentarla.

¡Cielos, esto va de mal en peor! Veo a los gobiernos del Mundo entero, compitiendo para ser los primeros en promulgar leyes que apliquen, a mansalva y "a tuti plen", la eutanasia a la mayoría de vegetes -como yo-, y el capado de la mitad -por lo menos- de los jóvenes con capacidad de engendrar.

¿Qué nos está pasando? ¿Nos estamos volviendo locos? Tal vez, pero seguro y con mucha mayor certeza, tontos de capirote.

¿Amar a la Naturaleza? No puedo. Lo siento.

Puedo admirarla al extasiarme ante un bello paisaje, como el de un, fresco, plateado y saltarín curso de un arroyo de montaña; un bosque policromado por el otoño; unas lejanas cumbres blanqueadas por la nieve, recortándose en un cielo limpio y azul; el mágico espectáculo del sol del atardecer, al ocultarse tras un mar calmado de ligeras crestas enrojecidas; del vuelo majestuoso o grácil de tantas variadas aves; o de las elegantes y sutiles habilidades de algunos animales silvestres. Y puedo maravillarme con otros muchos dotes de la Naturaleza. Pero amarle...ni hablar.

Porque no puedo olvidar que esa adorada y amada "Madre Naturaleza" mata. Y mata mucho. Y lo hace sin piedad. sin distinguir entre hombres, mujeres o niños, ni ricos o pobres. Es más, mata muchos más pobres que ricos. Por eso, nunca podré llamarle "madre". Madre es quien te da la vida, no quien la quita al menor descuido.

¿Se puede ignorar que si le dejan a uno solo en el 80% de la Tierra, esa "madre naturaleza" te mata?

Por si fuera poco, ciclones, terremotos, terribles sequías, riadas, asfixiantes olas de calor, erupciones volcánicas, tsunamis, riadas, inundaciones, junto a enfermedades ambientales, dañinas pandemias y otros muchos más peligros, asolan el planeta y atacan con saña a su población año tras año.

Pero sus devotos feligreses, erre que erre, señalan las causas de estas calamidades y las denuncian con vigor, audacia y determinación. No tienen dudas: nuestro alocado y consumista sistema de vida, derrochador de recursos naturales y energéticos, junto a la depredadora acción de la industria, la agricultura y ganadería intensivas, que anteponen sus depredadores beneficios al cuidado de la Naturaleza, promueven el aumento de los residuos dañinos, además del calentamiento global y, con ellos, la degradación del medio ambiente y el deterioro de la biodiversidad.

Siento como si la mayoría de estos chicos, que jamás han dado palo al agua y han crecido sin faltarles nada, quisieran tomarme el pelo.

¡Derrochador sistema de vida! ¿Ya han preguntado a los 820 millones de personas que pasan hambre en el mundo? ¿Quizás a los más de 2.000 millones que se enfrentan a una amenaza inmediata de sufrir pobreza extrema? ¿A los 270 millones de jóvenes sin trabajo? ¿Y a los más de 3.000 millones de menores de edad que carecen de casi todo?

Aquí mismo, en España, un país occidental y desarrollado, mal viven 3,5 millones de parados, 2,6 millones de pobres de solemnidad, 10 millones de pensionistas con lo justo y 13 millones en riesgo de pobreza, según las últimas estimaciones.

¡Hala, preguntad a estos! ¡A ver qué os dicen! ¡Pero en qué mundo viven o han vivido estos chicos! ¡Qué fácil es predicar mesura, cuando se tiene de todo al alcance de la mano! 

3º.- Una vida sin plásticos

 

Atención: La máxima aspiración de estos feligreses es la de alcanzar una vida sin plásticos, con energías renovables y uso y consumo de productos eco y bío, con alta preferencia de alimentación vegana o similar.

Pues mira por donde, yo, como muchos otros de mi edad, he tenido que vivir una infancia y una gran parte de mi juventud sin plásticos. Y esa vida, oigan: se la regalo a Vds. Enterita.

Era época de sabayones en las manos, "tomates" en los calcetines y media suelas en los zapatos, a poco de ser estrenados. Yo, que estudiaba fuera de casa, tuve que aprender a zurcir unos y a reparar, con plantillas de cartón, los agujeros de las suelas en los otros, pues nunca conseguí hacer durar a ambos un curso entero.

Las mujeres de mi casa debían usar gran parte del día en "coger puntos" en las medias, para cerrar las temidas "carreras" que se formaban en ellas con apenas tocarlas.

Si se deseaba mantener impecable la raya del pantalón era forzoso proceder a un planchado casi cada día. En mi caso, esto no era posible. Debía recurrir a colocar el pantalón "de diario" bajo el colchón cada noche. Y puestos a hablar de apuros, citaré los sufrimientos que debíamos soportar para mantener los cuellos y puños de las camisas tiesos y presentables.

Los impermeables eran caras, rígidas y pesadas prendas de hule, más molestas de llevar que el mismo húmedo rigor del que se quería preservar, lo mismo que las célebres katiuskas usadas por las mujeres.

De pronto, sin entender bien cómo y por qué, hizo su aparición el plástico. Y como si un poderoso mago hubiera extendido un potente conjuro sobre la tierra, todos estos inconvenientes cesaron misteriosamente.

De repente, nada se comportaba de igual manera. Todo, tejidos, prendas y enseres, alargaron su vida y su prestancia hasta límites inconcebibles para entonces. Habíamos entrado en una nueva era: La era del hoy tan denostado plástico, pero que en aquel tiempo fue recibido como un auténtico "maná" del desierto.

Este maravilloso producto -¿se nota demasiado que estoy enamorado hasta las cachas de él?-, entró a formar parte de nuestra vida para mejorarla. 

Pronto las botellas dejaron de estar fabricadas con vidrio y sustituidas por plástico. Claro, eran prácticas y baratas. Se moldeaban con la décima parte de energía necesaria para fabricar las de vidrio. Y no se rompían.

Los automóviles incorporaron gran cantidad de piezas de material plástico, reduciendo notablemente su peso y ahorrando, por este causa, hasta un 35 % de carburante fósil.

Lo mismo ocurrió en la mayoría de maquinas y aparatos industriales y domésticos, con notable reducción de sus costos ya que, de nuevo, las piezas de plástico necesitaban mucha menos energía para su fabricación que las costosas partes de hierro o acero.

Los alimentos pudieron ser protegidos con eficacia y bajo costo de suciedad, polvo, insectos y otros  agentes contaminantes y bacterianos, mejorando la higiene de la venta "a granel"

Láminas o películas de plástico, mejoraban el empaquetado mediante aparatos de vacío, alargando la vida de muchos productos perecederos.

Irrumpieron con fuerza las bolsas de plástico -las odiadas, malditas, dañinas y endemoniadas bolsas de plástico- reemplazando, con ventaja y costo casi nulo a las de papel. Solo por esto, unido al empleo de laminados plásticos en los muebles de bajo costo, deberían adorar al plástico los ecologistas. Pero para ello necesitarían desechar los tópicos y razonar un poquito. Tal vez así, se darían cuenta de la incalculable cantidad de arboles que han salvado de su segura tala.

También los animalistas deberían agradecer a este admirable producto que haya desplazado al cuero y pieles de animales en bolsos, prendas de lujo, abrigos y guarniciones, con ventaja de costo y, en muchos casos, con mejora de aspecto y duración.

Pero las botellas y bolsas de plástico, me dirán, acaban en el mar y producen un daño irreparable en la flora y fauna marina y, por tanto, es necesario y urgente prohibir su fabricación y uso, como único remedio para frenar este tremendo impacto medioambiental.

Sí, cierto, pero estrújense las meninges, por favor, aunque solo sea por un momento: Hoy, debido a una terrible pandemia, se están fabricando millones de mascarillas y guantes preventivos, a fin de evitar muchos fatales contagios. Ya se están viendo algunos de estos productos abandonados por calles y plazas. Sin duda, acabarán en el mar. Usando el argumento del párrafo anterior: ¿Habría que prohibir su fabricación y uso, para evitar dicho mal? Absurdo ¿no? Pues eso.

 

4º.- El derroche energético y exceso de consumo.

 

¿Y qué decir del derroche energético? Mucho. Cuando yo era niño, en mi casa se ahorraba solo en luz eléctrica. Era obvio, no teníamos ningún otro elemento de consumo eléctrico. Se cocinaba con cocina de carbón y leña. Una estufilla, con idéntico combustible, caldeaba la sala de estar. Las demás estancias estaban heladas  y las sábanas "mordían" al acostarme. De hecho, conocí la calefacción central dos años después de casarme.

Crecí y fui a estudiar a Valladolid. Si en Huesca hacía frio, el clima de Pucela lo superaba. Para colmo, vivía en una planta baja, también desprovista de calefacción. Una idea del frío que hacía allí: Durante el invierno dormía con dos mantas dobladas y otra más encima haciendo "petaca". Además colocaba encima de todo mi grueso abrigo. A pesar de esa montaña textil protectora, había días en los que me acostaba con los pies fríos y no conseguía calentarlos durante toda la noche, Aquí ya teníamos bañera y ducha, aunque sin agua caliente. Imagine el lector la tortura.

Y ahora, me dicen que debo ahorrar en calefacción y electricidad, "para salvar al planeta". Pues no. No cuenten conmigo. Me he ganado el derecho de vivir mi vejez con un mínimo de confort y comodidad.

También viví una época de intenso ahorro energético en el pueblo de mi abuela, durante mi infancia. De nuevo regalo esa vida para quien la desee.

No es para menos. Allí, a pesar de que el pueblo se hallaba a unos 12 km de la capital, no había suministro eléctrico, agua corriente, ni alcantarillado.

No había aparatos de radio y televisión, frigoríficos, lavadoras, friega platos, luz eléctrica, calefacción, aire acondicionado, microondas, teléfono, duchas, váteres, etc. Y dudo que la imaginación de aquellas admirables gentes permitiera adivinar su futura existencia.

No existían productos químicos. El jabón se fabricaba en casa con aceite viejo. Tampoco papel higiénico. Por no haber, no había ni medicinas. Alguien las tomaría, seguro, pero yo no vi hacerlo a nadie.

La iluminación se resolvía con candiles de aceite usado, mientras que para calentar y cocinar se tenía el hogar. Este funcionaba con aliagas y leña del desbroce y limpieza del monte comunal, junto a los sarmientos resultantes de la poda de las viñas. Estos era los únicos elementos energéticos que se consumían.

Nadie disponía de vehículos, que no fueran carros, galeras o tartanas movidos por tracción animal. Ni tan siquiera tractores. Unos pocos labradores privilegiados poseían máquinas segadoras, arrastradas por yuntas, y alguna aventadora, que trabajaba a brazo, dándole continuas vueltas a un manubrio lateral, mientras el sol de agosto tostaba sus encorvadas espaldas.

Lavaban la ropa en el río y debían proveerse de agua en la fuente, ambos alejados del pueblo.

Lo que no faltaba eran millones de moscas. Eso de día, porque al llegar la noche aparecían otros tantos mosquitos intentando chupar la sangre de los descuidados a picotazos limpio. Un extenso catálogo de otros bichos: tábanos, moscardones, avispas, arañas, chinches y piojos...se turnaban en su afán taladradora.

La mayor parte de las labores del campo exigían un  duro trabajo, desde antes de salir el sol hasta mucho después de ocultarse. Igual que las mujeres, dedicadas al cuidado de la casa, de los animales domésticos y algunos otros trabajos auxiliares del campo.

Este penoso y sufrido trabajo, siempre al rigor del clima, ocasionaba una vejez prematura en hombres y mujeres, y graves secuelas óseas por el frecuente uso de la azada y el trasiego de pesados fardos a hombros.

Confieso que ha quedado muy corta la descripción de los agobios ocasionados en esa "idílica" vida campesina de otros tiempos, en pleno contacto e inmersión con la Naturaleza,  por la que muchos de los feligreses ecologistas dicen añorar.

No saben lo que dicen. Hoy los agricultores viven mucho mejor, claro, y a la mayoría no se distingue su profesión, como antes, nada más verlos. Y es una gozada vivir en el campo. Pero esta inmensa mejoría no se debe a ningún precepto de la doctrina promulgada por la fe ecologista, sino a la tecnología que ellos aborrecen. Nadie puede prescindir de ella, salvo que se tenga el peregrino capricho de retroceder casi un siglo y querer vivirla con la misma dureza como describo.

Se me dirá que a pesar de todas las carencias, eran  felices con esa vida. ¡Claro, no  conocían otra!

Bueno, concedo que algunos sí éramos felices. Yo, por ejemplo, que iba en vacaciones, tenía toda la libertad del mundo y no necesitaba sudarla. Otros también, porque la felicidad es un asunto subjetivo y hay quien sabe hallarla por más aprietos que la vida les ofrezca.

Lo cierto, lo único cierto, palpable e innegable es que hoy se vive más y mejor, tanto en el campo como en la ciudad. Al menos, aquellos que tienen la suerte de vivir en los países desarrollados e industrializados. Se diga lo que se diga, y a pesar de todos los problemas que la industria y la tecnología nos puedan dar.

Sobre este asunto tengo que hacer una seria advertencia:

Desde hace un tiempo, se está dando un curioso fenómeno en muchos países desarrollados. También afecta al nuestro, aunque, parece ser, todavía en menor medida o escala, aunque algo más cutre que aquellos.

Se trata de la proliferación de un peculiar tipo de granja ecológica, sostenible y respetuosa con la Naturaleza y el medio ambiente, etc., etc. Por lo general, están promovidas por una pareja de jóvenes llegados de la ciudad. Aprovechando el abandono generalizado de las pequeñas aldeas, se hacen con alguna granja, alquería, cigarral, torre o casa grande de pueblo, con algún terreno, por casi nada.

Con muy poco dinero y alguna de esas extrañas e incomprensibles subvenciones oficiales, arreglan un tanto la destartalada finca, se hacen con una vaca, tres caballos, dos cabras, tres ovejas y unas cuantas gallinas.

Al mismo tiempo, forman un huerto con lo más preciso y, en seguida, montan un impresionante reclamo -por Internet y redes sociales, claro-, sobre el deleite de la vida en el campo, disfrutándola inmersos en plena Naturaleza, al abrigo de las prisas, el estrés y la polución de la gran ciudad.

Pronto, muchos urbanitas, jóvenes la mayoría, con la cabeza calentita por tanta diaria propaganda ecológica recibida, acuden al "edén campestre", en tandas de unos quince o veinte días.

Y allí, es bien cierto, la gozan de verdad. Aprenden a ordeñan y cuidan a los animales. Trabajan cultivando a gusto el huerto e, incluso, acuden con gran ilusión al mercadillo semanal de hortalizas para vender la recolección de las diez acelgas, rábanos, cebollas, zanahorias, tomates y calabacines, junto a unas cuantas manzanas de mala pinta -pero. ojo, eso sí, ecológicas- cogidas de un par de viejos manzanos del antiguo huerto de la granja que llevan, al menos, diez años sin poda.

Regresan a la granja más contentos que unas Pascuas, ya que la gente, al reclamo de lo ecológico y "terroir" o proximidad, les quitaban el género de las manos sin preguntar el precio.

No todo es trabajo en la granja. También se programan agradables excursiones en bici, caballo o a pie por las sendas y vericuetos de los montes cercanos.

No faltan amenas charlas, al rededor de fogatas nocturnas, dirigidas y animadas por la incontenible verborrea naturalista de la pareja anfitriona, que para sí la quisieran aquellos charlatanes de feria que conocimos en nuestra infancia.

De este modo, los avispados promotores consiguen una mano de obra agradecida y gratis, al tiempo que ofrecen "caca de la vaca" por alimento típico del lugar y un rústico alojamiento, al precio de caviar y hotel de cuatro estrellas.

No todas son así, cierto, pero mírenselo bien antes de caer en uno de estas engañifas.

 

5º.- El derroche alimentario.

   

Otro tema me viene a la memoria: el derroche alimentario: He leído un artículo en el que se afirmaba que con los desechos alimenticios de los llamados "países ricos" se podría evitar el hambre en todo un continente como África. Creo que es mucho decir. Es posible que en restaurantes o supermercados se produzcan mermas de productos perecederos, pero hasta donde yo sé, hay muchos que están en contacto regular con bancos de alimentos para transferírselos.

Quizás en residencias de gente rica se produzca ese fenómeno de derroche alimentario, pero en mi casa y en la de miles de millones de habitantes solo se tira aquello que es estrictamente incomestibles o de imposible uso.

Esta es, dicen, una sociedad de consumo, influida por los reclamos comerciales que obligan a las gentes a adoptar hábitos de usar y tirar o a cambiar de modelo por otro más moderno, antes de finalizar su vida útil. Pues no, no todos somos borregos que nos dejamos llevar por los anuncios en TV u otro tipo de señuelo.

6º.- Los animalistas.

 

Lo repetiré hasta aburrir: Cada cual es muy dueño de orientar su vida como mejor crea o sienta. Nunca la criticaré y mucho menos se me ocurrirá promover acción alguna en su contra, salvo que atente contra la de otros.

Lo que me molesta, aún más que la picadura de un tábano en la parte más sensible de mi anatomía, es que estos "istas", como la mayoría de los "istas", no se conforman con serlo y organizan actos de protesta, al tiempo que presionan a instituciones y gobiernos para que legislen normas que me obliguen a comportarme y a vivir como ellos quieren. Lo digo y lo diré mil veces si es preciso: ¡No hay derecho!.

Pero como yo soy optimista, además de ingenuo y bastante cándido, voy a proponer algunas ideas al objeto de hacer pensar, solo una pizca, a estos muchachos.

Está clara mi candorosa naturaleza, al pensar que alguno de ellos va a leer estas líneas. En fin, allá van:

1º.- Es preciso saber, o recordar, que la especie humana no hubiera podido sobrevivir si, en un tiempo concreto de bastantes siglos de duración, hubieran practicado la dieta vegana. No había otro alimento más que el proveniente del reino animal. Hoy mismo, existen amplias zonas del planeta en las que, sin pesca o caza, sus habitantes morirían de hambre.

2º.- Supongo que los veganos y vegetarianos están convencidos de que su práctica es digna y beneficiosa para la humanidad y su entorno. No es para tanto. Quizás ignoran que las plantas, integrantes del reino vegetal, son seres vivos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Mientras las devoran, olvidan que han muerto para servir de alimento, como cualquier otro ser vivo. Están comiendo "cadáveres", con el agravante de que estos sí que no pueden defenderse o huir. Su dificultar para comunicarse o reaccionar a estímulos externos, no es razón para considerarlas "cosas sin vida" carentes de sus propios atributos vitales.

3º.- ¿Han pensado qué sucedería en nuestro mundo si todos sus habitantes fuesen veganos? ¿Cómo se alimentarían más de 7 mil millones de gentes con solo productos agrícolas? Hoy día, el 80% del agua disponible se dedica a la agricultura. ¿Cuánta más se necesitaría para cumplir esa necesidad? ¿Cuántos bosques deberían talarse para disponer del preciso terreno cultivable? Y olvídense de los cultivos "de proximidad, artesanales, sostenibles, biológicos, etc.": sin duda, deberían ser todos superintensivos. ¡Un horror!

Una anotación dedicada a los jóvenes que no han estudiado filosofía y el apartado que trata de la  lógica:

¿Cómo saber cuando algo es intrínsecamente bueno? Muy fácil: consiste en elevar su consumo, uso o creencia a su máxima dimensión. Si mantiene su bondad, ese algo es bueno de verdad. Pero en la mayoría de los casos, solo hay bondades relativas.

Es decir, en ese ente puede existir bondad pero en o con determinadas condiciones. Se obtendrá una acción razonable si se sabe identificar y tratar de manera adecuada las condiciones que limitan a ese bien.

4º.- Hay algo que me sorprende de los animalistas: el poco afecto que demuestran conceder a los animales herbívoros monteses y el amor y el esmerado trabajo que despliegan en la conservación de la fauna salvaje.

Les impresiona poco o nada cómo leones, tigres, panteras, leopardos, pumas, chacales, hienas, licaones o caimanes atacan y despedazan en vivo a gacelas, antílopes, impalas, oryx, alcéfalos, cebras, ñues o búfalos y a sus crías. Aquí mismo, en Europa, lobos y osos atacan a toda clase de animales herbívoros, incluido el ganado. Pues si hay que elegir, yo apuesto por salvar a estos últimos y me importa menos que nada que aquellas fieras salvajes se extingan. 

Con seguridad, ningún animalista ha tenido la ocasión de ver el resultado del ataque de una manada de lobos a un rebaño de ovejas. Yo sí, y aseguro que es una visión terrible, que no deseo describir. ¿Qué tienen derecho a alimentarse? No sé, pero ¿es razonable que el lobo pueda comer cordero y yo no?

¡Claro que hay que tratar bien a los animales! Y evitarles sufrimientos. No como en fiestas patronales, celebrando animaladas justificadas por la tradición.

De la fiesta de los toros no quiero hablar. Hay demasiada controversia. Pero me parece que se explica al encarnar la memoria de la noble y ancestral lucha del hombre contra la fiera, desde el principio de los tiempos.  

 

7º.- Los residuos.

 

Se dice, que la vida moderna produce tal cantidad de residuos que pronto inundarán el planeta en tierra y mar, dañando el necesario equilibrio del medio ambiente hasta colapsar, debido a la creciente polución, la vida de las especies naturales e, incluso, la de la especie humana.

Sí, es cierto, la vida moderna genera muchísimos más residuos que antes. Pero es que antes -puedo hablar de los años 40 y 50 del pasado siglo-, tras décadas de terribles y destructoras guerras por todo el mundo, apenas había residuos porque escaseaba de todo. Había que espabilarse para consumir hasta la última menudencia del escaso alimento, reutilizar prendas, bienes y enseres y prolongar sus vidas tanto como se pudiera.

Por fortuna, ahora hay muchísimas cosas que no escasean o no se conocían entonces. Cuidado con generalizar, Porque hoy, también hay otros muchos  países donde se carece de todo.

Pero la cantidad de residuos, por sí mismos, no son el problema. El verdadero trastorno lo generan aquellos "guarros" que arrojan plásticos y demás desperdicios en calles, montes y ríos, además de los gobiernos que no se han preocupado en frenar estos desmanes y, sobre todo, que han eludido, durante años, su responsabilidad de realizar la importante, masiva y necesaria inversión para recoger y reciclar tantos residuos como campan abandonados o en infames vertederos. Nunca he oído clamar contra unos y otros. ¿La culpa? se da a quien no la tiene, pues que yo sepa, las botellas y bolsas de plástico no tienen pies para irse a bañar al mar.

Y más pronto que tarde, los sabios del ecologismo han encontrado la solución definitiva: prohibir las bolsas de plástico. ¡Bravo por exprimirse las meninges con tan buen resultado!  Algunos gobiernos, basculando entre lo posible y el pastoreo de votos, han hallado otra inteligente solución: obligar al pago de 2 ó 4 céntimos de euro -según tamaño-, a fin de frenar su consumo.

¡Pero hay alguna cabeza con más de una neurona en su sitio que crea que esa cantidad puede disuadir a alguien de usarlas.

Miren, señores de una u otra especie, piensen lo que quieran, pero si no existieran los plástico tendríamos que inventarlos para poder progresar y vivir mejor.

8º.- El calentamiento global.

 O por decirlo de otro modo: "el cambio climático"

Da la impresión de que, en la actualidad, el tan traído y llevado cambio climático ha sido descubierto por los más agudos miembros del ecologismo. De nuevo, no. Nuestro planeta está sometido a un continuo cambio climático desde el primer día que giró en el Universo.

Ejemplo. Que se sepa, han existido, al menos, cuatro edades glaciales. La primera hace unos dos mil millones de años y la última alrededor de ochenta. En la actualidad, nos encontramos en un período interglacial que está durando unos diez mil años, al decir de algunas teorías científicas, en el que nuestro planeta está sometido a un constante y progresivo calentamiento.

He tenido la oportunidad de conocer muchos lugares de la zona central de la cordillera pirenaica y en ella se pueden identificar numerosos cauces de antiguos heleros o glaciales, convertidos, desde hace siglos, en verdeantes valles.

Mi abuela materna me relató, en una de esas deliciosas charlas de abuela a nieto, que ella había conocido, a través de la suya, que en Valladolid el Pisuerga se helaba durante el invierno, de tal manera, que carretas de bueyes, bien cargadas, cruzaban el río sobre la gruesa capa de hielo, sin problema.

Quiere decirse que este asunto no es de hoy: viene de mucho más lejos de lo que representa nuestra micro presencia en la Tierra y, por ende, en el Universo.

Es evidente, que la acción del hombre puede empeorar o mejorar las condiciones ambientales de su propio medio vital. Nuestros vestidos, alimentos, viviendas, transportes, manufacturas y otras muchas necesidades esenciales para nuestra vida, representan una indudable e innegable influencia sobre aquella.

Sin embargo, la afirmación de que el hombre puede acabar con el planeta es un tanto pretenciosa. Es ignorar o menospreciar la enorme fuerza de la Naturaleza y supone una arrogante sobredimensión humana de su propio poder.

El planeta Tierra ha sufrido, en numerosas ocasiones, terribles convulsiones que han arrasado la vida sobre él. Perecieron la mayoría de las especies animales y vegetales existentes en aquellos momentos, tales como los poderosos dinosaurios o las enormes zonas boscosas de alto y vigoroso arbolado.

Y sin embargo, el planeta logró recuperarse y la vida resurgió sobre él, con mayor variedad y pujanza que antes de sufrir el anterior cataclismo.

Cuando oigo decir "nos estamos cargando el planeta" o "salvemos al planeta", eslogan bajo el que he visto salir a los niños de los colegios en manifestación inducida por los mayores, claro, me resulta chocante: no saben lo que dicen.

Lo único que los humanos pueden echar a perder son sus propias condiciones naturales de vida, hasta hacer sucumbir a la humanidad entera, si no son capaces de ordenar su actividad de forma correcta.

Sí, es cierto, el planeta Tierra sucumbirá, pero no será el hombre quien cause su fin. Este se producirá cuando las poderosas leyes del Universo lo resuelvan. O cuando Dios -quizás a través de esas leyes creadas por Él-  disponga, como aseguran sus creyentes.

Según la teoría de los científicos más relevantes, nuestro planeta desaparecerá dentro de unos cuatro mil quinientos millones de años, cuando el Sol, tras agotar el hidrógeno que usa como combustible, se convierta en una estrella gigante roja y absorba a la mayoría de los planetas que le orbitan, incluida la Tierra.

Mucho antes, las condiciones de vida se habrán deteriorado tanto, que la existencia de cualquier ser vivo se hará imposible en ella.

Está en la mano del hombre, con su buen hacer, determinar el tiempo de permanencia de la humanidad en el Universo, antes de su desaparición definitiva.

Pero, ¿Qué puede hacer el ser humano para alargar su existencia tanto como sea posible?

FINAL Y CONCLUSIONES

 

Me he extendido más de lo previsto al comentar la realidad ecológica y sus implicaciones en la vida de las personas. Seguro que he aburrido a más de un lector. Es natural. El tema presenta tantas facetas polémicas, o cuando menos discutibles, que acaban por formar un confuso entrelazado o dédalo de ideas, donde  el bien se oculta y pierde entre medias o enteras verdades, ilusiones, utopías, falsedades o intereses personales lícitos y también inconfesables.

Porque veamos: ¿Quién puede no estar de acuerdo en mantener los ríos, mares, tierras o la misma atmósfera limpios de residuos contaminantes? ¿Quién puede oponerse a la conservación de las especies animales, los bosques tropicales o las regiones vírgenes del planeta?

Nadie, en verdad. Pero cuidado, las acciones para evitar esos daños pueden aportar daños indeseables.

En efecto. El proponer, fomentar o realizar acciones encaminadas a evitar los daños apuntados es loable y útil, pero la forma de realizarlas no es indiferente y constituye la clave del éxito o fracaso del propósito.

Porque, al ser un empeño mundial o planetario, su fracaso puede ocasionar resultados catastróficos para la humanidad.

¿Cuál es el problema? No solo hay uno, Existen, entre otros, dos inconvenientes fundamentales para un recto ejercicio del empeño ecológico.

En primer lugar, dichas acciones no se pueden realizar a "toda costa". No es posible, si se quiere preservar los derechos, el bienestar o la libertad de elección de forma de vida de cientos de millones de personas. No es posible aceptar el supremo dogma de esta nueva religión, por el que la humanidad debe realizar cualquier sacrificio, renunciando, si es preciso, a la calidad de vida lograda en los países industrializados, o el intento de otros a alcanzarla, en bien de la "divina" Naturaleza. Y, esto es lo peor, el pertinaz propósito de presionar a los gobiernos para promulgar leyes que obliguen a los ciudadanos a realizarlos. Con esta tenaz y perseverante tendencia, a la instalación de una dictadura ecológica solo le falta un minúsculo paso.

 Por otro lado, es necesario advertir algo básico: Para realizar con éxito cualquier acción beneficiosa, es preciso identificar con absoluta precisión, tanto el objetivo final, como las consecuencias reales, positivas o negativas, ocasionadas al obtenerlo.

He aquí el quid del asunto: El punto de mira de los feligreses ecológicos está desviado.

En efecto, apunta donde no debe. Al menos no al objetivo fundamental.

¿Cuál es este objetivo? No debe haber ninguna duda en la respuesta: El bien de la humanidad.

En seguida van a rebatir mi anterior afirmación con este alegato: Todos los esfuerzos que hagamos para la protección de la Naturaleza, revertirá en el bien de la humanidad.

Pero yo apuesto por este otro: Solo aquello que es bueno para la humanidad puede aplicarse en bien de la Naturaleza.

No tengo la menor duda. Llegará el día en el que esta hermosa Naturaleza perderá su belleza, mostrará su potencia destructora y acabará con toda la humanidad. Con Juicio Final o sin él. Será un final inevitable, provocado por el inmenso poder de las leyes que rigen el devenir del Universo. Nadie escapará a los terribles cataclismos que nos esperan.

Todos los geólogos y astrónomos lo saben, pero el mensaje que recibe el ciudadano es este icónico eslogan: ¡Salvemos al Planeta! Inútil, no se puede luchar contra lo inevitable.

Puede ser un final agónico, mediante un lento y progresivo calentamiento global. O, tal vez, una cadena de catástrofes siderales y geológicos que vayan deteriorando las condiciones de vida del planeta hasta hacerla imposible.

¿Y cuánto tiempo de vida le resta a la humanidad? Esto nadie lo conoce. Los astrónomos cuentan con una aproximación de cuándo desaparecerá la Tierra, pero no disponen de respuesta alguna para aquella pregunta.

¡Claro que hay que evitar ensuciar el planeta y su atmósfera! Es una vergüenza para el ser humano que existan mares y tierras tan polucionados; que se mantengan esos infames vertederos que asquean; o ríos que discurren tristes, con el limpio y brillante colorido recibido en las montañas, trocado en sucio y emponzoñado caldo de residuos y bacterias.

Y, por favor, que nadie eche la culpa a los plásticos, los fertilizantes o insecticidas químicos y a desechos industriales u orgánicos. Es el hombre el causante de todos aquellos desmanes, además de los gobiernos que lo han permitido y siguen permitiéndolo. No se busquen excusas ni otras responsabilidades.

Tampoco prohibir a troche y moche resuelve el problema. Reprimir el exceso sí, pero cuidando en no crear más  inconvenientes que ventajas. Porque todo se puede reciclar, sustituir con ventaja, filtrar o potabilizar. Solo se necesita la voluntad generalizada de hacerlo, ya que la investigación junto a la tecnología son capaces de paliar, e incluso, evitar los trastornos ocasionados por cualquier actividad humana, ya sea industrial o agrícola.

Pero todo esto es algo elemental que debería darse por supuesto, pero no la clave del asunto. El punto fundamental para el bienestar de la humanidad es otro.

Porque si vergonzosos son los excesos cometidos por el hombre con el medio ambiente, mucho más cruel, ignominioso, intolerable y punible es la existencia desdeñada de cientos de millones de seres humanos azotados por la enfermedad, el hambre, la sed y la carencia de todo bien.

Este es el verdadero quid de la cuestión.

Y, sin embargo, poco o casi nada se hace para remediarlo. El cambio climático, la protección del lobo ibérico, la lechuza pintada o el lagarto azulado pueden ocasionar la alarma de gran parte de la sociedad ante su declive. Y generar ríos de tinta en los diarios de medio mundo, pero ni una palabra sobre el sufrimiento diario de infinidad de personas en los cinco continentes.

Solo algunas organizaciones religiosas y oenegés se ocupan de trabajar en su favor, pero el problema es tan inmenso que su esfuerzo representa poco más que una gota de agua en el océano. Y sus angustiosos mensajes de ayuda o denuncia de esta injusta situación acaban siendo palabras que se pierden, olvidadas, en el más extenso y lejano de los  desiertos.

En definitiva, es necesario emprender una ofensiva universal en favor de la humanidad. El Hombre antes que la Naturaleza y no al revés. El mundo debe tomar conciencia de que su mayor permanencia en ella, con un cierto bienestar, pasa por asumir esta máxima.

Porque conforme el planeta vaya declinando hasta desaparecer, y con él la humanidad entera, más y más  necesaria se hará dicha condición.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, decían en mi pueblo. ¿Qué será preciso realizar para obtener el inmenso logro de un bienestar permanente y universal de la humanidad?

Esto parece una utopía inalcanzable, pero no lo es. Todo es posible si se tiene la voluntad de alcanzar cualquier propósito. El hecho cierto de que jamás se haya conseguido no es excusa. El dicho de que "siempre hubo pobres y ricos" debe ser despreciado y olvidado.

Por tanto, el principal escollo a salvar para iniciar, tan solo, aquel fundamental e imprescindible proceso de protección a la humanidad, a largo plazo, es la falta de percepción, en la sociedad entera, de la naturaleza y gravedad del problema. Y en consecuencia, la falta de voluntad generalizada de resolverlo.

Sería preciso promover una reivindicación mundial de la misma manera, y aun mayor, de la que ha llevado a la ecología hasta la primera línea de presencia en las mentes y programas de ciudadanos, organizaciones y gobiernos.

Y una vez logrado esto -¡no he dicho nada!- ¿qué caminos habría que tomar para conseguir ese pretendido bienestar duradero y mundial?

Varios. Todos ellos elementales si se piensa bien.

Si algo escasea, a la dificultad propia de su carencia para adquirirlo, hay que añadir el hecho de que  su precio aumenta proporcionalmente a su escasez.

Solución: producir más. No hay otro remedio.

Si hay millones de personas que pasan hambre, significa que hay que producir más alimentos. Es evidente que esta necesidad no se puede resolver cultivando como lo hacía mi abuela en su huerto o como gestionaba su gallinero, curiosa moda actual impuesta por los ecologistas. Sería imprescindible una agricultura y ganadería intensivas. Por supuesto, evitando los problemas que estos tipos de producción pueden ocasionar. No, no hay excusas. Esto se puede hacer.

Es muy posible que, tras unos pocos siglos más adelante, se pueda hablar de productos alimenticios sintéticos, saludables y baratos.

Si hay millones de personas que carecen de agua potable y sanitaria o es muy escasa, significa que es preciso potabilizar o purificar la necesaria. Tampoco para esto hay escusa. No, en un planeta donde el agua cubre el 70% de su superficie.

¿Qué hacer para paliar las grandes sequías o las violentas lluvias tormentosas que asolan el planeta? Hoy se aplican ciertas medidas locales, encaminadas a reducir algunos de estos daños, pero, por desgracia, son escasas y muy poco efectivas, ante el tamaño tan gigantesco del problema. En realidad, esto es una asignatura pendiente para los científicos, los responsables de promover la investigación pertinente y de proveer los medios para realizarla. Tampoco es una utopía, pero se necesitarán cientos de años de estudio constante para paliar el retraso actual que padecemos en el dominio del clima.

¿Y qué decir de la energía? La de hoy es cara, contaminante o con grandes limitaciones cuantitativas de producción, hasta el punto de que los gobiernos están comprometidos en programas coactivos de ahorro energético y en la promoción de sistemas alternativos a la obtención de energía según los métodos tradicionales.

Pero la mayoría de los científicos dedicados a estas ciencias saben que las energías alternativas no van a ser suficientes, con mucho, para hacer frente a los retos de supervivencia que aguardan a la Humanidad en los siglos venideros.

Se necesitará una fuente de energía barata, limpia, segura e inagotable, al menos mientras el planeta exista. ¿Cuál? En esto no hay duda: la energía nuclear.

Alguno de mis lectores se horrorizará al leer esto. No me extraña. Ha sido tan profusa e intensa la difusión de anatemas en su contra, que es casi imposible hallar quién esté a favor de su empleo.

Pero hay que pensar un poco. La primera central nuclear, Óbninsk en la URSS, fue construida en 1954 y la primera en España, la de Zurita, en 1968. Hay que echar la vista atrás, para recordar cómo eran las máquinas, vehículos o utensilios y compararlos con los que existen hoy. No hay equiparación posible.

Eso mismo hubiera ocurrido con las centrales nucleares si se hubieran destinado los medios necesarios a paliar los efectos nocivos que aquellas primeras instalaciones presentaban. Pero no, el asunto era tabú y no daba votos. Mejor impulsar otros sistemas.

No hay vuelta de hoja: antes de finalizar el próximo milenio, la gente gozará de energía nuclear barata, limpia, segura e inagotable o no habrá gente.

El planeta Tierra desaparecerá en unos cuantos millones de años, pero la Humanidad habrá concluido su permanencia en ella mucho antes.

Y es que, la Humanidad, del mismo modo que ocurre con cada individuo, no es tan importante cuán larga es su vida, con serlo y mucho, como conseguir un grado de bienestar aceptable el tiempo que dure.

Lograr este objetivo está al alcance de la mano del hombre. Repito: solo se necesita la voluntad de hacerlo.

Porque, qué les puede importar a los millones de personas que se están muriendo de hambre, o sufren una existencia miserable, la desaparición del lobo, la cacatúa albinegra o el lagarto rayado. Pienso que por ellos, como si el planeta entero desaparece en este mismo momento. Así acabarían sus penas de una vez por todas.

Por otra parte ¿no queda esperanza alguna para que la Humanidad se salve del colapso de la Tierra? Solo una: emigrar a otro planeta habitable. Pero para eso hará falta mucha armonía y hermandad entre los hombres, mucha ciencia, mucha tecnología y quizás ni siquiera la energía nuclear sea suficiente para ese singular viaje y sea necesaria otra fuente, que llamaré sideral, hoy todavía desconocida. Un camino totalmente opuesto a la vuelta atrás que predica la nueva religión: la ecología integrista.