miércoles, 2 de septiembre de 2015

Relatos, fábulas y leyendas.- 1


 

Relatos, Fábulas y Leyendas

 




Además de algún que otro  

pensamiento útil

 

 

Guillermo Bistué Gonzalvo




Con qué frecuencia y facilidad es posible, hoy día, leer o escuchar juicios, opiniones, tesis o afirmaciones argumentadas con tópicos o lugares comunes, cuando no, sostenidos por la más imprudente ignorancia, la manida rutina de que "siempre fue así" o la indolente inercia de que "todo el mundo lo dice" .

Estas generalizadas y detestables prácticas me han hecho sentir la necesidad de escribir algo en su contra, expresado con libertad, aunque de modo más amable posible y sin la pretensión de ocasionar demasiado alboroto entre los felices y despreocupados usuarios de los citados hábitos.

Pretendo con estos Relatos, Fabulas y Leyendas presentar puntos de vista diferentes a los establecidos como acertados o políticamente correctos. Deberán ser los lectores quienes asuman lo que buenamente puedan o quieran.
 



 

1.- LA CIGARRA Y LA HORMIGA.

 

Era verano y el sol, que a esa hora había ganado ya su cenit, apretaba con fuerza en un luminoso y sofocante día, allá por los comienzos de agosto.

Pocos seres vivos se atrevían a desafiar sus ardientes rayos y tanto humanos, como animales y bichos, habían buscado amparo en las partes más umbrías y refrescantes de sus respectivos refugios.

Ya no se escuchaban los trinos mañaneros de los pájaros, ni tampoco el rumor del viento al despeinar las tupidas ramas de los árboles en la madrugada. Una calma chicha reinaba sobre la agostada campiña.

Solo el abrumador y chirriante canto de una cigarra sonaba, insistente, reclamando protagonismo  en aquella ardiente caldera, encaramada a una rama en lo alto de una centenaria encina.

Debajo de ella, sobre el tórrido suelo, una laboriosa hormiga, fiel a su esforzada y perseverante labor de acopiar recursos alimenticios con qué llenar la común despensa de su hormiguero, se afanaba en transportar un orondo grano de hordio.

-¡Oye, cigarra escandalosa! -interpeló la sudorosa hormiga al cantarín insecto- ¿No podrías dejar de dar la lata por un momento? ¡Es que no hay quien aguante ese interminable chicharreo! Mareas, la verdad.

-Ya lo siento, querida pequeñaja, pero estoy tan contento que no lo puedo remediar -contestó al punto la cigarra, que era macho.

-Más te valdría trabajar un poco, en vez de estar todo el día dando la tabarra, mano sobre mano y canta que te cantarás -volvió a la carga la hormiga-. Por cierto, date mucho a entender y verás cómo llega algún pájaro y se te merienda en un abrir y cerrar de ojos.

-Creerás que soy tonto -dijo la cigarra- ¿No ves que estoy en la parte inferior de la rama y bien camuflada en ella? Solo un colibrí podría llegar a donde estoy. Y a ese le puedo.

-Pero, ¿por qué no dejas esa pesadez de canto, aunque solo sea por un momento? -insistió la hormiga.

-Mira, ya que me lo preguntas te lo voy a explicar: Durante cuatro interminables años he vivido enterrada como ninfa, alimentándome con el insípido jugo de las raíces de esta encina, en una obscuridad absoluta. Cierto día, me armé de valor, excavé un túnel por el que llegué hasta la superficie de este hortal y... ¡Oh  maravilla! Jamás pude imaginar tanta belleza como la que encontré en este otro lado de la Tierra.

Y prosiguió sin dar lugar a que la enojada hormiga le replicara:

-Miré al cielo y quedé pasmado con su inmenso y relumbrante azul, salpicado por esos albos celajes que flotan y se expanden en él, como si un millón de blancas mariposas aletearan en el firmamento. Bajé la vista y contemplé maravillado el manto coloreado por mil verdes, amarillos y ocres, rociados con el rojo vivo de incontables ababoles y el tenue azul que aportan unas cuantas matas de junquillos y carrasquillas, al conformar todos ellos la quebrada solana del valle. A esa maravillosa visión, se vino a sumar una envolvente melodía, creada por el suave rumor del viento al mecer las ramas de estas apretadas y encantadoras encinas, de las que yo solo conocía el insulso sabor de sus raíces. De pronto, mi cuerpo comenzó a cambiar, deje mi condición de rastrera oruga, y me nacieron alas. Subí a esta rama, libé la rica savia del árbol y...¡me sentí el ser más feliz del mundo! ¿Y tú quieres que deje de cantar? Pues mira, no puedo.

-Además -continuó la cigarra, después de un breve silencio-, en aquella carrasca de allí enfrente, hay una cigarra hembra que me está poniendo ojitos, mientras escucha mi canto. Comprenderás que no puedo interrumpirlo, si quiero llegar a conquistarla.

-Allá tú con tus historias, pero si no espabilas llegará el invierno y te hallarás con una mano delante y otra detrás. Ese día, vendrás a pedirme amparo y yo te diré: "Has estado cantando día y noche durante todo el verano, ¿eh?, pues baila ahora"  Entonces, solo y desamparado, te morirás de hambre y frío.

-¡Ah, condenado bichejo! -contestó la cigarra-. Sabía que eras egoísta, pero no que tuvieras tan mala leche. ¿Acaso crees, poca cholla, que envidio tu arrastrado y miserable modo de vida? Cierto, moriré, pero lo haré feliz y alegre al haber tenido la oportunidad de gozar y deleitarme con todas estas maravillas de la Naturaleza. Y, sobre todo, por haber conocido el amor y, gracias a él, disponer de una abundante descendencia que  prolongará mi recuerdo durante varias generaciones.

La hormiga quedó sin habla ante las inesperadas palabras de la cigarra, y esta continuó su discurso.

-En cambio tú vivirás, pero lo harás con una vida perra, si antes no te pisa un humano o no te tropiezas con algún come-insectos. Vives en ese tenebroso hormiguero, del que solo sales para buscar, día tras día, alimento a tu glotona e insaciable reina, así como a sus soldados y cortesanos. Ese agotador trabajo sin pausa no te permite ni un segundo de asueto ni diversión. Tampoco para el amor que nunca catarás. Así tu existencia es útil para algunos, pero insulsa y yerma para ti ¿Y quieres que cambie mi vida por la tuya? ¡Vamos, rica, tú estás loca!

La hormiga, atónita, no volvió a abrir la boca nunca más.