sábado, 14 de julio de 2018

30.- Relatos, Fábulas y Leyendas


30.- BREVES APUNTES SOBRE 40 LARGOS AÑOS DE "CURRO"


Van a cumplirse 18 años desde mi jubilación y apenas he usado minutos en recordar algo de aquella larga etapa de mi vida laboral. En ese destacado día, tuve la impresión de que una nueva puerta se abría ante mí, para conducirme a una inédita existencia, dispuesta para ser explorada. Al mismo tiempo, tras cruzarla sin mirar atrás, sentí que la cerraba para siempre a mis espaldas.
Sin embargo, hoy, una pregunta de mi nieto Javi me ha obligado a recordar algo de aquella olvidada vida.
Mi nieto Javi -quince años- parece que siente la vocación que llevó a sus padres y a sus dos abuelos a estudiar ingeniería. Él tiene pasión por las carreras de automóviles en todas sus categorías y esa enorme afición por el deporte de las cuatro veloces ruedas le ha proporcionado un dominio y unos conocimientos más que notables sobre esa materia.
Comentábamos la sorprendente retirada de su ídolo Fernando Alonso en los dos últimos grandes premios de F1 -Mónaco y Canadá- debido a una avería en su bólido McLaren, cuando me lanzó esta pregunta, como quien no quiere la cosa:
-Oye yayo ¿qué crees tú que es lo más importante para fabricar un buen coche? O sea, un buen producto en general.
-Entiendo que desearías conocer el quid del asunto para fabricar un producto que cumpla su función y dure lo previsto sin averías ¿eh?
-Exactamente eso -respondió Javi muy serio.
-¡Pues no pides casi nada! -exclamé-. Estuve 40 años tratando de conseguir averiguarlo y no estoy seguro de haberlo logrado plenamente.
-¡Venga yayo! No me iras a decir que después de tantos años de trabajo no lo sabes.
-Hombre Javi, alguna idea ya tengo, pero quiero decirte que es un asunto complicado y son muchos los factores que inciden en una buena fabricación. Además, el alcance de los agentes que inciden en la producción de cualquier artículo varía de acuerdo con la coyuntura o el momento temporal del análisis. De todas formas intentaré darte alguna explicación que te pueda servir.
Recuerdo mi primer día de trabajo como si fuera ayer. En aquel tiempo, una empresa de reciente creación, que pretendía fabricar "algo" cuya existencia era para mí desconocida por completo, me había contratado para ocupar un puesto de una cierta responsabilidad.
Pronto supe que el resto de la plantilla se hallaba en las mismas circunstancias de ignorancia que yo. Esta revelación sirvió de momentáneo consuelo, pero no lo suficiente como para diluir por completo la intranquilidad que sentía en aquel estreno profesional.
Esta situación, apenas resuelta con un extra de trabajo, no era extraña en aquel tiempo -eran los inicios de los años 60-, en el que iba surgiendo en España una más que notable efervescencia industrial.
Veníamos de dos décadas de penuria industrial, tras el duro periodo de posguerra, pero ya entonces se habían establecido en España algunas importantes multinacionales que propiciaron la aparición de muchas pequeñas y medianas industrias auxiliares. La creación del Instituto Nacional de Industria, las Universidades Laborales y las Escuelas de Maestría Industrial, además de otras acciones, tales como el proteccionismo arancelario, promovieron un considerable renacimiento industrial.
Había gente que montaba su pequeño taller en el portal de su casa, en una antigua cuadra, bodega o pajar. Algunos, mejor dotados de medios financieros, se establecían en naves industriales con mucha variedad en los distintos grados de excelencia de sus equipos e instalaciones.
Se copiaba del extranjero cuanto se podía, con preferencia productos alemanes o ingleses. Recuerdo algún curioso y revelador caso.
En un lugar de Vizcaya -mejor evitar su nombre-, cierto emprendedor decidió fabricar carritos y sillas de paseo para niños. A tal fin, compró uno inglés de lo mejorcito y lo calcó. Orgulloso de lo bien que le había salido la copia, no se le ocurrió otra cosa que enviar un ejemplar a la casa fabricante en Inglaterra. A buen seguro creyó que recibiría alabanzas y felicitaciones por el buen trabajo realizado e, incluso, pensó que bien pudiera ser que recibiera encargos para fabricar más carritos para ellos.
La respuesta de los ingleses no se hizo esperar. En una inflamada carta "le pusieron a caldo" recriminándole, no solo el hecho delictivo de copiar su producto, sino, además, tener la desvergüenza de enviarles el cuerpo del delito. Añadían que habían encargado a sus abogados presentar la correspondiente querella, a la mayor brevedad. No sé cómo se resolvió el asunto, pero sospecho que lo fue de muy mala manera.
Yo mismo fui testigo de otro similar desaguisado. Me hallaba en trámites para adquirir una nueva rectificadora universal destinada a la fábrica de Huesca y cayó en mis manos el catálogo de una compañía de Guipúzcoa que fabricaba ese tipo de máquinas.
El nombre de la empresa era desconocido por completo para mí. Sin embargo, la fotografía de la máquina, incluida en el folleto publicitario, mostraba una autentica preciosidad de máquina. Destacaba por su robusta apariencia y por un moderno diseño que le convertían en una interesante y atractiva opción.
Ante esas buenas perspectivas, decidí visitar aquella fábrica, acompañado por nuestro encargado del taller de mecanización.
Mala impresión recibimos al contemplar su exterior. Se trataba de un vetusto edificio en el que se apreciaban los intentos, poco afortunados, de "lavarle la cara".
Su interior no presentaba mejor aspecto. Varias capas de apresurada pintura eran incapaces de cubrir las heridas de un viejo y destartalado obrador. Más tarde supimos que aquella construcción había albergado a una fábrica de boinas, recién quebrada por la falta de ventas que le ocasionaron las nuevas costumbres.
Sin embargo, los responsables de la empresa nos condujeron a una sala de exposición y ¡allí estaba ella! La máquina relucía en todo su esplendor, resaltando todas las cualidades que se adivinaban en el prospecto.
Puesta en marcha, pudimos comprobar su perfecto equilibrado, exento de más mínima vibración, aún sin estar anclada, junto a una versatilidad, precisión y facilidad de manejo que la situaban muy por encima de las máquinas que se fabricaban en España en aquella época.
 Después, nos mostraron la zona de fabricación y entonces me di cuenta de que algo no encajaba en aquel negocio. Los medios de producción no estaban a la altura de aquella maravilla de máquina. Y aun menos la estructura de estudio, diseño, planificación y desarrollo capaces de crearla.
En resumen, no me atreví a cerrar la compra.
Poco tiempo más tarde, recibí la información de una máquina suiza y...¡Cielos, era idéntica a la vasca!
Y no solo la máquina. ¡Aquellos bárbaros habían copiado hasta las fotografías del catálogo suizo, sin molestarse en hacer unas nuevas!
Entonces entendí el asunto. Habían comprado dos máquinas a la fábrica del país helvético. Una se hallaba en la sala de exposición y la otra, desmontada pieza a pieza, estaba desperdigada -algo que me había llamado la atención- en la sala de delineación, donde se dibujaban los planos  de fabricación.   
Así que, en aquel tiempo, lo más importante era el know how, es decir, cómo hacer una cosa con la debida eficacia. Y se adquiría como buenamente se podía: por descarada copia, licencia de fabricación, contratación de expertos de otras empresas  o simple espionaje si fuera necesario. También, esto no se debe olvidar, gracias a la inventiva de unos pocos industriales tenaces, luchadores y "echados pa´lante".
Mi tío Julio hizo un buen dinero mediante la fabricación de un tipo de gasógeno patentado por él.
Estoy seguro de que los jóvenes no tienen ni idea, ni han oído hablar, de este aparato, muy popular en los años que siguieron a nuestra guerra civil.
Durante algún tiempo, en los años 40 sobre todo, hubo mucha escasez de gasolina en España. Para poner remedio a esta penosa situación, se instaló un voluminoso artilugio, llamado gasógeno, en el exterior de la mayoría de los coches, camiones y tractores.
Este aparato, un cilindro de no menos de 60 cm de diámetro y 170 de alto, producía una mezcla carburante de CO2 e Hidrógeno, mediante la quema de leña o carbón y la inyección de agua pulverizada.
El rendimiento era muy bajo, pero al menos los vehículos se movían a una velocidad de 40 Km. a la hora, en llano, y unos 20 en cuestas poco pronunciadas.
Pasados esos años de penuria, en los años 60 ya se sabía hacer muchas cosas en España, aunque no tan bien como se debiera. Durante bastantes años, este fue el país de la chapuza nacional. No era un problema demasiado grave: los altos aranceles aduaneros impedían competir a los excelentes y precisos productos extranjeros con nuestras chapuceras fabricaciones. Nuestro mercado era el nacional y el de otros países atrasados de economías emergentes. Y no nos iba mal.
Pero en los años 70 comenzó en España un progresivo desarme arancelario debido a los primeros acuerdos comerciales con la CEE.
Los productos extranjeros ya podían competir con los fabricados aquí y la chapuza ya no valía. Surgió la necesidad de elevar la calidad de los nuestros. Las empresas comenzaron a estudiar la introducción de sistemas de control de calidad y de producción, que con el tiempo cambiarían el concepto de control por el de gestión, un criterio mucho más amplio y eficaz.
Pero fabricar bueno es caro. Esta realidad ocasionó la obligación de minimizar los costos. A tal fin, se incidió en el estudio pormenorizado de la idoneidad de los procesos, el ahorro en los materiales y la optimización de la destreza de los operarios.
A partir de los años 80, una auténtica revolución sacudió los fundamentos de la práctica industrial. La informática penetró lenta, primero, y de forma vertiginosa después, en todos los aspectos de la actividad industrial.
Tras ver la luz el nuevo milenio, las computadoras manejan el control de producción hasta sus más mínimos detalles. Indican los fallos de calidad o cualquier alteración del proceso dónde, cuándo y cómo se producen. En suma, facilitan un dominio total de los procesos de fabricación y, sobre todo, permiten simulaciones antes de implantarlos.  
Las máquinas, sabiamente conducidas por su CNC -Control Numérico Computarizado-, trabajan solas dentro de los parámetros de control previstos. Se alimentan con las herramientas necesarias, al tiempo que cargan y descargan las piezas mecanizadas tomándolas de sus respectivos almacenes.
Los nuevos robots de transferencia, manipulación, maniobra y trabajo son cada vez más precisos y veloces.
Además, la información técnica fluye, abundante, gracias a las redes internáuticas.
¿Qué es, entonces, lo más importante hoy para obtener un buen y apreciado producto, ahora que hay tantas facilidades? Sin duda, un buen diseño, acompañado por un impecable proyecto de implantación, algo que hasta hace muy poco no se le daba la importancia que tiene. En él se halla implícito el éxito o fracaso del producto. Pero, no olvides esto nunca, hay algo que está por encima de él. Más que el diseño, los medios de producción disponibles, de la idoneidad de los procesos utilizados o de la bondad de los materiales incorporados, son importantes las personas que intervienen en todas esas actividades. De su preparación, entrega, implicación, iniciativa, cooperación y deseos de mejorar, depende el éxito o fracaso de cualquier producto.
-¿Te parece, Javi, que he respondido bien a tu pregunta?
-¡De maravilla, yayo! Muchas gracias. Pero ¿qué crees que pasará en el futuro?
-Ah, para saberlo necesitaríamos una bola de cristal bien engrasada. Sin embargo, hay algo seguro que tú podrás ver: la Industria estará obligada a innovar para subsistir y serán los estudios del diseño quienes establezcan el germen que promueva esa innovación. Además se podrá contar con la generalización de la inteligencia artificial. Quien mejor la aplique estará más cerca del éxito ¿Queda por fin respondida tú pregunta?
-Sí, sí. Y sin duda alguna -concluye Javi, con una amplia sonrisa.